Si la vida fuera tango,
habríamos aprendido a vivir mejor. Si la vida fuera tango no nos sorprendería
en la Plaza de Mayo, capital de nuestra cultura, encontrar carteles en alto que
ofrezcan abrazos gratis a los transeúntes desprevenidos. Y eso que nuestra
cultura está atravesada por el tango. Por él y por Messi, nos diferencian
cuando estamos fuera. Nos reconocen por ellos, más bien, como ese extraño país
tan austral que casi se cae del mapa, y no solo por cuestiones de latitud sino
de pobreza en medio de tanto recurso material y humano.
Pero ¿qué le podemos pedir al tango que ya no
le haya dado a la vida? El problema ya no es la música, ni la letra, ni la
orquesta o el sublime bandoneón; el problema es el abrazo. Y sin embargo, no
somos Tokio. Porque no nos saludamos con reverencia, ni con un distante darse
la mano por cortesía, como en otros países donde la función del contacto no
está tan a la vista. Somos un país con folclore, donde el abrazo viaja en el
aire; sin contacto, se transmite en la mirada, ventana al alma de dos que se
espejan en la danza y se conectan a la distancia. Cuando le damos lugar a la
magia de un presente sin pasado y sin futuro, solo hay que seguir el ritmo de
un bombo, que marca los pasos de unos pies que viajan solos: ya no importa el
tiempo, ni el lugar, ni querer estar haciendo nada más que abrazarse mientras
dure el momento de sumirse en la danza. Si nuestros inmigrantes antepasados
hallaron en el baile un refugio y un motivo de encuentro, esa alegría
compartida al ritmo de sus propias melodías les permitía aliviar penas y
fortalecer lazos. De la misma manera, hoy podemos redescubrir el valor de
nuestra cultura —rica y diversa, forjada en el crisol de generaciones— si
prestamos atención a lo que late en nuestra sangre y en nuestras raíces:
nutrición emocional. Abrazo, contacto, sonrisa, confianza, placer…a pesar de
las circunstancias. Basta con detenernos un instante para saborear lo
verdaderamente importante. En vez de ello, se romantiza la violencia, como si
esgrimir una tobillera tatuada fuera signo de dignidad. En ese “mundo del
revés”, hasta la delincuencia seduce. En un mundo que trazó líneas divisorias
—lo bueno/malo, izquierda/derecha, populismo/liberalismo, correcto/incorrecto—
se pierden los matices de gris, los puentes que unen y abrazan. No obstante,
esta reflexión algo maniquea recuerda que en la vida hay entrecruzamientos y no
siempre resulta sencillo separar una cosa de la otra. Al contrario, una mirada
atenta ayuda a ver lo bueno hasta dentro de lo malo.
De las crisis se
aprende; del dolor se sale fortalecido, pero para ello tuvimos que aceptar la
vulnerabilidad, que solos no se puede, que el dolor nos atraviesa y que
necesitamos un abrazo. Profundizando la idea de vulnerabilidad, creo que nunca
como antes nos sentimos tan socialmente vulnerables, a pesar de estar
hiperconectados por pantallas, hay aislamiento, (y no ya impuesto por la Plandemia)
mientras un consumismo estéril de un capitalismo que te llama a gastar cada vez
más, se aprovecha de la misma soledad que alimenta. Sin embargo, sentirse
vulnerable no es signo de debilidad. Es más bien parte de lo que somos; el
problema está en no asumirnos como tales, cometiendo el error de andar por la
vida creyéndonos autosuficientes. Nos golpearíamos mucho, y así parece por el
rumbo que tomamos: el del autoboicot. Casi autómatas, rehuimos del contacto,
del cara a cara, de la escucha activa y la palabra justa. Perdemos la habilidad
de reconocer los rastros de las emociones en los rostros de los otros. Nos
blindamos de seguridad por lo que tenemos y no por lo que somos. Víctimas del
Síndrome de la “cebolla”, donde capa tras capa solo hay más de lo mismo, aunque
en el proceso lloremos —por el propio ácido de lo que somos o por la poca
profundidad de nuestro ser—. Por eso, tal vez, observo que a los carteles de la
plaza muy pocos se acercan. ¡Y los abrazos son gratis! Según avances
científicos aseveran, son capaces de generar cambios a nivel neuronal y físico,
aumentando la oxitocina relacionada con el placer, la interacción social y la
reducción del estrés por el cortisol que esta libera. Nos previenen de
enfermedades al fortalecer nuestro sistema inmune. La “hormona del amor”, al
alcance de un abrazo que ignoramos, como si no necesitara la sociedad cuidar y
reconstruir el lazo social, recuperando la confianza que está en la base,
quebradiza ya, de vínculos que se rompen. Si nos abrazáramos más, tal vez las
estadísticas podrían mostrarnos a más de la mitad de las parejas unidas más que
separadas. Cuando la palabra no alcanza, el abrazo complementa y completa.
Cuando estamos enojados, tristes, angustiados (si nos detenemos en este fluir
acelerado a percibir cómo estamos), buscaríamos, esperaríamos y disfrutaríamos
de un abrazo. Esos eran gratis…repito. ¿Necesitamos ponerle precio a todo para
reconocer su valor? Parece que, cuanto más elevado el costo, más deseamos
aquello que supera su propio precio. Cuanto más caro… más descaro revela esta
sociedad que no puede vender lo que no tiene: humanidad. Y, paradójicamente,
mientras la inteligencia artificial gana matices humanos, nosotros perdemos los
nuestros.
Solo el calor del
abrazo —sin precio— podrá devolvernos la cercanía que la tecnología no logra
reemplazar. A la función del contacto no la va a poder superar, si nosotros no
la desestimamos y comprendemos que hay que abrazarse más. Si esta semana de la
amistad sentiste el poder del abrazo, si pudiste reconciliarte cuando las
palabras sobraban con aquel amigo del que te distanciaste y solo bastó un
abrazo para el perdón, si te alegraste al ver a esa persona que llevás en el
corazón pero no ves tanto —porque la amistad es uno de los pocos sentimientos
que no requiere asiduidad para mantenerse en el tiempo— y sentiste que fue ayer
que la abrazaste, como si el tiempo no hubiera pasado, si te abrazaron de atrás
con amor y podés reconocerte y sentirte reconocido por ese gesto alienador, si
te dejaste caer en los brazos de alguien, como un sostén para que tu pena
descanse y lloraste por primera vez —porque te duele y no sabías cómo aliviar
la opresión en el pecho—, si diste abrazos tanto como los recibiste, porque hay
capacidad de dejarse abrazar todavía, si cerraste los ojos, te acurrucaste en
un abrazo y allí te quedaste como cuando eras niño y la seguridad aún te
reconfortó, si sentiste algo de esto… Aún hay esperanza.
Esta sociedad, esta semana, puede reivindicar
algo de lo que perdió, porque el abrazo es nutricio, casi como un plato de
comida al que más lo necesita: biológicamente hablando, con nutrientes
emocionales. Ya que si ese plato de comida desinteresado va acompañado de un
abrazo, se nutre el alma, porque puede aún decir, “te reconozco, no sé quién
sos ni por qué la vida te privó hoy, pero ahí estoy para vos”; abrazando aún en
las diferencias. Al fin y al cabo, ¿quién es el otro? ¿Qué es la diferencia?
¿Aquello que incomoda o lo que nos iguala? Porque si todos somos
diferentes…entonces, lo que nos iguala son justamente las diferencias. Y aún
así, necesitamos un abrazo.
Texto y boceto
(inéditos): Mariana Godino*
*Psicopedagoga
Especial para Los
Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos