lunes, 28 de marzo de 2022

Vida, obra, sexo y arte de Alberto Carlos Bustos, municipal y pájaro (séptima entrega)

NOTA DEL AUTOR: Si bien Alberto Carlos se caracterizaba por escribir durmiendo, todos sus restantes modus operandi creativos eran tan poco ortodoxos como el anterior. Los ejemplos son muy variados, pero hoy vamos a centrarnos en uno, quizá el más excluyente en cuanto a sus rarezas, que dio pie -mejor dicho: branquias o aletas- a una bellísima urbana de balada (pentagrama ilegible también, que reconstruyó de una manera a mi juicio “la única posible” –casi como si Bustos se la hubiese silbado en la oreja-, mi gran amigo, Daniel Giménez).

“Andaba Bustos queriendo enamorarse y enamorar a la Ayudante Médica segunda del *Vapor de la Carrera* que por ese entonces atravesaba ida y vuelta las aguas del Río de la Plata entre los puertos de Montevideo y Buenos Aires. Pero tras seis viajes con sus costes, no lograba acercarse a ella de una manera directa (hay mujeres que intimidan hasta a los osos) al sujeto de su devoción. Y, el sujeto de su devoción, se hallaba sujeta a su específica tarea de atender mareos, vómitos, borracheras, pies de atleta y demás menesteres a bordo… en fin, todo aquello que caracteriza a un viaje por agua dulce o salada. Bustos, presa de su imperiosa necesidad, elabora un plan con el que piensa llegar a ella. Fingirá una caída, una precipitación de su cuerpo al líquido elemento, gritará en el aire, lo socorrerán, rescatarán, y -una vez a bordo nuevamente-, será trasladado al consultorio, donde ella (Manuela Remanente, se llama su amor), lo atenderá y caerá en sus brazos entregándose a él en esa mísera camilla supletoria “que convertiremos en los Jardines de La Alhambra”. Por qué ridícula conclusión llega a eso, lo ignoro, pero es que Bustos es muy ridículo y está convencido de esa probabilidad entre mil. Luego, el amor y… ya se verá, que a Bustos no le da para mucho más. Está desaforado como un surubí en una montaña rusa, pero él no puede hacer nada normal y como el plan es secreto, a nadie se le ocurre frenarlo. En fin, que a las 22,15 -justo cuando acierta a pasar por el firmamento la “bola incandescente” del Cometa Halley, (hay que reconocer también su mala suerte), Bustos, se lanza por la popa -salvavidas en mano, por si algo pudiera fallar como siempre-, al inconmensurable río marrón. Nadie se percata. Nadie ha reparado en ese zanguango que, a grito pelado, quiere hacerse notar… Y ahí queda, a la deriva, aferrado al corcho de su salvación. El consabido *¡Hombre al agua!* no llega a producirse porque pasaje y marinería están instalados en la proa, observando atentamente las evoluciones del verdadero fenómeno del siglo que, de chocar contra la tierra, menudo problemita habríamos tenido los nacidos en el pasado siglo porque ni lo hubiéramos hecho. ¡El Cometa Halley, nada más y nada menos! -el famoso “fin del mundo”, que predijo con una antelación de tres años, don Paradojo Ascenicio Dunate-, famoso vidente de la Isla de Pascua. Pero “el fin del mundo” pasa de largo para no ahorrarnos ni un minuto de estupidez humana, y ahí se va el fin del mundo que no fue, mientras allá -lejos de la proa y de la popa de El Vapor de la Carrera-, Bustos, flota a la deriva. Al ratito nomás ya se estaba aburriendo, y -ante la inactividad reinante, dado que en ese río no suele haber tiburones-, comienza a componer, pese al frío y la humedad reinantes, la letra y la música de una urbana de zamba que titula *Vuelvo*.

NOTA DEL AUTOR: música (ilegible para los expertos de SADAIC) y letra (aceptada por ARGENTORES), de “Vuelvo”, fueron halladas en el Libro de Bitácoras del famoso play-boy venezolano Ananías Berongo. El original, lamentablemente, se perdió en la catastrófica inundación número catorce de New Orleans, por ahí andaría don Berongo y la jodió, pero, la copia de esta anécdota, que me he tomado el trabajo de traducir, salió impresa en la última edición del Passadenna Poscript el 17 de febrero de 1957, justo el día antes a que el fuego quemara las instalaciones del prestigioso mensuario.

Allí se leía con claridad meridiana en Greenwich lo siguiente:

Ananías Berongo, play-boy y miembro de que hoy se da a llamar "jet-set"-despilfarrador consuetudinario de la cuantiosa fortuna legada por su padre-, nacido en Caracas (Venezuela), aunque criado y educado en Montevideo (Uruguay), describe en sus memorias, *a un extrañísimo ser que rescatara de las aguas del Río de la Plata*, cuando: ..."Cubriendo la travesía Río de Janeiro-Buenos Aires, en compañía de tres amigos y diez *embriagantes señoritas, liberadas como el aroma del Jazmín del Cabo en flor*, y tan desnudas de cuerpo y espíritu como nosotros cuatro, escuchamos un canto que repetía una y otra vez la palabra "Vuelvo", acompañándola con un tarareo melódico original y pegadizo.

