Varios agoreros y profesionales mega lúcidos dedicados a las mentes y a los
comportamientos humanos, anticipan o, ya de plano, evidencian la obviedad:
estamos transitando los últimos coletazos del Amor, aquel que experimentaron
nuestros abuelos que, contra viento y marea, vivían más de medio siglo juntos, sosteniéndose,
complementándose, amándose hasta el final. O aquel otro amor que vivió la generación posterior, la de los entrañables Osvaldos y Susanas, que lo intentaban algunas décadas, para luego ser poseedores de los primeros récords de divorcios…así, hasta llegar a los “vínculos” actuales, en donde
ambos géneros (más todos lo que vienen surgiendo en medio de esos dos) dejan
mucho que desear, incluso mientras intentan denodadamente eso: generar a toda
costa deseo en el/la otro/a. Hoy, con medio meme o dos palabras mal interpretadas en un wasap, las relaciones se evaporan entre narcisas y narcisos que no florecerán hasta la reencarnación siguiente.
¿Acaso no es una
perogrullada, a esta altura de la virtualidad, ver a aquella criatura adorable
y con muy pocas luces aspirar, casi exigir, a un compañero que sea, mínimo, la mejor versión de Superman? ¿O
registrar a aquel otro, oferente de toxicidades variopintas, pidiendo, a cambio de su otra nada misma, envases esculturales? En el medio, la soledad de gran parte de la humanidad,
estampando las ilusiones sobre las pantallas y pantallitas, especulando por
algo que, es muy probable, jamás llegará.
Match for Love habla de
eso y muchas cosas más. Con infinidad de comentarios entusiastas (metete en
alternativateatral.com) el público porteño, conocedor, como pocos en el mundo, de
teatros y puestas en escena, festeja con beneplácito este debut como dramaturgo
de nuestro querido Verdeplatónico Miguel Ángel Solá. La séptima temporada de
Black Mirror puede esperar, esta pieza magistral, tan actual, cercana y humana,
no tanto: la retribución, también de carne y hueso, es instantánea.
LVP