I have had the
good fortune to know many places. Too many, maybe. As a traveler, as an
immigrant and as a journalist, working for newspapers, magazines, airlines and
tourist offices here and there. I have been surprised, I have loved, I have
felt nostalgia devouring my insides as I succumbed to the charm of endless
landscapes. In this way, desolate, tremulous, sad but also ignited, I was able
to contemplate sublime sunrises and sunsets which ruminated between
nightfall and marvel. Today, established and a bit more serene, I am writing to
you from here, a silent, strange place.
Among these comings and goings nothing has surprised me more than the moon, or the different moons which the only one comprises, sumptuous and suspended between the heavens of every American sky. For the moon, you might not know, shines in that continent like nowhere else. Needless to say, I am not referring to what the dimmest North Americans proclaim from the rooftops with such gusto to be “their” continent. According to many of them (this is common knowledge but I clarify it just in case) “America” is what lies between the Bravo river and the Canadian border. The rest is a mass of civilized ice where French is spoken, to the north, and a wild backyard to the south, where Spanish is spoken. A patio used for dumping useless scraps and, now and then, rummaging through it to see if they find anything worth salvaging.
It is necessary for me to state that this is not
the typical diatribe by the Latin brother from the Big Fatherland who hates
Uncle Sam. I have not had the pleasure of meeting the old man in the top hat,
with the dirty look, cautionary forefinger, satirized, inevitably, beyond the
stars, so American. I love jazz, funky (in fact, I started to play the
saxophone at 15 because I was, and still am, a fan of James Brown), two or
three beats, Pollock, Basquiat, Breaking Bad, Sundance films and a couple
of other things. Even in this select rosary of intense journeys and disjointed
moods that I will present below, and that I was able to experience before
setting off on the journey that brought me here, you will be able to read an
article about a very important city in that country, a place as
chaotic as it is extraordinary which has the power to intimidate the moon with its
neon lights and make it shine in that desert so vast, mysterious and close,
like in very few other places in the world. It is the first article that
I will present. The other four destinations which I have chosen and recalled,
among other things, because of the different impressions I got of the same moon
while I observed it from each of them, belong to Latin America (that which
includes that gigantic community, so kind and warm, which can be synonyms,
can’t they?) South America, or to put it simply, yes, why not? the first, the
real one, everyone’s America.
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He tenido la suerte de conocer muchos lugares. Tal vez demasiados. Como viajero, como inmigrante y como cronista, trabajando para diarios, revistas, líneas aéreas y oficinas de turismo de aquí y de allá. Me he sorprendido, he amado, he sentido la nostalgia devorándome las entrañas mientras caía rendido ante el encanto de infinidad de paisajes. De este modo, desolado, trémulo, triste pero también encendido, pude contemplar amaneceres excelsos y atardeceres que rumiaban entre el ocaso y la maravilla. Hoy, establecido y un poco más sereno, les escribo desde aquí, un lugar silencioso y extraño.
Entre estas idas y vueltas nada me ha sorprendido tanto
como la luna, o las diferentes lunas que hacen a la única, suntuosa y
suspendida entre el firmamento de todos los cielos americanos. Porque la luna,
tal vez no lo sepan, luce en ese continente como en ningún otro lado. De más
está decir que no me refiero a lo que los estadounidenses más obtusos proclaman,
tan gustosos y a los cuatro vientos, con tal imperial atrevimiento, como “su”
continente. Según muchos de ellos (esto sí que ya es muy sabido, pero aclaro,
por si oscurece) “América” es lo que está entre el río Bravo y la frontera
canadiense. El resto es una masa de hielo civilizado en donde se habla francés,
al norte, y un patio trasero y salvaje , al sur, en el que se habla castellano.
Un patio utilizado para arrojar los restos que no sirven y, de vez en cuando,
ir hasta allí a revolver todo y ver si encuentran algo que valga la pena.
Es menester que les comunique que ésta no es la típica
perorata del hermano latino de la Patria Grande que odia al tío Sam. No tuve el
gusto de conocer al viejo de la galera, mirada turbia, dedito conminatorio,
satirizado, era inevitable, hasta más allá de las estrellas, tan americanas. Me
encanta el jazz, el funky (de hecho comencé a tocar el saxofón a los 15 años
porque era y sigo siendo fan de James Brown), dos o tres beats, Pollock,
Basquiat, Breaking Bad, las pelis del Sundance y algunas cosas más. Incluso en
este selecto rosario de intensos periplos y de estados de ánimo desunidos que a
continuación les presento, y que pude experimentar antes de emprender el viaje
que me trajo hasta aquí, podrán leer una crónica sobre una ciudad muy
importante de ese país, un lugar tan caótico como extraordinario que tiene el
poder de intimidar a la luna con sus neones y hacer que luzca, en ese desierto
tan vasto, misterioso y cercano, como en pocos lugares del mundo. Es la primera
crónica que les presento. Los otros cuatro destinos, que he elegido y
recordado, entre otras cosas, por las diferentes impresiones que me causó esa
misma luna mientras la observaba desde cada uno de ellos, pertenecen a la
América Latina (aquella que incluye a esa comunidad gigantesca, tan amable y
caliente, que pueden ser sinónimos, o no) la América del Sur, Sudamérica, o
simplemente, si, ¿por qué no?, la primera, la verdadera, la América de todos.
Prólogo:
Nicolás García Sáez
Traducción
al inglés (inédita): Cecilia Cartwright
Imagen: ¨Diagrama de la astronomía¨ / Adapt: M. Rimba. S. Camileri
Especial
para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos