sábado, 30 de abril de 2022

Vida, obra, sexo y arte de Alberto Carlos Bustos, municipal y pájaro (duodécima entrega)

Anselmo Arrieta –guitarrero, payador y duelista de la copla improvisada-, intenta describir en su "Milonga de El Triste", a quien conociera bajo el nombre de Alberto Carlos Bustos, en los pagos de Adrogué (provincia de Buenos Aires). He aquí seis de los sesenta y nueve versos que le dedicara:

-"(...) Era de "El Triste" el acero / más mentado de sus pagos / Y en esos días soleados / en que tereaban los teros, / quien se atrevía a vistearlo, / resultaba destripado...".

 Esta imagen no concuerda, de hecho, con la bonhomía natural de Bustos; aunque nos remitiría sí, a un homónimo que bien podría ser el descrito por Jorge Luis Borges a Rodolfo Braceli. En otros versos, el mencionado Arrieta habla de su "tez cetrina" y su "diestra relampagueante", cuando todos los datos que aporta Isidro San Juan -compañero adoquinador de Bustos-, lo pintan como “un hombre de características arias; zurdo en su habilidad manual; de una estatura lindante al metro ochenta y de pelo castaño claro y raleado”. Arrieta lo sindica en cambio como -"...retacón como puerta e' gallinero..."-, y de: "...pelo negro ensortijao, con facón habilitao, para hacer tientos de cebra, del malevo más pintao..."***.

 

*** NOTA DEL AUTOR INNUMERADA: El último verso indicaría que don Anselmo bien pudo haber visitado un zoológico o haber incorporado al acervo local un tipo de equino facilitado por un libro de ciencias naturales, dado que no es común introducir en el canto popular del sur argentino a ejemplares no autóctonos de la fauna patagónica.

 

Amancay Losa, oriunda de Corrientes, ex-municipal y, años más tarde, primera vedette del teatro Maipo de la Capital Federal, dice de Alberto Carlos Bustos: -" (...) Siempre me atrapó su sonrisa embrujada. Mostraba sus dientes y yo quería convertirme en bife de chorizo. Era un hombre mayúsculo en su sentir y hablador como pocos. Fácil de querer, y maravilloso compañero en el trabajo. ¿Cómo hacer para no aparearse a su alma y a su cuerpo...? Sólo una muerta podía...

 

Revista "Vea y lea" Nº 134. ("Amancay desnuda sus sentimientos"). Febrero 1958.

 

Pequeña, huele a nube que se entrega

a empapar de primaveras viejos pastos…

Vaguada, manantial, torrente o lago,

se derrama y lo que bebo

sabe a siempre y a milagro…

Descreo que en un tiempo fuera barro,

polvo y agua entremezclados

por el viento de los hados,

que jugaban a ser libres,

y a crearnos, y a encontrarnos…

Por la zona del ensueño bajé hoy,

a buscar de mí lo eterno…

Sólo el grito de la especie

le abre en surco el interior,

se hace luz, y yo...

Despierto, en los umbrales de mi otoño,

entre olores concebidos

por el ánima del sueño…

El silencio de la noche

se hizo hueco y fue mujer,

labios, piel, gemidos...

Bañada en flujos cálidos mi boca,

silabea gota a gota, lo que escribo.

Descubro mi sonrisa y luego digo:

-“Viejo loco, bajó un ángel,

y vos estabas dormido”.

 

“Zona del ensueño”. Urbana de balada. Letra y música de Alberto Carlos Bustos. Goya. 1948.

 

 

Desde Madrid: duodécima entrega, texto y ficción (inédito): Miguel Ángel Solá

Dibujo (inédito, fragmento, a sus 7 años): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos

 

jueves, 28 de abril de 2022

Máscaras áureas y el disfraz en la piel (2)

-¡Degolladlos!

El pánico se apoderó de mí, sin fuerza en las piernas, con las heridas en mi cuerpo y mi familia a su merced. Corrí tan rápido como pude hacia la puerta de atrás. Mi cuerpo se movía solo, mi mente estaba en blanco, yo quería irme de allí. Salí de la casa.

No muy lejos, había un hombre esperándome, tenía la misma armadura y los mismos cuernos que el que enfrentó a mi padre, pero era mucho más pequeño, el rostro detrás de su yelmo, probablemente, tenía mi edad. Estaba a punto de dormirse.

