Estoy
sentada frente a uno de los varios cuadernos donde plasmo ideas a diario, bajo
pensamientos al papel para liberar una mente ajetreada. Me descubro haciendo dibujos de pequeñas flores de cinco pétalos
y, con actitud meditativa, suelto mi mano y dejo que se arme un marco floral
que adorna la hoja. No recuerdo desde cuando mi mano dibuja flores.
Espejos
simbólicos en forma de líneas y colores, reflejando nuestra preciada
imaginación. Un hilo invisible une nuestra mano a nuestra alma, para quien
busque expresarse, sacar afuera todo un
mundo maravilloso creado por pensamientos, deseos, algunas represiones y mucha
magia.
Dejar
salir todo ese caudal de información tan íntima, saltando la razón, sorteando
el propio juicio de lo bello o lo incorrecto.
Dibujar
es el lenguaje que habla de nuestro ser más auténtico, quizás por esto, los
dibujos que hicimos de niños nos llaman tanto la atención y nos evocan
recuerdos de la tierna infancia, donde fuimos seres tan puros, transparentes y
libres, que no temíamos escuchar ese deseo de registrar lo que pasaba por
nuestra mente, la interpretación de la realidad o lo que sentíamos.
Poderoso
espacio de creación, de libertad que, en ocasiones, se presenta como estar de
pie frente a un abismo de grandiosidad.
Esa
hoja en blanco que espera por tu visión, aguarda esa mirada que aparece cuando
cerras tus ojos físicos y comienzan a llegar las imágenes verdaderas, los
colores más brillantes, que buscan ser observados, ser vistos.
Ese
espejo se presenta ante vos, a veces en forma de hoja, de una agenda o un
papelito solitario que estaba sobre tu escritorio. Si tu mano comienza a
dibujar, solo hay que dejarla florecer.
Texto
(inédito): María José Quiroga*
Imagen(inédita):
LVP
*Terapeuta
Especial
para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos