¨Como la lava leve¨ es el quinto poemario de este autor multifacético. Aquí comienza su nueva aventura el primer día del año, narrando toda suerte de vivencias, en donde abundan los recuerdos de sus viajes alrededor del mundo, que pudo recorrer gracias a su oficio de cronista y fotógrafo de diarios, revistas y líneas aéreas.
Es enero, en las sierras cordobesas. Poco a poco vamos descubriendo los tonos añiles y cerúleos de ese inmenso amanecer, el canto perspicaz de una pareja de zorzales chiguancos, la presencia de los comechingones entre la niebla, las aguas frías del río que invitan al poeta a nadarlas por enésima vez. Y es allí, entre las brazadas, con el cuerpo flotando en el mágico elemento, donde todo comienza a suceder: bajo el agua, entre voces bruñidas por el sol matutino, aparece el afecto por los seres queridos, los primeros viajes de la infancia y la adolescencia, sus experiencias como saxofonista, el rescate hacia un amigo con tendencias suicidas gracias a la propuesta de un desayuno o un par de páginas hilarantes que van describiendo su deseo paternal de ver crecer en Buenos Aires a unos mellizos brasileros que aún no tuvo. Estas imágenes, contundentes y detalladas, se acentúan junto a otras en un texto trepidante, ininterrumpido, que se extiende mientras se zambulle en un raudal de paisajes hacia el invierno de ese mismo año.
Opa Rire (¨después de todo¨, en guaraní) es el primer libro de relatos de la autora. Un trabajo artesanal vinculado a lo insondable de la existencia, que descubre contrapuntos entre la sencillez de un paisaje entrerriano y horizontes más agudos. Cada secuencia se desplaza en palabras serenas, que cobran fuerza a medida que se funden con los tonos personales y aludidos, conformando su paleta particular de colores y una porción del Litoral. Y en medio de ese paisaje, aparecen diálogos intensos como el picotazo de un abejorro o pájaros que cortan sus raíces con el cielo para volver a buscar anclaje en el nido de un aguaribay. O la luna, que aquí tiene su tributo, acompañando varios relatos desde lejanas latitudes, hundiendo también su silueta en las aguas del río Paraná, que en su devenir fue inspiración de la orquesta poética de Juanele Ortiz, inspirador recurrente en esta obra. El lenguaje y la experiencia, amparándose en el vuelo de un benteveo o en la encrucijada de un diván, se ofrecen para contar imposibles, o bien para hablar del Amor, porque está escrito al ritmo de las pulsaciones, en un juego indisoluble con la imaginación.
En este poemario, el
primero de su autora, la música es el latido que subyace en el texto, lo que lo
anima e impulsa. Música de la existencia, en el pulso de un paisaje, en la
mirada, en lo amoroso, en la pérdida o en la celebración. Música como
inmanencia. En los vaivenes del agua, de la luz, el sonar del simple
movimiento, el cuerpo o un pensamiento que asoma, las palabras, el tensar y
destensar de sus hilos, su permanencia, su rodada. Son textos donde algo
permanece abierto, aún en los poemas de armado más hermético; la palabra como
pasaje, el registro de su estela, lo que se desanuda, su reverberación, el
silencio habitado, ya que en el silencio, en la respiración, también está el
poema, su música errante.