viernes, 3 de mayo de 2024

El viaje a la Luna de los hermanos Meliés

Nicolás García Sáez

 Viaje a la Luna se filmó en 1902, incubando allí mismo y en aquel entonces casi todo lo que nos rodea ahora. La película de los hermanos Méliés, revolucionaria y calificada como una de las más importantes en la historia del celuloide, es el primer éxito, inaugura el verbo “filmar” dentro de la ficción, abre las puertas del futuro del cine; hay una vasta bibliografía al respecto. Hoy la miro por segunda vez y en ese devenir hago algunos comentarios espontáneos sobre ella.

Hay 13.375 cuadros que se estrenan en blanco y negro y pintados a mano. La música del dúo francés Air, pareciera, ya de entrada, ser insuperable para la ocasión. Que bien que acompaña en esa suerte de concilio, clave mágica de coro griego con jinetes del hechizo lunar. ¿Se pondrán a cantar? Una pena que sea una peli muda, pero, resilientes al fin y al cabo, las imágenes vibran en potencia y atraviesan la pantalla. El sortilegio es inmediato.

Entre ofrendas de telescopios y el paso delicado de las damas, un coro movedizo murmura inquieto el ingreso de algo así como un prelado, luciendo vestimentas que más tarde imitará el mago de Oz. A la eminencia se le cae el gran bonete y puede verse, detrás, en el pizarrón, un boceto del mundo que, bien visto, puede ser el nacimiento de los logos del marketing.

No se sabe si la eminencia de barba larga y blanca intenta agitar o calmar a su tropa. Dibuja con tiza un telescopio sobre el primer logo del mundo. Hace una línea de puntos en dirección hacia la Luna. ¡Qué maravilla! La tropa se agita entre meresundas y zarandeos, vuelan los papeles, ¿están contentos o enojados?

Hay una sensación muy grande de universo visionario, dentro de una máquina que nos lleva al principio de los tiempos. No dejo de imaginar los recursos disponibles y el impedimento o la oportunidad de no contar con un referente. Asombroso. El vestuario, la picardía de los gestos, la osadía de un montón de seres que parecen haber entendido todo sin contar, siquiera, con un abecedario.

Y estamos hablando de la primera película “oficial” de la Historia del Cine, el núcleo, el punto de partida. Se ha dicho que después del Quijote de Cervantes, pues eso, la nada misma. Algo parecido se dijo del Ulises de Joyce. Tirar las primeras piedras en la fuente de la creación… ¿provoca tal impacto en la superficie y en sus profundidades, tanto, que luego no quedan más piedras hacia el horizonte y lo único que se observa, al costado del camino son, ponele, los mancos de Lepanto?

Sigamos. Segunda escena: martillazos para construir la nave espacial, ritmo sostenido y febril, mucho movimiento, caídas, humor. Ya sabemos exactamente de donde vienen Armstrong, Keaton y Chaplin. Luego un guiño al exceso de la revolución industrial, en la lejanía y el primer efecto especial y grandilocuente que provoca una cortina de humo, antesala del ingreso a la nave. Rollo marcial, militar, damas de rosa pálido ejerciendo como granaderas. La eminencia de barba blanca, caballeros elegantes con máscaras tenebrosas, cuadritos pintarrajeados con las únicas herramientas del momento, ingresan a la nave, como una bala en un cañón mientras varias damas de celeste apagado saludan con sombreros de unos amarillos que recuerdan al sol más triste de Van Gogh

Por medio de un fósforo largo, un hombre se sube a una escalerita y le pone play al cohete espacial. Se supone que allí dentro están la eminencia, los hombres elegantes sin trajes de astronauta. La luna icónica se queda tuerta con el aterrizaje de los tripulantes.

Los seis caballeros saltan con júbilo, con algarabía, mientras observan hacia aquí, nuestro planeta terrestre. Luego, ya decúbito dorsal, observan estrellitas con unos rostros movedizos, musas y un anciano que brota desde el centro de Saturno. ¿Qué significa todo aquello? Un sueño dentro de un sueño dentro del sueño que estoy viendo y viviendo. Waw. Cae la nieve y los caballeros coloreados agitan el frío bailando.

A continuación, los visitantes ingresan a un mundo subterráneo de cucumelos entrelazados. Un hongo crece y aparece el malvado primordial, gran gimnasta, habilidoso, vestido de esqueleto brinda ingreso a un grupo nativo, que decide combatir al invasor. Cualquier alusión a la conquista y la colonia, no es mera coincidencia. Pero los nativos no son tontos, están muy bien organizados. Tienen rey, desfile, orden, plebeyos, amenazas y lanzas. La eminencia no soporta semejante agravio, se libera de las cuerdas, toma al rey y lo hace explotar contra el suelo lunar. Humo verde y rosa. Los caballeros huyen, el ejército los persigue.

Paisajes pre-dalinianos, paraguazos, tironeos, explosiones. En la punta del abismo, la nave se bambolea con el salto de un tripulante y cae raudamente hacia el vacío. Los nativos, enojados, enuncian vituperios con el movimiento de sus cuerpos.

Los tripulantes, cinco adentro y uno afuera, caen en picado hacia el fondo del mar. ¿Guiño duplicado para Verne? Un bote ahogado entre medusas fosforescentes, predominan los turquesas. Una embarcación los rescata. Vuelta a casa. Allí son recibidos como héroes, los anuncian, los enuncian, los pronuncian, son coronados mientras aparece el enemigo extraterrestre que, en el lapso de un parpadeo, ya es amigo del lugar. Todos bailan al son y alrededor de la estatua de… ¿un druida, un emblema, una deidad?


Texto y foto lunar (inéditos): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos