domingo, 8 de mayo de 2022

Y el Nuevo Mundo... ¿dónde está?

Nicolás García Sáez y Los Verdes Platónicos

¿Lo recuerdan?

 No tan lejos en el tiempo, allá, durante casi todo el año 2020, fuimos carne y uña durante cada día que era eterno, cómplices y compinches durante cada semana que era infinita, sensibles como nunca lo fuimos y siempre solidarios durante cada mes que parecía que nunca iba a acabar. La fiesta la hacían los carceleros hipócritas y empobrecedores, pero los que cumplíamos o intentábamos cumplir con el aislamiento social infumable y obligatorio nos sentíamos naufragando en medio de una balsa destartalada con rumbo a lo imposible. Todo en aquellos días era incierto, cada punto una polémica, cada coma la posibilidad de no volver del hospital.

Luego fuimos construyendo un barco, conformado por islas, que piloteábamos todos (y todas) mientras nos abrazábamos virtualmente durante las madrugadas multitudinarias. El intercambio de información y la búsqueda de respuestas eran constantes, quisimos suavizar la desesperación, algunas veces lo logramos. Sucedió hace dos minutos, acá a la vuelta, aunque hoy nos esforcemos por seguir girando junto a la rueda del mundo, o nos preocupemos por no quedarnos quietos, o por movernos aturdidos hacia quien sabe dónde, ya no tanto de las manos, ya no tan solidarios, sosteniendo una amnesia que intenta convencernos, a toda costa, de que esos dos años no fueron robados.

¿Recuerdan quiénes eran antes del 2020? ¿Recuerdan qué sentían, qué pensaban, que anhelaban? ¿Y ahora qué hacemos con el supuesto Nuevo Mundo? Tanta alarma, tanta alharaca mediática de los tensos de siempre, tanto intento ultra obvio de lavado de cerebros… ¿somos mejores que antes? ¿aprendimos algo?  El efecto postraumático intenta digerir lo indigerible mientras pispea de reojo y con cierta desconfianza la agenda 2030. No hay cyborgs (aparentemente) entre los vacunados y las vacunadas, los cielos siguen siendo azules, grises, anaranjados, fuscos, las estrellas siguen flotando y los viajes a Marte siguen siendo un lujito plausible para multibillonarios. Un canal de alguno de los miles de influencers de You Tube anuncia que la polenta y los planes ya no alcanzan, añadiendo el detalle de que la mayoría de los receptores ya ni siquiera los quieren. Lo que necesitan, vaya perogrullada, es un buen trabajo y la retribución por el tiempo y la energía allí depositados. Necesidad, costumbre,  capitalismo y socialismo se disputan los matices, inédito en esta última parte de la Historia. Los extremos se chocan, luego se proyectan los ombligos entre ellos y nos hacen bostezar inconmensurablemente. Surge el mismo interrogante: ¿a quién creerle? A nadie, por supuesto. Hay ideas disruptivas (ponele) pululando por doquier, el entusiasmo y las ganas de salir del atolladero oxidado y eterno. Así dispuestas las cosas, más allá de lo mismo de siempre, con sus infinitas contradicciones, uf, de siempre (hambre, guerras, injusticias, pobreza, corrupciones de toda índole y un sinfín de toxicidades provenientes de los tóxicos perennes empeñados en empeorar cualquiera de las cosas que tocan), el mundo y sus habitantes no parecen haber cambiado demasiado.

