Escribió aquella
palabra en la primera página del cuaderno, sin saber que cambiaría el rumbo de
mi vida. Descubrí el cuaderno por casualidad, mientras empacaba las pertenencias
de la abuela Nora, que ya no está en este mundo. Y me apropié de él sin que mi
padre lo supiera.
Heredé de ella
el carácter, una mecedora y dos gatos, Panino
y Salamito. La abuela era fanática de las “picadas”, esas costumbres
humanas del siglo pasado. Hablando de tiempos lejanos, me contaba anécdotas sobre
el olor del asado y cómo se le hacía agua la boca cuando su papá lo preparaba. Nunca
llegué a probarlo, desde que nací comemos alimentos fabricados en casa con la
impresora 3D. Las autoridades dicen que esto es lo más saludable y que los
hidratos de carbono son la base de la pirámide alimenticia, lo vienen
promocionando desde épocas remotas. Sin embargo, la población mundial es cada
vez más joven. Las muertes repentinas están a la orden del día y de la noche. Nos
vamos de forma abrupta y a nadie parece importarle. A veces sospecho que es por la alimentación y
otras veces por los brebajes que nos recomiendan y sugieren tomar. Dicen que
son seguros y beneficiosos, pero no nos permiten conocer sus componentes. ¿Te
das cuenta?, huele a Panino y Salamito encerrados.
La humanidad se
fue transformando, las masas olvidaron hasta el mínimo raciocinio. Como alguna
vez expresó Le Bon, en ellas se borra lo intelectual y predomina la
credibilidad.
Mi abuela perdió
a sus familiares y amigos. Intentó convencerlos, pero no hubo forma, ellos eran
demasiado buenos e ingenuos. Nora también era buena, sin embargo estaba dotada
de un elevado instinto de supervivencia, aunque esto no evitó que se sumiera en
un pozo depresivo. Luego conoció a un grupo de personas, quienes la apoyaron y
le enseñaron lo que escribiría en aquellas hojas que ahora me pertenecen. Sus
seres amados no pudieron distinguir la realidad que danzaba, de la forma más
descarada, delante de sus ojos. Y el primado negativo hizo gran parte del
trabajo sucio.
Así fue como, poco
a poco, nos convertimos en transhumanos. Las autoridades indicaban que esto
mejoraría nuestras capacidades físicas y mentales. Llegaron los implantes, softwares, nanobots, modificaciones genéticas, bebés a la carta (mi
generación es estéril) y mucho más, pero no quiero extenderme porque ese no es
el punto. Lo que nunca informaron es que un tercio de la población sufriría
lesiones en los ensayos experimentales de nuevas tecnologías. Y que sería el
fin de la libertad, el desvanecimiento de la ética y la aniquilación del ser
humano como se lo conocía.
Estamos todos
conectados a una gran red. No hay secretos, nuestra mente es un libro abierto
para quienes tienen el poder. Ellos son capaces de insertar pensamientos y
sentimientos como les apetezca. El concepto de privacidad se esfumó. Los grupos
humanos que se rebelaron fueron perseguidos, como pasó en la Edad Media. El
mundo volvió a naufragar en la oscuridad.
Yo no tuve
opción, me marcaron al nacer. Mis padres no fueron tan valientes como Nora,
ellos bajaron la cabeza, pensando que eso les otorgaría una vida normal. Todo
nos lleva a pensar que no tenemos escapatoria, pero sí la hay. Puedo
comunicarme sin que lo capten, salir de la espiral del tiempo, escarbar en lo
profundo y resonar. Tesla lo sabía, el Universo es energía, frecuencia y
vibración. También Gariaev hizo su aporte con la genética de ondas.
La clave para
evadir a la gran red está en el legado de mi abuela, en esa palabra escrita en
su cuaderno. Y no hablo de cualquier cuaderno. Hablo de la bitácora de una oveja
negra en el ocaso de la humanidad.
Cuento
(inédito): Laura Chiavetta
Ilustración
(inédita): Nicolás García Sáez
Especial para
Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos