En este tórrido estío, ora sereno ora proclive a los decibeles un tanto tóxicos, la algarabía de los pájaros solo registra el silencio para cubrirlo con sus cantos. Dos pingos mansos mascan pasto con ánimo taurino y las sierras, impertérritas, remueven el infinito para volver a ser testigos (¿testigas?) del enésimo Milagro.
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