domingo, 21 de mayo de 2023

Cultura Api

Cuando uno cree que no sabe nada, tal vez no sea tan así, está entendiendo algo que viene del futuro.

Hace mucho tiempo, luego de terminar la secundaria y antes de empezar la carrera universitaria, tuve la posibilidad de sumergirme, durante todo un año, en el fascinante mundo de las abejas y obtener así mi tecnicatura de apicultora. Jamás ejercí ninguna tarea en dicho rubro, pero si me quedé impregnada por un profundo amor y respeto hacia estos pequeños seres que siempre admiro y observo. 

El intercambio que el sistema productivo ejerce para con ellas, aún no me convence del todo: pureza absoluta desde su parte, suplantada por productos artificiales y químicos desde la nuestra.

Jamás imaginé que, con el transcurrir del tiempo (y muy merecidamente) ellas se convertirían en los seres más importantes del planeta, para permitir la supervivencia de nuestra especie.  La clasificación en reina, zánganos y obreras está fuera de los paradigmas de la realidad actual. Se comprende que esta terminología proviene desde otro marco temporal y dentro de estructuras que, si bien no faltas de investigación y precisión, tenían el foco puesto en procesos socio económicos sostenidos por modelos de esos otros momentos.

De las pocas cosas que me producen verdadera envidia, la que más destaco es la de observar a las abejas volando, para luego entrar en contacto sutil con alguna flor, la parte más efímera, pura y elevada del reino vegetal. Además, ven los colores de una manera inaudita, se saben guiar por el sol, se alimentan de néctar clarificado y poli-motivan todo a su alrededor.

Cada colmena lleva la vida como si fuera un único ser autoconsciente. Habita recíprocamente con el ambiente que la rodea y la suma de todas sus pequeñas acciones hacen que su aporte sea invaluable. Su estructura de funcionamiento enlaza, por un lado, roles muy específicos que se deben cumplir con ciertos dones que cada individuo va desarrollando en su propia anatomía. Por el otro, en etapas y según requerimientos, todo esto sucede conjuntamente y de modo equilibrado, como si hubiera un sistema de organigrama muy preciso e invisible que ellas van incorporando al respirar, momento a momento, siempre actualizado.

Al nacer, al salir de las celdas, puede vislumbrarse, en una abeja bebé, el tamaño corporal que tendrán el resto de sus vidas. Saben lo que deben hacer mientras se desarrollan sus alas. Las tareas van oscilando entre quehaceres de orden y limpieza; pasando por el cuidado, aseo y alimentación de las larvas. También tendrán que pasar una temporada siendo guardianas y defensoras en los accesos, impidiendo el ingreso de cualquier ser extraño. En verano, ya con las alas desarrolladas, ventilarán la colmena, haciendo circular aire puro y fresco por todos los corredores. En invierno, en cambio, se agruparán todas juntas e intercalarán posiciones, en una especie de espera, para mantener la temperatura ideal y lograr atravesar este período hasta la llegada del clima más venidero y gentil. Algunas conformaran el séquito de la reina, haciendo que nunca le falte nada. Durante un breve período, se les activarán ciertas glándulas que secretaran la cera, que luego será utilizada para la construcción de sus paneles con celdas hexagonales, donde algunas albergaran a sus futuras crías y otras serán destinadas para la inmensa reserva de alimento. También generarán, durante un corto lapso, la preciada jalea real, ese súper alimento que, según las cantidades proveídas en sus estadios larvarios, dará como resultado una abeja o una reina.  El propóleo, ese ungüento poderoso, siendo una mezcla de resinas varias, se utiliza para sellar grietas y orificios en donde la colmena lo requiera. 

La reina es una madre, en cierto sentido mamífero, ella jamás cuidará ni alimentará a sus crías. La diferencia en su tamaño, respecto de las demás abejas, radica en que tiene los órganos reproductores plenamente desarrollados, eso, como se ha dicho, gracias al aporte de jalea que le suministraron cuando aún era una larva igual a las demás. Una vez lista, ella hará un único vuelo nupcial fuera de la colmena, seguida de todos los machos que hubiera en ese momento. Saldrá volando virgen y volverá plena, llevando dentro de si toda la carga genética de su especie, para cumplir su valiosa misión. Jamás volverá a ver al sol brillante, solo será a través de la claridad que permean las membranas de la colmena, donde ella sabrá que cada día es un nuevo día. En silencio, con humildad, procederá a realizar su tarea, aparentemente sencilla y pequeña, pero realmente exponencial y grandiosa. Y es así como cada ser sostiene la magia para la cual fue creado.

Es el tamaño de las celdas de cría el que engendrará a una abeja o a un zángano. Los diámetros pequeños presionaran el abdomen de la reina y harán que un óvulo y un paquete de esperma se depositen en ese pequeño y cálido espacio, dando lugar al comienzo de la vida de una abeja. En cambio, las celdas de mayor diámetro, que son las menores, no presionarán su abdomen, de este modo bajará solo un óvulo, que permitirá el desarrollo de un macho.

Los zánganos, en sí mismos, no desarrollan ninguna tarea, ni dentro ni fuera de la colmena, más que la de, en caso de ser necesario, y eso suele suceder luego de periodos prolongados, fecundar a la nueva reina. Son como kamikazes del amor, su finalidad es su propio fin. Los que logren esta tarea serán los más veloces, fuertes, astutos. Pero morirán luego de este acto. Y los demás también, ya que no se les permitirá volver a ingresar en la comodidad y seguridad de la colmena.

Mientras todo se va sucediendo, llega el gran día en que cada abeja estará lista para salir al exterior de la colmena.  Abandonar, por primera vez, el único lugar conocido para salir a explorar la maravilla del mundo. Al guiarse por el sol, también utilizan matemáticas “básicas” y se comunican mediante una especie de danza para ubicar los lugares de cosecha. Algunas no volverán, otras pocas se convertirán en incansables exploradoras y la mayoría estará por encima de todas las cosas y se conectarán magistralmente entre ellas.

Las flores desplegarán su belleza, aroma y sabores para albergar a sus aliadas. Las abejas, disfrutarán, cada vez, de ese momento ultra sensorial único, tomarán la materia del alimento que es brindado para ellas y, a cambio, trasladarán el polen-oro como promesa de ese acuerdo de abundancia, biodiversidad y futuro.


Texto (inédito): Carolina Heinrich

Video abeja bebé (inédito): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos