domingo, 30 de junio de 2019

DOBLE O NADA: EL VALOR DE UNA APUESTA // Crónica de los encuentros con Miguel Ángel Solá



Clásica & Moderno
El ascensor antiguo abre sus puertas antiguas para que yo pueda ingresar a una escenografía antigua en donde se escucha música antigua. El aroma del café recién hecho es muy tentador. Me gusta estar ahí, esperando unos minutos para ingresar a una de las salas del teatro Regina, uno de esos ámbitos que mantienen al pasado en su sitio, o, mejor dicho, en armonía con el presente. La gente charla, wasapea, toma fotos. Una vez dentro de la sala me siento en una butaca antigua mientras se escucha (el sonidista es bueno) la voz de un hombre que imita a la de un locutor, o viceversa. Primero nos pide -en modo automático y amable- que apaguemos los celulares. La segunda vez se nota en la solicitud el ápice de un epigrama y un buen dominio de “lo tecnológico”.  La tercera vez la ironía de la voz es evidente. La cuarta solicitud de desconexión total de los aparatitos pertinentes, que nunca llega a ser conminatoria, ya adopta, sin ningún velo sutil, el tono de comedia. El público festeja. Sala llena. Vamos bien.
En escena
Luego de esta suerte de “sainete” inicial y elegante, el tono azulado que desprende la escenografía de esta obra, “Doble o nada”, concluye ese efecto de temporalidad ambigua para situarnos, o al menos situarme, en la ficción que incita a adentrarse en otro mundo: el actual. En medio del silencio, y aún con el escenario vacío, me siento halagado con la invitación hecha por el  protagonista, uno de los mejores actores argentinos de todos los tiempos que a principios de septiembre vuelve (¿definitivamente?) a Madrid, en gran parte para aprovechar el tiempo junto a sus hijas (dos de las tres que tiene viven allí) y en parte por el trabajo (poco) que le han ofrecido durante los cinco largos años que lleva desde que volvió al país. Miguel Angel Solá, Verde Honorario, aparece en escena junto a su  compañera, la actriz y psicóloga española Paula Cancio. Mi atención es absoluta. Los escucho, los observo, pero sobre todo lo escucho y lo observo. Luego de diez o quince minutos mi hipotálamo dispara su primer interrogante: ¿pero cómo puede ser posible? A la media hora mi hipotálamo sigue en la misma sintonía con la pregunta anterior. Al finalizar la obra, mientras aplaudo de pie, continúo absolutamente perplejo: no termino de entender como dejamos por enésima vez que se nos vaya a vivir al extranjero semejante actorazo. La Argentinidad al palo.

Doble o Nada 
En el último piso de una torre corporativa el director de un diario influyente debe dejar su puesto (a raíz de una enfermedad que tiene entre el cerebro y el corazón, y que cada vez duele más) en manos de su subdirectora (el personaje de Cancio) o su subdirector, un tal Renato Beteta, que nunca aparece en escena,  pero que los dos primeros se encargan de corporizar (también a la secretaria Marlene y al consejo directivo del diario) todo el tiempo por medio de las menciones hacia él. ¿Quién ganará?, ¿predominará allí la capacidad?, ¿la experiencia? Tal vez la pugna sea dominada por la trampa, la mentira, la perspicacia o el sexo. Atenti al público que se escandaliza y/o se ruboriza con palabras como “culo”. Los vituperios...no es que abunden, están muy bien utilizados y distribuídos como chispas eficaces a lo largo de un texto actuado que fluye encendido, orgánico y por momentos (me dirá luego Solá) improvisado. Improvisaciones que fomenta el propio Quique Quintanilla (director de la obra) y que navegan junto a la sorprendente interpretación del dúo, un relojito suizo que se admira, se atrae, se aleja, se planta y se tantea, que bromea con la diferencia de edad, que levanta la voz y la baja hasta el susurro. Un tándem que trae lo mejor de ambos lados del charco y que parece a punto de explotar a cada instante. El lenguaje, la dicción, también son protagonistas. El champagne que beben en escena es de verdad. El director del diario se tambalea cínico y beodo y muy creiblemente, pero el actor apenas moja sus labios con la bebida burbujeante (y eso también me lo confesará más tarde el protagonista mientras yo, ahí mismo, sentado en la butaca antigua, me vuelvo a preguntar: ¿cómo puede ser?)
¿Habrá alguien que todavía piense en las buenas intenciones de esas multinacionales parasitarias, traficantes del dolor ajeno, a las que también se las conoce como grandes medios de “comunicación”? ¿Habrá alguien que aún crea en la veracidad de lo que “informan” o “muestran”?  ¿Existirán aún esas manadas enceguecidas siguiendo a un supuesto Faro, Honesto, Iluminado, Generoso y Altruista, transmitiendo su sanata por medio de un montón de hojas efímeras, mal impresas y de pésima calidad que asoman ansiosas antes del alba? De esto sí se habla, se subraya, o se merodea, de repente se va al hueso hasta que explota y se atomiza entre el público, atento, receptivo. Un@ puede dominar magistralmente el arte de la hipocresía, fumarse lo infumable, aguantar toda una vida con sonrisas y palabras más falsas que una moneda de tres pesos. También puede hacer acopio de mucho capital jugando al jueguito del poder (en algunos lados lo leí con pé mayúscula). Pero el veneno de esa traición a l@s demás por un minuto de fama y, lo más triste, a un@ mismo, más temprano que tarde termina pasando una factura demasiado grande e inevitable.
La obra y las interpretaciones,  que vienen ganando premios por doquier, son extraordinarias, se las mire por donde se las mire, se las lea por donde se las lea, y se las escuche por donde se las escuche. Queda muy poco tiempo para ir a presenciarla y es muy probable que sea la última oportunidad para ver, escuchar y sentir actuar a Miguel Ángel Solá sobre algún escenario argentino.

Por todos lados
Más tarde googleo algunas dudas que tengo (fechas, premios) acerca de su curriculum descomunal. Puedo estar siete u ocho reencarnaciones buscando, leyendo, interpretando información sobre él. Impresiona todo lo que ha laburado, dónde y con quienes, los premios que ha ganado, en suelo patrio, en España, por todos lados. No voy a narrar y enumerar su trayectoria aquí, está en la web, y es alucinante. Una de las cosas que comienzan a gustarme, y mucho, de Miguel Ángel Solá es que el tipo no transa. Con él es corta la bocha. Para él las cosas, las cuestiones, los conceptos, los vínculos son o no son Nobles, tienen o no tienen Códigos. Si, cómo en los viejos tiempos, y ahí está el hombre para recordárselo a quien quiera escucharlo. Aunque pierda...siempre va a salir ganando.

