sábado, 11 de diciembre de 2021

La clave final

Escribió aquella palabra en la primera página del cuaderno, sin saber que cambiaría el rumbo de mi vida. Descubrí el cuaderno por casualidad, mientras empacaba las pertenencias de la abuela Nora, que ya no está en este mundo. Y me apropié de él sin que mi padre lo supiera.

Heredé de ella el carácter, una mecedora y dos gatos, Panino y Salamito. La abuela era fanática de las “picadas”, esas costumbres humanas del siglo pasado. Hablando de tiempos lejanos, me contaba anécdotas sobre el olor del asado y cómo se le hacía agua la boca cuando su papá lo preparaba. Nunca llegué a probarlo, desde que nací comemos alimentos fabricados en casa con la impresora 3D. Las autoridades dicen que esto es lo más saludable y que los hidratos de carbono son la base de la pirámide alimenticia, lo vienen promocionando desde épocas remotas. Sin embargo, la población mundial es cada vez más joven. Las muertes repentinas están a la orden del día y de la noche. Nos vamos de forma abrupta y a nadie parece importarle.  A veces sospecho que es por la alimentación y otras veces por los brebajes que nos recomiendan y sugieren tomar. Dicen que son seguros y beneficiosos, pero no nos permiten conocer sus componentes. ¿Te das cuenta?, huele a Panino y Salamito encerrados.

La humanidad se fue transformando, las masas olvidaron hasta el mínimo raciocinio. Como alguna vez expresó Le Bon, en ellas se borra lo intelectual y predomina la credibilidad.

Mi abuela perdió a sus familiares y amigos. Intentó convencerlos, pero no hubo forma, ellos eran demasiado buenos e ingenuos. Nora también era buena, sin embargo estaba dotada de un elevado instinto de supervivencia, aunque esto no evitó que se sumiera en un pozo depresivo. Luego conoció a un grupo de personas, quienes la apoyaron y le enseñaron lo que escribiría en aquellas hojas que ahora me pertenecen. Sus seres amados no pudieron distinguir la realidad que danzaba, de la forma más descarada, delante de sus ojos. Y el primado negativo hizo gran parte del trabajo sucio.

Así fue como, poco a poco, nos convertimos en transhumanos. Las autoridades indicaban que esto mejoraría nuestras capacidades físicas y mentales. Llegaron los implantes, softwares, nanobots, modificaciones genéticas, bebés a la carta (mi generación es estéril) y mucho más, pero no quiero extenderme porque ese no es el punto. Lo que nunca informaron es que un tercio de la población sufriría lesiones en los ensayos experimentales de nuevas tecnologías. Y que sería el fin de la libertad, el desvanecimiento de la ética y la aniquilación del ser humano como se lo conocía.

Estamos todos conectados a una gran red. No hay secretos, nuestra mente es un libro abierto para quienes tienen el poder. Ellos son capaces de insertar pensamientos y sentimientos como les apetezca. El concepto de privacidad se esfumó. Los grupos humanos que se rebelaron fueron perseguidos, como pasó en la Edad Media. El mundo volvió a naufragar en la oscuridad.

Yo no tuve opción, me marcaron al nacer. Mis padres no fueron tan valientes como Nora, ellos bajaron la cabeza, pensando que eso les otorgaría una vida normal. Todo nos lleva a pensar que no tenemos escapatoria, pero sí la hay. Puedo comunicarme sin que lo capten, salir de la espiral del tiempo, escarbar en lo profundo y resonar. Tesla lo sabía, el Universo es energía, frecuencia y vibración. También Gariaev hizo su aporte con la genética de ondas.

La clave para evadir a la gran red está en el legado de mi abuela, en esa palabra escrita en su cuaderno. Y no hablo de cualquier cuaderno. Hablo de la bitácora de una oveja negra en el ocaso de la humanidad.

 

Cuento (inédito): Laura Chiavetta

Ilustración (inédita): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos