Había una vez un quinteto de pavos reales, ocupando respectivamente sus turnos durante las décadas posteriores al cambio de siglo. Deshicieron, alborotaron, comieron y bebieron en exceso, cuatro de ellos ya dejaron (en apariencia) sus puestos. En la actualidad, el último de estos despliega su plumaje desde una quinta vasta y bien nutrida, con ladrillos no tan a la vista.
Hoy no vamos a detenernos tanto en los pavotes, sino en
nosotros, los responsables de que estos especímenes hayan estado (palabra tan
en boga, aunque aquí nos refiramos a un meandro del verbo ¨estar¨) y sigan pululando
y alterando cada palmo que transitamos de nuestras existencias, interfiriendo en
los vínculos con nuestros contemporáneos, en el ánimo, la energía, la salud, en
el recurso más valioso que tenemos: nuestro tiempo.
Levanten la mano de a uno, de a una, de a une, uni o
unu si la respuesta es ¨a mí no¨. Ahí va la pregunta: ¿a quién no se le inflan
las tarlipes o le duelen los ovarios cada vez que hay que hacer una comprita
ínfima y abonar -por medio de lo que tanto nos ha costado conseguir- una
manzana, un cuaderno o un jabón? Estamos
hablando de compras ultra básicas. Uno levantó la mano por allí, pensando que
estos ajustes zarpados y poco empáticos son necesarios. Otra levantó la mano ,casi
por ósmosis, al ver que el primero alzaba la suya. Un tercero titubeó, pero finalmente
accedió. El instinto gregario puede ser poderoso, gracias a eso, allí están los plumajes de
colores superlativos, desplegándose sin un ápice de autocrítica, cada uno
durante su período correspondiente.
Es interesante observar como
esos colores se van destiñendo con el tiempo y, más o menos a mitad de su
recorrido e incluso mucho antes, ya comienzan a lucir los negros y grises de una
escala que se repite, y se repite, hasta el próximo fracaso. Y es más curioso
aún como, con un billón de billones de evidencias que dejaban o dejan al
descubierto que las cosas se iban o se van haciendo con un
¨reprobado¨, los entrañables talibanes de la indignación selectiva, una porción humana e inmutable, seguían y siguen allí, sordos, ciegos, mudos, defendiendo lo
indefendible.
Hoy se vuelve a notar, desde la orilla supuestamente
opuesta (cualquier estudiante de primero de psicología te va a decir que es una
mera proyección, o un espejo) como afloran los nuevos talibanes, una primavera
actual en pleno tórrido estío que se desenvuelve híper rauda y con aromas
tóxicos, mientras gran parte de nuestro valiosísimo tiempo sigue dependiendo de las decisiones de un montón de plumas. Si un cristatus
galliforme te dice ¨cro cro¨, vos, ¿qué hacés? ¿Batís las palmas como un fócido
pinípedo o, mínimo, te preguntás qué onda?
¨Lo que te choca, te checa¨, dicen los mexicanos. Tan
cierto. Adhiero en un 98 por ciento, casi con déficit cero, con o sin superávit,
o algo así, qué se yo, me guardo ese dos por ciento para decir a mi favor que,
prácticamente desde que nací, vivo, trabajo, respiro, brindo, remo, amo,
regalo, comparto, vendo, sonrío, me muevo, me conmuevo, sueño, tengo insomnio, dolores
de espalda, de cabeza, de cuello, de alma y corazón por haber decidido darle y dedicarle la
mayor parte de mi tiempo al empeño y ejercicio de muchas artes, un grano que
considero, a esta altura, importante, en las arenas siempre movedizas, casi
siempre ingratas, de la Cultura. Así las cosas, ¿es menester aclarar que no es
una perogrullada insistir con que el arte, el sano y sincero y constante ejercicio
y oficio o profesión, poco y nada tiene que ver con aquella fusca, turbia
realidad y, al mismo tiempo, es su oxígeno y antídoto? ¿Acaso no habría que
comenzar a considerar, de una vez por todas, que su labor inquebrantable es tan
importante como respirar?
¿Se acuerdan de la Cuareterna Medieval? Ocurrió durante un período largo, larguísimo, insoportable, donde hubo algo llamado ¨covid¨, aquel momento en el que los talibanes de un lado no dijeron ni pío, nada, ni una línea sobre Solange, sobre Magalí, sobre Lara, sobre Luis, sobre Facundo, sobre Abigaíl, ni sobre el aumento desorbitado de la inflación, durante años y años, ni sobre la vergonzosa y descomunal pobreza infantil, ni sobre los miles y miles de ancianos indigentes durmiendo en la calle, en pleno invierno, etcétera, etcétera, etcétera... pero que hoy se escandalizan o te aburren en las redes, berreando porque si no es diestra es siniestra (que al fin y al cabo son lo mismo), o porque les duplicaron el precio del rollito de sushi sin salmón que no van a almorzar en alguna plaza que apenas existe en el barrio chino porteño. Es muy extraño, o bastante curioso, que aún no se haya hecho una buena peli, o serie, que no se haya escrito un buen libro, o no se haya hecho una buena canción que hable, que cuente lo sucedido durante aquellos días, semanas, meses, años.
En los Alpes un puñadito de popes se ajetrean y se alteran con agendas que
se desbarajustan por el cúmulo de información, o desinformación, según quien o
como quiera pensarla desde la torre de marfil o el llano laborioso de su punto
de vista.
Hoy rebrota esa sensación de andar circulando por una atmósfera opresora, parecida a la de aquel medioevo obligatorio, pero con libre (adjetivo en boga) vista a supuestos cielos abiertos, futuros y azules. El vuelo de un pájaro avispado pispea nubes hinchadas de humo, nubes grises, de esas que no permiten que la lluvia caiga para la buena cosecha de oxígeno. ¿Sarasa otra vez? El cuento de la mala pipa ya lo leímos demasiadas veces.
Va de nuevo: es necesario enarbolar las banderas impostergables del Aire Puro.
Texto e imagen (inéditos): Nicolás García Sáez
Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes
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Continuará…