Me detuve por un momento. En la oscuridad, me di cuenta que estaba dentro del corral de las gallinas y entonces seguí corriendo. Escuché los gritos de las aves mientras él se esforzaba por salir a perseguirme. Apenas entraba en los callejones, entre las casas, cubiertos de inmundicia, mis pasos se hundían en el barro. Podía escuchar la armadura del hombre persiguiéndome, las placas raspando sobre  las paredes. Un escalofrío me recorrió la espalda, como si un par de manos frías me la rasgaran. Estaba detrás de mí, tenía que estarlo, me iba a alcanzar, pero no podía mirar hacia atrás, yo solo podía avanzar clavando las uñas entre los ladrillos de piedra, impulsándome hacia la luz. Algo me hizo trastabillar.

-¡Vení acá escoria!

Su voz se escuchaba apenas unos pasos detrás, di la vuelta y vi descender el reflejo plateado de su sable. Traté de cubrirme y retroceder al mismo tiempo. Me resbalé, me cortó los brazos y caí. Él no se detuvo con un corte, empezó a agitar su espada como si fuera una rama, un golpe muy fuerte pasó justo entre mis pies mientras me arrastraba lejos de él.

-¡Mierda!

Se quedó atorado entre las dos paredes del callejón. Aproveché, mientras él se acomodaba, para pararme y volver a correr. La calle hacia donde daba el callejón era una gran avenida de adoquines desgastados, había mucho tráfico, centenares de familias del Segundo Distrito transitaban en busca de la mejor comida que pudiera ofrecerse en el festival. Traté, pero no podía correr, solo caminar tan rápido como me permitían las piernas, mis pies cubiertos de mugre dejaban atrás un montón de huellas. Las damas gritaban al mirarme y se alejaban de mí como si tuviera la peste. Luego escuché otra conmoción. Entre los vestidos de mil colores y los sombreros con plumas, se acercaban unos cuernos dorados, agitándose, de lado a lado, buscando. Sin poder tomar aire, seguí corriendo.

 (continuará)

 

Texto(inédito) Mateo Roberto

Ilustración (inédita) Irupé Roch

Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos

 

sábado, 23 de abril de 2022

Vida, obra, sexo y arte de Alberto Carlos Bustos, municipal y pájaro (undécima entrega)

ENTREGA 11. SI FUERA POSIBLE TANTA ENTREGA.

 He pasado gran parte de la noche anterior trabajando. Teatro de 20 a 22 y grabación de La Novia Gitana desde las 22,30 hasta las 4 a.m. de ayer. A las 10,15 hice una entrevista por  RNE “No es un día cualquiera” y, ahora, vuelvo a las lides con Doble o Nada. Pero, a eso de las 115,30, tras haber limpiado la casa, cuidado de las plantas y hacerme un sándwich, se me ocurrió echarme una siestecita. Casi por entrar en estado de coma…

-Migueeeel… Abrí los ojos. Nadie. -Soy yo. Lápiz y papel que tengo poco permiso… Papel, lápiz… Vamos...

 NOTA DEL AUTOR (Por favor, que no pase desapercibida, porque vivo solo y esto me ha costado un trauma, digamos. O una posible embolia láctea, por ser fino. Entramos en un terreno, que tiene que ver con la sexualidad amorosa de Bustos. Yo no tengo nada que ver: sólo soy el catalizador de toda esta información. Y dice la voz…

 “Soledad, Laura, Mercedes, Marcela, Ada, Claudia, Beba, Mora, Belén, Diana, Diana y otra Diana, Julia, Nora, Selva, María Julia, Marta, Clara, Yemma, Sofía, Checha, Bárbara, Jazmín, Elena, la negra Bruna, Estela, Gloria, Susana, María, María, María, María, más Marías, muchas Marías, demasiadas Marías para un solo hombre, Silvia, Silvia, otra Silvia más, Jennifer, Gabriela, Martina, Denisse, Paola, Gonzaga, Jorgelina, Ángela, Patricia, Edith, Cecilia, Andrea, Andrea y Andrea, Celeste, Albertina, África, Puebla, Norma, Soledad, Silvina, Mar, Mariana, Marina, María Eugenia, Elvia, Lucía, Lucía, Celia, Silvia, Alicia, Rosa, Martha, Dominique, Sandra, Teresa…

