Por saberme una mujer definitivamente melancólica, no tendría que haber
aceptado la invitación. Salí, dirigida hacia donde se inaugura Dorrego. Mi
calle nace en el río. En el camino ya iba recopilando armaduras para el alma:
cielo, nubes, árboles despojados (impedidos de dar cobijo al ave) , melodías
tarareadas bajo la tela que últimamente esconde la mitad de la cara. Iba
convocando, al cruzar, en cada esquina, un ejército de seres salvadores que
oficien de antídoto y me hagan levitar por entre la muchedumbre. Y obviando en
la mirada, las reuniones, risotadas, arrumacos, cochecitos, pares, tríos, me dejé
seducir por esa hora. Sola para mí, estando sola.
Y entonces pude ver mundos que sólo se me mostraban cuál si fuera una elegida, una heroína…de la soledad. Nadie estremeciéndose ante ese horizonte generoso que vibraba las notas del Adaggietto de la 5ta de Mahler. Ya nada debía buscar, mi estupidez estaba disculpada, al fin. Todo había sido creado hoy. Sólo habilitar ese encuentro entre lo que bulle dentro y lo que se me regala sin por qué, capturar ese firmamento a bocanadas, inspirarlo para que sea savia. Todo tiene un clímax, un momento punzante en la escalada. He de volver mañana, lo más pura posible de afecciones, con todo el torbellino, mis sombras, soledades, a respirar el Paraná de este invierno.
Crónica y foto (inédit@s): Cecilia Tagliarini*
*Cantante, productora, coordinadora de El Trocadero, cooperativa y mercado solidario
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