Café
Envía abrazos, emoticones por wasap, agradece, me dice que está actuando en una nueva película; su prosa correcta, humilde y amable parece la del  que recién comienza en todo y no la de alguien que ya fue y volvió varias veces y que está por pegar, otra vez, la vuelta. Al otro día nos encontramos a las nueve y media de la mañana en la cafetería que hay en la esquina de Larrea y Juncal. Al principio se planta chúcaro y cada cosa que yo digo pasa por cierto filtro antes de obtener su respuesta. Toda la clientela observa mientras se hace la que no observa. Me parece un momento muy interesante. Luego, de a poco, me irá contando - con su leve acento madrileño- sus desacuerdos con un sector de la industria cultural, con este gobierno, de como el miedo se instala en el cuerpo y de la disciplina espartana y necesaria que hay que llevar a cabo para rechazarlo, me cuenta la infinidad de amenazas que ha recibido por emitir sus opiniones. Lo escucho hablar y es evidente que ama a la Argentina, y que le duele irse otra vez. Entre idas y vueltas contabiliza diecinueve mudanzas. Me conmueve cuando lo escucho decir que acá tuvo la oportunidad de creer y crecer, de formar una familia, un grupo de amigos. Cuando me dice que viaja en subte y en colectivo, que cria a su hija, que cocina, barre, limpia y luego sigue trabajando como actor. “Todo lo he dejado en este país. He construído en momentos jodidísimos. No me hice millonario, nunca hice una publicidad en televisión, nunca fui a los boliches a filmar cualquier cosa, ni a alimentar la droga y el alcohol. Nunca tuve sponsor. A los 26 años ya me habían declarado el mejor actor argentino. A los 46 años recién pude comprar mi primera casa, enseguida vinieron las amenazas, que la incluían a mi hija, y entonces me tuve que ir”, me dice con una voz profunda e infinita. Tengo ganas de abrazarlo. Mientras revuelve el café me cuenta la sorpresa que se llevó cuando fue con “Doble o nada” a Montevideo y a Santiago de Chile,  allá también lo conocen, allá también lo apaludieron de pie. Me habla de una de sus últimas pelis “El último traje”, que ganó casi todos los premios (22) en los 23 festivales donde se presentó:  Israel, China, España, Alemania, Polonia, Francia, Estados Unidos...mejor actor, mejor película, premio del público...pero, oh, acá no le dieron ni cinco de bola. Y yo sigo preguntándome como puede ser. Y Miguel Ángel Solá tampoco encuentra una explicación, más allá de lo que decidan algunas plataformas publicitarias. La Argentinidad al palo otra vez. “Yo tengo que hacer todos los días una reconstrucción mía, soy como un pan recién horneado, hago este trabajo consciente de que eso es lo que la gente se merece, me importa mucho la calidad del ser humano”. Le creo. Dentro de su idéntica fisonomía (excepto la ropa: del traje de director cínico de un pasquín masivo en “Doble o nada” al atuendo relajado que observo ahora, y que incluye bufanda) y luego de estas horas inolvidables compartidas entre varios cafés y medialunas, me parecerá completamente distinto al que acabo de ver y escuchar el domingo en el teatro, algo, por cierto, que reafirma su talento como actor y, claro, como individuo. No tiene tele en su casa, cuando quiere verla se va a algún bar, pero tampoco es que le guste demasiado lo que ve. Volvemos a estar de acuerdo. Puedo escribir un libro con las cuatro horas que acabo de pasar con Solá, algún dia tal vez lo haga. No tiene pelos en la lengua. Dice lo que piensa con una convicción admirable, se expone, ya está de vuelta. Me ha hablado con infinito amor de sus hijas, de su compañera, de su familia, de sus amigos, de la Argentina. Ha perdido su mirada para encontrar la palabra adecuada, comunicármela. Me ha mostrado fotos que atesora en su celular. Nos hemos reído mucho. Ha entonado el Nam-myoho-renge-kyo  para que yo lo comparta con mi familia y mis amigos budistas. He escrito lo que dijo, lo he filmado y fotografiado. Por una cuestión de espacio espero que alcance con compartir algunas perlas que acuden a mi memoria, y que comienzo a plantar y a regar entre mis recuerdos recientes mientras las transcribo aquí: “A la buena fé le falta organización”. “Con solo huir de la mediocridad ya estás a salvo”. “Diez algos que la gente se comprometa a cumplir salvarían a la sociedad entera, salvarían al mundo”.

Brócoli
Salimos del café, caminamos. Me vuelve a hablar de la primera casa que se compró, en Parque Centenario. Me habla del amor. Entramos a una verdulería. Se pasea por allí tal como un niño lo haría en Disneylandia. Compra brócoli, coliflor, manzanas y tomates. Mientras paga le comento una de mis recetas para el brócoli (con huevo duro, papa, batata, aceite de oliva y sal marina) me dice que la va a probar. Caminamos algunas cuadras, me siento muy observado por l@s transeúntes, pero toda esa inmensa atención está puesta en él. Se nota que está acostumbrado.Ya estamos por llegar a la entrada del edificio en el que está viviendo, lo espera su hija de cinco años. Me da pena despedirme, me da pena que se vaya a vivir a Europa, pero es su elección y es la mejor que encontró. Antes de irse no me dice amigo, me dice hermano. Nos abrazamos. Camino una cuadra, dos, el sol que ya ha despedido hace rato al mediodía pega fuerte, pero también es suave y luminoso. Sonrío, y ya lo estoy extrañando. Me honra mucho tener un hermano así.

                                                                                                                Nicolás García Sáez
El dSe irector de un importante Semedio de comunicación debe dejar su puesto en manos de uno de sus dos sub-directores. Uno es mujer; varón el otro. ¿

domingo, 23 de junio de 2019

LA NUEVA DAMA DEL JAZZ // Reportaje a Inés Estevez



  Inés Estevez, Verde Honoraria, la está rompiendo otra vez. Tomemos aquí como punto de partida el  primero de junio de 2017, momento en el que la multipremiada actriz de cine, teatro y tv debuta oficialmente como cantante solista.  Uno se pone a pispear un poco que pasó entre aquel allí y éste ahora...y hay algo que remite a vendaval, o al eco de un nuevo vendaval,  no el que amaina hasta torrarse en su sosiego , sino el que despega y cobra fuerza en todo su esplendor. Un vendaval amable y la mar de simpático que va cumpliendo sueños entre esos giros deseados desde la infancia,  arrasando también, y de paso, con cualquier pesimismo o mal augurio que se plante taimado en el camino.

   La Real Academia Española (que ya de real va teniendo poco y nada, la que linkea a esa misma realeza demodé que promueve un discreto y reparador perfil bajo más ubicado a estos tiempos posmodernos) define a la intensidad como: “el grado de fuerza con que se manifiesta un agente natural, una magnitud física, una cualidad, una expresión, etcétera”. Volvamos ahora a aquella “Nave de los locos”, no la del Bosco, sino la de Laura Montero (el personaje de Estevez en la premonitoria película dirigida por Ricardo Wullicher en 1995) allí, uno se detiene y escucha su dicción excelsa frente (o de espaldas, según la toma del camarógrafo) al estrado (enfrentando a los blancos malvados, sin escrúpulos, mientras defiende a los mapuches) y entiende que hay un recorrido natural hacia esa voz que hoy canta y cuenta historias que fueron cantadas y contadas por otras grandes voces. Así las cosas, y desde el 2017 hasta la fecha, la nueva dama del jazz da cien shows en poco más de un año,  hace la temporada en Carlos Paz, estrena un personaje misterioso y osado en Nétflix, dicta cursos y seminarios intensivos de formación actoral, estrena miniserie con Polka y Julio Chavez en la tele, actúa en dos películas, sale en las tapas de las revistas, va a las radios a promocionar sus shows, sale ilesa pero muy conmovida de un asalto cometido por dos nenes pre acné, le contesta a peces gordos (muy gordos) que la increpan por sus opiniones sobre terrorismo en el programa de Legrand, le contesta también a la muchachada virulenta del pañuelito azul ("Encuentro un placer inenarrable en responder con respeto a la gente agresiva. Me da un poder infinito: El dominio de mí misma. Amo", dice la cantante), difunde las maniobras siniestras y las secuelas que trae consumir los transgénicos de Monsanto y sus secuaces, junta firmas (change.org) contra los recortes económicos que Macri hace en el área de gente con discapacidad (y mientras un niño autista publica su primer libro de cuentos) filma de lunes a viernes una tira diaria en la tv, de próximo estreno, atraviesa recientemente un combo pre invierno de neumonía + gripe A (“Me acaba de pasar un Scania por arriba”, aporta), apela a la resiliencia para volver con más ímpetu al ruedo y, sobre todas las cosas, se dedica a criar amorosamente a sus dos hijas, las hermanitas adoptadas Alma y Vida.

