martes, 5 de abril de 2022

Máscaras aureas y el disfraz en la piel

El soldado estaba mucho más cerca de lo que anticipé. Era alto. Los cuernos de su yelmo me rasgaron el estómago y me dejaron sin aire. No pude derribarlo, en un solo movimiento me lanzó al otro lado de la habitación y destrocé la mesa, donde  aterricé. Tenía puesta una armadura completa, su plateado metálico contrastaba con la oscuridad de la carnicería. Gruñendo, se agarró la cabeza con ambas manos y se acomodó su casco, adornado con dos cuernos dorados. Estaban cubiertos de sangre, mi sangre.

-Detesto a la plebe.

Su voz era calma, empezó a desenvainar su sable como quien saca la escoba para barrer la mugre. Mi padre me miró, no supe distinguir lo que había en su mirada. ¿Desaprobación? ¿Preocupación? Tenía mucho miedo, podía escuchar a los soldados afuera, preguntando qué estaba sucediendo. El hombre con el sable se preparaba para atacar a mi padre, que solo tenía su cuchillo para trocear carne. Me dolía la espalda, las astillas me estaban rasgando la piel. Me toqué el estómago, la sangre manaba lentamente de mi herida. Todavía tenía el facón en la mano, pero no paraba de temblar, solo podía observar. El soldado y mi padre estaban peleando, mi padre no lograba acercarse , el soldado tampoco lograba cortarlo. No podía quedarme quieta. ¿Tengo que llevarme a mi madre? ¿Debería ayudar a mi padre? Me paré, a duras penas, algo tenía que hacer. Un grito de mi padre me volvió a paralizar.

-ARGH!

Encerrado en una esquina, lo alcanzaron, el delantal en su pecho se desgarró de manera horizontal, pronto empezó a teñirse de rojo. Sin pensar comencé a correr hacia ellos, el crujir de la madera me delató. El soldado se dio vuelta y levantó su sable, mi padre lo tomó por la hoja, yo me acerqué con el cuchillo en mano.

-Suéltame, inmundicia...

El soldado me pateó en el pecho antes de que pudiera cortarlo, mi cabeza rebotó contra el suelo al caer. Sentí que mis pulmones se me saldrían por la boca. Mi padre se abalanzó sobre el soldado e hizo que perdiera el equilibrio. Cayó sobre él y empezaron a forcejar en el suelo. Mi padre intentaba mover su yelmo mientras el otro intentaba liberar su sable.

-!Maldición! ¡AYU…!-

El grito fue interrumpido por el sonido de un hombre ahogándose, Mi padre logró clavar su cuchilla en la mísera apertura de su garganta.

-Te queda grande el yelmo, Saanen.

Sus hombros se aflojaron y el brillo en sus ojos comenzó  a apagarse, estaba sangrando a borbotones. La puerta que daba afuera se abrió de una patada, el sol resaltaba las siluetas de una docena de soldados con acero en las manos. El que entró primero usaba dos espadas, tenía una máscara dorada con un rostro sonriente.

 (Continuará)

 

Texto (inédito): Mateo Roberto

Ilustración (inédita): Irupé Roch

Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos