Lo voy a decir
de una: cada vez que me llega al wasap uno de esos videítos en el que
experimentados músicos y músicas del mundo nacional y mundial cantan sus loas
aisladas, y al mismo tiempo enlazadas, me dan ganas de ponerme a llorar. Pero
no porque lo que me estén transmitiendo por medio de una cuadrícula sonora y
coral sea digno de mis lágrimas, sino por algo que roza la...¿tristeza por lo
que les/nos está sucediendo a tod@s de la misma y tan distinta manera?
¿Melancolía por lo que fue, no está siendo y no se sabe cómo volverá a ser?
¿Ternura sumado a las ganas de enviarles una encomienda con una colección
completa de dvd´s y vinilos recordatorios de Janis Joplin, Jim Morrison o el
Potro Rodrigo rompiendo todo mientras cantan en vivo y ante un público
enardecido?
Pongamos las cosas en su lugar: una cosa es el
bravo tiburón blanco, la intrépida orca, ambos navegando los siete mares y
todos los océanos, merodeando la Antártida y conquistando territorios mientras
se comen al mundo, otra cosa es verlos (y escucharlos) a Nemo y a Dory
atravesando una ola apenas afortunada para volver a ser depositados como dos
pescados en una pecera sin gracia. ¿Cómo decirlo sin generar aburridísimas
contiendas con y entre sus fans?
Hoy me llegaron siete u ocho, tal vez nueve
videítos, de esos con músicos y músicas del planeta todo que, con tanto y
estudiado énfasis épico, te invitan a futuras victorias guerreras ante el
(permiso, voy a bostezar) ¨enemigo invisible¨. Ayer, lo he visto, lo he
escuchado, me llegó el enésimo videíto (creo que eran franceses, o belgas, tal
vez suizos) diseñado para liliputienses con dioptrías exiguas en el que se veía
(es un decir) a gente que, en principio, aparentaba ser inteligente y que
ensalzaba y agradecía, por medio de coritos edulcorados, la presencia entre
nosotros del Monotema covídico mientras cerraban con un disciplinado y
emocionado (los emocionados parecían ser los intérpretes) y ya a esta altura
trillado ¨quedate en casa¨. La resiliencia dudosamente transitada.
Y si, ellos permanecen tranquila y alegremente
en sus hogares, por lo general dentro de mansiones o ,mínimo, casonas campestres
en donde pueden practicar submarinismo dentro de sus bañaderas y jacuzzis, o
donde pueden desplazarse y correr una maratón de seis horas, allí mismo, en sus
livings, si se les antoja, o donde pueden saltar y bailar dentro de unos
espacios considerables para enseñar, detrás y ¨sutilmente¨, cocinas con
heladeras atiborradas de alimentos para todos los regimientos del mundo, y
centenares de electrodomésticos, y bibliotecas bien surtidas, y muebles de
diseño con futones de tres plazas con almohadones haciendo tono, y un original
de Monet o Renoir iluminado por una lámpara que emana una luz tenue y apastelada que
lleva la firma de la Bauhaus o Warhol... ¡Qué se yo! No tengo idea de cómo
viven les musiques millonaries o mimades por el mainstream, ni me interesa
saberlo, pero se esfuerzan tanto en mostrarlo todo y todo el tiempo que no es
raro que ese tipo de mensajes se vayan ¨imponiendo¨ en la retina, o, ya de
plano, le quitamos las comillas.
No tengo casi nada en contra de todo eso, el
discreto encanto de la burguesía, el entusiasmo ambicioso y el progreso, cuando
se dan en carreras nobles, honestas, independientes y esforzadas, de hecho me
resultan (casi) la mar de aplaudibles, lo prefiero a la arenga y alarde de la ¨pobreza
romántica¨ que tantos talibanes de la Alta Hipocresía te quieren enchufar cuando te dicen, por ejemplo, lo bueno que es viajar en bondi a Puente Alsina mientras ellos
viajan en primera a Cancún. Yo mismo
tengo una biblioteca muy bien surtida, y tengo ganas de comprarme un fitito o un bmw
para pintarlo de color naranja y entonces poder irme una semana a la laguna de Mar
Chiquita (dicen que en otoño es muy bonita) o, no sé, comprarme un barco para navegar entre las islas griegas, o un barquito para desplazarme en el lago San Roque, o, ¿por qué no?, ganar mucho dinero para poder comprarme un duplex en la Polinesia o Dubai o una casita en la costa de Uruguay. Lo que pinte. Hoy no puedo. La poesía aún no es rentable en este
país, que a veces es generoso, y la mayor parte de las veces no tanto.
Pero no deja de ser llamativo, por despertar algunos ecos renuentes en medio de tanta quietud y silencio impuestos por los gobernantes de turno, un ruido que tiene que ver con el aura perdida, el alma estancada, o al menos congelada, en preocupante stand by, un algo clonado que sí, es fruto de buenos talentos, que sí, en muchos casos vienen con la mejor intención, pero que no dejan de subrayar, como ya he escrito, un sabor triste y melancólico que te hace extrañar los días de furia y de gloria de tantos y tan power rockeros y músicos y músicas de otras yerbas genéricas que hoy ejecutan sus shows adentro de una pantallita, varias de ellas muy bien solventadas por los Estados, también de turno.
Pero no deja de ser llamativo, por despertar algunos ecos renuentes en medio de tanta quietud y silencio impuestos por los gobernantes de turno, un ruido que tiene que ver con el aura perdida, el alma estancada, o al menos congelada, en preocupante stand by, un algo clonado que sí, es fruto de buenos talentos, que sí, en muchos casos vienen con la mejor intención, pero que no dejan de subrayar, como ya he escrito, un sabor triste y melancólico que te hace extrañar los días de furia y de gloria de tantos y tan power rockeros y músicos y músicas de otras yerbas genéricas que hoy ejecutan sus shows adentro de una pantallita, varias de ellas muy bien solventadas por los Estados, también de turno.
Estar juntos pero no estar. Ser sin seguir
siendo. Panzadas para el tándem Sartre/De Beauvoir. Sócrates, ni te digo. Y ahí
es donde se reflexiona el ápice de algo que muchas veces dicen ell@s como
bocadillo marketinero: ¨sin ustedes, no somos nada¨. Y es cierto, sin el clamor
de las masas o las multitudes entusiastas alrededor (las que sostienen sus
vidas, usted, y yo, entre ell@s) vitoreando, acompañando, pagando las entradas
a los recitales y comprando los discos) parece no haber nada en el firmamento
musical más que el mero intento de seguir figurando y/o (no son pocos los
casos, y desde aquí cumplo en agradecer) acompañarnos en esta solitaria espera
con su música, que sigue manteniéndose egregia, excelsa, elevada.
Y es que, me
dirá usted, se lo digo yo, por ahora no nos queda otra. Es lo que hay. En la
cancha se ven los pingos. ¡Pero el tema es que todas las canchas están
clausuradas! Y los pingos, junto a infinidad de animales y aves e insectos,
andan todos sueltos, como nunca, ocupando nuestros contaminantes lugares,
pululando por las calles y las avenidas. Mientras tanto se intenta buscar una
solución global al Monotema. ¿Y la vacuna? Bien, gracias, muchos y muchas dicen
que ya estaría lista, pero...
Algún amigo o
amiga podrá decirme, o preguntarme: teniendo en cuenta que el rock, el funky,
el jazz, el cuarteto, ponele, son el compendio de la Rebeldía, y que eso es, en
esencia, lo que más nos atrae hacia ell@s... ¿por qué estos mismos tipos, en este momento tan especial, no se
lanzan al abismo y se ponen a tocar en medio de una plaza porteña, o una playa
uruguaya, o la terraza donde se despidieron Los Beatles, por qué no se la
juegan mientras se inmolan con una viola eléctrica al mango y/o intentan esquivar
a los señores policías que, mínimo, los correrán de allí con perros ovejeros
entrenadísimos y una catarata de palos y balas de goma? La respuesta es muy
sencilla: amig@s mí@s, ya no quedan en este Maravilloso Planeta Tierra rebeldes
como los de antaño, ni un@ sol@, nada, cero, niente, ningun@, nanimonai, nothing, al menos en el
rubro musical. Ni los viejos dinosaurios, ni los que ahora están de moda, ni
las nuevas camadas. Syd Barrett fue un Gran Adelantado en todo esto, pero él se encerró para siempre por temas de índole ácida. Luego de eso... ¿alguien se imagina a Jimi Hendrix, Tanguito o Amy Winehouse
cumpliendo dócilmente durante meses y meses cuarentenas especuladoras y obligatorias? ¿Alguien se lo imagina a Vicious diciéndole a Nancy, a Kurt diciéndole a Courtney: ¨démonos un pico pero después mantengamos el distanciamiento social¨? Así las cosas, ni siquiera conforman un selectísimo club en vías de extinción. Va de nuevo: se acabaron los y las rebeldes. No hay más. No los busque porque no los va a encontrar. Ahora, con suerte, te encontrás a -por citar un
único ejemplo- señores muy mayores, calmos y despeinados, como mi querido y
desde siempre admirado Roger Waters que, desde su palacio estadounidense, les
envía mensajes a los de, ni más ni menos, La Garganta Poderosa, videítos para
que se viralicen con el fin de transmitir el mismo mensaje (quedate en casa)
mientras el Divino Pink Floyd te canta adentro y aislado en su
súper estudio neoyorquino algo que luego lo escuchás vos en tu ph de Villa
Crespo mientras observás las humedades en el techo de tu comedor, o lo escuchás
vos en tu monoambiente del centro rosarino, o cordobés, o tucumano mientras
rebotás entre esas paredes porque no soportás más este aislamiento obligatorio,
o lo escuchás vos en alguna casa de chapa tambaleante que no pasará de este
invierno cuando aparezca con todo su peso gélido, intenso y definitivo y arrase
con ese lugar descuidado y olvidado en alguna provincia de la patria argentina.
En estos
contextos tan delicados tal vez sea más oportuno escuchar los mensajes de un
Pepe Mujica payando desde Salvados con un ukelele imaginario, que escuchar los
mensajes de una estrella rockera con una colección de muy posibles Rolls Royce
que descansan en los catorce sótanos de su bulín de Beverly Hills, incluso por
el bien y la futura credibilidad de la estrella rockera.
Uno/a, pre
Monotema, se los/as imaginaba tirándose en paracaídas y vestidos de seda sutil
sobre las dunas de Namibia mientras dieciocho fotógrafos, también en el aire,
se codeaban entre ellos para lograr la mejor toma de la estrella flotante. O
se los imaginaba nadando en una pileta repleta de vino blanco y rosado y
turquesa en medio de una súper fiesta, allí, en algún casino de Montecarlo o
Saint Tropez, si es que en Saint Tropez hay casinos, desconozco. O se los
imaginaba teniendo conversaciones con extraterrestres mientras hacían un viaje
millonario y de incógnito a la Luna, drogados con hongos alucinógenos
provenientes de la bosta del cebú, vestidos con smokings repletos de manchas de
pintura fosforescente y brillantina en los párpados. No sé. ¿Y ahora? ¿Cuál es
el misterio y la magia con las estrellas de rock? Uno/a como mucho se los/las
puede imaginar nerviosos/as y hablando por teléfono todo el día con sus
agentes, para ver como salvan sus carreras, o se los/las puede imaginar
comiendo toneladas de pochoclo y papas fritas con hectolitros de ketchup
mientras se fuman todas las series de Nétflix, o se los/las puede imaginar
durmiendo o deprimidos todo el día, excepto cuando algún colega los llama para
cantar un poquito, solos, en su estudio para luego difundir ¨eso¨ por las redes
sociales. Pandemia mata misterio. Pandemia aniquila distancias entre lo Divino
y lo meramente humano. Bienvenidos/as, damas y caballeros, al mundo al que
siempre pertenecieron.
A ver, no es que
esté mal todo el rollo musical que nace en las redes sociales y que luego se
traduce en un purgatorio wasapero y esperanzador que titila en medio del mega
embole súper traumático y copypasteado de la cuarentena global, nadie está
diciendo eso. No es que no sea loable tal o cual intención mediatizada con
concierto/pecera virtual y tristona y melancólica via streaming desde un lugar
solidario, empático, asertivo, de hecho está muy bien. Suma, y para mucha gente
suma bastante, ellos/as no son los/las malos/as de esta película siniestra,
para nada, los malos están bien escondiditos. Uno/a intenta disfrutar esos
videítos de tono triunfante y a veces, si vale la pena o el placer, incluso los
comparte con familiares y amistades. Pero se insiste desde esta trinchera que
lo que antes era enjundia poderosa y arrolladora de decibeles deliciosos y
ultra virulentos que te calaba los huesos frenéticos y te hacía bailar
descontrolado durante cuatro amaneceres... ahora te causa la misma ternura que
un jubilado alimentando a las palomas en Plaza Miserere, o que un osito de
peluche relleno con azúcar impalpable.
Yo estoy
queriendo grabar un disco con mi co equiper cuyo sol en Libra siempre la
equilibra, a ella, mi gran amiga Clara, una voz, lo he dicho, experimentada,
reconocida, que hace tiempo brilla y te acompaña en la ciudad. A nuestro favor
podemos decir que las grabaciones que veníamos haciendo fueron en estudio,
juntos, y dentro de un marco de Libertad, valga el breve y sutil oxímoron. Cada
vez que escucho lo que hicimos se huelen esos pájaros que cantan y vuelan y
festejan la alegría de horizontes despejados. Pocos días después de nuestras
intensas sesiones cerraron todas las fronteras, ventanas y puertas, las rutas,
Todo. Por mi parte, apenas pude volver a las sierras, ella se quedó en su hogar
porteño. Así dispuestas las cosas, sin Warholes ni Renoires detrás nuestro,
existe la posibilidad de que inauguremos alguna de esas canciones en
circunstancias similares a las de nuestr@s amig@s musicales, aquí tan
cariñosamente mentados/as, y ahora encapsulados/as obligatoriamente en sus
hogares.
Me encantaría estar escribiendo en estos
momentos sobre Paul Éluard, Niní Marshall o Aretha Franklyn, sobre Antonio Berni o John
Coltrane, dedicarle un especial a Cassavetes o a Fellini, a los tsunamis de
Tailandia o a los colibríes que aparecen de repente en mi patio junto a la
neblina que sobreviene a las lluvias del Valle, pero estamos donde estamos y
algunos/as vamos exorcizando cada tramo con palabras, imágenes y, bueno, si,
canciones, las nuevas, las de siempre, las que se vienen.
Hay algo que cierta corriente de la New Age actual se ocupa de entronizar, y es algo con lo que adhiero, o no, según el día, o la hora, o la luz y la temperatura de ese mismo día (después de todo, si se lo piensa un poco, es una de las premisas que esta buena gente promueve). Resumiendo: dicen que una vez atravesado este monobodrio, ya a esta altura insoportable, podremos salir más sanos, más fuertes, más sabios, etcétera, etcétera. Una maravilla, visto desde afuera, alta sarasa o premonición. Un primo que tiene a sus hijos en un jardín de infantes me contó que ese cuentito gestáltico tan en boga, el de la oruga que se transforma en mariposa para encarnar en un ser nuevo, libre y luminoso luego de atravesar oscuridades variopintas, se lo enseñan a los niños de cuatro años y que los niños de cuatro años, luego de escucharlo, les piden a las maestras jardineras que les cuenten el de Caperucita y el Lobo. Ahora está atardeciendo, hace frío, estoy con mis animales, hay silencio, demasiado silencio, los pensamientos se funden con el cielo de un color turquesa y fusco.
Hay algo que cierta corriente de la New Age actual se ocupa de entronizar, y es algo con lo que adhiero, o no, según el día, o la hora, o la luz y la temperatura de ese mismo día (después de todo, si se lo piensa un poco, es una de las premisas que esta buena gente promueve). Resumiendo: dicen que una vez atravesado este monobodrio, ya a esta altura insoportable, podremos salir más sanos, más fuertes, más sabios, etcétera, etcétera. Una maravilla, visto desde afuera, alta sarasa o premonición. Un primo que tiene a sus hijos en un jardín de infantes me contó que ese cuentito gestáltico tan en boga, el de la oruga que se transforma en mariposa para encarnar en un ser nuevo, libre y luminoso luego de atravesar oscuridades variopintas, se lo enseñan a los niños de cuatro años y que los niños de cuatro años, luego de escucharlo, les piden a las maestras jardineras que les cuenten el de Caperucita y el Lobo. Ahora está atardeciendo, hace frío, estoy con mis animales, hay silencio, demasiado silencio, los pensamientos se funden con el cielo de un color turquesa y fusco.
Mañana amanecerá
naranja y un poco más puro. Al despertar me gustaría escucharlos a Beethoven, a Mozart, me gustaría imaginar que lo que viene
será mejor, mucho mejor junto a todo ese montón de canciones que volverán más
sabias y fuertes y se reciclarán con una energía nueva, distinta, para nacer y
renacer con entusiasmo infinito otra vez. Om Shanti. Y Amén.
Nicolás García Sáez