 NOTA DEL AUTOR 2 de esta entrega un tanto subida de tono:

 Bustos me desliza unos seiscientos nombres que no llego a escribir –imposible- porque en esto la voz no se detiene, embelesada, siguiendo las huellas de lo mortal para inmortalizarlo, pasando de recuerdo en recuerdo. Llenos de imágenes -pasan unas tras otras, esculpiendo un mismo momento en el que todas y él caben y hacen un mismo e indescifrable rostro y cuerpo; aromas que se evaporan confluyendo en una única mezcla olfativa; mieles que rezuman los cuerpos que saben a una misma suma de agónicos adioses…- y que su consciente deposita en mi inconsciente para que yo traduzca sin haber sabido yo de caras, cuerpos, frases dichas por cada cual ni en qué momento ni de sus particulares olores, sabores, sensaciones transmitidas… Todo es una enorme montaña –arenas en movimiento-, en la que ellas y él retozan, en la medida de lo imaginable por cada uno de ustedes leyendo y también por mí, que escribo. Disculpen esta manera fútil de tratar de hacerles ver lo que ni yo puedo. Es como una descarga de un archivo inmenso de Google, que me es imposible capturar y mostrarles, ¿entienden mi alegoría tan moderna?... Todo es íntimo, todo surge y se escapa de mí sin haberlo hecho mío, porque todo es suyo, y de cada intento de sentir lo que nombra, surge una anécdota que llega a calentarme hasta las uñas e invade para siempre mi imaginario como si alguna vez hubiera podido yo haber vivido esa interminable lista de amores que Bustos me cuenta haber consumado en ese espacio de vida que colma aunque no calme el hambre de perpetuarse en las inacabadas muecas de un abrazo, un beso, una caricia, un fundirse en la ilusión de haber sido uno mismo dentro de “alguienes” que fueron una misma vaya a saber en cuántos otros.  Seiscientos nombres -casi-, cuyas voces repitieron las palabras elementales del alimento único con el que se hace entender otro ser vivo: más, te quiero, otra vez,  besáme, lo que quieras, amor, miráme, cómo me gusta, ahí, por favor, soy tuya, me muero, ¿qué me haces?, dame, más, despacio, ahí, conmigo, me estás matando, más suave, golpeá, ahora más, dáte vuelta, más, más, ya, te tengo ahí, juntos, vamos, todo, todo, todo, ahhhhhhhhh, mi amor, y también esa extrañísima palabra que ahí se repite en libertad, sin posible juzgamiento: ¡Dios!, en cada intento de nombrar lo que está ocurriendo más allá de lo conocido, nexo único, común a todos esos nombres que con él creyeron -por un momento al menos- en Él, hasta darle un nombre definitivo a eso que estaba pasando en sus adentros. Esa palabra y el sonrojo ante lo prohibido.

 Sin querer queriendo

 

-“Poco sabía de mí, pero mantenía enorme fe en todo aquello que me contaban mis amigos. Pasado un tiempo, no recuerdo cuánto exactamente, ellos, comenzaron a inducirme, directa e indirectamente, a la recuperación plena de mi sexualidad, insistiendo en que debía aplicarme a temas propios de la jardinería: “enterrar la batata”, “poner el nabo en remojo”, “plantar la zanahoria”, “pelar la banana”…)

Pero, la verdad, ni sabía qué hacer, ni sentía pulsión alguna por sembrar y cosechar…

Me presentaban señoritas de todo tipo quienes, aburridas de mi inopia, desistían de ayudarme a cultivar el huerto.

Pues bien, ¿sería yo, tal vez, una de esas escasas personas para quienes el sexo no tenía relevancia alguna?.

Sobrellevaba mi celibato sin peso alguno, hasta con alegría, cuando, una noche de octubre de 1950 asistiendo en la Plaza de los Congresos a un concierto que ejecutaba –y, créame, amigo Miguel, que nunca mejor empleado el verbo ejecutar- la Banda Municipal dirigida por un sordo anímico: Adolfo Culebras, bajo la sombra de un abeto plantado en el año 12, la vi a ella.

Clara Beter ejerció desde ese instante la atracción que un gigantesco imán ejerce sobre un ínfimo alfiler. El alfiler era yo, claro.

Presentirla y no poder desear otra cosa que estar cerca, fue, de ahí en más, mi sino. Me conformaba con admirarla, no sabía qué decirle, ni qué hacer, ni cómo dominar ese temblor que comenzaba a cien metros de sus ojos y del resto de su cuerpo también.

Así noche tras noche, hasta el 14 de mayo del año siguiente. Salvo los domingos.

Ella descansaba y dormía los domingos por la noche, aunque la Banda siguiera con sus ejecuciones. Al filo de las veinte horas, ella comenzaba a ofrecer sus trabajos nocturnos a los más que mareados melómanos asistentes que yo siempre pensé “contratados” por el director Culebras. Clara, vivía a escasas dos puertas de mi edificio.

Éramos casi vecinos.

Llevaba más de un año de renacido y siete meses de escuchar el galope de mi único reloj, que se calmaba sólo con la lectura o el sueño.

En ese entonces estaba yo devorándome un maravilloso volumen que contenía las obras completas de Lope de Vega.

Mimetizado en su escritura, dialogaba con mis amigos usando el ritmo, la cadencia, la musicalidad, la métrica y hasta el cúmulo de imágenes de Lope, y aplicaba todo esto al acontecer cotidiano, a Buenos Aires, a mis sensaciones...

Acostumbrados a mis excentricidades, mis estoicos escuchas lo soportaban hasta con naturalidad.

¿Sería yo el Fénix de los Ingenios redivivo?

No.

Era una preparación intuitiva para el encuentro que significaría -¿creen ustedes en la casualidad?-, la recuperación de mi sexualidad perdida a través del tortuoso océano del amor.

 

Una mezcla de entusiasmo e impaciencia se apoderó de mi mano de escribir, y, de ella, brotaban cataratas de impresiones que provenían de una memoria ajena.

Agotado, pero feliz, comprobaba la veracidad de aquello que mis amigos, en sus afanes por devolverme el ser, habían intentado transmitirme: yo había sido escritor antes, en mi época olvidada. Con cierta -inducida por ellos-vocación de horticultor, ya que hice poemas al ruibarbo, a la ensalada sanjuanina, a los brotes de espárragos, a las arvejillas en flor, a los pomelos rosados, a la mandioca ahumada, al zapallo, al zapallito redondo, al calabacín y a la calabaza... en fin, a más de mil de esos seres comestibles.

¿Tendrían entonces razón también en todo lo referente a mi sexualidad?

Pero, ¿qué era “eso” de lo que tanto hablaban?

De “eso” no tenía memoria, ni ejemplos, ni sensaciones, sólo el galope desenfrenado de mi corazón ante la proximidad de Clara.

Y ocurrió.

¿Cómo supe su nombre?

Lo leí en uno de esos cuadernillos poéticos que ella distribuía gratuitamente entre los asistentes al concierto de la Banda Municipal, ese día de octubre de 1952: “Brumas” de Clara Beter.

……………………………………………………………………

NOTA DEL AUTOR: menos mal que estudié taqui-dactilografía en la Pitman, porque a la velocidad del correcaminos, me lanzó sin parar, haciéndome de él, de Clara y del Relator, todo éste choclo…

 

EL ENCUENTRO

 

NOTA DEL AUTOR: Alberto se encuentra cara a cara, por vez primera con Clara. La voz me urge a escribir sin solución de continuidad lo siguiente:

 

(La acción nos sitúa en Buenos Aires. Intersección de las Avenidas Callao y Rivadavia. 00.03 horas en punto, ésto sería lo del Relator nomás)

 

AC -Hola. Soy Alberto Carlos Bustos. Tu vecino del quinto.

CB -Estoy trabajando, compañero. Otro día.

AC -¿Eres policía? ¿A quién vigilas?

CB -Soy puta. Y poeta.

AC -Poetisa…

CB -Poeta

CB -¡Ah...!

CB -“Ah”… es un buen título para unos versos de amor y desamor, ¿me lo regalas?

AC -“¡Ah...!”: qué loca esencia te declara nueva,

recién lavada, inmersa en la mañana que te aprueba”...

CB -Oye, que es de noche y que el poema me lo escribo yo.

AC -Ya, ya disculpa. Yo también escribo.

CB -¡Qué me cuentas!

AC –Lo que digo.

CB -A otra esquina entonces, que pierdo mis clientes, si te escucho y miro

AC -“Y si te miro yo, pierdo noción

del sur, del este, del norte y del oeste.

Me invade el peso de saberte lejos,

en una cama que no sabría a mía.

No puede -que no debe- la poesía,

acostarse en vano, tan temprano, a pago fijo.

El perpetuo movimiento que condena

al amor único,

encadena su perenne tolerancia.

No puede -que no debe-, ser distancia.

Al ansia buena mataría, mi dueña,

mi señora, en cada esquina.

Te quiero para mí, para mí sólo.

CB - Y yo no quiero. El sentimiento no es lo mío.

Mi sexo no se amolda a un solo falo.

Lo malo no es que sea para varios,

repetidos o no, o desconocidos

que una sabe de qué van,

y qué cosas de ellos una escribe.

Lo malo es este frío. ¿Tienes “Galgos”?

AC -¿Qué es eso que me pides?

CB -Cigarrillos.

AC -Fumar no es cosa buena, puta hermosa...

CB -Lo malo es otra cosa. ¿Has dicho “amor”?

AC -He dicho puta.

CB -Creí haberlo escuchado… ¿por qué “hermosa”?

AC -No hay palabras ciertas que puedan revelarlo,

pero quizás te dé una pista con mis manos...”

CB -A ver, a ver…: un índice extendido en la derecha: un falo...

Un círculo trazado con índice y pulgar en la otra mano: la entrada de una cueva...

Ambas dos manos que se acercan, y se encuentran y penetran...

Y un gesto obsceno de vaivén, tanto como el brillo de tus ojos

me da a entender que en este diálogo rimado,

uno, al menos, de los dos comparecientes,

la va de interesado.

¿Por qué tanta pirueta en esas manos?

¡Venga!, ¡al grano! ¿Tienes pasta?

AC -¿De dientes?

CB -De billetes

AC -No. Hoy soy un pobre diablo sin pasado y sin trabajo.

CB -¡Vete, entonces!

AC -¿Que me vaya?

CB -¡Que te vayas! ¿O no entiendes castellano?

AC -¿Me dejas observar el dobladillo de tu falda?

CB -Observa, si lo quieres, con mesura de vecino.

AC -¡Desatino!... ¡Tú no llevas bragas...!

CB -No las llevo...

AC -¿Puedo, entonces...?

CB -No hay billetes: no hay subidas ni bajadas

AC -¡Ah! ¡Injusticia!

¡Ah! ¡Qué triste vida la del que no haya ahorrado...!

¡Ah! ¡Qué vacuo y necio es este estado

de crisis lacerante,

que deja por delante al más pudiente,

y al que no tiene, retrasado...!

CB-¡Venga ya! Que estuvo muy bonito...

Que no lo arruinen esas rimas alargadas.

Desaloja mi parada, presto, que hay clientes...

Y deja en paz el título de mi próximo poema,

Que es ya mío; y tu regalo...

¿Alberto Carlos Bustos, te llamabas?

AC -Tu refugio, puta amada.

CB -Que no hieras la palabra amor,

que ya bastante crueldad soporta.

Mi refugio, tal vez, cuando yo lo quiera

Pero, no ahora, que hoy es viernes,

y llueven nuevos capitales de occidente

con dos huevos.

Los hombres de la noche, sementales,

Príapos moderados o nutrientes,

vitalicios, escasos, insistentes,

se acercan con sigilo; mejor dicho: sigilosamente.

AC -¿Puedo espiar?

CB -Si así lo quieres, bien, lo haré de pie.

Tras el cristal de mi ventana.

AC -¿A qué me induces...? ¿Lo harías para mí?

¿Para que vea…?

CB -Con las luces encendidas. Esta noche.

Para que después de ver: te mueras.

AC -Moriré y reviviré para tenerte.

CB -Detente. Calla. Ya tengo mi poema: ¡”Ah”!

Y ahora: vete.

AC -Clara... Clara… Beter...

CB -No. Tú, vete.

 

AC -Y me fui, desagotando rimas, a mi bulo.

El celibato alerta me mantuvo.

Y a eso de las dos de la mañana,

la vi, desnuda, allí.

Tal cual lo había dicho, para mí.