   Pero volvamos al primero de junio del 2017: Teatro Sony de Buenos Aires. Sala llena. La voz, los instrumentos, la música, una burbuja que se expande y explota sutilmente. La Magia. Los aplausos. Primer Golazo. Luego, claro, ¿por qué no? Más fechas, más shows, más gente que se va enterando que la protagonista de “La Nave de los Locos” prefiere dejar descansando su segundo Cóndor de Plata para nadar como un pez radiante en las aguas aterciopeladas del jazz, y del swing,  el bolero, la bossa…y entonces canta en la Usina del Arte de La Boca, en el teatro Roma de Avellaneda, en el auditorio de Belgrano, canta con su banda (piano, baterìa y contrabajo)  en el hermético Festival de Jazz de Buenos Aires, en el Tigre, en Rosario, en Chivilcoy, en Mar del Plata, se va de gira a Uruguay, vuelve y nace Nude su primer disco grabado en vivo en el ND ateneo junto a dieciséis músicos de primera línea nacional, que acaba de competir en los premios Gardel, y que festejará el sábado 29 de junio en el Teatro Metro de La Plata, y el sábado 13 de julio en Thelonious (el mítico reducto jazzero del primer pisito que daba a la ruinosa esquina de Salguero y Guemes, y que ahora se mudó a la calle Nicaragua) los dos años como solista y los cien años que hubiese cumplido su padre el pasado 18 de mayo.

¿Còmo fue la grabación en vivo de tu disco “Nude”?

Inés: Fue algo muy insólito. Iniciativa de Julieta Albistur, del ND. Ella me llamó ni bien me lancé como solista y a mi me parecía imposible llenar un teatro de 600 localidades cuando aún no habia iniciado siquiera mi camino. Había cantado allí en formato dúo, pero ahora todo recaería solo en mí. Los músicos sugirieron sumar cuerdas y vientos, luego llamé a algunos invitados solistas, guitarra, washboard, armónica, y a Carlos Casella para que me acompañe cantando en un par de temas. Allí Julieta me sugiere grabarlo en vivo. Fue un camino sin retorno. Llamé a Tatu Estela y todo lo produje y llevé adelante sola. Una locura.

Los dos primeros temas con los que arrancás siempre tus shows los cantabas de niña junto a tu padre. ¿De qué hablan esas canciones y como fueron evolucionando en vos y a tu alrededor con el correr del tiempo?

Inès: Sobre todo el primero. Hay muchos temas que cantaba con mi padre, de hecho me voy acordando de a poco de otros que vamos incorporando al repertorio. “Learning the blues” es un tema que sonaba en mi casa, cantado por Ella Fitzgerald. Hicimos una versión lo suficientemente cadenciosa como para iniciar el show sin demasiados sobresaltos vocales, eso me dio seguridad y se convirtió en un clásico para abrir los conciertos. Ahora lo tocamos en tempo de swing. La letra es la típica de los standard, tiene algo de amor, algo de soledad, algo de bohemia. Habla de un salón de jazz vacío, las mesas ya sin gente, la zona de baile desierta, y una persona que en el fin de fiesta se percibe extrañando al ser amado, con imágenes como "solo estás ardiendo en una antorcha que no podés perder". Y entonces es cuando aprendés el blues, el sentido de ese género. Es maravilloso que se le llame “blues” a un género, en referencia al significado de la palabra blue (tristeza), o soul (alma), o swing (hamacarse). Eso también lo tiene el jazz, poético y conciso.

Cuando estás cantando, y durante los breves intervalos que hay entre canción y canción también estás interpretando y contando alguna historia. Al ser actriz y directora de teatro, y habiendo publicado dos novelas…¿cómo te llevás ahí, y en esos momentos, naturalizando esos ingredientes con los que no cuenta alguien que solamente se dedica a la música, a la actuaciòn, o a la literatura?

Inés: La verdad es que tuve que descubrirme como cantante, y más aún, la intriga residía en cómo iba a ser yo conduciendo un show. Descubrí que, contrario a mi oficio como actriz, en el cual tenés el tamiz de la ficción, cantando recurro a la versión mas descarnada y simple de mí misma. Soy yo, Inés, y me conduzco como lo haría en el living de mi casa, entre amigos. Eso me acerca mucho a la gente. Les quita solemnidad y permite que se produzca un clima intimista y cómodo.

 Cantás en castellano, en inglès, en portugués, en francés…¿en alguno de esos idiomas las imágenes sonoras son más vívidas mientras se va desarrollando la canción?

Inés: Me falta el italiano, je. Cada idioma tiene su sonoridad. Lo que vuelve cada canción fluída es la melodía, más que el idioma. Y por eso mismo hacemos mix de versiones: una bossa en francés, un standard en inglés y en tempo de bossa, un blues de Robben Ford a velocidad crucero, o un standard típicamente lento virado al swing. Es lo más lindo para mí, versionar y encontrarle una forma única a los temas.

¿Percibís alguna diferencia entre el público que asistía y asiste a tus representaciones teatrales y el que acude a escucharte (y verte) ahora?

Inés: No sé si es un público tan diferente. Se empieza a acercar gente que usualmente no consumía jazz y que ahora lo disfruta, gente que acudió porque me seguía desde mi rol de actriz. Y también hay gente de la música y amantes del jazz que me sumaron generosamente a su lista de favoritos, y eso me llena de satisfacción.

 Te definen como una cantante que tuvo una reveladora trayectoria inicial y un infinito futuro por delante. ¿Hay alguna canción que te gustaría interpretar , y que nunca cantaste, en algún futuro cercano?

Inés:  Quienes idearon la gacetilla definieron el asunto de ese modo. Ojalá tenga un futuro infinito. No tengo objetivos tan exactos, cuando se me ocurre un tema nuevo lo comparto con el trío, lo probamos, le damos forma y lo estrenamos. Hemos incorporado temas en una prueba de sonido previa a un show, temas en los que coincidíamos, que todos sabíamos, y de pronto un poco jugando empezaban a sonar y se plasmaban. No sé aún hacia donde me dirijo. Estoy buscando el rumbo sobre la marcha. Creo que, al igual que me pasó con la música, las cosas me encuentran a mí, y no al revés.


                                                                                                        Nicolás García Sáez



lunes, 17 de junio de 2019

Dos funciones más



No digas que no te avisamos. Quedan dos funciones para ver, escuchar, sentir, admirar, aprender de esta maravillosa Obra -y sus interpretaciones magistrales- que tiene, además, esa yapita de sabor intenso a Martín Fierro con varias copas de grapa encima, que tiene también ese color  tan Segundo Sombra apenas comienza su imaginario viaje de pepa, que tiene ese rumor sin rubor al Fausto que no es del masoquista y siempre tan oscuro Goethe, sino de aquel Talento que fue Estanislao del Campo. La Voluntad, protagonizada por nuestra Estrella Verde: Catherine Biquard y Gran Elenco. No se suspende por lluvia

viernes, 14 de junio de 2019

NUEVA TEMPORADA DE "LA VOLUNTAD", OBRA DE TEATRO DE LA CUAL ESTÁ HABLANDO CASI TOD@ BUENOS AIRES, Y QUE PROTAGONIZA NUESTRA QUERIDA VERDE Y ACTRIZ ESTRELLA: CATHERINE BIQUARD


   En algún fortín perdido del sur, un puñado de hombres del ejército argentino resiste el ataque de los indios, el hambre, las enfermedades y la desesperación. Con muy poco a lo cual aferrarse, un comandante intenta mantener alta la moral de sus soldados, pero la inocente deserción de uno de ellos –que pretende irse para ver a su mujer y a su hijo– desencadena el conflicto. Este se agudiza cuando, en un mundo de hombres, irrumpe una mujer, una actriz extranjera que se ve obligada a detenerse en el fortín con su compañía de teatro. Ella será la encargada de preparar el festejo de la fiesta patria y para eso elige una obra de Shakespeare. Hablábamos de antinomias; La voluntad recoge la oposición fundante, madre de todas las otras: civilización y barbarie. Los indios y los blancos, lo extranjero y lo nacional, lo individual y lo colectivo, y lo masculino y lo femenino gravitan en el texto de Halac dándole a la obra una dimensión profunda.

Adriana Santa Cruz, Leedor.com

 Un mundo fantástico que cruza historias de actores, soldados, en un ámbito circense donde no falta la música popular. Todo ello se mixtura en la pieza La voluntad (tal el título original) de la dramaturga Eva Halac. La creadora imagina a la actriz Sarah Bernhardt recorriendo con su compañía teatral el sur argentino en tiempos de la Conquista del desierto. Un grupo de soldados apostados en un campamento que es acosado por los indios prepara los festejos por el 25 de Mayo y espera la llegada del presidente Julio Argentino Roca. Pero un día antes del acto todo se trastoca. La intérprete desencadena una serie de situaciones inesperadas y la celebración se va marchitando poco a poco mientras un comandante busca ordenar a una tropa que, termina convirtiéndose en parte del equipo teatral que intentará representar Hamlet.

Carlos Pacheco, La Nación

Un grupo de actores virtuosos, una escenografía súper atinada para el contexto y músicos acompañando la acción hacen de La Voluntad un viaje exquisito a la vieja Argentina. Hay muchos guiños sobre el mundo teatral que generan empatía y risas en el público.

Farsa Mag

Inspirada libremente en Sarah Bernhardt, la actriz de La voluntad batalla a favor de una cultura que los personajes criollos no pueden entender más que como “un bien lejano y extranjero”, como adjetiva Halac, lo cual convierte a la cultura en “un espacio sagrado e inamovible, incapaz de comprender lo humano”, según señala la autora. De allí el desajuste  cultural que se produce entre las partes, una tensión que la puesta enriquece en gran medida apelando a situaciones de humor.

 Cecilia Hopkins, Página 12

El teatro y su gran mascarada, convierte en farsa la tragedia, y con el recurso de la metateatralidad el texto impone su mirada de desamparo ante la realidad. Los personajes cargan con un peso específico diferente, que nivela para abajo en la figura del comandante y hace sobresalir a la mujer que tiene sobre sí, la cultura y la civilización de muchos pueblos. La puesta se basa en la palabra, en el encuentro personal entre ambos, contienda que dejará inerte a lo propio, herido literalmente. ¿Quién es esa mujer que parece conocer el mundo entero?

Luna Teatral


miércoles, 12 de junio de 2019

RECORDANDO LAS ÚLTIMAS IMÁGENES DE AQUEL NAUFRAGIO // Reportaje a una de sus protagonistas: Noemí Frenkel


   A Noemí Frenkel , Verde Honoraria, la conocemos casi tod@s por sus ininterrumpidas actuaciones -a lo largo de las décadas- en cine, teatro y televisión. También es autora, directora y productora de teatro. Ganó dos veces el anhelado Martín Fierro y una vez el Cóndor de Plata, como mejor actriz, en ese peliculón  que fue y sigue siendo "Últimas imágenes del naufragio".  Aquí nos detendremos hoy e intentaremos desmenuzar junto a ella sus vivencias durante el rodaje, explorar anécdotas desconocidas, además de rendirle un merecido homenaje a esos cuatro seres extraordinarios que también participaron  en este film memorable (su director: Eliseo Subiela; su actor protagónico: Lorenzo Quinteros; Pablo Brichta y el secundario màs protagónico de todos los tiempos: Hugo Soto) y que hoy ya no están entre nosotros.


*Se dijo que “ Últimas imágenes del naufragio”, rodada en el medio de la crisis hiperinflacionaria del 89, fue la metáfora más acertada del hundimiento de la sociedad argentina de aquella época. ¿Como imaginás una película de esas características en este presente tan turbio y difícil? ¿hay alguna película actual, nacional o extranjera, con la que relaciones ''Últimas imágenes…''?

Noemí: Si, creo que fue acertado como representaba ese momento de hundimiento del estado de bienestar, o de los últimos estertores de un estado de bienestar y todo lo que pasó con el neoliberalismo en la Argentina de la década del 90. Fue muy profética esa visión de naufragio. No tengo presente una película argentina que represente lo que está pasando ahora, pero al escuchar tu pregunta recordé la de los hermanos Dardenne, “Dos días y una noche”,  en la que actúa Marion Cotillard: ella es una trabajadora declarada prescindible a raíz de una crisis depresiva y entonces, durante un fin de semana, visita a cada uno de los compañeros en donde tiene que conseguir, luego de una votación sindical, que ellos sumen sus votos para que la reincorporen al trabajo, pero a cambio de perder un bono, o una compensación para que ella conserve su puesto. Recuerdo esa película, que es muy cruda, y que refleja este momento del mundo de los trabajadores, de la sociedad, este momento del individualismo y el miedo a perder el trabajo.

*¿Cual fue tu escena o tus escenas preferidas y cuál fue o cuales fueron las más complicadas en "Últimas imágenes del naufragio"?

Noemí: A mi la película me encanta, así que tengo un montón de escenas favoritas. Me gusta mucho la escena en la que converso en la iglesia con Jesucristo, le pone una nota trascendental. Me encanta la primera escena del restaurante, con Lorenzo, en donde los personajes se conocen, y también esa larga escena donde Lorenzo Quinteros va de visita un domingo, charla con cada hermano, comen los ravioles y después terminan todos bailando tango; luego aparece el personaje de Pablo Brichta que ganó en las carreras…adoro esa secuencia. Y la más difícil...tal vez es cuando ella lo va a buscar indignada a la pensión, y termina meando arriba de la máquina de escribir. Fue una escena que me costó mucho por el grado de indignación y de furia que traía el personaje. Fue una de las primeras escenas que tuve que filmar y sentía un gran desafío al tener que encontrar la medida de la indignación, de la impotencia, las ganas de demostrarle al personaje de Roberto que ella era un ser humano, y no un personaje de ficción. Era una escena que tenía un contenido con muchas aristas y recuerdo que me costó bastante hacerla.

* ¿En qué lugar del Conurbano Bonaerense fue filmada? ¿volviste a ir alguna vez a ese lugar?

Noemí: Filmamos en una zona del partido de Quilmes, en un campo, era un lugar increíble, parecía que estábamos perdidos en el medio de la nada, estuvimos mucho tiempo filmando en esa zona, también ahí, en la costa, frente al río, donde  sucede la escena de la cama en el agua. Era una zona que yo no conocía en aquel entonces y a la que nunca volví.

* ¿Qué recuerdos, anécdotas, sensaciones/emociones te quedan y te despiertan Eliseo Subiela, Pablo Brichta, Hugo Soto y Lorenzo Quinteros?

Noemí: Para mí es un recuerdo entrañable la película, entrañable Eliseo Subiela, su ternura como persona, como escritor, como artista, su templanza durante el rodaje.  Recuerdo que le encantaba ir a comer a la costanera, siempre hacíamos grandes cenas con larguísimas sobremesas hasta la madrugada en un restaurante al que nos invitaba. Recuerdo también cuando filmábamos en los subtes, allí teníamos que filmar en los horarios nocturnos, cuando estaba cerrado el servicio, y a veces terminábamos a las cinco de la mañana, y luego nos íbamos a cenar -casi al amanecer- a Pepito, en Montevideo y Corrientes. Habíamos armado como una especie de familia sui generis y siempre se armaban cenas y situaciones muy divertidas. Con Lorenzo yo compartí no solamente el rodaje, sino que además tomé algún curso con él, también hicimos teatro juntos, lo admiré y lo quise muchísimo, fue una persona muy importante en mi vida. Y con Hugo tuvimos una gran complicidad, él era un tipo muy original, muy ocurrente, muy divertido, con una mirada muy aguda. Con cada uno de ellos tuve una relación muy profunda, de mucho cariño, también con Pablo Brichta. Estuvimos como cuatro meses filmando, en primavera, y muchas veces teníamos que interrumpir el rodaje porque se largaba a llover y nos teníamos que meter en los autos esperando a que pare. Recuerdo a Eliseo soportando esas inclemencias y toda la pérdida de tiempo, de energía, de dinero en ese rodaje tan difícil, ya que el ochenta por ciento de las locaciones era en exteriores…pero también recuerdo que nos divertimos mucho.


                                                                                                        Nicolàs Garcìa Sàez