Localidad, escudo, mapa. restos de Mapuches. Niveles de agua, pueblo, sudestada, restos de casas. Coordenadas, huso horario, población: un habitante.
En las ruinas de Epecuén hay aves y zorros plateados. Los árboles muertos están blancos. Hay una laguna con flamencos anaranjados y otros pájaros, enormes, lentos. Hay comunidades de cientos de pájaros agrupados que levantan vuelo de repente, al mismo tiempo, una coreografía que se asemeja a un ejército visto de arriba, desplegándose. Atardece en la laguna, naranja, como los flamencos.
Las sudestadas de mediados de los ‘80 rompieron la contención de agua del terraplén que protegía al pueblo de la crecida, la cadena de lagunas que la anteceden descargó sus caudales en ella, cada lluvia duró tres o cuatro días, el agua llegó para quedarse ahí, cubrió todo y creó una nueva historia. Después de treinta años se retiró y dejó las ruinas de un lugar con un misterio cargado de sal.
Las destrucciones repentinas son movilizadoras , estas ruinas tienen un único habitante humano que no abandonó el lugar ni sus significados. Epe Cuen = Casi Asar. Epe Cuel= Límite. Epecuén= Eterna primavera. Epecuén= Tierra de cenizas. Blanca de sal el agua de la laguna divide las tierras buenas de las malas. Hubo trenes. Hubo expansión. Hubo un canal. Hubo una Dictadura Militar. Vecinos y bomberos tenían la teoría que el terraplén se podía caer, las autoridades provinciales no atendieron estas alarmas. El 10 de noviembre de 1985 cedió y Epecuén se cubrió de agua, lenta y constante, durante quince días. A siete metros por debajo del agua salada, quedó sumergido el pueblo. Perdieron todo. Dos años después llegó a su máximo de inundación y duró más de veinte años. Indemnizaron en australes afectados por la hiperinflación. La inundación costó más de mil quinientos millones de dólares.
En la actualidad el agua retrocedió. Camino por las calles con un sol furioso, todavía están ahí, bien delimitadas, se ve lo que fue el dique, las casas, hoteles, matadero, edificaciones, restos de ventanas, chapas oxidadas, azulejos, baldosas, escombros y Don Pablo Novak con su perro, el único habitante humano de Epecuén. Lo vi volar abrazando a su amigo, no tenía alas como los pájaros, flotaban en el espacio en bicicleta y los vi también estallar en piezas de rompecabezas que se convirtieron en una bandada gris, a lo lejos. Flotó sobre la espuma y cantó canciones evocando, en una herida, la maldición. En sus ojos están todas las grietas del lugar, las abejas y las aves, los sueños y las caballadas, los vientos patagónicos, el aguacero, el cataclismo, el día que fue, la luz de hoy, los tréboles y los manojos de flores amarillas, él vio cómo nació ese pueblo y también vio cómo murió. Él flota lento entre recuerdos, visitantes y animales.
Hay muchos yuyos a pleno sol, crecen entre los escombros y los árboles muertos petrificados por la sal, esqueléticos, Eucaliptus o palmeras. Exploro en el peligro de las ruinas, pueden derrumbarse, tienen un brillo claro helado y desolado en pleno enero, es un paisaje casi óseo, detenido, una obra de De Chirico, espesa, silenciosa, onírica. Busco recuerdos de otros, restos de abandono. ¿Cómo será de noche? ¿Cuál será el árbol más alto? Huele a mar. Huele a dolor. A un paseo por la tristeza, a lágrimas de salitre sobre cada cosa. Hay una luna partida sobre la laguna callada. Una luna en pleno día.
Crónica (inédita) y fotos : María Fernanda de Broussais / Enero 2021
*Especial para Los Verdes Paralelos y Platónicos