Cuando uno cree que no sabe nada, tal vez no sea tan así, está entendiendo
algo que viene del futuro.
Hace mucho tiempo, luego de terminar la secundaria y antes de empezar la
carrera universitaria, tuve la posibilidad de sumergirme, durante todo un año,
en el fascinante mundo de las abejas y obtener así mi tecnicatura de
apicultora. Jamás ejercí ninguna tarea en dicho rubro, pero si me quedé impregnada por un profundo amor y respeto hacia estos pequeños seres que siempre admiro y observo.
El intercambio que el sistema productivo ejerce para con ellas, aún no me
convence del todo: pureza absoluta desde su parte, suplantada por productos
artificiales y químicos desde la nuestra.
Jamás imaginé que, con el transcurrir del tiempo (y muy merecidamente)
ellas se convertirían en los seres más importantes del planeta, para permitir la
supervivencia de nuestra especie. La
clasificación en reina, zánganos y obreras está fuera de los paradigmas de la
realidad actual. Se comprende que esta terminología proviene desde otro marco temporal
y dentro de estructuras que, si bien no faltas de investigación y precisión, tenían
el foco puesto en procesos socio económicos sostenidos por modelos de esos
otros momentos.
De las pocas cosas que me producen verdadera envidia, la que más destaco es
la de observar a las abejas volando, para luego entrar en contacto
sutil con alguna flor, la parte más efímera, pura y elevada del reino vegetal.
Además, ven los colores de una manera inaudita, se saben guiar por el sol, se
alimentan de néctar clarificado y poli-motivan todo a su alrededor.
Cada colmena lleva la vida como si fuera un único ser autoconsciente. Habita
recíprocamente con el ambiente que la rodea y la suma de todas sus pequeñas
acciones hacen que su aporte sea invaluable. Su estructura de funcionamiento
enlaza, por un lado, roles muy específicos que se deben cumplir con ciertos
dones que cada individuo va desarrollando en su propia anatomía. Por el otro,
en etapas y según requerimientos, todo esto sucede conjuntamente y de modo
equilibrado, como si hubiera un sistema de organigrama muy preciso e invisible que
ellas van incorporando al respirar, momento a momento, siempre actualizado.
Al nacer, al salir de las celdas, puede vislumbrarse, en una abeja bebé, el
tamaño corporal que tendrán el resto de sus vidas. Saben lo que deben hacer mientras
se desarrollan sus alas. Las tareas van oscilando entre quehaceres de orden y
limpieza; pasando por el cuidado, aseo y alimentación de las larvas. También
tendrán que pasar una temporada siendo guardianas y defensoras en los accesos,
impidiendo el ingreso de cualquier ser extraño. En verano, ya con las alas
desarrolladas, ventilarán la colmena, haciendo circular aire puro y fresco por
todos los corredores. En invierno, en cambio, se agruparán todas juntas e
intercalarán posiciones, en una especie de espera, para mantener la temperatura
ideal y lograr atravesar este período hasta la llegada del clima más venidero y
gentil. Algunas conformaran el séquito de la reina, haciendo que nunca le falte
nada. Durante un breve período, se les activarán ciertas glándulas que secretaran
la cera, que luego será utilizada para la construcción de sus paneles con
celdas hexagonales, donde algunas albergaran a sus futuras crías y otras serán
destinadas para la inmensa reserva de alimento. También generarán, durante un
corto lapso, la preciada jalea real, ese súper alimento que, según las
cantidades proveídas en sus estadios larvarios, dará como resultado una abeja o
una reina. El propóleo, ese ungüento
poderoso, siendo una mezcla de resinas varias, se utiliza para sellar grietas y
orificios en donde la colmena lo requiera.
La reina es una madre, en cierto sentido mamífero, ella jamás cuidará ni
alimentará a sus crías. La diferencia en su tamaño, respecto de las demás
abejas, radica en que tiene los órganos reproductores plenamente desarrollados,
eso, como se ha dicho, gracias al aporte de jalea que le suministraron cuando
aún era una larva igual a las demás. Una vez lista, ella hará un único vuelo
nupcial fuera de la colmena, seguida de todos los machos que hubiera en ese
momento. Saldrá volando virgen y volverá plena, llevando dentro de si toda la
carga genética de su especie, para cumplir su valiosa misión. Jamás volverá a
ver al sol brillante, solo será a través de la claridad que permean las
membranas de la colmena, donde ella sabrá que cada día es un nuevo día. En
silencio, con humildad, procederá a realizar su tarea, aparentemente sencilla y
pequeña, pero realmente exponencial y grandiosa. Y es así como cada ser
sostiene la magia para la cual fue creado.
Es el tamaño de las celdas de cría el que engendrará a una abeja o a un
zángano. Los diámetros pequeños presionaran el abdomen de la reina y harán que
un óvulo y un paquete de esperma se depositen en ese pequeño y cálido espacio,
dando lugar al comienzo de la vida de una abeja. En cambio, las celdas de mayor
diámetro, que son las menores, no presionarán su abdomen, de este modo bajará
solo un óvulo, que permitirá el desarrollo de un macho.
Los zánganos, en sí mismos, no desarrollan ninguna tarea, ni dentro ni
fuera de la colmena, más que la de, en caso de ser necesario, y eso suele
suceder luego de periodos prolongados, fecundar a la nueva reina. Son como
kamikazes del amor, su finalidad es su propio fin. Los que logren esta tarea
serán los más veloces, fuertes, astutos. Pero morirán luego de este acto. Y los
demás también, ya que no se les permitirá volver a ingresar en la comodidad y
seguridad de la colmena.
Mientras todo se va sucediendo, llega el gran día en que cada abeja estará
lista para salir al exterior de la colmena.
Abandonar, por primera vez, el único lugar conocido para salir a
explorar la maravilla del mundo. Al guiarse por el sol, también utilizan
matemáticas “básicas” y se comunican mediante una especie de danza para ubicar los
lugares de cosecha. Algunas no volverán, otras pocas se convertirán en incansables
exploradoras y la mayoría estará por encima de todas las cosas y se conectarán
magistralmente entre ellas.
Las flores desplegarán su belleza, aroma y sabores para albergar a sus
aliadas. Las abejas, disfrutarán, cada vez, de ese momento ultra sensorial
único, tomarán la materia del alimento que es brindado para ellas y, a cambio,
trasladarán el polen-oro como promesa de ese acuerdo de abundancia,
biodiversidad y futuro.
Texto (inédito): Carolina Heinrich
Video abeja bebé (inédito): Nicolás García Sáez
Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos