sábado, 21 de mayo de 2022

Vida, obra, sexo y arte de Alberto Carlos Bustos, municipal y pájaro (entrega decimoquinta)

“¿Vas a salir con esta lluvia?”, me pregunta.

“A lavarme de los malos pensamientos”, le contesto.

“No, amor, los malos pensamientos dejálos aquí adentro”;

Se baja pantalones y bombacha, y señala

todo lo que me pertenece, por decreto suyo,

desde que la quise mía, hace ya tiempo.

“Dejálos aquí un rato que yo, después, los limpio.

Ni uno va a quedar ahí en tu cuerpo si no es bueno.

Entrá y dejálos; y si querés mojarte un rato:

tendéte boca arriba y yo lo hago”…

 

“Cuando una mujer dice algo así, como lo dijo ella,

pensás que se trata de la definitiva y sentís miedo.

“¿Lo viviste, Solá?, ¿Y supiste cómo huirle sin notarse?...

El universo que te abre es infinito; como infinito el tedio

en cuanto todos los planetas te rechazan de su adentro”,

dice, Bustos. a mi espalda. Me doy vuelta y ya casi no está.

 

“Dejóme la sentencia, y la lluvia quedó allí, sin mi apariencia de persona,

mojando porque sí”.  “Dejóme, he dicho, no es lo mismo”, obligándome

a escribir esa palabra toda junta. Me advierte que no elija un sencillo “me dejó”,

como yo quisiera.“Dejóme” -dice el eco- y yo lo pongo, con acento en la ó,

como me impone. “Que no amilane el ritmo del poema”, repite el eco de la burla,

y luego, agrega; “Chau, Solá, querido; ¡y que San Dios te ayude!, porque yo ya me

estoy yendo a otro cerebro que recuerde cómo fue lo que haya sido, si es que fue.

¿Alguna vez coincidirán lo inventado y lo vivido? Si tiene la respuesta, avisemé”

 

Me pongo a rebuscar en los escritos… ¿A quién se refería? ¿De quién habla…?

¿Quién, mujer, puede darle a un hombre, en una frase y algo más,

tanta poesía, tal mayúscula esperanza? “La definitiva…”, me susurra él,

tras el respaldo, nuevamente, de mi silla -harta ya de sostener los huesos

de mi culo-, clavados horas y horas en su horizontalidad-, sin casi musculitos

que ofrecer, puro pellejo y articulaciones que se alimentan de una artrosis que

aumenta con los años. ¿Quién pudo haberle dicho eso alguna vez? ¿Qué maga?

¿Qué indecente poeta -que me enciende los instintos, sensaciones y sentidos-, pudo

haber nombrado así, tan bruscamente, tan ardientemente impune, al mayor de los

deseos: ser la  lluvia del deseo la que lave todo lo que nadie pudo nunca, porque nadie

se ofreció.  ¿Y Bustos, qué?, ante semejante invitación a ser parte del cielo?...

¿Se subió a ella? ¿Se dejó abatir? ¿Hurgó hasta encontrar el descanso prometido,

vaciando entre sus piernas -abiertas a sorber su mal pensar sólido y líquido?;

¿o se escapó, aturdido, a chapotear bajo la lluvia -con Gene Kelly y el otro

señor genio-, por charcos, con paraguas, a los cantos, a los bailes y a los gritos?

Yo hubiese decidido dejar mis malos pensamientos, en esa hermosa grieta

-que imagino mía-, y que ella señalara sabiamente como vertedero único posible

en todo el sideral espacio, en el grandioso y colosal abismo, surcado por quién sabe

-y el que no sabe, omite, idiota-, y se decide a ser pasto de tormentas y otras aguas.

Una invitación así no puede rechazarse a menos que estés muerto, o que no entiendas

la misión de los poetas, que es… - y espero, quieto, a que el señor que dicta todo,

me sople la palabra exacta que advierta a los poetas cuál es su misión en esta tierra.

Pero Bustos calla. No hay respuesta. Y la espera se hace más que sufrimiento, porque,

ella, la del don de haber dicho lo que dijo, me ha sobreexcitado hasta ese grado en el

que ya no puede aguantar uno a estas edades, y esté a punto de estallarle la bragueta.

 

Si una mujer, me hubiese presentado su envase de esa forma, mi delirio no tendría fin,

y, al escuchar lo dicho y repetido: ¿la lluvia habría sido mi único refugio, o esa herida

abierta a mí? ¿Podría haber podido entrar en ella sin que en octubre fuera un hijo…?

 

En mi soledad ya la estaba amando para siempre. Pero ese para siempre era de Bustos.

Y, queriendo ser él, olvidarme de su voz, de su existencia y de que él, quizás,

no eligiera  otra lluvia que su adentro, me fui a calentar agua  a la cocina,

para bajar un poco a ese molesto, empecinado sexo, que a la cocina viene así

-sin un mínimo repliegue- para hacerme compañía, y preparar el mate que despeje

el pensamiento que me acosa, despiadado, en este lunes insomne y mañanero.

 

Y sigue la cabeza dando vueltas -debo prestar atención a no quemarme al llenar de

calentura hirviente el termo-, pero la cabeza es eso que no para y no me deja en paz:

“Si alguna mina, en mi deslucida vida de hombre, así me hubiese hablado:

¿A qué especie de milagro podría haberme conminado? ¿A tomar la Luna por asalto?,

¿A esa misma que Calígula ha querido a gritos en cada escena de cada escenario?

¿A dejar en sus manos los puñales de Bruto y cada uno de los de los otros conjurados?

¿A empeñar el reloj de Gilgamesh, el que no muere, -con él dentro-, arena y tiempo

unidos y entregarle todo lo que, por la inmortalidad, un mortal me pague?

¿Robar la Rueda del Tarot con toda su Fortuna y ante su boca vertical, hacerla suya?

¿Brindarle el coágulo dulzón que deja un río al convertirse en marejada?... ¿Qué?

¿Qué? ¿Qué cosa más? ¡Y, me quemé, carajo! Dejé de estar atento, Pirulero...

Manteca, y a la mesa. A estar en ella, porque, amor, será la bruta condena que te siga

hasta el Instituto del quemado, ardiendo sin descanso, y deseando estar de vuelta.

Y a solas. Y en pecado. Revuelvo diez papeles a la vez y me sugiero: “Solá, calma”.

Comprendo que debo serenarme, que su nombre surgirá en cualuier momento.

Pero mi falo sigue siendo palo y no tiene intenciones de revivir estados laxos

que me inviten a sentirme relajado. Escribo entonces: “Sobre tener ganas”…

y le añado de subtítulo: las manos. O eso creo yo.

 

Imaginarla jadeando, afiebrada, humedecida,

eran cosas de la noche...

Sin palabras era amarla hasta mojarle la herida,

que se abría a los deseos

de mis manos y mis ganas,

creadoras de inocencias, erecciones y lloviznas...

Después de amar, me dormía. La revista resbalaba...

Realidades de once años...

Por esas ensoñaciones vagaba cuando pequeño.

Mis manos, "rebuscadoras", desataban sus pasiones

entre historietas y almohadas.

Todo el día era la noche. Todo mi tiempo, esa hora...

 

Gritó una vez mi maestro que hacer "eso" era pecado.

Lo confirmaron parientes, y la palabra de Dios,

pronunciada con enojo por mi cura confesor.

La soledad de mi cuarto se incomodó de fantasmas

de dedos acusadores y fui perdiendo mis ganas...

 

Un buen día me contaron lo de "pelos en las palmas",

 y contracturé mis puños.

Eliminé toda prueba de delitos del pasado,

para que Dios perdonase, el cura no sermoneara,

y atenuaran mis maestros mi conciencia atormentada, 

por los pecados tan graves

que cometieran mis manos...

 

Muñones agarrotados, que no contaran secretos,

era lo que precisaba...

Las oculté en los bolsillos, las destiné a lo escondido.

Quisieron salir, a veces, pero no lo permití.

Fui controlando mis ganas.

 

Pasaron algunos años.

Fue cambiándome el peinado, cierta pelusa insinuaba,

y apareció el cigarrillo...

Nunca obtuve ese placer que anunciaban por la radio,

pero, soy tan obstinado...

 

-¡Detiene tu crecimiento!-; -¡Hace mal! ¡No fumes tanto!-;

-¡Tu tío murió de cáncer!- -¡Tu abuelo, tuberculoso!-;

-¿Fumar?... ¡"eso" es un pecado!-,

peroraban los mayores con el pucho entre los labios...

 

Y le fui perdiendo ganas, pero fue aumentando el vicio.

Mis manos no hicieron nada. Dormían en los bolsillos.

 

Después, la vida política me transformó en disidente,

en un "vereda de enfrente" de todo lo poderoso...

Casi anarquista, filósofo de tres palmos de narices,

y un dedo y medio de frente... ¡Y unas ganas de hacer bien,

 de servir, de ser valiente...! Me dijeron tantas cosas sobre el caso,

 mis parientes, que sentí miedo y me abrí.

 

Antes de perder las ganas. Antes de perder la vida.

Antes de vivir: huía...

En los bolsillos, mis manos, se escondían retorcidas...

 

De pronto, llegó el amor... Era una chica virtuosa,

pura, intacta, casta, buena...

Como la soñó mamá. Como la soñó mi tía.

Como la soñó su abuela...

 

De tan virgen, no cabía, ser curioso, ser sexual,

ser caliente, ser grosero, ni excitarla, toquetearla,

lamerla, besarla, etcétera...Y fui todo un caballero.

Me comporté como tal...

 

Un día, no sé por qué, me habló de "necesidades”,

urgentes, y de las otras, de "pedidos de la carne",

de "llamados de la sangre", difíciles de entender...

Gritó, lloró y resopló, y me pateó de su vida.

Y su decencia aburrida, fue a olvidar en varias camas...

¡Imagínense mi alivio! Nunca tuve muchas ganas,

y andar solo es más sencillo... Las manos: en los bolsillos.

 

Pasé mis crisis de fe, y en actos de contrición

purgué todos mis pecados. Caí en pozos oscurísimos, 

me sobrepuse creyendo, volví a caer en las sombras,

y ya no me levanté. Pensé que, eso de la fe,

era una cuestión de ganas, y fui perdiendo, de a poco,

las pocas que me quedaban. Quise rezar a los santos…

metidas en los bolsillos, las manos no se juntaban.

 

Hoy canto, escribo, musíco… Para ser un buen intérprete

 -para poder expresarme-, tuve que sacar mis manos

de los bolsillos, mohosas, contracturadas, deformes,

inútiles, implorantes...

 

Siempre bajo mi control, fueron aprendiendo a actuar,

tentando perfeccionarse en "técnicas de engañar",

en expresiones cambiantes, minuciosas, obsesivas...

Ha sido, al punto, la cosa, tan ladina e insurrecta,

que, sin permiso, a escondidas, una: pulsa la guitarra,

la otra, escribe: es poeta. Salgo a la calle y las guardo

-no me vaya a descuidar-, que si estas dos se acostumbran

a vivir en libertad, corro un riesgo: que me usen

como cuando en esa cama, hacía mía a una almohada,

empapándola de amores; de cataratas de ganas...

¡Dios me libre, Dios me guarde, de que estas dos

se acostumbren a vivir libres sus vidas…!

 

Y así transcurro mis días... Las manos en los bolsillos...

Una tristeza infinita...Preguntas mal preguntadas;

respuestas no comprendidas... Y el dilema de esa voz

que hace tiempo me persigue: -¡Rebeláte...! ¡No permitas...!

¡Necesitás de tus manos...! ¡Devolvélas a la vida...!

Pero eso es cuestión de ganas, y de inocencias perdidas.

 

NOTA DEL AUTOR: Al terminar la escritura

-hecha a un único impulso y sin retoque alguno-,

 felicitándome aún por mi don e inspiración,

volvió a irrumpir el señor del vozarrón audible por mí solo:

“Exactamente así lo escribí yo, de un solo trazo.

¡Bravo, amigo! Ya es casi videncia nuestro encuentro.

Esto ya es estar aprendiendo la tarea de rememorar

lo que jamás pudo vivirse. Ya está leyendo en mi cerebro.

Gracias.  Me ahorra un gran trabajo. Los otros. Los demás

a los que acudo, me traducen, no me entregan intacto, me estropean…

Ahora, falta colocar debajo, nombre del poema, el de su autor

y fecha. Escriba, por favor…

 

 

“Sobre el tener ganas...”  (Las manos). Alberto Carlos Bustos. Buenos Aires, 1945.

 

 

Desde Madrid, decimoquinta entrega . Texto y ficción (inédito): Miguel Ángel Solá

Dibujo (fragmento inédito, a sus 8 años): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos