Viaje
a la Luna se filmó en 1902, incubando allí mismo y en aquel
entonces casi todo lo que nos rodea ahora. La película de los hermanos Méliés, revolucionaria y calificada como una de las
más importantes en la historia del celuloide, es el primer éxito, inaugura
el verbo “filmar” dentro de la ficción, abre las puertas del futuro del cine;
hay una vasta bibliografía al respecto. Hoy la miro por segunda vez y en ese
devenir hago algunos comentarios espontáneos sobre ella.
Hay 13.375 cuadros que
se estrenan en blanco y negro y pintados a mano. La música del dúo francés Air,
pareciera, ya de entrada, ser insuperable para la ocasión. Que bien que acompaña
en esa suerte de concilio, clave mágica de coro griego con jinetes del hechizo
lunar. ¿Se pondrán a cantar? Una pena que sea una peli muda, pero, resilientes
al fin y al cabo, las imágenes vibran en potencia y atraviesan la pantalla. El
sortilegio es inmediato.
Entre ofrendas de telescopios
y el paso delicado de las damas, un coro movedizo murmura inquieto el ingreso
de algo así como un prelado, luciendo vestimentas que más tarde imitará el mago
de Oz. A la eminencia se le cae el gran bonete y puede verse, detrás, en el
pizarrón, un boceto del mundo que, bien visto, puede ser el nacimiento de los
logos del marketing.
No se sabe si la
eminencia de barba larga y blanca intenta agitar o calmar a su tropa. Dibuja
con tiza un telescopio sobre el primer logo del mundo. Hace una línea de puntos
en dirección hacia la Luna. ¡Qué maravilla! La tropa se agita entre meresundas
y zarandeos, vuelan los papeles, ¿están contentos o enojados?
Hay una sensación muy
grande de universo visionario, dentro de una máquina que nos lleva al
principio de los tiempos. No dejo de imaginar los recursos disponibles y el
impedimento o la oportunidad de no contar con un referente. Asombroso. El
vestuario, la picardía de los gestos, la osadía de un montón
de seres que parecen haber entendido todo sin contar, siquiera, con un
abecedario.
Y estamos hablando de
la primera película “oficial” de la Historia del Cine, el núcleo, el punto de
partida. Se ha dicho que después del Quijote de Cervantes, pues eso, la nada
misma. Algo parecido se dijo del Ulises de Joyce. Tirar las primeras piedras en
la fuente de la creación… ¿provoca tal impacto en la superficie y en sus
profundidades, tanto, que luego no quedan más piedras hacia el horizonte y lo único
que se observa, al costado del camino son, ponele, los mancos de Lepanto?
Sigamos. Segunda
escena: martillazos para construir la nave espacial, ritmo sostenido y febril,
mucho movimiento, caídas, humor. Ya sabemos exactamente de donde vienen Armstrong,
Keaton y Chaplin. Luego un guiño al exceso de la revolución industrial, en la
lejanía y el primer efecto especial y grandilocuente que provoca una cortina de
humo, antesala del ingreso a la nave. Rollo marcial, militar, damas de rosa
pálido ejerciendo como granaderas. La eminencia de barba blanca, caballeros
elegantes con máscaras tenebrosas, cuadritos pintarrajeados con las únicas
herramientas del momento, ingresan a la nave, como una bala en un cañón
mientras varias damas de celeste apagado saludan con sombreros de unos amarillos
que recuerdan al sol más triste de Van Gogh
Por medio de un fósforo
largo, un hombre se sube a una escalerita y le pone play al cohete espacial. Se
supone que allí dentro están la eminencia, los hombres elegantes sin trajes de
astronauta. La luna icónica se queda tuerta con el aterrizaje de los
tripulantes.
Los seis caballeros
saltan con júbilo, con algarabía, mientras observan hacia aquí, nuestro planeta
terrestre. Luego, ya decúbito dorsal, observan estrellitas con unos rostros
movedizos, musas y un anciano que brota desde el centro de Saturno. ¿Qué
significa todo aquello? Un sueño dentro de un sueño dentro del sueño que estoy
viendo y viviendo. Waw. Cae la nieve y los caballeros coloreados agitan el frío
bailando.
A continuación, los visitantes
ingresan a un mundo subterráneo de cucumelos entrelazados. Un hongo crece y
aparece el malvado primordial, gran gimnasta, habilidoso, vestido de esqueleto
brinda ingreso a un grupo nativo, que decide combatir al invasor. Cualquier
alusión a la conquista y la colonia, no es mera coincidencia. Pero los nativos
no son tontos, están muy bien organizados. Tienen rey, desfile, orden,
plebeyos, amenazas y lanzas. La eminencia no soporta semejante agravio, se
libera de las cuerdas, toma al rey y lo hace explotar contra el suelo lunar.
Humo verde y rosa. Los caballeros huyen, el ejército los persigue.
Paisajes pre-dalinianos,
paraguazos, tironeos, explosiones. En la punta del abismo, la nave se bambolea
con el salto de un tripulante y cae raudamente hacia el vacío. Los nativos,
enojados, enuncian vituperios con el movimiento de sus cuerpos.
Los tripulantes, cinco
adentro y uno afuera, caen en picado hacia el fondo del mar. ¿Guiño duplicado
para Verne? Un bote ahogado entre medusas fosforescentes, predominan los
turquesas. Una embarcación los rescata. Vuelta a casa. Allí son recibidos como
héroes, los anuncian, los enuncian, los pronuncian, son coronados mientras
aparece el enemigo extraterrestre que, en el lapso de un parpadeo, ya es amigo
del lugar. Todos bailan al son y alrededor de la estatua de… ¿un druida, un
emblema, una deidad?
Texto y foto lunar (inéditos):
Nicolás García Sáez
Especial para Los Verdes
Platónicos y Los Verdes Paralelos