¿Ustedes recuerdan que, no hace tanto tiempo, hubo un
Monotema muy preocupante llamado ¨covid¨? Tal vez muchos y muchas ya no lo
registren, pero en aquel entonces, durante la Cuarentena Medieval (aquel pifie
monumental y perverso) hubo récord de introspecciones en los hogares confinados
autoritariamente al aislamiento. Todo el mundo, literalmente, tuvo tiempo de
entender que hay vida más allá de sus ombligos: la vida de uno, hacia adentro,
con un firmamento de matices y posibilidades y la vida hacia afuera, en donde
el altruismo puede comenzar a despegar.
Hoy en día gran parte del planeta está
informado acerca de lo inmensamente difícil que es conocerse a uno mismo, a una
misma. La mayoría opta por un camino sencillo y despreocupado de su propio ser
que luego, curiosamente, acarrea más preocupaciones que el supuesto camino
difícil. La ecuación es muy sencilla, pero hay algo en la idiosincrasia
colectiva que se empeña en dificultarlo. Hago por enésima vez una pregunta que
vengo formulando hace años: ¿por qué nos cuesta tanto meditar? Ya estamos
todos más o menos enterados/as de que ese es el quid de la cuestión. La
meditación es la base y la fuente de donde se bebe el aire nuevo que se va a
respirar, el nuevo reflejo que está por despertar.
¿Se acuerdan de los barbijos? Muchos y muchas
tal vez no los recuerden, pero en aquella época la mitad de la cara del mundo
estaba hecha de tela quirúrgica. Hubo tiempo para profundizar en los gestos y
en las miradas, las propias, las ajenas, los cinco sentidos se
agudizaron, la intuición se potenció. Hoy hay algo flotando en el aire que
resulta indescriptible, pero sigue siendo igual. Mientras tanto el tiempo pasa
y los mismos de siempre hacen (o deshacen) lo mismo de siempre: ¿alguien los
escucha todavía? Pero también nos enteramos de que un Gran Referente Espiritual
se manda un moco, como mínimo, muy cuestionable. El ojo de la tormenta está
puesto allí. Hay que pellizcarse varias veces para corroborar lo que no se
puede imaginar. ¿En quién creer entonces? En nosotros y en vosotras, por
supuesto. Así dispuestas actualmente las cosas, predomina la sensación de
que algo o alguien ya no está, supongo que es el fantasma de la ingenuidad.
Texto y foto (inéditos): Nicolás García Sáez
Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes
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