Hay un término que Nicolás García Sáez usa
con frecuencia y que bien podría aplicarse a su forma de entender el proceso
creativo, que es el de sinergia. Cada vez que encara una obra, se
trate de una pintura, un dibujo, una canción o un poema, pone en marcha el
resto de los saberes aprendidos y practicados, a veces de forma consciente y
otras sin advertirlo. Imágenes y palabras se retroalimentan sinérgicamente. La
actividad del cronista, el registro de las impresiones, se amalgama con la
práctica ligera del dibujo, la mirada curiosa de la fotografía, la intensidad
de la pintura, la gestualidad del teatro, el ritmo de la música y la poesía
animada del video. De la confluencia de los distintos lenguajes resulta una
forma expandida de trabajo, a la vez que concentrada, obsesiva y exploratoria.
Deambular, observar, enfocar y escribir.
Hacia adentro o hacia afuera, siempre se trata de andar por el mundo y de tomar
nota de las vistas y las sensaciones. Quizás, y como él mismo sugiere en los
apuntes sobre la infancia, no sería aventurado suponer que exista alguna
conexión entre la actividad como cronista de viajes y el trabajo de canillita,
su primera experiencia laboral, que a los 12 años lo llevó a repartir
periódicos para un kiosco, entre los vecinos de un área acotada del barrio de
Palermo. En esos trayectos iniciales, un primer vagabundeo productivo por la
ciudad, hecho de caminar, llevar información, detenerse, observar, enfocar,
mapear, de trabajo y juego, podría estar el impulso de todo lo que vino más
tarde.
Podría pensarse que hay cierta semejanza
entre el acto de dibujar y el deambular. En su modo más libre y espontáneo, la
práctica del dibujo encarna un movimiento corporal, un desplazamiento, un
tránsito entre un punto y otro sobre la superficie, viajar con la mano por el
papel, una exploración del espacio. Dibujar puede ser un poco como deambular,
un vagar por el mundo y, también, una travesía introspectiva, impregnada en
tinta, el arte de perderse de Rebecca Solnit.
Como casi cualquier niño, a los tres años
Nicolás García Sáez dibujaba monigotes, las típicas figuras esquemáticas, de
líneas, los hombre palo o stickman, con las que empezamos a
delinear las primeras representaciones de personas, y seres vivos en general, en la etapa más temprana de simbolización del
mundo. Durante toda su infancia se dedicó con intensidad a hacer trazos con
esas figuras. Probó lápices, témperas, acuarelas y crayones. Con el
tiempo, los “muñequitos”, como los nombraban en su familia, cobraron volumen y movimiento; se convirtieron en los protagonistas
de pequeñas historias y situaciones fantásticas. Formaron ejércitos que
combatían en el cielo y en la tierra, desplegados en escenarios como desiertos, pantanos, selvas y
canchas de fútbol, y pasaron a
llamarse moebios, como una marca de autor.
El grafismo y los
moebios, monocromáticos
y coloridos, están en la base de la
producción de Nicolás García Sáez, desde los primeros dibujos y pinturas
que realizó en la década del noventa y a lo largo de toda su
producción. En los moebios, hay algo
de escritura primitiva, el automatismo que recuerda el azar y el fluir de la
conciencia surrealista. El paso del garabato al monigote no sólo expresa
un progreso en la maduración cognitiva, y un estadio trascendental en la vida
de cualquier persona. Con ese primer registro del mundo que habilita el
grafismo, comienza a desplegarse la imaginación creadora. El dibujo esquemático
aparece así como uno de los primeros recursos a los que se echa mano para
entrar en contacto con eso que llamamos realidad, y es, al mismo tiempo, un
modo de transferir las imágenes mentales, darle forma a la fantasía y a las
emociones, de crear ficciones. Así, en ocasiones, los moebios funcionan como un
sistema de notación de estados de ánimo, una forma de registro de las
emociones. Y al mismo tiempo, el trabajo meticuloso sobre el detalle y la
factura rigurosa de la pintura, hablan de un ejercicio obstinado y laborioso,
que nada tiene de irracional.
Sobre fondos abstractos, ¿cielo, tierra, espacio mental?, los moebios se mueven, se
inclinan y contorsionan, performatean acciones y estados de ánimo. Con sus
figuras gráciles y expresivas, se comunican unos con otros. Como no tienen
rostro, sus posturas lo son todo. Expresan emociones con su
gesticulación corporal.
En las pinturas persiste un rasgo común que
continuará en las producciones de los primeros años en las sierras cordobesas,
desde que se instala en 2008, la combinación de la línea, el dibujo medido y
concentrado, y un tratamiento más pictórico, en este caso en los fondos, por el
uso de la técnica puntillista, o de otras más espontáneas como la mancha o una
pincelada gestual. Esta
combinación de procedimiento, en las series de moebios multicolores y en un
conjunto de dibujos, más cercanos a la ilustración, que fueron publicados en la
revista Living.
Continuará...
Texto (inédito): Florencia Suárez Guerrini
Moebios: © Nicolás García Sáez
www.nicolasgarciasaez.com
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