Sus pechos y su sexo pegoteados

Al ventanal inmenso de su cuarto.

Y una sombra con volumen en su atrás, exasperada...

¡la sobaba sin saberla mía! 

Daba igual. Sabía a poesía, a desesperación;

A unión en los confines del planeta;

A madrugada insomne, a mermelada.

Y a café con leche. Y a tostadas.

Esa imagen imborrable.

La sinceridad de no estar viva en ese instante más que para mí.

Luego: la calma.

El verbo repensar, o sea:

renacer, o sea, la verdad última enclavada:

el ritmo, con su síncopa, ¡era ella!...

Y después de ella habría nada.

                                               Clara. Clara Beter. Clara.

 

 

Desde Madrid: undécima entrega, texto y ficción (inédito): Miguel Ángel Solá

Dibujo (inédito, a sus ocho años): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos

 

viernes, 22 de abril de 2022

Foto

La invención del cronómetro resulta un descaro / Sabe que, al correr un saxo, sigue sonando / Equivoca la nota en la víspera del concierto/ Dispara su creación sin corrección alguna

Apostar en la partida, a medias de lo que imagina / La ansiedad que se disuelve en la pureza  /  De las hojas mejor cultivadas que se comparten / Cómplice en la compañía, que reclama la calma

Amor materno que no baja la guardia / El vapor que se expande bajo el ruido del agua  / Los dibujos animados que distraen los pasos que siguen en el tiempo que resta

Tomar una foto, el rastro más nimio / Detener el horario, demasiado arbitrario / El teléfono titila los mensajes silenciados / Primero el café, antes de que se enfríe

Explorando una imagen provisoria  / La vida insiste, con manos palmeadas / Abriga los colores, lo que no quedó escrito / La extraviada intensidad que se coló en un ensayo.

 

Texto (inédito): Silvia Chaher

Ilustración (inédita): Selene

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos

 

sábado, 16 de abril de 2022

Vida, obra, sexo y arte de Alberto Carlos Bustos, municipal y pájaro (décima entrega)

Nicolás García Sáez y Miguel Angel Solá

"¡Soy víctima; no victimario! Estoy pagando el alto precio de imaginar hasta la creación. No. No soy Dios... Sí, lo más parecido. La realidad no es mi terreno. Mi reclusión no es gratuita; mordí el fruto de lo prohibido, y por eso ésta condena. Usted me pregunta sobre Bustos, pero habiendo tomado ya partido. También usted se inclina a creer que soy a quien denuncian como perseguidor de ese  supuesto canario que escapó por la puerta abierta de una jaula. Esa jaula fue mi cerebro, señor. Un cerebro tan poderosamente perfecto que sopló e hizo la vida, o sea: también la puerta. ¡Claro que no deseé jamás que "eso" a lo que usted y otros llaman Alberto Carlos Bustos prescindiera de mi guía; y de "eso" ustedes son los responsables!. Fueron ustedes los que decidieron : "habla solo, piensa solo, siente solo, escribe, compone, actúa, pinta, adoquina, ama, investiga, toca, huele, escucha y sabe por sí mismo... ergo: es un genio, es un dotado, es un adelantado a su tiempo y es de carne y hueso y sangre". Ustedes, señores, los que, sin medir consecuencias, le otorgaron todo aquello que me pertenece. Ustedes, los que hicieron una cirugía delicada y separaron mi obra- no un libro, no un cuadro, no una partitura, sino la totalidad humana-, de mi persona y crearon un Frankenstein. No conformes con ello, ahora están diseñando la aureola de un mártir sobre su testa. ¡Un héroe cotidiano, Alberto Carlos Bustos...! ¡Faltaba más...! ¿Un “perseguido”, el simple soplo de esta fantasía mía que sufrió un trasplante equivocado. ¡Qué canallada! Pero, ¿ qué se puede esperar de la chusma? ¿Qué se puede esperar de la sarta de mediocres y cobardes que necesitan imperiosamente de alguien que traslade a la existencia lo que son incapaces de generar ellos mismos? Asumo que el destino de los genios siempre ha sido adverso en cada tiempo que los vio nacer y morir y que sólo la posteridad nos está reservada. Confío en ella; aunque los frutos del hoy... los frutos del hoy.... Vuelva otro día. Ahora necesito pensar. No. Mejor no vuelva más. No me resulta simpático usted, ahí, tomando notas... Tampoco vislumbro en su cara el menor atisbo de inteligencia. A distancia se nota que usted prefiere rastrear en el agua señales que indiquen que por allí pasó Bustos, ergo: una costilla de mi imaginación. ¡Váyase...! Los necios me saturan. ¡Imbéciles! ¡Enfermero! ¡Ayuda! ¡Este individuo me quiere violar! ¡Ayuda! ¡Socorro!...”-

 

(Sobre Pep Martell, según el periodista Juan Monge. Clínica Psiquiátrica Fortuna. Febrero. 1963. La Calle. Nª106

 

 

Estás enloqueciendo lentamente.

La muerte es ya más cerca.

Horas, días, meses, años, da lo mismo:

ya es presente, ya es ausencia de vos.

¿Qué espanto te hace muecas?

¿No sos lo que quisiste?

¿No hiciste lo que Dios dijo que hicieras?

De a partes te perdiste

en sueños, envidias y quimeras.

¿Acaso amaste más cuando pudiste?

¿Acaso menos en medio de la hoguera?

Quemándote los pies: ¿acaso maldecías

a quien te diera vida?

¿En qué pensabas cuando fingías sí,

sintiendo no?

No sé si es vocación, o esquizofrenia

del arte del tablón, o la miseria

de no saber quién sos.

Por eso la locura. Por eso la tristeza.

Por eso lo insondable.

Por eso esta tragedia de la espera quieta,

atormentada mueca amarga

-por el dolor de no existir-, de oreja a oreja.

¿Que la muerte te tenga compasión y no te lleve...?

¿Que faltan tantas cosas por hacer...?

¿Que con un tiempo más...?

¿Que la felicidad te espera...?

¿Dónde...?

Que si tal vez, un hijo...

¿Cuándo...?

Si una mujer pudiera...

¿Cómo...?

Si un amigo

Si yo...

Si vos...

Si Dios...

¿Hay alguien que me escuche...?

 

“¿Hay alguien que me escuche?” (A Pep Martell) de Alberto Carlos Bustos. Córdoba 1964.



Desde Madrid, décima entrega / texto y ficción (inéditos): Miguel Ángel Solá

Dibujo (ed. b&n, inédito, a sus 8 años): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos 

 

domingo, 10 de abril de 2022

Vida, obra, sexo y arte de Alberto Carlos Bustos, municipal y pájaro (novena entrega)

NOTA DEL AUTOR: De haber nacido en los albores del siglo pasado, habría tenido, cuando escribió esto, unos 90 años más o menos y algo así como ciento veinte hoy. Me refiero a que hay que ser muy optimista para pensar -a esa edad-, en reabrir su mercado de esperanzas. Pero: ¿qué podría ser Bustos sino una utopía que resuena en la cabeza de tantos con otros nombres y libres albedríos? En fin, cada uno es cada uno y cada cuál es cada cual. Y yo, podría hacerme el distraído y decir que "no estoy", que mientras hago esto no soy yo. Pero mi mano insiste en escribir sin tachaduras lo que la voz dicta y  me impide apartar la mirada del papel. Y, esa voz, cuando una palabra no le es clara a mi cerebro, se detiene y la repite, y yo respiro agradecido como si el don de inspiración me perteneciera. Parece leer mi pensamiento. Aún hoy, después de tantos años de obligarme a mi mismo a ignorarla…

Acaba de pedirme agregar un texto sobre la pérdida -texto del que no recuerda otra cosa que la palabra “recodo”-… Silencio... Hago un alto para dedicarme a mi existir, ya que en algún momento volverá con sus gritos y aspavientos y sus ¡eurekas!... ni mi sueño respeta. Ésta es mi vida. Ésta y lo que me callo. Les advierto que en la próxima entrega, quizás sea “recodo” la palabra dominante. O no. No puedo asegurar lo que no puedo asegurar. (12,07 de hoy, febrero 6, creo de 2022)

“Ojalá el frío no sea pavoroso en los frentes de batalla, las balas se desvíen, las bombas no exploten, el odio no mate, los niños, las mujeres, los ancianos y también los que dan y reciben órdenes se nieguen a morir y a matar y a sufrir. Y que los animales y las huertas sigan dando el alimento útil y esencial. Y que las enfermedades se evaporen, y las mutilaciones no lo sean. Ojalá la vida siga su curso y olvide y perdone la intromisión de esta nueva pesadilla. No crean que por un momento, transcribiendo algo ajeno y menor ante la barbarie, dejo de pensar que la vida puede más, porque es imprescindible que pueda más. Esto lo escribo yo, Miguel. No me lo dicta nadie. ¿O sí?...”

 

NOTA DEL AUTOR (Ya no me hago cargo del número, que los agregue Mr. Bean. ¡No. Ése idiota, no! Otro.): No me dejó llegar al baño. Mi intención era ducharme para que el amable lector (muy por sobre todo, la deseada lectora) no tuviera que soportar mi no aseo diario (que lleva casi 19 horas sin reanudar su rutina), pero nada, con Bustos no se puede escurrir uno de las veinticuatro por veinticuatro… “¡Anotá, anotá, ché!” ¿Recodo?, pregunto (hablando solo como todos los mayores que los ya mayores de edad... “¡No, no, pototín, algo que tiene que ver sobre lo que escribiste recién de la guerra, mi urbana antibélica”, a la que ustedes le cambiaron mi música original y para convertirla en parte de un musical para deprimidos!, ¿recuerdas, o te atacaron ya los siete jinetes del Apocalípsis?... Giménez, Righi, Luque, De la Peña, Grassano, hasta Guanella, creo; excepto vos que no entendés un pomo de música”… No saben cómo grita cuando grita, me agota la recarga timpánica. “Y hasta le agregaron una erre entre “parir” y “evoluciones” para hacerse los progres… ¡“Revoluciones” les quedó, ja já! ¡La única revolución, ya lo dijo el Kama-Sutra, es la de las posturitas, para cuerpos entrenados y las palabras que hacen vibrar el espíritu ,gil!” “¡Anotá, dale, que no muerde!...” Gracioso y refregón de incapacidades el muy jodido… “¡Vamos!, ¡vamos!...”. Insoportable, pero, el abducido, yo, va y agrega a la siguiente entrega, que ya era más suficiente con lo anterior, esta “urbana antibélica” por casi nadie conocida…

 

 Basta un vulgar indecente,

un psicópata homicida…

Basta esa bestia latiendo,

y el alma del sentimiento

se transforma en el cadáver

de lo que antes fuera vida

 

¡Viva la muerte del otro!

¡Que sufran...! ¡Que se hagan hombres...!

¡Que vacíen sus cabezas!

No se admite más idea

que acabar con lo que sea…

 

Basta un decreto, una orden,

un delirio de insensibles…

Basta ese dios que se esconde

tras la firma de rutina,

para matar a su antojo,

como si sobrara vida…

 

¡Viva la muerte del otro!

¡Vayan, maten y destruyan!

¡Subordinen y regresen!

Y si no vuelven, no importa…

sus despojos serán héroes

 

Yo no quiero ni una guerra,

ni una así de pequeñita…

No quiero sombras sin ojos,

sin palabras, sin orejas,

sin los brazos, sin las piernas,

sin los huesos, sin espermas,

sin sonrisas, sin cerebros,

sin amores, sin conciencias

 

¡Y a parir evoluciones,

sin que escape un solo tiro…!

¡Que ya sobran asesinos!

¡Que ya sobran asesinos!

 

“¡Que nadie se rinda!”. Letra y música de Alberto Carlos Bustos. Diciembre enero de 1938. Buenos Aires.               

 

NOTA DEL AUTOR: (Este capítulo no termina más): * 1982 * Rumores de guerra dejan oírse -pese al supuesto "secreto de estado" que manejan los encaramados al poder por la fuerza bruta-, y la República hermana de Chile y Argentina, armadas hasta los dientes, van a dirimir -en el campo de batalla que han convertido a sus atormentados pueblos- sus incapacidades, su bestialidad congénita, su cada vez más atroz "modo de ser". Sangre. Sangre desparramada. Un torrente de sangre que, fuera de contexto, será alimento de viejos odios y nuevas sinrazones. El horror se avecina. Bustos, en algún lugar de la Patagonia, escribe.

 

Texto/ficción (novena entrega inédita), desde Madrid: Miguel Ángel Solá

Dibujo (inédito, a sus seis años): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos