Con María, Verde Honoraria, de repente nos
pusimos a hablar de los correctores. Luego de enviarnos mensajes de texto en el
que ¨sábado¨ se transforma en ¨Sabino¨ o ¨ensalada¨ en ¨esmeralda¨, ella afirma que los susodichos interpretan en
los celulares un idioma que solo ellos conocen. Yo subrayo lo que dice acotando
que los correctores son unos snobs. María dice que son unos tilingos. Yo le
digo que son mojigatos. Ella dice que son gordos pambufas y yo unos pancucas.
María: pipistrelos, yo: piripipíes. Y así los adjetivamos de paparruchos,
chichipíos, mequetrefes, turulatos, farabutes. Y de Funes sin memorias, de Aleph
(¿Alephes?) sin ojos ni anteojos, de Sandokanes sin espadas, o Peterpanes sin
infancias, y Sanchopanzas sin panzas, o Aquamanes sin océanos, y Zorros sin
antifaces, o Aladinos sin lámparas, y Macris con corazones, o...podemos estar horas
así, pero decidimos hablar por teléfono y, por medio del castellano humano, que
aún existe, reírnos sobre Sagitario tomando un fernet con coca y el casi onomatopéyico
argentinismo y recíproco ¨Re Re¨. Luego hablamos de poesía, de cierta poesía (más
tarde, me sorprende una mañana con un punto doc en el Messenger y un prólogo
exquisito de su autoría, obsequio para mi nuevo poemario que, si no sucede nada
extraordinario, sale publicado en breve) y luego viramos, vía audio de wasap,
hacia Lisboa y la etimología de la palabra ¨piringundín¨. Dos días después nos
encontramos en El Federal, el bar más antiguo de la ciudad de Buenos Aires.
AVIONCITOS
Veinticinco años junto a Caloi deben dejar
huella en cualquiera. María Verónica Ramírez le dice ¨El Negro¨. Lo extraña, lo
admira, lo sigue amando. Me cuenta el día que se conocieron. Ella estaba en la
terraza de su estudio de Paseo Colón, en el interior pintaba y dibujaba, en el
exterior cambiaba una lamparita y limpiaba despreocupada su Pelopincho.
Alguien, algunos pisos más arriba, la observaba con el detenimiento de un
orfebre...hasta que no aguantó más. Épocas encantadoras, sin redes sociales,
que se ha llevado el viento, que se ha llevado el tiempo. María quedó atónita
ante aquel hombre llamativo que, desde las alturas, exclamaba su entusiasmo
mientras le arrojaba un avioncito de papel con un dibujo y algo escrito en el ala izquierda: ¨te miro y me desconcentro, no puedo trabajar¨, había garabateado en
el aeroplano el célebre artista que, de yapa, le había delineado un Clemente.
Así las cosas María cae en la cuenta de quien era aquel señor que hacía señas
para darle su número de teléfono. Ella, entonces, luego de meditarlo...accede.
Y lo llama al número indicado que el hombre había hecho en el aire. El aparato
suena...pero nadie atiende. Listo. Ya fue. María continúa con sus cosas. Caloi,
otra vez desde las alturas, se pronuncia con voz sonora:
- ¡Me equivoqué
de número, disculpáme, yo nunca me llamo por teléfono a mí mismo! María lo
observa como quien observa a un marciano y el padre de Clemente le arroja
entonces un nuevo avioncito de papel, esta vez con el número correcto, que
inicia un viaje sin escalas ni rupturas hacia una historia de amor que duraría
un cuarto de siglo.
MUNDOS ANIMADOS
Abundan allí las hordas de gringos embelesados
con el mobiliario porteño y centenario. Se palpan los rumores del pasado en esa
atmósfera concreta que lo sostiene en el presente. En El Federal, bar
entrañable y encantador, corren las birras. Ella prefiere clavarse la Imperial
bien fría y sin espuma. Yo con. Tengo frente a mí a una de las creadoras de ¨Caloi
en su tinta¨, el primer programa de la televisión argentina dedicado a la
difusión del cine de animación de autor de todo el Mundo Mundial, con la yapa de
ser pionero a la hora de difundir, además, a las artes plásticas en general. Uno
de mis programas de televisión preferidos de todos los tiempos (de todos los
tiempos antes de Netflix, que aún no tengo, de la televisión, que casi no estoy
viendo) y es un bálsamo poder manifestar mi admiración hacia Caroline Leaf, y
que la interlocutora sepa perfectamente quién es (y es obvio que así sea, ya
que gracias a María pude conocer los cortometrajes animados con grandes
referencias literarias que la artista de Seattle crea, también, con vidrios,
arena y luces) y no sólo eso, sino enterarme allí mismo que además la conoció
personalmente durante los días que CL pasó en la Argentina.
MONSTRIÑA
Aparece de un momento a otro, de pie y con su
cuerpo diminuto, frente a una sombra gigantesca que intentaba asustarla. La
sombra era su propia sombra y la linterna su luz para apaciguarla, para
apuntarle directamente al corazón y empujar a su autora a observarla, parirla y
comenzar a dibujarla. De allí a los lienzos, los cuadernos, los papeles, las
pantallas, la contratapa de todos los domingos en el diario de mayor
circulación del país, los festivales, los premios en los festivales
internacionales, las exposiciones multitudinarias, la fama. Y al pegar la
vuelta, al volver a casa, la oportunidad de que los trazos, las ideas, los
colores vuelvan hacia el jardín más puro de la infancia. Y la necesidad de no
definirla, de aprender de su propia creación, de sus sombras, sus amigos
invisibles. De transitar la oscuridad y el dolor con dulzura, con sus lecturas,
de convivir con sus miedos, enfrentarlos con su imaginación poderosa, de
reconocer, al salir de sí misma y volver hacia la autora (¿o viceversa?) que
ella nace cuando Caloi se va. Monstriña nace y no juzga a los demás, nunca, tampoco
habla. Hace, colabora, es solidaria, valiente, original, lisérgica y aparece
María, que pide otra cerveza, que me habla del suicidio de su hermano, que
acompaña con sus dibujos los recitales de Divididos, que me cuenta sus
anécdotas con Fontanarrosa, con Hermenegildo Sabat, aquella anécdota también en
la que empapelaron toda la ciudad de Lisboa con su creación. María, la que recibe a Serrat en su casa
cuando viene a la Argentina, la que recibe al mismo Nano cuando visita la
exitosa muestra que hizo en el CCK, la que prueba el sushi con Jaime Torres, la
que conoce y divulga a tod@s l@s popes de la mejor animación mundial, y vuelve
a aparecer Monstriña, la que es mencionada por los medios especializados como
la mejor amiga (¿la sucesora?) que no tuvo Mafalda, la que se para en la punta
de su cama para ofrecerle, en medio de la noche, un chupete a su propia sombra
gigantesca, la que juega a la rayuela para llegar al cielo, la que se sube a
una escalera para abrazar a su propio monstruo, la que cuelga a la luna en una
noche estrellada para que le regale la lluvia, la que hace equilibrio con dos
platos para desearnos un feliz 2019, y aparece María, que la cuida, la quiere,
y la deja ser.
Nicolás
García Sáez