sábado, 15 de agosto de 2020

Morir en sueños

 

En una danza inverosímil la memoria insiste. Atomizada se dirige a cada reducto consistente de olvidos. Morir en sueños cada noche y despertar con el alarmante perfume de la finitud. Sacude y abraza a una rutina, que distrae la impaciencia hacia el fondo de un océano vacío. La mochila se siente más liviana y la economía inadvertida de la fuerza retrocede ante el riesgo que fatiga.

 Los días pasan, cada acontecimiento revestido de esperanza y desconcierto prolonga la inquietud desnuda, más que nunca, del devenir continuo de la existencia. Todo está allí, al alcance, en la superficie misma de cada frase que se  escucha y se extiende generosa. Expiamos los secretos interconectados y funcionales en lo anónimo, cual constelación algorítmica a descifrar, se va gestando una transformación que empuja a la fortuita  búsqueda de un refugio tranquilizador y con el error a cuesta.

Sin móvil o sin causa, sin prisa por llegar a ningún lado. Sin poder detenerse, como la perversidad descrita en algún cuento de Poe, que se arrastra implacable, para arrojarnos en las fauces de alguna Libertad posible, a sabiendas de eso mismo que  aniquila. Naturaleza y voluntad de poder, en contraste inmanente y desafiante que provoca al Universo. Al final,  nos deja un estorbo gélido para elegir conservar el lazo fundamental con la vida, bordeando una fuga en la que  se evanescen  las voces, el sonido eterno del azul turquesa, las anécdotas compartidas que quitan el aire, descarada respiración que se toma el permiso de  reír a carcajadas.

Hay una precisión que escapa a nuestro alcance, se fragmenta en la ambición cuando se borran las huellas ominosas que señalan el precipicio. Y justo allí, después de toda una odisea refractaria y pretenciosa a fundirse en  lo imposible, se agota vulnerable y, en una gala de dulce melancolía,  se dispara a la vida. 

Sí, en los sueños el tiempo puede detenerse, la magia encapsula aromas, imágenes, ruidos, en el mismo instante en que el río se transforma y sedimenta sus residuos invisibles. Los riachos como una pintura sicodélica y altruista dibujan en red la estructura permeable. Sin desprenderse de su linaje fluvial, con la fiel  filiación a su historia, cual voluntad colectiva y solidaria, generan nuevas formas. Aún en la  agonía de una cruel tempestad, el río  conserva en su lecho el temple de una sombra, que descansa relajada en la promesa de una sabia calma.

                                                                                                          Silvia Chaher

Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos

Pintura (fragmento) : Marina Pérez // www.marinaperez.com.ar