domingo, 10 de abril de 2022

Vida, obra, sexo y arte de Alberto Carlos Bustos, municipal y pájaro (novena entrega)

NOTA DEL AUTOR: De haber nacido en los albores del siglo pasado, habría tenido, cuando escribió esto, unos 90 años más o menos y algo así como ciento veinte hoy. Me refiero a que hay que ser muy optimista para pensar -a esa edad-, en reabrir su mercado de esperanzas. Pero: ¿qué podría ser Bustos sino una utopía que resuena en la cabeza de tantos con otros nombres y libres albedríos? En fin, cada uno es cada uno y cada cuál es cada cual. Y yo, podría hacerme el distraído y decir que "no estoy", que mientras hago esto no soy yo. Pero mi mano insiste en escribir sin tachaduras lo que la voz dicta y  me impide apartar la mirada del papel. Y, esa voz, cuando una palabra no le es clara a mi cerebro, se detiene y la repite, y yo respiro agradecido como si el don de inspiración me perteneciera. Parece leer mi pensamiento. Aún hoy, después de tantos años de obligarme a mi mismo a ignorarla…

Acaba de pedirme agregar un texto sobre la pérdida -texto del que no recuerda otra cosa que la palabra “recodo”-… Silencio... Hago un alto para dedicarme a mi existir, ya que en algún momento volverá con sus gritos y aspavientos y sus ¡eurekas!... ni mi sueño respeta. Ésta es mi vida. Ésta y lo que me callo. Les advierto que en la próxima entrega, quizás sea “recodo” la palabra dominante. O no. No puedo asegurar lo que no puedo asegurar. (12,07 de hoy, febrero 6, creo de 2022)

“Ojalá el frío no sea pavoroso en los frentes de batalla, las balas se desvíen, las bombas no exploten, el odio no mate, los niños, las mujeres, los ancianos y también los que dan y reciben órdenes se nieguen a morir y a matar y a sufrir. Y que los animales y las huertas sigan dando el alimento útil y esencial. Y que las enfermedades se evaporen, y las mutilaciones no lo sean. Ojalá la vida siga su curso y olvide y perdone la intromisión de esta nueva pesadilla. No crean que por un momento, transcribiendo algo ajeno y menor ante la barbarie, dejo de pensar que la vida puede más, porque es imprescindible que pueda más. Esto lo escribo yo, Miguel. No me lo dicta nadie. ¿O sí?...”

 

NOTA DEL AUTOR (Ya no me hago cargo del número, que los agregue Mr. Bean. ¡No. Ése idiota, no! Otro.): No me dejó llegar al baño. Mi intención era ducharme para que el amable lector (muy por sobre todo, la deseada lectora) no tuviera que soportar mi no aseo diario (que lleva casi 19 horas sin reanudar su rutina), pero nada, con Bustos no se puede escurrir uno de las veinticuatro por veinticuatro… “¡Anotá, anotá, ché!” ¿Recodo?, pregunto (hablando solo como todos los mayores que los ya mayores de edad... “¡No, no, pototín, algo que tiene que ver sobre lo que escribiste recién de la guerra, mi urbana antibélica”, a la que ustedes le cambiaron mi música original y para convertirla en parte de un musical para deprimidos!, ¿recuerdas, o te atacaron ya los siete jinetes del Apocalípsis?... Giménez, Righi, Luque, De la Peña, Grassano, hasta Guanella, creo; excepto vos que no entendés un pomo de música”… No saben cómo grita cuando grita, me agota la recarga timpánica. “Y hasta le agregaron una erre entre “parir” y “evoluciones” para hacerse los progres… ¡“Revoluciones” les quedó, ja já! ¡La única revolución, ya lo dijo el Kama-Sutra, es la de las posturitas, para cuerpos entrenados y las palabras que hacen vibrar el espíritu ,gil!” “¡Anotá, dale, que no muerde!...” Gracioso y refregón de incapacidades el muy jodido… “¡Vamos!, ¡vamos!...”. Insoportable, pero, el abducido, yo, va y agrega a la siguiente entrega, que ya era más suficiente con lo anterior, esta “urbana antibélica” por casi nadie conocida…

 

 Basta un vulgar indecente,

un psicópata homicida…

Basta esa bestia latiendo,

y el alma del sentimiento

se transforma en el cadáver

de lo que antes fuera vida

 

¡Viva la muerte del otro!

¡Que sufran...! ¡Que se hagan hombres...!

¡Que vacíen sus cabezas!

No se admite más idea

que acabar con lo que sea…

 

Basta un decreto, una orden,

un delirio de insensibles…

Basta ese dios que se esconde

tras la firma de rutina,

para matar a su antojo,

como si sobrara vida…

 

¡Viva la muerte del otro!

¡Vayan, maten y destruyan!

¡Subordinen y regresen!

Y si no vuelven, no importa…

sus despojos serán héroes

 

Yo no quiero ni una guerra,

ni una así de pequeñita…

No quiero sombras sin ojos,

sin palabras, sin orejas,

sin los brazos, sin las piernas,

sin los huesos, sin espermas,

sin sonrisas, sin cerebros,

sin amores, sin conciencias

 

¡Y a parir evoluciones,

sin que escape un solo tiro…!

¡Que ya sobran asesinos!

¡Que ya sobran asesinos!

 

“¡Que nadie se rinda!”. Letra y música de Alberto Carlos Bustos. Diciembre enero de 1938. Buenos Aires.               

 

NOTA DEL AUTOR: (Este capítulo no termina más): * 1982 * Rumores de guerra dejan oírse -pese al supuesto "secreto de estado" que manejan los encaramados al poder por la fuerza bruta-, y la República hermana de Chile y Argentina, armadas hasta los dientes, van a dirimir -en el campo de batalla que han convertido a sus atormentados pueblos- sus incapacidades, su bestialidad congénita, su cada vez más atroz "modo de ser". Sangre. Sangre desparramada. Un torrente de sangre que, fuera de contexto, será alimento de viejos odios y nuevas sinrazones. El horror se avecina. Bustos, en algún lugar de la Patagonia, escribe.

 

Texto/ficción (novena entrega inédita), desde Madrid: Miguel Ángel Solá

Dibujo (inédito, a sus seis años): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos