¿Lo recuerdan?
No tan lejos en el tiempo, allá, durante casi
todo el año 2020, fuimos carne y uña durante cada día que era eterno, cómplices y
compinches durante cada semana que era infinita, sensibles como nunca lo fuimos y
siempre solidarios durante cada mes que parecía que nunca iba a acabar. La fiesta
la hacían los carceleros hipócritas y empobrecedores, pero los que cumplíamos o
intentábamos cumplir con el aislamiento social infumable y obligatorio nos
sentíamos naufragando en medio de una balsa destartalada con rumbo a lo
imposible. Todo en aquellos días era incierto, cada punto una polémica, cada
coma la posibilidad de no volver del hospital.
Luego fuimos construyendo un barco, conformado por islas, que piloteábamos todos (y todas) mientras nos abrazábamos virtualmente durante
las madrugadas multitudinarias. El intercambio de información y la búsqueda de
respuestas eran constantes, quisimos suavizar la desesperación, algunas veces
lo logramos. Sucedió hace dos minutos, acá a la vuelta, aunque hoy nos
esforcemos por seguir girando junto a la rueda del mundo, o nos preocupemos por
no quedarnos quietos, o por movernos aturdidos hacia quien sabe dónde, ya no
tanto de las manos, ya no tan solidarios, sosteniendo una amnesia que intenta
convencernos, a toda costa, de que esos dos años no fueron robados.
¿Recuerdan quiénes eran
antes del 2020? ¿Recuerdan qué sentían, qué pensaban, que anhelaban? ¿Y ahora
qué hacemos con el supuesto Nuevo Mundo? Tanta alarma, tanta alharaca mediática
de los tensos de siempre, tanto intento ultra obvio de lavado de
cerebros… ¿somos mejores que antes? ¿aprendimos algo? El efecto postraumático intenta digerir lo
indigerible mientras pispea de reojo y con cierta desconfianza la agenda 2030. No hay cyborgs (aparentemente) entre los vacunados y las vacunadas, los cielos siguen siendo azules,
grises, anaranjados, fuscos, las estrellas siguen flotando y los viajes a Marte
siguen siendo un lujito plausible para multibillonarios. Un canal de alguno de los miles de influencers de You Tube anuncia que
la polenta y los planes ya no alcanzan, añadiendo el detalle de que la mayoría
de los receptores ya ni siquiera los quieren. Lo que necesitan, vaya
perogrullada, es un buen trabajo y la retribución por el tiempo y la energía
allí depositados. Necesidad, costumbre,
capitalismo y socialismo se disputan los matices, inédito en esta última
parte de la Historia. Los extremos se chocan, luego se proyectan los ombligos
entre ellos y nos hacen bostezar inconmensurablemente. Surge el mismo
interrogante: ¿a quién creerle? A nadie, por supuesto. Hay ideas disruptivas
(ponele) pululando por doquier, el entusiasmo y las ganas de salir del
atolladero oxidado y eterno. Así dispuestas las cosas, más allá de lo mismo de
siempre, con sus infinitas contradicciones, uf, de siempre (hambre, guerras, injusticias,
pobreza, corrupciones de toda índole y un sinfín de toxicidades provenientes de
los tóxicos perennes empeñados en empeorar cualquiera de las cosas que tocan),
el mundo y sus habitantes no parecen haber cambiado demasiado.
Una pena, dirán los
agoreros apocalípticos, que se van quedando sin ingredientes para condimentar el caldo que cultiva la
angustia. Otra pena, dirán los especuladores (de siempre) que empiezan a
entender que más allá del terremoto del 2020 y el sismo rarísimo del 2021 (con
su cereza envenenada durante los meses de abril y mayo), este 2022 parece, más
bien, apuntar (con todos sus inabarcables y universales defectos) hacia
cierta laxitud bucólica, digamos, o hacia un zigzag bastante alterado que en ese devenir te
zarandea todos los sentidos. ¿Lo notan?, está en el aire, en los iones, en la
energía que pulula en cada esquina. Está en los síndromes que aparecen mientras
volvemos a vernos las caras, a darnos esos abrazos que antes
eran mucho más fuertes. Somos eso, pero también las sombras que proyectamos
bajo el sol, sin olvidarnos de aullarle a la luna por esos dos años (¿perdidos
o ganados?) que hoy, muy curiosamente, despiertan una nostalgia
extraña. Difícil olvidar las sirenas siniestras retumbando entre las sierras, obligando
al encierro, a cumplir lo que los gestores del desastre no cumplían. Difícil
olvidar como el idilio de un pueblo se transformaba en pesadilla para casi
todos y todas mientras los de siempre se nos reían en la cara.
