Ingreso al espacio que La Rural siempre reserva para este
grandísimo evento. Observo en dirección al parque, en donde se encuentran los
paneles de energía solar. Luego el cielo. Quiero averiguar algo que, con
destellos de más o menos intensidad, me viene intranquilizando un poco durante
estos últimos días: ¿ cuál es el estado de salud del libro? Más allá de cifras
nacionales y globales, de datos certeros o inventados, hay algo, como la huella
de uno o el adn, que se puede captar en medio del aleteo de los sentidos y en
un par de recorridos puntuales, aquí y en las calles. Allí suele surgir una
epifanía que no falla a la hora de dictaminar su primera impresión, que en
estos casos siempre es la que vale.
¿El objeto/libro es un portal que nos abre las
posibilidades a un Universo de sueños y viajes a lo inesperado o es mera y fría
mercancía? Estreno esta libretita de musas y anotaciones sentado en uno de esos
bancos kilométricos de madera que datan de mediados avanzados del mil
ochocientos. Simil Moleskine, color naranja funky, anoto aquí mismo lo siguiente:
¨averiguar la marca del impregnante a prueba de balas con el que han sido
untadas estas piezas de museo, de asombrosa utilidad hoy en día¨ . Algunos
conversan, otros observan la arena barrida por donde ha circulado -cuando aún
estaba con vida-buena parte de la fauna argentina.
Atraído por la escasez de público que hay en
ese espacio, me detengo en la esquina de un stand para escuchar algo sobre el
ardid de mis colegas a la hora de embellecer los recuerdos. Es curioso evocar
un pasado remoto junto a la ópera prima de un escritor, que se presenta entre
el azar y la repetición de uno de los recorridos. El autor comienza a hablar
con tensión sobre un novelista francés que desconozco… y entonces continúo con
mi camino. Un dibujante está siendo entrevistado por un periodista o alguien
que parece interesado en su obra. Somos alrededor de diez personas
escuchándolos. El hombre habla con un tono que va boyando entre lo triste y lo
épico, le pone garra, menciona algo sobre las bolsas de papel y el mainstream. Los dos protagonistas
permanecen bastante quietos, un tanto rígidos. Sigo, rumiando acerca de esa
tendencia que tenemos todos a ser y enarbolar la bandera ¨anti sistema¨,
protestando desde plataformas que son El Sistema. ¿Black Mirror? Bien, gracias. A dos minutos de allí hay un stand en donde un estudiante de ingeniería habla sobre la
inteligencia artificial. Levanto la mano para hacer una pregunta, tengo muchas
dudas. El estudiante me ignora. ¿Parezco demasiado humano? Por suerte después me
encuentro a ese duende que sonríe y te enchufa sus poemarios artesanales, un
eufemismo para decir fotocopias recortadas en cuatro y cosidas a mano. A metros
del arenal centenario, él te persigue y te convence con sus modales del
romanticismo, promociona su producto infinitamente mejor que cualquier
multimedios clonado con sombras de tiburón.
Luego, claro, más o menos lo mismo de siempre:
libros y libros y toneladas de libros. Salas azules, rojas, verdes, amarillas.
Conferencias. Firmódromos. Presentaciones. Nombres y apellidos de autores
y autoras para hacer una mermelada descomunal. Veo un par de títulos de mi
autoría, uno de ellos, de cara al público… ¿ aún continúa como la ¨primera
edición¨? Entiendo perfectamente que esa tanda inicial se agotó hace años. Los
editores también sufren la crisis, no hay un mango, pero cuando el fruto
ofrecido durante lustros es uno de tus hijos… en fin. Camino. Me detengo. Me
llevo uno interesante, prolijo, bien editado sobre la vida y obra de Paul
McCartney, su precio es inferior al de un café con leche. Anoto en mi
libretita: ¨quién no lee es porque no quiere¨. Hay momentos en los que cuesta
caminar entre los pasillos de la feria, abarrotados de muchedumbres. Hay
jeroglíficos indescifrables. Hay clásicos apetecibles. Hay posmodernos best
sellers muy legibles o infumables. Hay cómics y literatura infantil y más
libros que los puede leer un ciego. Filmo un poquito. Aún hay mucho que
aprender sobre la Feria de Frankfurt y la de Guadalajara. Así las cosas,
siempre hay algo para captar, algo que recibir. Considerada la tercera más
importante del mundo, la Feria de Buenos Aires suele ser muy generosa, la gente
siempre responde muy bien, no hay que olvidar que estamos en la ciudad con más
librerías por habitante que hay en el planeta. Pero desmenuzar este ítem tal
vez sea como rescatar un síntoma en lo más glamoroso de Palermo, cuando el
estado general de las cosas abarca un territorio muchísimo más amplio. Intento
debatir conmigo, gana mi optimismo y llego a la misma conclusión: ¨aquel que no
lee un libro, es porque no quiere, no porque no puede¨. Exceptuando a muy
pocos, ahora ampliado, vuelvo a anotarlo en mi libretita naranja. Vengan de a
uno.
Texto y video (inéditos): Nicolás García Sáez
Especial para Los
Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos