Me desperté con una mano en la boca. Traté de
levantarme, pero el peso de alguien me estaba sepultando en la cama. Era mi
madre, sus lágrimas me mojaban el rostro. Con un dedo tembloroso me
suplicaba que me callara. Le juré con los ojos y dejamos de forcejear. Abajo se
escuchaban pasos, dos, no, tres personas.
-¡Pero si es Saanen Capri! ¡Que sorpresa! Pensé que no
vendrías hasta dentro de seis días, mucho menos vistiendo armadura.
Mi padre estaba usando la voz para los clientes duros.
-Hubo un cambio de planes, pasamos con mis hombres y se nos
ocurrió que sería bueno prestarte una visita. Hay que cuidar a las pocas buenas
gentes leales a la causa, en especial en estos tiempos.
El soldado que viene a llevarse nuestra carne. Su tono al hablar
era como una amenaza constante.
-No te preocupes, Saanen, soy muy consciente de lo que le
debo a tu familia. Saben que pueden contar conmigo.
-¿Estás seguro? Porque ayer me enteré que estabas vendiendo
carne en el festival de primavera. Habíamos acordado que nos venderías tu
producción a nosotros, toda tu producción. Los benditos revolucionarios tenemos
que comer.
Mi mamá atrapó un grito ahogado con ambas manos, su temblar
empeoró y se puso a sollozar. Su rostro, blanco como la cáscara de un huevo. no
respondía a mis esfuerzos para calmarla.
-Estaba vendiendo, si, pero no mi carne, le estaba haciendo
un favor a Don Horacio -que ya no puede levantarse de la cama- vendiéndole la
suya.
-Ya veo, me quedo tranquilo entonces. Horacio también tiene
que ganarse el pan, después de todo.
Libre de las manos de mi madre, miré alrededor. Escasos
rayos de luz se escabullían entre las tejas del ático, mi abuelo estaba
sentado, medio dormido, cabeceando la nada, envuelto en sábanas. Empecé a
arrastrarme tan despacio como pude, rogando que las tablas chillonas no me
traicionasen. Por un hueco, espié al soldado cuestionando a mi padre. Estaba
justo debajo de la trampilla.
-Antes de irme, ¿puedo hacerte una pregunta?
-Estoy a su servicio.
El ático era pequeño, muy pequeño, apenas entrábamos de
cuclillas. Aun así, avanzar hasta la trampilla sin hacer ruido iba a tomar un
tiempo.
-¿Dónde está tu hija?, ¿y tu esposa?
-En el festival, como las tuve trabajando todo el día de
ayer las dejé que vayan hoy, mientras me quedo a esperarlos a ustedes.
Mañana espero ir con ellas también, así disfrutamos el ultimo día juntos.
-Ya veo, a mí también me gustaría disfrutar el carnaval con
mis hermanos. Lástima que tenemos una revolución que pelear. Pero no importa,
vamos a pelear sin descanso para que ustedes puedan disfrutar de los lujos que
nos privamos, lo único que pedimos a cambio es algo de comida.
-Se los agradezco de todo corazón y me lamento de ser tan
cobarde.
-¿Qué raro que seas tan cobarde, no? Digo, uno pensaría que
un carnicero sabe cómo defenderse con un cuchillo.
-No este carnicero ,señor, solo sé trocear cadáveres. No
puedo ni matar a los pobres animales. ¡Me da escalofríos!
Paré en la trampilla, si sacaba la tabla lo suficientemente
rápido podría caer encima del soldado. Mi abuelo agitaba la cabeza desesperado,
balbuceando algo. Le hice señas para que se calmara, pero no le importó. Movía
la almohada en su regazo de arriba hacia abajo, con tan poca fuerza que no
lograba levantarla por encima del codo.
-Tenés razón. En tu carniceria no hay matadero. En el
patio tenés gallinas ponedoras, sin gallo. Después está esta sala donde
cortás y vendés la carne. Por supuesto que la que no vendés se guarda en
un lugar más fresco. Escuché el inconfundible sonido de una espada desenfundando.
El sótano. Ahí nos decís que guardás las nuestras. Pero claro, las que vendés
en secreto las tenés en la habitación de tu hija.
Estaba lista para lanzarme por la puerta, pero el chocar de
algo con el suelo hizo que me diera vuelta. Mi abuelo había conseguido sacar su
facón de debajo de la almohada.
-¿Así que está en el ático, eh?
Se me paró el corazón, no hubo otro sonido por algunos
segundos. Miré a mi abuelo, tenía lágrimas en su rostro. Agarré el cuchillo y
me preparé para abrir la trampilla.
-¿Sabés cuáles son los animales que más pena me da matar?
Las cabras, animales tontos.
Subí la tabla y desenfundé el facón, actuando por impulso.
Escuché el grito afónico de mi madre al desplomarme sobre mi adversario.
-¡NO, HIJA MÍA!
Primera página de novela
(inédita): Mateo Roberto*
*Estudiante de 17 años
Ilustración (inédita): Irupé Roch
Especial para Los Verdes Paralelos
y Los Verdes Platónicos