-"(...) Nació Alberto Carlos Bustos en Rosario, provincia de
Santa Fe. Víctima de una ceguera que lo atacó hasta los quince meses de vida,
comenzó a evidenciar un talento precoz en todos los niveles del arte. Expone
individualmente desde los siete años, destacándose su trazado infinitesimal,
que lo lleva, en cuarenta y cinco años de labor consecutiva de lo macro (telas
de casi treinta y seis metros cuadrados), a lo micro (técnica compuesta en cabezas
de alfileres), hasta desaparecer, alegando que:-"... la perfección se encuentra en un átomo, y que a él sólo
accedería de poseer la imaginación de un Macedonio Fernández; y que, de "esa", en el reparto, no
le tocó ni gota". En el ámbito de lo municipal, dedica mucho tiempo
a desarrollar la técnica del adoquinado pictórico plano, legando a la ciudad de
Buenos Aires y a sus porteños habitantes cuatrocientas ochenta y seis obras
-excepcionales en forma y contenido-, y
que la municipalidad, a través de sus sucesivos intendentes legales e ilegales,
ha conseguido ignorar y/o destruir sistemáticamente. El asfalto, hasta el
momento, ha dado cuenta de cuatrocientas cincuenta y dos de ellas. Tamaña
afrenta al patrimonio popular: ¿cómo se lava...?. Lo perdido, perdido está,
sí...: ¿y lo que resta? Quedan -deterioradas, pero "vivas" aún-,
treinta y cuatro de las maravillas que Alberto Carlos Bustos nos legó. La
ignorancia, la desidia, la incompetencia, la imbecilidad de sus antecesores…
¿será contagiosa, Señor Intendente actual? ¿Tampoco usted, muy señor mío, hará
algo por sus congéneres, los adoquines?-
(“Dante
Panzeri. La Razón. Octubre 22 de
La lluvia de noviembre
corrigió las sequedades de
estos meses.
Dispuesta a hacerse pan, la
poesía,
anda exigiendo horno caliente.
¿Qué formas? ¿Qué caminos?
¿Qué verdades ha de hallar?
El puro imaginar no se detiene,
y, sin embargo,
quedarme por contar, creo, me
quedan
detalles de un destino
interrumpido
por la fuga al sin sentido y
poco más.
¿Será que en soledad el cuerpo
pierde lo que da?
Deambula la esperanza en el
mañana,
buscando una respuesta que no
llega.
Y la palabra es un silencio que
molesta
y dice nada.
De pronto: una verdad, curvada,
aquí, a mi lado, y tan sencilla
que se deja ver.
¿Será que debe ser así?; ¿que
si no, pasa...?.
¡Qué fácil despertar y
enmadejarme en su mirada!
Me dejo acariciar...
Me tiemblan las rodillas,
y es amor, como en los cuentos.
Afuera: la ciudad.
Las cuentas en desorden.
Los coches; las sirenas.
Crispaciones en los rostros.
Buena gente que precisa gente
buena,
y no la encuentra.
Sí, sobran, agresiones y
falsías,
y el encono con que tiñen
los mediocres este asunto del
vivir.
Dinero y más dinero que no
entra.
Amigos que se animan a querer
soñar despiertos.
Molinos y Quijotes.
Imágenes de lucha.
Resabios del banquete.
Milenios que repiten en voz
alta: -No se puede-
Nosotros, jugadores; nosotros -los juguetes
de este tiempo-, pesadilla que
se cierne.
y por mi adentro: ella,
templando un nuevo vientre
que reclama un viejo encuentro.
¿Qué sueño he de cumplir?
¿Qué especie en extinción se me
avecina?
¿Qué incendio entre mis hielos?
¿Qué milagros? ¿Qué rutina?
Noviembre que en mi vida
da y remueve las palabras de
nombrarla,
gozadoras del pecado cometido,
bienaventuradas nazcan.
Bellas -como ella-, porque sí,
porque la luz apura;
porque la sombra obliga.
Y es amor. no pienso desconfiar.
No queda tiempo para hacerme el
distraído.
Alcanzo a contener este
cansancio que me duerme,
a punto de invocar esa palabra
que se atreva a más que Amor
y escribo: Creo.
No está mal por ser noviembre,
digo.
“Noviembre¨ de Alberto Carlos Bustos. Buenos Aires. 1965.
Desde Madrid, decimotercera entrega, texto y ficción (inédito): Miguel Ángel Solá
Dibujo (inédito, a sus 8 años):
Nicolás García Sáez
Especial para Los Verdes
Platónicos y Los Verdes Paralelos