Me comunico con él varias veces por medio de un
teléfono fijo, nada de wasap. Me gusta su voz, es atenta, agradable, segura, recíproca;
mientras hablo, o en las pausas, mejor dicho, siento que escucha mis
silencios. Pienso en la magia y el reverberar de los subtextos teatrales.
Empezamos bien. Quedamos en encontrarnos un lunes, a las tres de la tarde. Hace
un calor casi extremo y la parte discreta del barrio norte, al ritmo de una
siesta urbana, se mueve mansa y elegante. La cita es en su hogar. Toco el
botoncito del portero eléctrico y María, su compañera, baja, abre cordialmente
la puerta, subimos hasta un primer piso y luego me lleva hacia el encuentro de
mi anfitrión. Camino un poco a tientas por el living, con el paso un tanto
atolondrado del forastero, hasta que lo veo: Tito Cossa tiene un semblante
riguroso, pero hay algo pacífico en sus gestos inmediatos que señalan todo lo
contrario. Me invita a tomar asiento mientras
enciende su pipa. El sillón desde donde me observa agudamente, con sus cejas
tupidas e intimidantes, tiene toda la pinta de ser uno de esos muebles fuertes
de los 70, tapizado con diseños tenues y
circulares. El ambiente donde ahora estamos frente a frente es pequeño, cálido
y luminoso, llegan algunos sonidos desde la calle. Me fijo en una imagen
de Gardel sobre un escritorio, en otra de él mismo, una buena fotografía que
alguien le hizo, en blanco y negro. El hombre no deja de mirarme, vuelve a
encender la pipa. A causa de tanto entrar y salir de calores impetuosos en
exteriores y aires acondicionados glaciares en interiores, sumado a súbitos
cambios en la meteorología porteña, yo estoy
bastante resfriado, tengo algunas líneas de fiebre, temo que se me escape la
tos, o las toses, y que él piense que es por el humo del tabaco. Y además ahora
está revoloteando en el mundo entero este tema del coronavirus. No fumo pero
el aroma del tabaco de la pipa de Tito, todo hay que decirlo, es dulce y
delicado. Me concentro. Nam Myōhō Renge Kyō. Comenzamos con serenidad y sin
interrupciones un viaje hacia su pasado.
Le pregunto por sus inicios como
dramaturgo, por qué decide emprender ese camino. A priori lo cita un par
de veces a su siempre admirado Arthur Miller (a quien él mismo entrevistó
telefónicamente en 1994) para luego subrayar que su pasión por el teatro,
sumado al hecho de no animarse a actuar sobre un escenario, lo llevó a escribir
desde los 21 años. Me resulta curiosa esta respuesta ya que lo imagino
interpretando perfectamente a cualquier personaje, pero bueno, cada persona es
un mundo, e incluso varios mundos. “Si pudiera empezar de nuevo lo haría siendo
actor”, dice, y nos miramos, entonces aparto la vista, y anoto en mi cuaderno.
Así las cosas, tenía la buena costumbre de
juntarse con sus amigos Carlos Gorostiza, Ricardo Halac, Germán Rozenmacher,
Carlos Somigliana y Sergio De Cecco. En esas reuniones compartían lo que
habían escrito o estaban escribiendo. De allí surgiría el estreno de
“Requiem para un viernes a la noche”, de Rozenmacher, “El reñidero”, de Sergio De Cecco, y la célebre pieza iniciática y colectiva
“El avión negro”. Mientras uno de los dramaturgos argentinos más importantes de
todos los tiempos enciende nuevamente su pipa y me transmite una humildad
entrañable (y aflora otra vez esa especie de… ¿oxímoron?, ¿contradicción?,
¿sorpresa?, que vengo percibiendo en mis encuentros con gente tan conocida y reconocida) pienso en
cómo me hubiese gustado presenciar alguna de aquellas tertulias. Recorremos a
continuación sus años como periodista: empieza como che pibe en
Clarín, de allí pasa a trabajar en la absorbente Prensa Latina, luego en La
Opinión, más tarde en El Cronista…siempre en la
sección de política. Se va curtiendo con la palabra pero su
deseo más grande es escribir teatro. Y entonces lo hace. Y publica su primera
obra. Y luego comienzan las mudanzas, el reconocimiento paulatino, individual y
colectivo, los aplausos, los primeros palos, los años de plomo. Anoto y grabo.
Y quiero hacerle esta pregunta, sí o sí:
¿Cómo fue estrenar
“La Nona”, su obra emblemática, en medio de la dictadura?, ¿hubo miedo, presiones?,¿la censura llegó
a intuir que se trataba o podía tratarse de una metáfora de aquellos años
siniestros?
Tito Cossa: ─ “La Nona”
reunía todas las metáforas. Para algunos y para otros era el imperialismo, el
dinero, la muerte. Hay que tener en cuenta que en esa época todo se leía muy
políticamente, es decir, si un personaje decía “ladrillos rojos”, la gente ya
pensaba que podían ser palabras peligrosas. Vivíamos momentos muy intensos,
entonces se latía el no poder hablar, todo parecía que era intencionado.
Recuerdo que nos tiraron una bomba molotov en el teatro La Salle, donde se
estrenó la obra, que
rompió una de las puertas de vidrio y chamuscó una de las alfombras. Intentaron
prohibirla, pero un funcionario democrático logró que esa prohibición solo
fuera para menores de 14 años. Fue un éxito, fue mucha gente. Nosotros habíamos
formado un grupo con Gorostiza, Somigliana, Leandro Ragucci y Héctor Aure,
dueño de la sala del La Salle. Estuvimos ahí un tiempo, hicimos varias obras.
La censura era muy rara, en este país ni siquiera era seria. En España y otros
países había censura previa, allá, si vos querías estrenar una obra, tenías que
llevarla a un comité y ahí te decían esto sí, esto no, y te tachaban. Acá no
pasó eso, directamente te ponían una bomba, como también pasó en el Teatro del Picadero. Cuando yo estreno “El viejo
criado”, en el Teatro Payró, lo hago en el segundo horario. Antes que
nosotros había un grupo de autores jóvenes que hacían una obra llamada “La
sartén por el mango”, de Javier Portales, y que fue la única obra que él
escribió. En un momento dado ellos cantaban la marcha de San Lorenzo en joda, y
por eso la prohíben. Y yo con “¨El viejo criado”, que muchos me decían que me
la iban a prohibir, porque hablo del peronismo, porque había metáforas de la
junta militar, por los tres guapos que se militarizaban… no pasó nada.
Los dictadores no iban a ver teatro, en parte pudo haber sido eso, al único que
vi un par de veces fue a Rojas. Actuaban de manera muy extraña, no prohibieron
“El viejo criado”, pero prohibieron la obra de los pibes.
“Nuestro fin de
semana” es su primera obra de teatro. ¿Qué recuerdos tiene del momento de su
publicación, del estreno y la puesta en escena?
Tito Cossa: ─ Recuerdo que apareció una idea, le metía,
avanzaba, paraba, la dejaba, volvía. Luego fue publicada por Ediciones de La
Flor y estrenada en 1964. La protagonizó Juan Carlos Gené, también iban
entrando actrices y actores en diferentes escenas que proponía la puesta de Yiair
Mossian. Se estrenó en el Teatro Río Bamba,
fue una época muy feliz para mí, ya que en esos días también nació mi hijo.
Usted nació en Villa
del Parque… ¿vuelve cada tanto al barrio?, ¿lo
conoce a Aristarain, que vive allá?
Tito Cossa: ─ Volví hace tres o cuatro años, y me encontré
con otro barrio. Viví ahí hasta los 21 años. Luego viví en los cien barrios
porteños. La vez pasada me dieron una orden para un médico en Villa del Parque,
a dos cuadras de la casa en donde yo pasé toda mi infancia, pero ya no
reconozco nada, tengo cierta nostalgia, pero todo está muy cambiado. Si a mí
aquel día me tapaban los ojos y me decían dónde estaba… yo no sabía, y estaba
en la cuadra donde yo había vivido. Mi casa vieja ya no está más… en fin, a
veces pienso en darme otra vuelta por allá. A Aristarain alguna vez lo he
saludado, lo respeto y lo admiro mucho.
¿Qué está leyendo y en qué está trabajando ahora?
Tito Cossa: ─ Estoy leyendo una novela policial, “La falsa pista”, de Henning Mankell, gracias a este
invento maravilloso en el que puedo ampliar un poco las palabras (me muestra
una tablet que tiene unos protectores de color magenta. El cuadro con el humo casi
plateado emanando de la pipa, más el sillón
con diseños circulares de los 70, y el aura inmensa que lo rodea y se ha ido
gestando y reproduciendo mientras ha durado nuestro encuentro, me resulta
interesantísimo). Escucho mucho la radio también, programas donde me
gusta informarme como “El destape”, “Radio con Vos”,
“la AM 530”, la radio de las Madres, Radio 10 ; leo
varios diarios por internet, empiezo con Página 12, luego un poco de Infobae,
cierta información de Clarín, o La Nación. Además escribo unas humoradas para
Página 12, que llevan siempre el título de “Ocurrido y Ocurrencias”, las voy
juntando en mi cabeza y enviando a medida que se me ocurren. Hace poco también
estrené una obra, “Solo queda rezar”, que escribí el año pasado con Mariano, mi
hijo, que también es autor, la estrenamos en el nuevo Teatro del Pueblo (el
legendario ícono del teatro independiente, que
funciona desde 1930 y que acaba de abrir sus puertas en Lavalle 3636), al que
también inauguramos en su nuevo lugar. Por suerte nos está yendo muy bien.
Nicolás García Sáez
Foto: ngs