Cuando los
colindantes humanos del barrio (que al parecer ingirieron una dosis extra de
somníferos) dejan ladrando a sus perros durante la madrugada y el amanecer,
interrumpiendo el sueño necesario de todo el vecindario...¿Narciso está ahí? En
el ruido de las bestias que es indolencia de los amos y el nulo registro del
prójimo. Cuando apuro a un amigo para que esté mejor, y para que eso repercuta -además-
en mi estado de ánimo, y ese amigo se detiene para marcar mi error, un error
fosforescente...¿Narciso está ahí? Dividido o acercándose hacia ambas orillas,
como el río, que une y fluye. Narciso...¿está en las selfies? En el posteo
diario, ora fructífero, ora desmedido, desesperado y vacío, perdido entre todos
los Narcisos (¿la humanidad entera?) o en los madrigales virtuales que se
deshacen para siempre frente a su propio espejo...¿Narciso, adonde está?
Hace pocos días
escuché por primera vez la ¨Canción del eco¨. Sabía algo de la existencia de su
autora, ya en un pasado más o menos lejano había reparado en ese nombre y su apellido
de sonoridad distinguida, pero nunca, afortunadamente, me había detenido en
aquella pintura. Lo primero que sentí frente a una pantalla, por fin, fue la
fortuna epifánica, el milagro de sentirme completamente abducido por la
totalidad de una canción, río inusitado que recorre ahora los puertos de mi
sorpresa, ayer la nostalgia, mañana el entusiasmo. Lo segundo que hice con esa
canción fue llorar. Y pensé. Y recordé el mito. Luego me puse a cantar, a
intentar acompañar el prodigio con el ukelele que aún casi no sé tocar. Cuando
la escuché por cuarta o quinta vez me llamó la atención que en el óleo sublime
y congelado de Waterhouse, acompañado por esa voz magnífica, no hubiese
millones de visitas en you tube. Uno escucha cada bodrio de ¨cantantes¨ multipremiados y que, para colmo, cuentan con
un registro de escuchas y visualizaciones que abarcan un número similar al de
la mitad de la población hindú...que luego, con el temor (horror) de haber
quedado entumecido en la audición, agradece a los ángeles y a los duendes que
aún no ha visto el hecho de no haber encontrado
en la casualidad y causalidad de la web a ninguna otra ¨estrella¨ fugaz. Christina
Rosenvinge lo es. Sin las comillas. Sin lo efímero de tantos firmamentos
artificiales del espectáculo. En una entrevista ella señala que hace de médium
entre el mito y su canción actual. Glorioso. Magia a pleno lograda con una
sencillez transversal que casi llega a los siete minutos, asteriscos en el
manifiesto del indie ibérico.
Cuando hablamos de Narcisos nos referimos también a las Narcisas, claro. En épocas de tendencia igualitaria es un acto de justicia poética igualar o hacer el intento de igualar lo que vaya correspondiendo. Iguales no necesita su traducción al lenguaje inclusivo. ¨Narcises¨ suena un poco...raro, aún, un poco raro y sin encender. En tiempos de Ovidio estas cosas eran el sueño de algún parroquiano beodo, si es que lo eran, pero en esta posmodernidad que nos abriga o desabriga, según, estamos todas y todos queriendo recorrer un camino semejante. Por lo tanto esta canción extraordinaria podría estar dedicada además (imagina uno) a todas aquellas damas enamoradas de su bello ombligo, cuyo valioso tiempo apenas queda disponible (el tiempo que lleva anunciarlo) para romper el corazón de los tórtolos, niños locos que se quedan murmurando en soledad y en lo incierto de un nuevo reto, las últimas sílabas frente al pantano y el fango. Te quiero, te quiero, dicen ellos, pálidos ninfos sedientos entre el bosque de los ecos, arrojando botellas al mar. Y las damas, sirenas después de todo, flores del agua que apartan el espejo de sus ombligos, escuchan con atención. No todo está perdido. ¿O sí? De eso se trata la canción, pero partiendo de la base del mito del Narciso Clásico, el Narciso hombre. Y la interpretación deliciosa y espartana que hace Christina Rosevinge confirma que uno está ante el milagro de un puente, no de algo que ya fue contado infinidad de veces (el mito, aunque también) ni de una canción para escuchar luego con un té de rosas y ligeramente (aunque también). Así las cosas, y tendida la maravilla con la melodía y una voz de otros tiempos, compartimos con ustedes La Canción Verde del mes.