¿Cuánto tiempo llevamos pensando en un virus que nos hace caminar seguido por la escalera de emergencia? ¿No es hora de repensar estrategias e ir yendo hacia otros lados más honestos, adultos, coherentes y saludables?
A diario tapamos parte de nuestros rostros, intentando que no se arrime nada ni nadie y
nos interrumpa el paso. Urge exterminar esta ¨dinámica¨ porque su marcha
requiere algunas despedidas que siguen dejándonos estupefactos. Las casas, los
pasillos, las veredas se enjuagan cotidianamente en plena soledad, y como el
agua del río que espera guarecerse en las costas, algunas personas llenan sus
ojos con el paisaje infinito de la noche mientras transitan la incertidumbre
con un miedo que hasta se puede oler. Un miedo que atraviesa el virus y ahora
se dirige hacia la desconfianza que producen los políticos, empleados nuestros
muy empeñados en entristecernos las vidas.
El antídoto supuestamente tendría que venir de la investigación
científica, muy promocionada y subvencionada
en nuestro país, tanto como la industria farmacéutica. La propuesta que
por ahora predomina en el mundo de los medios hegemónicos está en las vacunas
inyectables. También comienza a ser la propuesta que más desconfianza genera en
una población global cada vez más alertada de probables soluciones alternativas,
como el dióxido de cloro (recientemente aprobada su utilización en La Paz,
Bolivia) y ese invento nacional que es el Ibupofreno Inhalado, que cada vez llega
a más oídos, excepto al de los ¨mandatarios¨, que curioso, quienes hacen caso
omiso a su aparente buen efecto y, sobre todo, a su gratuidad.
Según la cuestionada Organización Mundial de la Salud, hay muchos países participando en la búsqueda de un remedio a esta enfermedad, y hay varios de ellos que están llevando a cabo un proceso de evaluación de lo investigado. El tema sigue siendo si todos los que necesitan o eligen la vacuna estarán en condiciones de acceder a ella, porque para el mundo globalizado los pobres no son una preocupación, al contrario, se los desmerece permanentemente. Y ellos continúan tolerando la condena de haber quedado marginados, vencidos. imposibilitados de poder hacer escuchar su voz.
Las vacunas, para quienes elijan esta aplicación, deben ser un bien público, no pueden asociarse al negocio populista o neoliberal, dos caras de una moneda cada vez más parecida a sí misma. Es necesario que la cobertura sanitaria universal contra el covid-19 sea producto de pensar en el bien común y no una nueva forma más de lucrar. El bien común, algo que hoy, viviendo en épocas de inmensa abundancia, a la hora de aplicarlo (como una vacuna, pero moral) tendría que ser una tarea de lo más sencilla, pero que los plenipotenciarios de turno se esfuerzan día tras día en que continúe siendo un imposible.
¿Conocemos todos los sondeos que algunos profesionales de la ciencia están realizando? ¿Quiénes son los que están siendo asistidos por los diferentes estados? ¿Existe una selección de investigadores? ¿Si existe, quien la hace? ¿Tanto cuesta informar a la ciudadanía que emplea a los gobernantes? ¿Tenemos que vivir eternamente con esta sensación de película diez mil veces transitada, agotada y agotadora?
Olga Barzola
Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos
Boceto: Irupé Roch