La respuesta del campo arrasado por herbicidas ya no es
el silencio, hasta el rocío que cae sobre los maizales tiene molestia en sus
ojos y síntomas de alergia. Las arterias invisibles de la Tierra, cansadas de
respirar tóxicos, piden a gritos manos que cultiven con respeto su Casa.
Los bosques y praderas naturales viven el miedo al destierro
y observan, con la fragilidad de los que son
aniquilados de a poco, como el “nuevo mundo” fumiga los jardines en vez de explorarlos. El planeta, aún
firme con sus quimeras
subterráneas, ya no sabe cómo afrontar su
temporalidad, ni que pasará más adelante en sus terrenos híbridos. Sospecha que
quien lo va destruyendo todavía no puede medir su malicia, su
humanidad que se va perdiendo a cambio de
monedas.
Nuestro suelo, hoy cubierto en varios sitios por el
rojo de las llamas que engulle a su paso rápido todo lo
que alcanza, puede ser un gran proveedor
de carne porcina para China, ya que este país asiático sobrelleva ciertos
trances por la peste porcina africana, enfermedad que les llevaría unos años
erradicar. Para desarrollar una industria y abastecer al mercado,
que en este caso podría estar del otro lado del mundo, se cree que se obtendrían
mayores resultados en granjas productoras de cerdos a gran escala, el modo más
cruel de ¨producir¨, absolutamente insalubre para los animales que llevan una subsistencia
abominable en el encierro, como para quienes lo consumen, incluso para nuestro
medio que carga con esto, una existencia borrascosa en medio de sus llanuras
desfallecientes. ¿No hay una mejor idea, entre los cráneos gobernantes, y en
medio de este caos, para brindar a la ciudadanía aunque sea una sola propuesta de Salud Verdadera?
El sistema de cría de estos
animales es antibiótico-demandante, por lo que los residuos sólidos que
producen pueden tener una alta carga de fármacos y podrían causar un impacto
ambiental devastador. ¿Adónde irán a
parar los sobrantes y despojos de la industria porcina? Nuestros cauces de agua están en inmenso peligro.
Los espacios territoriales y verdes, definitivamente, no pueden ser
sacrificados para la instalación de megagranjas.
Es necesario que
nuestra alimentación tenga conexión con la vida comunitaria, donde cada uno es
un factor de progreso para los otros. La soberanía alimentaria aparece así como
la gran posibilidad de que los pueblos elijan sembrar los cultivos que
consideren más beneficiosos para el lugar que habitan, sin estar obligados a
esparcir en su territorio soja y maíz transgénico. Pero también de esta forma
pueden escoger la mejor manera de comercializar sus cereales u hortalizas en un
mercado interno que abastezca a la población, fuera de los grandes centros de
venta y distribución de los alimentos.
La agroindustria de transgénicos dependiente de venenos
en diferentes formas (agrotóxicos, agroquímicos, fumigaciones) es un modelo que
se promocionó en nuestro país a mediados de los ’90, se decía que bajaría los
niveles de hambre, pero no solo no logró ese objetivo, sino que tampoco mejoró
la calidad de vida, ni aumentó la fertilidad de las áreas sembradas, más bien
todo lo contrario. Sí se acrecentó la deforestación, la concentración del monocultivo, la pérdida
de flora o fauna nativa, imprescindibles para la regulación y el equilibrio
vital. Este modelo industrial continua hoy con la posible instalación de
chiqueros, que potencia todo lo que trata de resistir la soberanía alimentaria
y la agroecología, que no solamente buscan lo saludable sino además la
independencia y autonomía de los pueblos.
Para muchos esta epidemia
que sobrellevamos, se originó en la práctica del feedlot porcino. Sin embargo, cierto sector económico y político que apuesta a la
agricultura industrial, ambiciona continuar
ganando dinero a como dé lugar, sin reparar en las consecuencias de sus
decisiones. El resultado de esto podría ser el de continuar “generando”
nuevas enfermedades para que prospere el
calendario de vacunas.
Si hasta los abejorros, que pueden polinizar miles de flores en un solo día y que son tan esenciales para el sostenimiento de la vida en la Tierra,
se están perdiendo. Si ya no importan sus ayudas ecosistémicas, si las leyes de semillas están bajo un control corporativo y llevan a
la contaminación de la dieta alimentaria, ya que mucho de los comestibles
procesados que consumimos, tienen como base la soja transgénica… ¿Qué pasará en un futuro? ¿Hay suficiente información
sobre esto? ¿Alcanza? ¿No será hora de dejar de estar de rodillas?
En ocasiones no sabemos bien que registro tiene nuestro
paisaje en las noticias o en las agendas de gobierno, que tanto importa la Naturaleza,
los pastizales llenos de animales y especies vegetales que los habitan,
cargándolos de sonidos, colores, olores, formas, esos grandes nidos de aire
puro que nutren nuestros pulmones.
Toda esa heterogeneidad múltiple que se despliega como
una lengua viva es necesario
reverenciarla y conservarla. La ciencia, la cultura, la economía, la salud, la política
y la educación pública no pueden estar de la mano de las corporaciones ni de los
gobiernos de turno. Los pájaros que perdemos no son de papel, son aves que han menguado su música en un espacio que no los salvaguarda, más bien se sigue
colonizando a expensas de lo Sano y Libre.
Tal vez el río tenga que mudarse en su flujo creciente
a la luna, para no ser alcanzado por las pestes que esparcirán imágenes de
muertes en sus aguas.
Olga Barzola
Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes
Platónicos
Boceto: Irupé Roch