Una pena, dirán los agoreros apocalípticos, que se van quedando sin ingredientes para condimentar el caldo que cultiva la angustia. Otra pena, dirán los especuladores (de siempre) que empiezan a entender que más allá del terremoto del 2020 y el sismo rarísimo del 2021 (con su cereza envenenada durante los meses de abril y mayo), este 2022 parece, más bien, apuntar (con todos sus inabarcables y universales defectos) hacia cierta laxitud bucólica, digamos, o hacia un zigzag bastante alterado que en ese devenir te zarandea todos los sentidos. ¿Lo notan?, está en el aire, en los iones, en la energía que pulula en cada esquina. Está en los síndromes que aparecen mientras volvemos a vernos las caras, a darnos esos abrazos que antes eran mucho más fuertes. Somos eso, pero también las sombras que proyectamos bajo el sol, sin olvidarnos de aullarle a la luna por esos dos años (¿perdidos o ganados?) que hoy, muy curiosamente, despiertan una nostalgia extraña. Difícil olvidar las sirenas siniestras retumbando entre las sierras, obligando al encierro, a cumplir lo que los gestores del desastre no cumplían. Difícil olvidar como el idilio de un pueblo se transformaba en pesadilla para casi todos y todas mientras los de siempre se nos reían en la cara. 

Ustedes tal vez no lo recuerdan, pero los que estuvimos solos de verdad pudimos comprobar como el Interior de la Patria se cubría de un silencio inusual. El otro interior, el propio, vibraba en medio de un alboroto comunitario y despistado y no sabía muy bien hacia dónde ir, ni qué hacer, qué decir, Los que estábamos sin poder ver a nadie que no fuere o fuese el ferretero malhumorado o la encantadora anciana que atiende la verdulería (solo por las tardes), sabíamos que un abrazo se cotizaba con un plus en el mercado del amor. En aquel entonces, el inicio de algo parecido a un noviazgo presencial y sin zoom, de un día para otro y sin fecha de caducidad, se transformó en algo virtual. Una parte en las afueras de Buenos Aires, la otra parte en el centro geográfico de Córdoba. Hoy suspiro cuando recuerdo mis iniciales grabadas con marcador en los pechos desnudos de esa bella dama, una imagen que fue desenvuelta en la pantallita del wasap, con corazón incluido. Los días, las semanas, los meses pasaron y el aislamiento social infumable ya se había enquistado (mitad intensa e indignada molestia, mitad costumbre) en nuestra cotidianeidad. Aquel amor no pudo ser, la distancia obligatoria y autoritaria devoraba las pasiones y a Cupido solo le preocupaba boyar entre la rebelión y el barbijo con alcohol en gel.

La Naturaleza descansó como nunca antes de todos nosotros. La virtualidad apostaba por instalarse en medio de esa pesadilla que muy cada tanto titilaba. Fue el año dorado de los memes que, con gracia o estilo, e incluso ambos, no perdonaron ni una sola de las imbecilidades de los psicópatas ya mentados. Fuimos carne y uña, damas y caballeros, fuimos solidarios entre nuestras soledades. Nunca estuvimos tan juntos estando tan separados, oxímoron para almanaque de puerto, claro, pero también, en ese naufragio, hubo algo magnífico e irrecuperable en el tenor de los vínculos que se gestaron o se afianzaron.

Hoy todo el mundo alardea diciendo que vuelve a estar ¨a mil¨ mientras la vida continúa su camino, más lenta, al costado, serena, por debajo, siempre atenta al tiempo que colabora incansable para que se nos vaya de las manos. Hoy no son pocos ni pocas (lo vamos descubriendo en los encuentros) los que cargan alguna huella profunda, algún trauma de aquellos días.

Las islas que naufragaban y se unieron fueron creciendo entre brotes mágicos, conformando un continente, que ahora se entrelazan con la fortaleza de un baobab. Nos gusta mucho seguir conectados, reconocernos. Hemos sobrevivido, amigos, amigas, suponemos que eso es lo más importante. Tenemos infinitos motivos para agradecer y festejar. El termómetro siempre es el tiempo, ya se sabe, tic, tac, Tik Tok. A moverse y a poner dos cucharadas más de ácido sobre todos los discursos llanos. A correr que explota el planeta para abrir horizontes que empiezan con una serie de Nétflix. Corren , las horas corren sin cesar a través de océanos de posibilidades, pero hoy casi nadie se detiene para mojarse con aquellos recuerdos.

(Continuará)


Texto y foto (inéditos): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos