jueves, 27 de julio de 2023

Los 80s / Remix

Retrofuturismo

Quienes transitamos la infancia entre los ´70 y los primeros años ’80, podíamos fantasear en grande, proyectar otros mundos con juguetes hechos con materiales baratos o tecnologías que hoy se considerarían precarias. Algunos de los más clásicos de la época, como los Waterful o los Pocketeers, ofrecidos hoy en la red como juguetes vintage o retro, requerían de ciertas destrezas motoras como los juegos de kermés, embocar, pescar, esquivar. Bien podrían integrar la prehistoria de los videojuegos actuales. Pero había otros juguetes que se asociaban, sobre todo, a cierta imaginación cientificista de la década, que alentaba ficciones sobre micro o macromundos posibles, estimulada en buena parte por el cine.

Los Sea Monkeys, unas pequeñas criaturas que salían a la vida cuando el polvito que las contenía, en potencia, entraba en contacto con el agua. Un poco de polvo en sobre, unos litros de agua y, abracadabra, se producía la magia. “Mascotas al instante”, anunciaba el packaging de la sustancia milagrosa, en un kit dudoso que se completaba con un purificador de agua, huevos, plasma y alimento para asegurar su crecimiento.  Por supuesto, los seres que surgían del experimento, cuando se tenía la suerte de que saliera algo, estaban lejos de parecerse a monos de mar. Los bichos resultantes se movían como espermatozoides y eran especímenes de la Artemia salina, unos crustáceos diminutos, translúcidos, con forma semejante al ciempiés, pero con cola larga, que hacen de manjar de los peces y habitan en las aguas saladas de todo el mundo. Con el diario del lunes, la prensa se refirió al fenómeno Sea Monkey como una estafa escandalosa del consumo, pero, para las niñas y niños de la época, indiferentes a las motivaciones del marketing, fue la ocasión de volvernos un poco científicos, dioses o alquimistas, creadores de vida y de nuestras propias mascotas. Esa alquimia nos dio también la posibilidad de idear un mundo microscópico, una ficción de seres extraños, de poder ver más allá de lo que veían nuestros ojos, antes de la utopía virtual del metaverso.

Además del mundo acuático, la proyección sobre el cielo, la galaxia, el espacio exterior, también encendía nuestra imaginación alucinada. Y aquí aparece el Simon, ese disco 3D, que emulaba un plato volador, con cuatro botones luminosos, de color rojo, verde, azul y amarillo, y distintos sonidos que emanaban de cada uno de ellos. Se presentaba como un juguete didáctico, para grandes y chicos, que estimulaba la memoria visual y sonora, por medio de secuencias nemotécnicas de luces coloreadas y sonidos. Aunque dudo si la atracción del Simon radicaba exclusivamente en esa función productiva. Lo que más fascinaba del aparato, por lo menos a mí, era su ineludible conexión con el fenómeno OVNI, otro prodigio de la época, y con el reconocimiento, cada vez más popular en ese entonces, de la vida extraterrestre. En 1977, un año antes de que el Simon saliera a la luz, se había estrenado Encuentros cercanos del tercer tipo, de Steven Spielberg, que fue furor entonces, y que Ray Bradbury llegó a calificar como la mejor película de ciencia ficción que haya visto. Entre las imágenes cinematográficas que atesoro de esos años, sin duda está la escena más dramática de la historia, la del célebre encuentro de los humanos con los alienígenas, cuando consiguen comunicarse por medio de una sinfonía de luces y sonidos.  Re-mi-do-do-sol, las notas de ese crescendo musical que aún logra emocionarme hasta el escalofrío.  La notación musical convertida en alfabeto. No puedo dejar de ver la analogía entre esa nave, las luces sonoras y el Simon, y revivir las sensaciones que nos provocaba esa imaginación futurista.

 

Texto (inédito): Florencia Suárez Guerrini*

Historiadora de Arte, investigadora y docente de la Universidad Nacional de La Plata y de la Universidad Nacional de las Artes

Foto: Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos