NOTA DEL
AUTOR: De haber nacido en los albores del siglo
pasado, habría tenido, cuando escribió esto, unos 90 años más o menos y algo
así como ciento veinte hoy. Me refiero a que hay que ser muy optimista para
pensar -a esa edad-, en reabrir su mercado de esperanzas. Pero: ¿qué podría ser
Bustos sino una utopía que resuena en la cabeza de tantos con otros nombres y
libres albedríos? En fin, cada uno es cada uno y cada cuál es cada cual. Y yo,
podría hacerme el distraído y decir que "no estoy", que mientras hago
esto no soy yo. Pero mi mano insiste en escribir sin tachaduras lo que la voz
dicta y me impide apartar la mirada del papel. Y, esa voz, cuando una
palabra no le es clara a mi cerebro, se detiene y la repite, y yo respiro
agradecido como si el don de inspiración me perteneciera. Parece leer mi
pensamiento. Aún hoy, después de tantos años de obligarme a mi mismo a ignorarla…
Acaba de
pedirme agregar un texto sobre la pérdida -texto del que no recuerda otra cosa
que la palabra “recodo”-… Silencio... Hago un alto para dedicarme a mi existir,
ya que en algún momento volverá con sus gritos y aspavientos y sus ¡eurekas!...
ni mi sueño respeta. Ésta es mi vida. Ésta y lo que me callo. Les advierto que
en la próxima entrega, quizás sea “recodo” la palabra dominante. O no. No puedo
asegurar lo que no puedo asegurar. (12,07 de hoy, febrero 6, creo de
2022)
“Ojalá el
frío no sea pavoroso en los frentes de batalla, las balas se desvíen, las
bombas no exploten, el odio no mate, los niños, las mujeres, los ancianos y
también los que dan y reciben órdenes se nieguen a morir y a matar y a sufrir.
Y que los animales y las huertas sigan dando el alimento útil y esencial. Y que
las enfermedades se evaporen, y las mutilaciones no lo sean. Ojalá la vida siga
su curso y olvide y perdone la intromisión de esta nueva pesadilla. No crean
que por un momento, transcribiendo algo ajeno y menor ante la barbarie, dejo de
pensar que la vida puede más, porque es imprescindible que pueda más. Esto lo
escribo yo, Miguel. No me lo dicta nadie. ¿O sí?...”
NOTA DEL AUTOR (Ya no me hago cargo del número, que
los agregue Mr. Bean. ¡No. Ése idiota, no! Otro.): No me dejó llegar al baño.
Mi intención era ducharme para que el amable lector (muy por sobre todo, la
deseada lectora) no tuviera que soportar mi no aseo diario (que lleva casi 19
horas sin reanudar su rutina), pero nada, con Bustos no se puede escurrir uno
de las veinticuatro por veinticuatro… “¡Anotá, anotá, ché!” ¿Recodo?, pregunto
(hablando solo como todos los mayores que los ya mayores de edad... “¡No, no,
pototín, algo que tiene que ver sobre lo que escribiste recién de la guerra, mi
urbana antibélica”, a la que ustedes le cambiaron mi música original y para
convertirla en parte de un musical para deprimidos!, ¿recuerdas, o te atacaron
ya los siete jinetes del Apocalípsis?... Giménez, Righi, Luque, De la Peña,
Grassano, hasta Guanella, creo; excepto vos que no entendés un pomo de música”…
No saben cómo grita cuando grita, me agota la recarga timpánica. “Y hasta le
agregaron una erre entre “parir” y “evoluciones” para hacerse los progres…
¡“Revoluciones” les quedó, ja já! ¡La única revolución, ya lo dijo el
Kama-Sutra, es la de las posturitas, para cuerpos entrenados y las palabras que
hacen vibrar el espíritu ,gil!” “¡Anotá, dale, que no muerde!...” Gracioso y
refregón de incapacidades el muy jodido… “¡Vamos!, ¡vamos!...”. Insoportable,
pero, el abducido, yo, va y agrega a la siguiente entrega, que ya era más
suficiente con lo anterior, esta “urbana antibélica” por casi nadie conocida…
Basta un
vulgar indecente,
un psicópata
homicida…
Basta esa
bestia latiendo,
y el alma del
sentimiento
se transforma
en el cadáver
de lo que
antes fuera vida
¡Viva la
muerte del otro!
¡Que
sufran...! ¡Que se hagan hombres...!
¡Que vacíen
sus cabezas!
No se admite
más idea
que acabar
con lo que sea…
Basta un
decreto, una orden,
un delirio de
insensibles…
Basta ese
dios que se esconde
tras la firma
de rutina,
para matar a
su antojo,
como si
sobrara vida…
¡Viva la
muerte del otro!
¡Vayan, maten
y destruyan!
¡Subordinen y
regresen!
Y si no
vuelven, no importa…
sus despojos
serán héroes
Yo no quiero
ni una guerra,
ni una así de
pequeñita…
No quiero
sombras sin ojos,
sin palabras,
sin orejas,
sin los
brazos, sin las piernas,
sin los
huesos, sin espermas,
sin sonrisas,
sin cerebros,
sin amores,
sin conciencias
¡Y a parir
evoluciones,
sin que
escape un solo tiro…!
¡Que ya
sobran asesinos!
¡Que ya
sobran asesinos!
“¡Que nadie
se rinda!”. Letra y música de Alberto Carlos Bustos.
Diciembre enero de 1938. Buenos
Aires.
NOTA DEL AUTOR: (Este capítulo no termina más): * 1982 * Rumores
de guerra dejan oírse -pese al supuesto "secreto de estado" que
manejan los encaramados al poder por la fuerza bruta-, y la República hermana
de Chile y Argentina, armadas hasta los dientes, van a dirimir -en el campo de
batalla que han convertido a sus atormentados pueblos- sus incapacidades, su
bestialidad congénita, su cada vez más atroz "modo de ser". Sangre.
Sangre desparramada. Un torrente de sangre que, fuera de contexto, será
alimento de viejos odios y nuevas sinrazones. El horror se avecina. Bustos, en
algún lugar de la Patagonia, escribe.
Texto/ficción (novena entrega inédita), desde Madrid: Miguel Ángel Solá
Dibujo (inédito, a sus seis años): Nicolás García
Sáez
Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes
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