domingo, 20 de enero de 2019

Canción del eco, de Christina Rosenvinge



Cuando los colindantes humanos del barrio (que al parecer ingirieron una dosis extra de somníferos) dejan ladrando a sus perros durante la madrugada y el amanecer, interrumpiendo el sueño necesario de todo el vecindario...¿Narciso está ahí? En el ruido de las bestias que es indolencia de los amos y el nulo registro del prójimo. Cuando apuro a un amigo para que esté mejor, y para que eso repercuta -además- en mi estado de ánimo, y ese amigo se detiene para marcar mi error, un error fosforescente...¿Narciso está ahí? Dividido o acercándose hacia ambas orillas, como el río, que une y fluye. Narciso...¿está en las selfies? En el posteo diario, ora fructífero, ora desmedido, desesperado y vacío, perdido entre todos los Narcisos (¿la humanidad entera?) o en los madrigales virtuales que se deshacen para siempre frente a su propio espejo...¿Narciso, adonde está?

Hace pocos días escuché por primera vez la ¨Canción del eco¨. Sabía algo de la existencia de su autora, ya en un pasado más o menos lejano había reparado en ese nombre y su apellido de sonoridad distinguida, pero nunca, afortunadamente, me había detenido en aquella pintura. Lo primero que sentí frente a una pantalla, por fin, fue la fortuna epifánica, el milagro de sentirme completamente abducido por la totalidad de una canción, río inusitado que recorre ahora los puertos de mi sorpresa, ayer la nostalgia, mañana el entusiasmo. Lo segundo que hice con esa canción fue llorar. Y pensé. Y recordé el mito. Luego me puse a cantar, a intentar acompañar el prodigio con el ukelele que aún casi no sé tocar. Cuando la escuché por cuarta o quinta vez me llamó la atención que en el óleo sublime y congelado de Waterhouse, acompañado por esa voz magnífica, no hubiese millones de visitas en you tube. Uno escucha cada bodrio de ¨cantantes¨  multipremiados y que, para colmo, cuentan con un registro de escuchas y visualizaciones que abarcan un número similar al de la mitad de la población hindú...que luego, con el temor (horror) de haber quedado entumecido en la audición, agradece a los ángeles y a los duendes que aún no ha visto el hecho de  no haber encontrado en la casualidad y causalidad de la web a ninguna otra ¨estrella¨ fugaz. Christina Rosenvinge lo es. Sin las comillas. Sin lo efímero de tantos firmamentos artificiales del espectáculo. En una entrevista ella señala que hace de médium entre el mito y su canción actual. Glorioso. Magia a pleno lograda con una sencillez transversal que casi llega a los siete minutos, asteriscos en el manifiesto del indie ibérico. 

Cuando hablamos de Narcisos nos referimos también a las Narcisas, claro. En épocas de tendencia igualitaria es un acto de justicia poética igualar o hacer el intento de igualar lo que vaya correspondiendo. Iguales no necesita su traducción al lenguaje inclusivo. ¨Narcises¨ suena un poco...raro, aún, un poco raro y sin encender. En tiempos de Ovidio estas cosas eran el sueño de algún parroquiano beodo, si es que lo eran, pero en esta posmodernidad que nos abriga o desabriga, según, estamos todas y todos queriendo recorrer un camino semejante. Por lo tanto esta canción extraordinaria podría estar dedicada además (imagina uno) a todas aquellas damas enamoradas de su bello ombligo, cuyo valioso tiempo apenas queda disponible (el tiempo que lleva anunciarlo) para romper el corazón de los tórtolos, niños locos que se quedan murmurando en soledad y en lo incierto de un nuevo reto, las últimas sílabas frente al pantano y el fango. Te quiero, te quiero, dicen ellos, pálidos ninfos sedientos entre el bosque de los ecos, arrojando botellas al mar. Y las damas, sirenas después de todo, flores del agua que apartan el espejo de sus ombligos, escuchan con atención. No todo está perdido. ¿O sí? De eso se trata la canción, pero partiendo de la base del mito del Narciso Clásico, el Narciso hombre. Y la interpretación deliciosa y espartana que hace Christina Rosevinge confirma que uno está ante el milagro de un puente, no de algo que ya fue contado infinidad de veces (el mito, aunque también) ni de una canción para escuchar luego con un té de rosas y ligeramente (aunque también). Así las cosas, y tendida la maravilla con la melodía y una voz de otros tiempos, compartimos con ustedes La Canción Verde del mes.
                                                                                                              Nicolás García Sáez