En
una danza inverosímil la memoria insiste. Atomizada se dirige a cada reducto
consistente de olvidos. Morir en sueños cada noche y despertar con el alarmante
perfume de la finitud. Sacude y abraza a una rutina, que distrae la impaciencia
hacia el fondo de un océano vacío. La mochila se siente más liviana y la
economía inadvertida de la fuerza retrocede ante el riesgo que fatiga.
Los días pasan, cada acontecimiento revestido
de esperanza y desconcierto prolonga la inquietud desnuda, más que nunca, del
devenir continuo de la existencia. Todo está allí, al alcance, en la superficie
misma de cada frase que se escucha y se
extiende generosa. Expiamos los secretos interconectados y funcionales en lo
anónimo, cual constelación algorítmica a descifrar, se va gestando una
transformación que empuja a la fortuita búsqueda de un refugio tranquilizador y con el
error a cuesta.
Sin
móvil o sin causa, sin prisa por llegar a ningún lado. Sin poder detenerse,
como la perversidad descrita en algún cuento de Poe, que se arrastra
implacable, para arrojarnos en las fauces de alguna Libertad posible, a
sabiendas de eso mismo que aniquila.
Naturaleza y voluntad de poder, en contraste inmanente y desafiante que provoca
al Universo. Al final, nos deja un estorbo
gélido para elegir conservar el lazo fundamental con la vida, bordeando una fuga
en la que se evanescen las voces, el sonido eterno del azul turquesa,
las anécdotas compartidas que quitan el aire, descarada respiración que se toma
el permiso de reír a carcajadas.
Hay
una precisión que escapa a nuestro alcance, se fragmenta en la ambición cuando
se borran las huellas ominosas que señalan el precipicio. Y justo allí, después
de toda una odisea refractaria y pretenciosa a fundirse en lo imposible, se agota vulnerable y, en una
gala de dulce melancolía, se dispara a
la vida.
Sí,
en los sueños el tiempo puede detenerse, la magia encapsula aromas, imágenes,
ruidos, en el mismo instante en que el río se transforma y sedimenta sus residuos
invisibles. Los riachos como una pintura sicodélica y altruista dibujan en red
la estructura permeable. Sin desprenderse de su linaje fluvial, con la fiel filiación a su historia, cual voluntad
colectiva y solidaria, generan nuevas formas. Aún en la agonía de una cruel tempestad, el río conserva en su lecho el temple de una sombra,
que descansa relajada en la promesa de una sabia calma.
Silvia Chaher
Especial
para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos
Pintura
(fragmento) : Marina Pérez // www.marinaperez.com.ar