Ustedes tal vez no lo
recuerdan, pero los que estuvimos solos de verdad pudimos comprobar como el
Interior de la Patria se cubría de un silencio inusual. El otro interior, el
propio, vibraba en medio de un alboroto comunitario y despistado y no sabía muy
bien hacia dónde ir, ni qué hacer, qué decir, Los que estábamos sin poder ver a
nadie que no fuere o fuese el ferretero malhumorado o la encantadora anciana que
atiende la verdulería (solo por las tardes), sabíamos que un abrazo se cotizaba
con un plus en el mercado del amor. En aquel entonces, el inicio de algo
parecido a un noviazgo presencial y sin zoom, de un día para otro y sin fecha
de caducidad, se transformó en algo virtual. Una parte en las afueras de Buenos
Aires, la otra parte en el centro geográfico de Córdoba. Hoy suspiro cuando
recuerdo mis iniciales grabadas con marcador en los pechos desnudos de esa bella dama, una
imagen que fue desenvuelta en la pantallita del wasap, con corazón incluido. Los
días, las semanas, los meses pasaron y el aislamiento social infumable ya se
había enquistado (mitad intensa e indignada molestia, mitad costumbre) en
nuestra cotidianeidad. Aquel amor no pudo ser, la distancia obligatoria y
autoritaria devoraba las pasiones y a Cupido solo le preocupaba boyar entre la
rebelión y el barbijo con alcohol en gel.
La Naturaleza descansó
como nunca antes de todos nosotros. La virtualidad apostaba por instalarse en
medio de esa pesadilla que muy cada tanto titilaba. Fue el año dorado de los
memes que, con gracia o estilo, e incluso ambos, no perdonaron ni una sola de
las imbecilidades de los psicópatas ya mentados. Fuimos carne y uña, damas y caballeros, fuimos
solidarios entre nuestras soledades. Nunca estuvimos tan juntos estando tan
separados, oxímoron para almanaque de puerto, claro, pero también, en ese
naufragio, hubo algo magnífico e irrecuperable en el tenor de los vínculos que
se gestaron o se afianzaron.
Hoy todo el mundo alardea diciendo que vuelve a estar ¨a mil¨ mientras la vida continúa su camino, más lenta, al
costado, serena, por debajo, siempre atenta al tiempo que colabora
incansable para que se nos vaya de las manos. Hoy no son pocos ni pocas (lo
vamos descubriendo en los encuentros) los que cargan alguna huella profunda,
algún trauma de aquellos días.
Las islas que naufragaban y se unieron fueron creciendo
entre brotes mágicos, conformando un continente, que ahora se entrelazan con la fortaleza de un baobab. Nos gusta mucho seguir conectados,
reconocernos. Hemos sobrevivido, amigos, amigas, suponemos que eso es lo más
importante. Tenemos infinitos motivos para agradecer y festejar. El termómetro
siempre es el tiempo, ya se sabe, tic, tac, Tik Tok. A moverse y a poner dos cucharadas
más de ácido sobre todos los discursos llanos. A correr que explota el planeta
para abrir horizontes que empiezan con una serie de Nétflix. Corren , las horas
corren sin cesar a través de océanos de posibilidades, pero hoy casi nadie se
detiene para mojarse con aquellos recuerdos.
(Continuará)
Texto y foto
(inéditos): Nicolás García Sáez
Especial para Los
Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos