domingo, 30 de junio de 2019

DOBLE O NADA: EL VALOR DE UNA APUESTA // Crónica de los encuentros con Miguel Ángel Solá



Clásica & Moderno
El ascensor antiguo abre sus puertas antiguas para que yo pueda ingresar a una escenografía antigua en donde se escucha música antigua. El aroma del café recién hecho es muy tentador. Me gusta estar ahí, esperando unos minutos para ingresar a una de las salas del teatro Regina, uno de esos ámbitos que mantienen al pasado en su sitio, o, mejor dicho, en armonía con el presente. La gente charla, wasapea, toma fotos. Una vez dentro de la sala me siento en una butaca antigua mientras se escucha (el sonidista es bueno) la voz de un hombre que imita a la de un locutor, o viceversa. Primero nos pide -en modo automático y amable- que apaguemos los celulares. La segunda vez se nota en la solicitud el ápice de un epigrama y un buen dominio de “lo tecnológico”.  La tercera vez la ironía de la voz es evidente. La cuarta solicitud de desconexión total de los aparatitos pertinentes, que nunca llega a ser conminatoria, ya adopta, sin ningún velo sutil, el tono de comedia. El público festeja. Sala llena. Vamos bien.
En escena
Luego de esta suerte de “sainete” inicial y elegante, el tono azulado que desprende la escenografía de esta obra, “Doble o nada”, concluye ese efecto de temporalidad ambigua para situarnos, o al menos situarme, en la ficción que incita a adentrarse en otro mundo: el actual. En medio del silencio, y aún con el escenario vacío, me siento halagado con la invitación hecha por el  protagonista, uno de los mejores actores argentinos de todos los tiempos que a principios de septiembre vuelve (¿definitivamente?) a Madrid, en gran parte para aprovechar el tiempo junto a sus hijas (dos de las tres que tiene viven allí) y en parte por el trabajo (poco) que le han ofrecido durante los cinco largos años que lleva desde que volvió al país. Miguel Angel Solá, Verde Honorario, aparece en escena junto a su  compañera, la actriz y psicóloga española Paula Cancio. Mi atención es absoluta. Los escucho, los observo, pero sobre todo lo escucho y lo observo. Luego de diez o quince minutos mi hipotálamo dispara su primer interrogante: ¿pero cómo puede ser posible? A la media hora mi hipotálamo sigue en la misma sintonía con la pregunta anterior. Al finalizar la obra, mientras aplaudo de pie, continúo absolutamente perplejo: no termino de entender como dejamos por enésima vez que se nos vaya a vivir al extranjero semejante actorazo. La Argentinidad al palo.

Doble o Nada 
En el último piso de una torre corporativa el director de un diario influyente debe dejar su puesto (a raíz de una enfermedad que tiene entre el cerebro y el corazón, y que cada vez duele más) en manos de su subdirectora (el personaje de Cancio) o su subdirector, un tal Renato Beteta, que nunca aparece en escena,  pero que los dos primeros se encargan de corporizar (también a la secretaria Marlene y al consejo directivo del diario) todo el tiempo por medio de las menciones hacia él. ¿Quién ganará?, ¿predominará allí la capacidad?, ¿la experiencia? Tal vez la pugna sea dominada por la trampa, la mentira, la perspicacia o el sexo. Atenti al público que se escandaliza y/o se ruboriza con palabras como “culo”. Los vituperios...no es que abunden, están muy bien utilizados y distribuídos como chispas eficaces a lo largo de un texto actuado que fluye encendido, orgánico y por momentos (me dirá luego Solá) improvisado. Improvisaciones que fomenta el propio Quique Quintanilla (director de la obra) y que navegan junto a la sorprendente interpretación del dúo, un relojito suizo que se admira, se atrae, se aleja, se planta y se tantea, que bromea con la diferencia de edad, que levanta la voz y la baja hasta el susurro. Un tándem que trae lo mejor de ambos lados del charco y que parece a punto de explotar a cada instante. El lenguaje, la dicción, también son protagonistas. El champagne que beben en escena es de verdad. El director del diario se tambalea cínico y beodo y muy creiblemente, pero el actor apenas moja sus labios con la bebida burbujeante (y eso también me lo confesará más tarde el protagonista mientras yo, ahí mismo, sentado en la butaca antigua, me vuelvo a preguntar: ¿cómo puede ser?)
¿Habrá alguien que todavía piense en las buenas intenciones de esas multinacionales parasitarias, traficantes del dolor ajeno, a las que también se las conoce como grandes medios de “comunicación”? ¿Habrá alguien que aún crea en la veracidad de lo que “informan” o “muestran”?  ¿Existirán aún esas manadas enceguecidas siguiendo a un supuesto Faro, Honesto, Iluminado, Generoso y Altruista, transmitiendo su sanata por medio de un montón de hojas efímeras, mal impresas y de pésima calidad que asoman ansiosas antes del alba? De esto sí se habla, se subraya, o se merodea, de repente se va al hueso hasta que explota y se atomiza entre el público, atento, receptivo. Un@ puede dominar magistralmente el arte de la hipocresía, fumarse lo infumable, aguantar toda una vida con sonrisas y palabras más falsas que una moneda de tres pesos. También puede hacer acopio de mucho capital jugando al jueguito del poder (en algunos lados lo leí con pé mayúscula). Pero el veneno de esa traición a l@s demás por un minuto de fama y, lo más triste, a un@ mismo, más temprano que tarde termina pasando una factura demasiado grande e inevitable.
La obra y las interpretaciones,  que vienen ganando premios por doquier, son extraordinarias, se las mire por donde se las mire, se las lea por donde se las lea, y se las escuche por donde se las escuche. Queda muy poco tiempo para ir a presenciarla y es muy probable que sea la última oportunidad para ver, escuchar y sentir actuar a Miguel Ángel Solá sobre algún escenario argentino.

Por todos lados
Más tarde googleo algunas dudas que tengo (fechas, premios) acerca de su curriculum descomunal. Puedo estar siete u ocho reencarnaciones buscando, leyendo, interpretando información sobre él. Impresiona todo lo que ha laburado, dónde y con quienes, los premios que ha ganado, en suelo patrio, en España, por todos lados. No voy a narrar y enumerar su trayectoria aquí, está en la web, y es alucinante. Una de las cosas que comienzan a gustarme, y mucho, de Miguel Ángel Solá es que el tipo no transa. Con él es corta la bocha. Para él las cosas, las cuestiones, los conceptos, los vínculos son o no son Nobles, tienen o no tienen Códigos. Si, cómo en los viejos tiempos, y ahí está el hombre para recordárselo a quien quiera escucharlo. Aunque pierda...siempre va a salir ganando.

Café
Envía abrazos, emoticones por wasap, agradece, me dice que está actuando en una nueva película; su prosa correcta, humilde y amable parece la del  que recién comienza en todo y no la de alguien que ya fue y volvió varias veces y que está por pegar, otra vez, la vuelta. Al otro día nos encontramos a las nueve y media de la mañana en la cafetería que hay en la esquina de Larrea y Juncal. Al principio se planta chúcaro y cada cosa que yo digo pasa por cierto filtro antes de obtener su respuesta. Toda la clientela observa mientras se hace la que no observa. Me parece un momento muy interesante. Luego, de a poco, me irá contando - con su leve acento madrileño- sus desacuerdos con un sector de la industria cultural, con este gobierno, de como el miedo se instala en el cuerpo y de la disciplina espartana y necesaria que hay que llevar a cabo para rechazarlo, me cuenta la infinidad de amenazas que ha recibido por emitir sus opiniones. Lo escucho hablar y es evidente que ama a la Argentina, y que le duele irse otra vez. Entre idas y vueltas contabiliza diecinueve mudanzas. Me conmueve cuando lo escucho decir que acá tuvo la oportunidad de creer y crecer, de formar una familia, un grupo de amigos. Cuando me dice que viaja en subte y en colectivo, que cria a su hija, que cocina, barre, limpia y luego sigue trabajando como actor. “Todo lo he dejado en este país. He construído en momentos jodidísimos. No me hice millonario, nunca hice una publicidad en televisión, nunca fui a los boliches a filmar cualquier cosa, ni a alimentar la droga y el alcohol. Nunca tuve sponsor. A los 26 años ya me habían declarado el mejor actor argentino. A los 46 años recién pude comprar mi primera casa, enseguida vinieron las amenazas, que la incluían a mi hija, y entonces me tuve que ir”, me dice con una voz profunda e infinita. Tengo ganas de abrazarlo. Mientras revuelve el café me cuenta la sorpresa que se llevó cuando fue con “Doble o nada” a Montevideo y a Santiago de Chile,  allá también lo conocen, allá también lo apaludieron de pie. Me habla de una de sus últimas pelis “El último traje”, que ganó casi todos los premios (22) en los 23 festivales donde se presentó:  Israel, China, España, Alemania, Polonia, Francia, Estados Unidos...mejor actor, mejor película, premio del público...pero, oh, acá no le dieron ni cinco de bola. Y yo sigo preguntándome como puede ser. Y Miguel Ángel Solá tampoco encuentra una explicación, más allá de lo que decidan algunas plataformas publicitarias. La Argentinidad al palo otra vez. “Yo tengo que hacer todos los días una reconstrucción mía, soy como un pan recién horneado, hago este trabajo consciente de que eso es lo que la gente se merece, me importa mucho la calidad del ser humano”. Le creo. Dentro de su idéntica fisonomía (excepto la ropa: del traje de director cínico de un pasquín masivo en “Doble o nada” al atuendo relajado que observo ahora, y que incluye bufanda) y luego de estas horas inolvidables compartidas entre varios cafés y medialunas, me parecerá completamente distinto al que acabo de ver y escuchar el domingo en el teatro, algo, por cierto, que reafirma su talento como actor y, claro, como individuo. No tiene tele en su casa, cuando quiere verla se va a algún bar, pero tampoco es que le guste demasiado lo que ve. Volvemos a estar de acuerdo. Puedo escribir un libro con las cuatro horas que acabo de pasar con Solá, algún dia tal vez lo haga. No tiene pelos en la lengua. Dice lo que piensa con una convicción admirable, se expone, ya está de vuelta. Me ha hablado con infinito amor de sus hijas, de su compañera, de su familia, de sus amigos, de la Argentina. Ha perdido su mirada para encontrar la palabra adecuada, comunicármela. Me ha mostrado fotos que atesora en su celular. Nos hemos reído mucho. Ha entonado el Nam-myoho-renge-kyo  para que yo lo comparta con mi familia y mis amigos budistas. He escrito lo que dijo, lo he filmado y fotografiado. Por una cuestión de espacio espero que alcance con compartir algunas perlas que acuden a mi memoria, y que comienzo a plantar y a regar entre mis recuerdos recientes mientras las transcribo aquí: “A la buena fé le falta organización”. “Con solo huir de la mediocridad ya estás a salvo”. “Diez algos que la gente se comprometa a cumplir salvarían a la sociedad entera, salvarían al mundo”.

Brócoli
Salimos del café, caminamos. Me vuelve a hablar de la primera casa que se compró, en Parque Centenario. Me habla del amor. Entramos a una verdulería. Se pasea por allí tal como un niño lo haría en Disneylandia. Compra brócoli, coliflor, manzanas y tomates. Mientras paga le comento una de mis recetas para el brócoli (con huevo duro, papa, batata, aceite de oliva y sal marina) me dice que la va a probar. Caminamos algunas cuadras, me siento muy observado por l@s transeúntes, pero toda esa inmensa atención está puesta en él. Se nota que está acostumbrado.Ya estamos por llegar a la entrada del edificio en el que está viviendo, lo espera su hija de cinco años. Me da pena despedirme, me da pena que se vaya a vivir a Europa, pero es su elección y es la mejor que encontró. Antes de irse no me dice amigo, me dice hermano. Nos abrazamos. Camino una cuadra, dos, el sol que ya ha despedido hace rato al mediodía pega fuerte, pero también es suave y luminoso. Sonrío, y ya lo estoy extrañando. Me honra mucho tener un hermano así.

                                                                                                                Nicolás García Sáez
El dSe irector de un importante Semedio de comunicación debe dejar su puesto en manos de uno de sus dos sub-directores. Uno es mujer; varón el otro. ¿