jueves, 28 de abril de 2022

Máscaras áureas y el disfraz en la piel (2)

-¡Degolladlos!

El pánico se apoderó de mí, sin fuerza en las piernas, con las heridas en mi cuerpo y mi familia a su merced. Corrí tan rápido como pude hacia la puerta de atrás. Mi cuerpo se movía solo, mi mente estaba en blanco, yo quería irme de allí. Salí de la casa.

No muy lejos, había un hombre esperándome, tenía la misma armadura y los mismos cuernos que el que enfrentó a mi padre, pero era mucho más pequeño, el rostro detrás de su yelmo, probablemente, tenía mi edad. Estaba a punto de dormirse.

Me detuve por un momento. En la oscuridad, me di cuenta que estaba dentro del corral de las gallinas y entonces seguí corriendo. Escuché los gritos de las aves mientras él se esforzaba por salir a perseguirme. Apenas entraba en los callejones, entre las casas, cubiertos de inmundicia, mis pasos se hundían en el barro. Podía escuchar la armadura del hombre persiguiéndome, las placas raspando sobre  las paredes. Un escalofrío me recorrió la espalda, como si un par de manos frías me la rasgaran. Estaba detrás de mí, tenía que estarlo, me iba a alcanzar, pero no podía mirar hacia atrás, yo solo podía avanzar clavando las uñas entre los ladrillos de piedra, impulsándome hacia la luz. Algo me hizo trastabillar.

-¡Vení acá escoria!

Su voz se escuchaba apenas unos pasos detrás, di la vuelta y vi descender el reflejo plateado de su sable. Traté de cubrirme y retroceder al mismo tiempo. Me resbalé, me cortó los brazos y caí. Él no se detuvo con un corte, empezó a agitar su espada como si fuera una rama, un golpe muy fuerte pasó justo entre mis pies mientras me arrastraba lejos de él.

-¡Mierda!

Se quedó atorado entre las dos paredes del callejón. Aproveché, mientras él se acomodaba, para pararme y volver a correr. La calle hacia donde daba el callejón era una gran avenida de adoquines desgastados, había mucho tráfico, centenares de familias del Segundo Distrito transitaban en busca de la mejor comida que pudiera ofrecerse en el festival. Traté, pero no podía correr, solo caminar tan rápido como me permitían las piernas, mis pies cubiertos de mugre dejaban atrás un montón de huellas. Las damas gritaban al mirarme y se alejaban de mí como si tuviera la peste. Luego escuché otra conmoción. Entre los vestidos de mil colores y los sombreros con plumas, se acercaban unos cuernos dorados, agitándose, de lado a lado, buscando. Sin poder tomar aire, seguí corriendo.

 (continuará)

 

Texto(inédito) Mateo Roberto

Ilustración (inédita) Irupé Roch

Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos