Sean, de Alberto Carlos
Bustos. Julio de ¿19...?
No vuelvas al pasado.
Dejá entre desperdicios y tesoros lo vivido -cenizas informes del diario
acontecer ya acontecido-; olvidá fechas de festejos, teléfonos y nombres y
apellidos y todas las demás anotaciones. Son despojos. Borrá las huellas de los
tiempos idos. Y los soles y las lunas que ya fueron. Y si son papel: quemálas.
No sirven para nada. Nada las puede recordar tal cual han sido. Y si fueron ya,
¿no indica el tiempo de los verbos su derrota? Así como el espejo no retiene la
implorante niñez, la salvaje juventud, la incertidumbre llena de embarazo, ni
el aborto que vacía de ilusión hasta el desgarro el alma -si la hubiera, digo-;
así, entre claroscuros, vamos. Y si el pasado -ese incierto espacio de lo que
fue futuro entre presentes-, se obstina en querer resentir lo muy sentido por
más que casi no se sienta -aun presintiendo posible lo imposible-, y tironeando
como si existiera… no hagas caso. Resucitar del sueño eterno lo dormido y
pretender beber del mismo una y otra vez: abisma y no da tregua a la esperanza.
Te repito: no vuelvas, no te escudes en nostalgias por más deseadas y verdades
que hayan sido -¡y cuánto y cómo y tanto!-, porque en cualquier hoy serían
"nunca". Darán señales fantasmales de estar vivas. Ilusionan, como
estrellas muertas que por años luz continúan parpadeando. No te engañes. No las
llames. No las quieras reinventar. Ya tuvieron su verdad en el espacio sideral
de entre tus brazos y tus piernas (quise decir "regazo", pero a mí me
sale lo que a mí me entra). No te conozco. No sé si tenés piernas. Ni si tus
brazos, doloridos, como el resto de tus ganas, sabrían abrazar, recordarían...
Claro y conciso: no aceptes nada de eso, te decía, y sigo... Este escrito es
largo y puede no gustarte, aunque sea una caricia de mis manos, escrita con
tres dedos: los de pulsar todas estas teclas que me piden que te advierta -no
siendo yo poeta, aunque sosteniendo el ritmo-: ¿dolor…? el justo, el admisible,
y ¡adelante!... Respirá libre. Y no te duermas. Te toca la cornisa, como a
todos. Y, luego: a dar el salto. Y a volar. Y a no estrellarte. Y a ser amor
por el instante que te dure. Es lo que necesita y le venís debiendo a tu
cerebro que no encuentra la paz. Y escribo más: “La araña que por fuera te
envuelve con su seda de babear, de tus entrañas se alimenta”. Y así ha de ser
hasta que despiertes y te quieras, niña. Regresá del mal sueño repetido a
pulso. Leé: ya se ha vencido y su caducidad lo hace veneno. Y el veneno:
envenemata, mi querida. No son Kerouac, Bukowski, tampoco el “Tempranillo”, lo
que te desespera. Te falta lo sencillo, eso que siempre es, eso que nace y muere en los sentidos siendo
hoy. No eso que “ha sido -que ya fue-, y que -por quererse ir-, se ha ido. Lo
que te anda faltando es quererte y ser querida. No se trata de memoria alguna.
Si existiera, ya sabrías de qué daños y ladrillos estás hecha. Y qué de esa
mala mezcla te deshizo. No preguntarías, ¿por qué me duele tanto...? Y el dolor
-triste, indeseable-, se hallaría vaya a saber dónde… desaparecido. ¿O llegaste
a creer que la muerte es para siempre? No, mi amiga... Menudo paliativo es ese
para el que no se atreve a renacer todos los días. Jamás la poesía, amiga mía.
Te falta retornar hoy mismo al hoy que es hoy. Es sólo eso. Y no mires atrás.
No te merece. Hoy es: ¡adelante! y significa: poder tenerte siempre. Ser vos
misma y a tu humano arbitrio; no al de otros y otras. Sólo al tuyo. Tenerte a
vos con vos. Vos a vos misma. En tu arriba y en tu abajo, a tus costados, y en
tu afuera, y en tus luces y en tus sombras. Y en tu adentro. En tu cada noche y
cada día. Y estar, sentir, pensar, hacer en vos, con vos, lo que te de más
ganas. ¿Sí que sí, entonces?... ¿Lo doy por entendido...? Porque, “honrarte” es
eso: querer aún mucho más y más al tesoro inmenso que sos vos, para poder
vivirlo como quieras. Tu tesoro viviente. Y bien vivido. Lo demás es “añadir”
consonantes y vocales, que serán tu insignia, valga lo que valga tu poesía -la
por vos creada, ¡jamás un paliativo!-, si lográs salir de la prisión y los
castigos que te propinaste como premios: la ausencia de vos misma y el dolor,
de los que mucho duelen, y que te dobla en dos. Vos o tu doble: la cuestión es
esa. O quizás tu doble cara. Como las de los vinilos de mi tiempo, digo. Eso,
tendrás que averiguarlo por las tuyas porque, hasta ahí, por más que quiera
ahorrártelo, no llego. No sé quién pudo hundirte en un letargo semejante. Ni
cómo aceptás ser ese dolor con veintitreinta casi. Creo, sí, que tu yo más
mujer puede salvarte. Miráte -a la que sos ahora-, profunda, detenidamente, tal
como hace con frecuencia Dios, que se observa en sus ojos chocolate amargo y
dice, como yo en este momento, poeta dolorida, herida por el desamor, al que “amor”
llama equivocadamente: ¡Vamos! ¡No te duelas! ¡Si estás llena de todo! ¡Si tu
totalidad existe y está más que completa! ¡Lo que haya para vos, está a tu lado
o va muy por delante! ¿Qué hacés ahí clavada como un poste, detenida, quieta?
¡Mové el culo! ¡No le des más peso a lo que nada pesa! “Hoy”. “Ahora”.
“Quiero”. Repetílo. “Más”. “Más y abundante”. “Necesito”. “Quiero”. “El mundo
es también mío”. Repetílo. “Quiero”. “Más”. Y lo que quieras, siempre, “en este
mismo instante”. “El mundo fue hecho para mí”. “Nació de un pensamiento”. “Y yo
también nací”. “Yo, para el mundo”. Convencida. Repetílo. No te canses. No te
duelas. Repetílo. Y repetílo. Y repetílo. “Mundo”. “Mío”. “Para mí”. “Quiero”.
Y, luego, lo que sientas. Respirá. Abrí el pecho y respirá feliz, profundo y
convencida. Y caminá. Sola o con quien quieras. Repetí: “Mío”. “Más”. “Mío”. “Y
ahora mismo”. “Mío”. Va a dejar de doler. Como en los libros. Como en los
buenos cuentos con los que se llora por amor al arte o a la vida. O por ser
niña o niño. Salió así, de un tirón, sin corregir. Para vos. Para que no te
duela en Julio. Mil palabras justas. O mil ochenta. Da lo mismo. Sean.
Desde Madrid, cuadragésima octava entrega.
Texto y ficción (inéditos): Miguel Ángel Solá
Imagen (inédita) a
sus 8 años: Nicolás García Sáez