¿Hacia dónde me dirijo? ¿Qué moviliza el deseo de permanecer en esa
velocidad inmutable que no puede ser contenida? ¿Por qué esa ráfaga urbana y
constante me repele y fascina al mismo tiempo? ¿Por qué detengo mis pasos
en ese local que me quiere vender/enchufar una dosis casi mortal de grasa
hidrogenada, cuando estoy absolutamente convencido de que el sabor y contenido
de una ensalada de frutas es Infinitamente Superior? Pienso en la gran cantidad
de libros escritos sobre el tema. Bueno, tal vez no sean tantos. Recurrente es
invocarlo a Aldous Huxley, pero supongo que no está de más mencionar aquello
que dijo en la década del 50:
"La velocidad
proporciona el único placer verdaderamente moderno"
Camino despacio. Filmo un poquito. Tranqui entre teatros, pizzerías, gente
dispersa. Cada vez se habla menos de las cigüeñas (que no son parisinas, son
escandinavas) y cada vez suenan más las campanitas de los celulares,
puerto inmediato, veloz, que conquistan las columbas mensajeras que vuelan
entre los cielos de la virtualidad. Pispeo de refilón los neones del ya
legendario Cine Lorca, que desde siempre ofrece buenas películas. La velocidad
de la luz detenida en un cartel verde y luminoso. El precio de la entrada es
accesible, si se lo compara con una oferta de las ya monotemáticas esquinas de
Kentucky (aunque ambos reductos, según el caso, suelen ser complementarios) y
es un oasis, también, en medio de los precios carísimos, violentos y de rapidez
unidireccional (siempre para arriba) que aparentan aflojar entre una
¨estabilidad¨ que especula en este marco preelectoral, pero el Monumento
Enhiesto de Buenos Aires ha incorporado hace pocos años un juego de luces
multicolores que se enredan con la noche y me abducen como si fuese la
última coca cola (light) en el desierto de la inabarcable metrópoli.
Llego al quid, al punto neurálgico y simbólico de la gran ciudad y no es un
espejismo, todo lo contrario, abruma esa mixtura de hiperrealidad con fantasìa
lisérgica y marketinera, allí, hasta donde no hace mucho se ostentaba el cartel
publicitario más grande que hay en América (600 metros cuadrados, cuatro
millones de leds). Me resulta muy curioso que aùn no se haya escrito un libro
en tándem con las plumas de algún fisic@ y algún filòsof@ que
hablen sobre el vacío y la luz. Durante unos instantes pienso que todo es el
inmenso decorado de una película asiática de presupuesto ultrabillonario. Dejo
de filmar un poquito. Me gusta estar ahí, lo disfruto…durante cinco minutos,
incluso el aire frío contaminado por el smog y otras sutilezas del monóxido de
carbono, pero luego del bombardeo publicitario que zamarrea amable o torpemente
los meandros de mi psique hasta rincones insondables, decido volver mis pasos
hacia aquel neón más manso, estable y lento del Lorca. A medida que me acerco a
la entrada del cine me pregunto qué otras frutas invernales podré comprar,
además de las omnipresentes naranjas, bananas y manzanas, para el postre que
acaba de ganar la pulseada esta noche.
video + texto: nicolás garcía sáez