Pensamos que algún marinero ebrio (todos lo estábamos, en mayor o menor grado, preparando el terreno para el desequilibrio sensual y voluptuoso), había quedado encerrado en las bodegas. Antes de efectuar la inspección correspondiente, ordené a mis compañeros de travesuras que formaran una sola fila y que dieran nombre y apellido. Lo hicieron, guardando un orden lamentable, que, pese a todo, sirvió para saber que estábamos todos los que éramos y éramos todos los que estábamos.

El cantautor continuaba estimulando su capacidad poético-musical y alcanzamos a oír: ..."Difícil para vos y para mí... Dolor de estar al margen de la hoja que lee mi país... ¡Vuelvoooo...!". Esos versos me quedaron grabados porque sentí de pronto una infinita nostalgia por mi tierra de origen a la que, en ausencia mía, vaya a saber que podría estar ocurriéndole.

Bajamos a bodegas tomados de la mano para evitar golpes. Nadie allí, ni acullá... Tampoco en los camarotes y baños... La voz repiqueteaba esa melodía que empezaba a intrigarnos sobremanera...

Sí... Llegaba del exterior de la nave, pero... ¿de dónde...?... ¿Dios, tal vez...? ¿Acaso un arcángel enviado a enrostrarnos nuestra vacua y licenciosa existencia...?

-¡"Vuelvo... Angustia para vos y para mí... Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo... ¿Para qué...? -se interpelaba a grito pelado la voz- ¿Para qué puede querer treparse...? ...Y... ¿a qué...? ¡Musas, asístanme, carajo...!".

No... Ni Dios, ni un portavoz suyo dirían "carajo".

Dejamos de auscultar el cielo cuando Patrick Jean-Marie Dupont (primogénito del gran mechero de París) aulló aterrorizado...: -“¡A sotavento...! ¡Allí...! ¡Una sigrena bagrbuda...!”-

-“¡No la mirren...! -urgió Oberdam Minor Jr. en su particular castellano-, ¡No hay que dejarrse ievarr porr cantous de sirrenas, sei semprre mai faderr! Trrás eias soulo xistel abismou de lo insoundeibl-, quien, un tanto mareado por el bamboleo incesante a que nos sometía el oleaje, la visión terrorífica y la cantidad de brebaje ingerido con el estómago vacío; decidió regurgitar sobre la lustrosa cubierta. En tanto, la flotante sirena barbuda nos dirigía gestos amistosos que podían interpretarse como: ¡...Hola...! ¿Todo bien...? ¡Feliz viaje...!, aparentando muy poco interés en arrastrarnos al vacío de lo insondable...

-“Debe ser de las peores” -pensé-, basándome en mis conocimientos sobre anti-estrategia femenina, mientras la humana bestia marina continuaba canturreando como si nada...

-“Las sirenas no usan salvavidas... -comentó al pasar Valdir Pereyra da Souza Lima, en un exquisito portugués-, es hombre y náufrago... recojámoslo...”-.

-“¿Stás locou...?- espetó Minor, aún babeante- ... Stamous desnudous...

-“Ele tambem, acredito...”- se entusiasmó una garotinha llamada Beija Cunha Filho-... náo váe a destonar... ¿Náo é aconselhável olhar a qualidade do que as aguas refogam, cara...?”-

-“¡¡¡Siiimmmm...!!!”-, respondieron a coro las nueve restantes.

Mi caballerosidad nada podía negarles... --“¡Subámoslo, entonces...! ¡Virar 30 grados a estribor...! -, ordené a nadie, y me vi obligado a acatar por vez primera en muchos años una orden. Tuve que timonear con el máximo cuidado para no embestir al ser flotante que indiferente a nuestros conciliábulos continuaba su canto feliz...

-“¡Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo...!”-

-“¡Hola...!... ¿Cómo va eso...?”- le pregunté a quien fuera hasta hace unos instantes la temible sirena barbuda.

-“Regular -me contestó-, normalmente suelo componer en menos de lo que canta un gallo; esta humedad a pesar de haberme quitado toda la ropa obra de freno oxidativo y no he conseguido superar la tercera cuarteta en dos días de deriva... ¿Voy bien para Buenos Aires...?”

-“Tuerza un palmo a la derecha”- dije, no muy convencido.

-“¿Cuánto le calcula, don...?-

-“Berongo...”-

-“¡¡¿Cómo dijo...?!!”-

-“Berongo... Ananías Berongo”-

Tras manifestar alegría, con una risa cristalina y franca que produjo en mí la sensación descompresiva de conocerlo de toda la vida, me consultó, riente aún: -“Berongo... ¿por parte de padre...?”-

-“Sí. Mangangá Berongo era el nombre de mi querido progenitor”-, y rió entonces, llenando de risas la inmensidad del río como si fuera por última vez -cosa que me adentró aún más en la confiabilidad que todo ser humano requiere de sus pares para relacionarse-, e indagó curioso y lleno de premura:

-“Berongo... ¿Y por parte de madre...?”-

-“Gargulo... –y su risa se transformó en un delirio estremecedor, que casi levanta olas en su festejo-

“Pobre... -pensé, recuerdo -, dos días bajo este sol abrasador, flotando a la deriva, sin alimento ni bebida (agua había, pero llevaba tanto tiempo yo sin probarla y considerándola sólo líquido donde flotar), privado de la compañía de congéneres afines, visitado quizá por peces y ocasionales gaviotas... en fin, que tanta alegría, por saber que un humano de nombre y apellidos relevantes se dirigía a él con afabilidad y respeto, es lógica”-

-“¿Gargulo de Berongo, era su mamá...?-

-“Es. Es. Vive, gracias a Dios.”-, y quiso decir algo mientras desaparecía bajo las aguas gargareando por entre el salvavidas. Dos de las muchachas treparon a los tumbos sobre la baranda menor con el objeto de rescatar el cuerpo de quien me alegrara agitando los recuerdos más queridos pasados en familia, pero desistieron al emerger el náufrago tan contento como antes y cantando...

-"¡Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo, para ver lo que viviendo no viví...! ¡La tengo...! ¿Escuchó, Berongo...?, ja, ja, ja...”-

-“Sí... Escuché; sí...”-

-“¿Cómo era, Berongo...? ja, ja, ja... Repítamela, por favor...”-

-“Cómo no... Sí... eh... ah, sí...: ¡tiempo nuevo que...no sé qué al viejo... creo que trepa...que vivió lo que no vi...!”-

-“¡No, Berongo...! ja, ja, ja... No era así... ¡No me confunda, que el horno no está para bollos...!”-

-“Sí, era algo así... ¿don...?”-, inquirí, justificando mi incapacidad de dar con los versos exactos.

-“Bustos”-, respondió

-“¿Bustos...? -repetí, reprimiendo la carcajada que semejante apellido me provocaba.-, ¿...por parte de padre...?”-

-“De padre, sí”-

-“¿Y de madre...?”–

-“Manteca”-

Casi hago implosión -y no es exagerado- ahí mismo. Evité el estertor pisando repetidamente la uña de mi dedo gordo derecho. El dolor controló el oleaje de risas que quería y debía acallar para evitar lastimar el orgullo que cada hombre siente por los apellidos heredados; pero, en este caso, era tarea ciclópea: ¡¿Manteca de Bustos?! ¡Ja... ja... ja...! Aún hoy me causa gracia.

-“¿Manteca de Bustos es su madre...?”-, ja, ja, ja…

-“Era. Era. Falleció, lamentablemente...-

Dejé de pisar mi dedo gordo derecho. Ya no tenía sentido. El deceso, quizá prematuro, de la madre de este nuevo amigo impuso un lugar de reflexión en mí, y, por primera vez en mucho tiempo, un llanto quedo inundó mi alma. Se produjo un silencio largo, denso, sentido...

-“Y, sí...”-, moví el espacio molecular quieto, con ese recurso poco alentador, para evitar que tan amena charla se disipara... y el silencio, tras ese leve estertor dinámico, se aposentó como paloma en un nido repleto de polluelos...

-"Y, sí... ¿qué?”-, preguntó con curiosidad; aguardando una explicación convincente del: "Y, sí...", mío.

-“No, no... Nada... La vida...- musité doblegado ante la evidencia del peligro que se cerniría sobre el desarrollo de temas ulteriores si el anterior no concluía satisfactoriamente.

-“Ah, sí... La vida... Eso sí...-, dijo, con un hilo de voz, tranquilizando mi ánimo derruido. Para agregar...: -¿La vida, qué...?”-

-“No sé...”-, atiné, patinando en un impromptus de impotencia verbal.

-“Eso quería escuchar de usted; gracias... Me conmueve que la gente no sepa y lo admita. Yo tampoco sé y me alivia tanto confesarlo, Berongo... ja, ja, ja...”-

-“Ananías... Llámeme Ananías, Bustos... ja, ja, ja...”-, y ambos estallamos en sonoras y estruendosas risotadas (producto, en su caso, de la tensión a la que fuera sometido por el recuerdo del fallecimiento de su madre, y, en el mío, debo confesar que -y espero que, Alberto Carlos, de leer en un futuro este diario de Bitácoras, no lo tome a mal-, por sus apellidos...

-“¿De dónde es usted...?” -, pregunté, con la gracia provocada remitiendo casi.

-“De Córdoba...”- murmuró, chapoteando pensativo.

-“¡Linda vueltecita se ha dado, ¿eh, Bustos?!”...-, y la risa se adueñó una vez más del diálogo...

-“No... Nací en Córdoba y vivo en Buenos Aires, pero vengo de Montevideo. Me caí del Vapor de la Carrera...”-, articuló, tragando una sardinita

-“¡Qué casualidad!, yo vivo allí; pero hace casi tres semanas que no... ¿Cómo está el tiempo en Montevideo...?- pregunté, extendiendo la plática a cualquier terreno. Mi objetivo era retenerle, dado que sentía al desconocido más familiar que el cuadro de la Mona Lisa y que los trece beodos y beodas que venían a bordo

-“Montevideo está igual -interrumpió mis cavilaciones -, pero, usted sabe cómo es de raro el clima uruguayo... Hace tres días anunciaron que se había perdido la cosecha de yerba mate por la seca, y están todos muy tristes-, aclaró, escupiendo la misma sardinita. Ojalá no se declare una epidemia depresiva”-

-“Rara palabra esa: “depresiva”-, pensé, debo interiorizarme... -y agregué, suponiendo que se trataba de algo grave-, ¿No me diga...? ¿Tanto como para epidemia fue...?”-

-“Y, sí... Hace cuatro meses que no llueve... Qué paradoja, ¿verdad...?: hablando de sequía en medio de tanto río...”-, rió. Y yo.

-“¡Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo"...!, ¡eso fue lo que usted dijo, Bustos, ja, ja, ja…!- recordé al vuelo, al notar que la amena charla estaba escurriéndoseme de las manos.

-“¿Cuándo...?”-, preguntó, y ante la indecisión de salir y entrar constante

de la sardinita, decidió tragarla.

-“¿Cómo que cuándo...? ¡Recién, hombre, cuando emergió; luego del ataque de risa...! ¡Vuelvo...ta-ta-ta-ta-ta-ta-la-ra-ra-rí...!, ¿recuerda...?”-

-“¡¡¡ Ah...sí...!!!.": Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo..." ¡Anótelo...! ¡Anótelo, Berongo Gargulo!... ja, ja, ja..., que nos vamos a olvidar con tanta charla”-

-“¡Floriana...! - le supliqué a la más jovencita de las garotinhas, que, como las otras, seguía la conversación intrigadísima-, ¡trae lápiz y papel, rápido!... Traduce Valdir... Oiga, Bustos, ja... ja... ja... ¿no prefiere subir a bordo...?”-, le ofrecí con mi mayor cordialidad

-“Estoy desnudo...”- se sinceró en un casi secreto.

-“Nosotros también”-, susurré para evitar evidenciarlo y respetar su reserva.

-“¡Ah…! siendo así... encantado, Berongo, ja, ja, ja.... Para ver lo que..., anote, Berongo, ja, ja, ja...- repentinamente sus musas retornaron- ¡Anote que se me va...! Para ver lo que...” -

-“¡Anoto, sí...! ¡Floriana...: el papel y el lápiz...! ¡Traduce, Valdir...!.. Ya va... espere, Bustos, ja, ja, ja... Espere...

-“¡La inspiración expira y no espera, Berongo!, ja, ja, ja... Huye como una gaviota... ¡Qué buena esta última frase...! ¡...Anote...! -gritó extasiado- ¡Anote, vamos, que es muy buena...!” -

-“Ya... Gracias, Floriana... ¿Para ver, qué cosa...?”- pregunté, lápiz y papel en mano

-“¡No, no...! Anote primero...: “huye como una gaviota...” ¿No le sobra una galleta...?, ¡Va a servir para una futura canción...!

-"... co… mo u...na ga...vio...ta... ¿La galleta vendría a ser para atraer a la gaviota que huye...?”-, inquirí, tratando de establecer una lógica

-“No, Berongo... ja, ja, ja... para mí”-, gruñó, desconcertándome…

-“¡Ah!... Vendría a ser, entonces: la inspiración... ¿No es cierto...?” -, argüí cómplice

-“¿Qué cosa...?”-, urgió con perplejidad

-“La galleta, el pancito que Dios nos da todos los días”-, aclaré

-“No, amigo: el hambre saciada... por la sardina... para acompañarla”-, contestó

-“Ah... Ahora entiendo... "sa... cia... da...". Le leo... “Para ver lo que huye, como una gaviota, le sobra un pancito al hambre saciada, para acompañar la sardina...”, ¿ ¿Está bien así...?¿Quiere que le agregue lo de Dios, que es un pensamiento cristiano muy noble y agradecido?”-

-“¿Qué es eso...? - demandó patidifuso.

-“Su canción, Bustos, ja, ja, ja... Lo que me dictó...-, contesté un tanto

intimidado por el tono-

“¡No... Berongo, ja, ja, ja..., no...! Anóte esto, por favor: Para ver lo que, viviendo, no viví... Anote esa frase, nada más...

-“¿Después de: El hambre saciada para acompañar a la mojarra?”-.

-“Donde sea, Berongo, ja, ja, ja... ¡Hemos plasmado la tercera cuarteta...!”-, refulgió feliz

-“Ya está...-, suspiré al ver que recomponía su alegría -, ¿Le leo...?”-

-“Espere, espere, espere...: tache todo y deje: Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo, para ver lo que viviendo no viví."-

-¡“Va a ser un éxito”!-, lo alenté mientras cumplía su pedido.

Los aplausos que provenían del entusiasmo de las diez bellezas y sus veinte manos enrojecidas reafirmaban mi augurio. -¿Usted es compositor, Bustos...?, ja, ja, ja...”-

-“En mis ratos libres... ¿No tiene una galleta...?”-, suplicó, casi...

-“Pero, suba, hombre, que aquí hay de lo que guste”-, invité

-“¡Chau, salvavidas!”-, se despidió agradeciendo el servicio prestado al corcho que, en ese preciso instante y cumplida su misión auxiliadora, se hundió.

Bustos comenzó a trepar por la escala, y el murmullo femenino se acentuó al dejar emerger su pubis y correspondientes partes por sobre el nivel del agua dulce."

Este fue mi encuentro con quien durante años mantuviera una fecunda relación epistolar. Alberto Carlos Bustos accionó en mí la palanca del servicio al prójimo, transformó mi ingrávida y licenciosa existencia en una fértil aventura. Los seis días transcurridos a bordo fueron decididamente festivos. Nadie quería llegar a Buenos Aires, pero el estado de ebriedad nos depositó sin calcularlo en ese enorme y atestado puerto. Nos despedimos entre llantos y carcajadas. Es que sus apellidos... Así lo conocí. Vaya a saber cómo sería en tierra firme -comentamos luego-, si en lo líquido era tan sólido... ¡Qué hombre...!

Fragmentos de: "Diario de un navegante de lo hondo", de Ananías Berongo. Editorial Gargulo de Berongo. Caracas. Venezuela. 1952. Editora Responsable: Eligia Aragona Gargulo de Berongo. .

Vuelvo...

difícil para vos y para mí...

Dolor de estar al margen de la hoja,

que lee mi país...

Vuelvo...

angustia para vos y para mí...

Tiempo que fue ausencia de presencias...

por ahí...

Vuelvo...

Esperé tanto para vos y para mí

Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo,

para ver lo que viviendo no viví...

Vuelvo...

Y vuelvo a vos y a mí

Vuelvo a oler tu amor

Y vuelvo a no partir...

A ser feliz, aquí...

Vuelvo a oler tu amor...

Y vuelvo a no partir...

A ser aquí, feliz...

“Vuelvo”. Urbana de Zamba. Letra y música de Alberto Carlos Bustos. Mayo de 1950. La música fue reinventada por Daniel Giménez

 

 

Texto/ficción (inédito), desde Madrid: Miguel Ángel Solá

Dibujo (a sus ocho años): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos


sábado, 26 de marzo de 2022

Caminatas / Cortometraje Verde Platónico y Paralelo

Que me disculpen Mister Buster y Mister Charles, pero hubiese sido genial detenerlos en el tiempo, no congelarlos, pero si activar algunos detalles en desplazamiento que nos perdimos por verlos casi siempre tan entrañablemente atolondrados. Nada de este ápice, un extra, digamos, quita que hayan sido Los Mejores, todo lo que hicieron será insuperable hasta el fin de los tiempos. En ese deseo uno adquiere una lupa imaginaria y navega, un poco, se detiene en el puerto de estos días terrenales. Así las cosas, es menester añadir que por acá siempre es un viaje.

 

Video, edición y texto: Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos

 

Caído

Un cuerpo cae veloz  entre paredes derrumbadas, se precipita junto a otros más (aún respiran, bruma astillada entre los vidrios). La hoja de mayor suspenso queda manchada, la multitud los rodea, voces ahogadas, brazos que se multiplican entre piernas inmovilizadas. Hay rondas, tumultos calcinados bajo escombros y un horizonte púrpura de promesas y toques de queda. Cofradía de sueños velados, el dolor insípido desaparece, a ritmo sostenido, la calma y... mil rostros en uno, intimas esferas espiran muertes simultáneas.

                                    

Texto (inédito): Silvia Chaher

Pintura (inédita): Ercilia Marcó del Pont*

*Artista plástica

Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos

 

miércoles, 23 de marzo de 2022

Clases otoñales con scons

Clases de pintura Nicolás García Sáez

Comienza el otoño y hoy no se nos ocurre mejor plan que correr a inscribirse en las clases de pintura que ofrece uno de nuestros Verdes Platónicos (información en el flyer). Zambullirse entre tintas y acrílicos, papeles y bastidores es la Gran Aventura que aquí se propone, con el plus de integrar lo plástico con lo literario, lo musical, lo cinematográfico… ¿Te gusta Basquiat?, lo homenajeamos. ¿Te atrapa Francis Bacon?, lo recordaremos en cada clase. ¿Te conmueve el Divino Berni?, también le rendiremos pleitesía. La modalidad es presencial (va con café y algún scon surgido a partir de una antigua y secretísima receta inglesa) o esa variante que devino de la cuareterna y que aparentemente se instaló entre nosotros/as. Apurate, los cupos son limitados

 

martes, 22 de marzo de 2022

Rusia, Ucrania y el individuo soberano

“No vemos las cosas como son sino como nosotros somos”.

Un nuevo conflicto bélico, ¿de qué lado estás?

Podría decir, para espanto de muchos, que de ningún lado. Vivimos un momento de la historia en el que nos toca abrir la mente, no necesitamos líderes que nos digan/adoctrinen/ordenen cómo debemos pensar, actuar y vivir. Está en la propia naturaleza del ser humano el respeto y la conservación de la vida.

Si buscamos paz, dejemos las armas, abandonemos la idea de situarnos a un lado o al otro como si se tratara de un partido de fútbol. No alimentemos a ese monstruo. La vida es un juego de atención. Donde está la atención va la energía y en eso nos convertimos. Todo es creación en continua manifestación. El Universo es vibratorio y la vibración ordena la materia.

El 24 de febrero el presidente ucraniano, Zelenski, declaró el servicio militar obligatorio para todos los hombres en el rango etario de 18 a 60, quienes se nieguen podrían enfrentar penas de prisión de 3 a 5 años. En Rusia los hombres de 18 a 27 años en buen estado de salud deben completar el servicio militar. En algunos países como España, no se les da asilo a los ucranianos que huyen del reclutamiento. Sin embargo, la objeción de conciencia es un derecho humano fundamental.

En la Declaración Universal de Derechos Humanos y en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la libertad de conciencia está expresamente protegida en el artículo 18, y en el Pacto de San José de Costa Rica en los artículos 12 y 13.1. Todo esto garantiza el derecho a formar nuestro propio juicio y actuar en consecuencia, sin interferencia del Estado o de los demás. Esto brinda la posibilidad de adecuar el comportamiento a las convicciones más íntimas, en el ámbito de la ética, la moral, las creencias y la religión. Se trata de ser fiel a uno mismo.

No es fácil, tanto en Rusia como en Ucrania están persiguiendo y procesando a los objetores de conciencia, acusándolos de alta traición.

War Resisters´International (WRI) es una red global de organizaciones, grupos e individuos antimilitarsitas y pacifistas, trabajando por un mundo sin guerra, cuya declaración fundamental de 1921 dice:

“La guerra es un crimen contra la humanidad. Por lo tanto, estoy decidido a no apoyar ningún tipo de guerra y luchar por la eliminación de todas las causas…”.

En internet se puede consultar la Guía del Sistema Internacional de Derechos Humanos para Objetores de Conciencia (http://co-guide.org).

La Oficina Europea para la Objeción de Conciencia ha expresado su respeto y solidaridad con todos los valerosos objetores y activistas contra la guerra.

Podríamos pensar que somos más numerosos que la elite dominante, esa que maneja los hilos y no conoce fronteras, me atrevería a decir que somos más pero no tantos, no olvidemos que la humanidad está compuesta por un gran rebaño sumido en una hipnosis colectiva. Hay que darles tiempo. Mientras tanto, desde nuestro lugar nos empoderamos y tomamos los derechos que nos pertenecen solo por el hecho de haber nacido. No necesitamos pedir permiso. Si quieren pelear que lo hagan los gobernantes, que suban a un cuadrilátero de boxeo. Pensando en un ring, viene a mi mente el gran combate de Muhammad Alí y la objeción de conciencia, convirtiéndolo en un ícono por la paz y los derechos civiles.

El amor es el principal ingrediente de todo cambio.

Es tiempo de despertar al individuo soberano.

 

Texto (inédito): Laura Chiavetta

Ilustración (inédita): Irupé Roch

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos

 

domingo, 20 de marzo de 2022

Vida, obra, sexo y arte de Alberto Carlos Bustos, municipal y pájaro (sexta entrega)

Deodoro Roca -abogado cordobés, lúcido y controvertido hombre del siglo XX-, asevera que: "Alberto Carlos Bustos nació en Córdoba, capital, un 1º de mayo de 1900”. Y dice más: lo vindica como “leal amigo y dilecto historiador de mis actividades…” (las que Roca desarrollara durante los episodios que desencadenaron los acontecimientos previos a la Reforma Universitaria de 1919) “y mi acérrimo defensor en el lance epistolar que mantuve con el poeta Leopoldo Lugones"... “Alberto Carlos: un artista con mayúsculas hasta en las minúsculas -le definía-, que se desempeñaba hasta hace poco como secretario de redacción en "El Municialpalo" (Órgano Erguido de la Comunidad Viva), mensuario municipal de gran lectura e influencia entre los municipales de la Capital, alrededores, y alrededores de los alrededores de la Ciudad de Buenos Aires. Desde allí, alentado por un cariño generoso hacia mi persona, fustigó con dureza a mi contrincante y a mis detractores. Fuimos inseparables en nuestra primera adolescencia, compartiendo nuestros veranos en Tanti (Córdoba), antes de que se trasladara junto a sus padres a la gran urbe. Aun así, nuestros espaciados encuentros espaciados, conllevaron siempre una enorme felicidad condimentada con elevados diálogos plagados de abierta inteligencia y cierto grado de  excentricidad..." (...) "Sí, fuimos compinches de correrías durante nuestra afiebrada niñez y primera juventud. Nos llamaban "los tres mosqueteros", a él, a mí y a Pep (¿Martell?). Y nunca fuimos cuatro...".

"La Docta". Nº 4. Mayo de 1931.

 

El astrólogo y matemático finlandés Loja Lungkunnen, testimonia en "Gaceta Suez" del 14 de marzo de 1935, haber conocido a su paso por la población de Ramallo, provincia de Buenos Aires, República Argentina, a un joven -"...cuyo relevante poder energético y vitalidad creativa despertaron mi innata curiosidad..." (...) "Convivía éste en ese entonces con dos hermosísimas señoritas, a la par intensas, inteligentes y desprejuiciadas... "(...)"... al permitírseme desentrañar tanto su carta natal como las de ambas exquisitas damas, adujo no recordar con exactitud el minuto en que su madre lo trajo al mundo; oscilando su duda entre las 06.30 y las 07.00 horas de la mañana del primer día laborable del mes de mayo de 1910...  Luego, generosamente, me obsequiaron los tres con una *cena inolvidable*"(...)

MENSUARIO VOJTTISTTEN. Página 72. “Loja habla de la vida según los astros que la rigen”.

 

NOTA DEL AUTOR (La 7, creo, o no): No puedo asegurar que la palabra “cena” fuese “cama”, pero, es posible, ya que en un dialecto indígena finlandés cama y cena se dicen: “Iduj e idhuj” (hace tanto frío ahí) y vaya uno a saber lo que en realidad dijo porque el periodismo obra como un teléfono descompuesto la mayoría de las veces, y no por maldad, sino por alguna otra cosa que nunca se sabe qué es. Pero sí cierto es que en 1934, Bustos convivía con dos increíbles jóvenes -muy adelantadas a la época: Ivonna Beber y Mariana Magnasco Guiñazú Prieto, quienes -la por Loja citada noche- fueron también proyectadas al plano astral varias veces. Felices, felices, felices, diría el Capitán Nemo. No necesito ahondar en el suceso, ustedes ya son mayorcitos y tienen suficiente imaginación. Punto.

 

La vida ya no espera,

y el cuerpo amaneció de otra manera,

qué alegría...

Burlona, rebrotando en mi cabeza,

fantasía, tan lejos como estaba, revivía...

 

Me acaba la modorra...

Mi mano organizando

este deseo y yo mirando.

Su sexo, en el espejo,

se empapaba de otro sexo,

jugando a conjugarse

en las urgencias del deseo...

 

Curiosa sensación...

en sueños, el amor,

reinventa en tres

lo que hacen dos.

 

Creando, haciendo magia,

el sueño se hace cargo

de la imagen reflejada.

El cielo es de cobardes

si el infierno en un alarde,

me ofrece estas hogueras

de abrasarme y no me quemo,

por miedo a que en sus grietas

me devore el fuego eterno...

 

Curiosa sensación...

en sueños, el amor,

reinventa en tres

lo que hacen dos.

 

Teléfono de mierda,

que suena justo cuando

me adentraba en esas hembras

Borracho, entre vapores,

y olfateando hasta encontrarme

perdido en el desierto

de las selvas de sus carnes..

Ya debo despertarme.

y luego a calcinarme

bajo el sol de un nuevo martes...

Si fuera este calor el que me diera

la vida entre las piernas de sus piernas.

 

Curiosa sensación...

En sueños, el amor,

reinventa en tres

lo que hacen dos..

“Martes mañanero” (Urbana de canción espiralada). Letra y Música: Alberto Carlos Bustos. Marzo de 1935.

 

NOTA DEL AUTOR (8): El testimonio del astrólogo y matemático finlandés, redunda en innumerables detalles sobre el encuentro; pero, creo necesario interrumpir su relato para celebrar una feliz coincidencia testimonial entre la fecha que figura en la carta natal de Alberto Carlos Bustos (que de él se trataba) y la indicada por Deodoro Roca, ya que el 1 de mayo era día laborable (aún no se había declarado día de duelo internacional por los mártires de Chicago), aunque no coincidan los años. Como tampoco coincide casi ningún testimonio escrito sobre fechas y sobre “características” de Bustos, “inclinaciones”, “gustos personales”, todo eso que hace tan interesantes a los hoy llamados “Programas del Corazón” o “Programas Rosas o Rosados o Grotescos o Amanerados o Insultantes hasta para una más que raquítica inteligencia”. Pero Bustos no vivió ¿o también?, esta época repugnantita por donde se la vea.  Aunque lo de Lungkunnen podría ser otra mina anti-persona, sembrada para reñir aún más a Bustos con la moral y las costumbres de la época.

Sigo tratando de ser equidistante en la cuestión: ¿quién ha podido tomarse tanto trabajo para negar a la nada? Bustos, si existió, era un humano cualquiera, sin poder de decisión, sin armas, sin fortuna…  Quiero decir: Si Bustos fue un ignorado, ¿por qué armar tanto lío? Me fatiga un poco toda esta recolección de testimonios sin pies ni cabeza. O no existió, o no han querido (ni quieren) que exista, exceptuando a esa voz que zapatea en mi cerebro como El Chúcaro y su ballet con boleadoras y Norma Viola y sus feminísimas y erotizantes minués. Bustos, si fue, ha sido más o menos lo que estamos asimilando: la nada ante un Arlt, un Cortázar, un Borges, un Macedonio, un Oliverio, un Gumersindo Salvatierra. Más que una persona, parece un símbolo. O un código. ¿Usado entre quienes? Y, sobre todo: ¿Para qué? Me voy a descansar. Mañana tengo una entrevista con una bibliotecaria -muy viejecita y muy jubilada, ella- del barrio Prosperidad en Madrid, para hablar de Bustos. “¡Mi venerado Bustos!”, casi gimió lagrimeando María de la Salud Anérides Rincón, y me cantó un chotis entero, cuya letra y música atribuye a Alberto Carlos. Veremos qué me cuenta” (texto rescatado de entre mis papeles de 1988).

NOTA DEL AUTOR: fui a su encuentro a la hora señalada, pero la anciana bibliotecaria faltó a la cita debido a su deceso impensado. ¿Quién iba a imaginarlo, si sólo íbamos a hablar?... En fin, la vida es un exceso, y querer, María de la Salud Anérides Rincón, darme su testimonio, su emoción la  empujó al más allá del más acá. Lo siento. QEPD. Podría haber mantenido el suspenso hasta la siguiente entrega, pero soy tan bueno que no se me dio la gana. Lo redicho aunque me repita: la vida es un exceso. 

 

Texto/ficción (inédito), desde Madrid: Miguel Ángel Solá

Dibujo (inédito), a sus 7 años: Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos

 

miércoles, 16 de marzo de 2022

Antes de nadar / Cortometraje Verde Platónico y Paralelo

Nadar, lo más parecido a volar, siempre lo digo. Antes de despegar las alas por medio de piernas y brazos y pecho y espalda y lo que se puede ir desprendiendo del enjambre que haya en ese momento…¿qué hacemos? Flexiones, dirá el más conservador de los gimnastas. Elongaciones, dirá alguien más avispado y pispeando la materia prima que hay pululando en la virtualidad. Ambas están muy bien y las practico. Pero…¿y si en el camino me encuentro con un ideal de Rothko? Un Rothko despierto, hacedor, integrador, laburante como a uno le hubiese gustado que sea un sobrevalorado tan célebre. Un Rothko con una lisergia tenue y una pirotecnia un tanto más observadora. En la práctica es un poco difícil, el lituano se fue hace rato y su legado…en fin. Tal vez ahora mismo sea el colibrí que revolotea cerca de las cortaderas, o el mismísimo pintor sea el vendedor malhumorado de diarios que hay en la mitad de una cuadra de un pueblo, o tal vez sea el agua misma que titila y proyecta a un sol que reverbera y recibe mi primer chapuzón.

 

Video , edición y texto (inéditos): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos

 

domingo, 13 de marzo de 2022

Vida, obra, sexo y arte de Alberto Carlos Bustos, municipal y pájaro (quinta entrega)

"Nació un 23 de febrero de 1909. Interrumpió mi siesta con berridos y aspavientos que ni orangután de zoológico en celo emitiría por razones elementales de corrección y urbanidad...", señala, indignado, Pièrre Pongèuse -farmacéutico y aforista de origen belga, naturalizado argentino en 1927, tras veinte años de residencia en el país -“...dormía plácidamente al son del canto de los pájaros, en la mecedora colgante que un paciente paraguayo me regalara, cuando se desató esa avalancha de gritos infrahumanos provenientes de la casucha vecina, habitada por los  Bustos. Recuerdo que algún familiar, o amigo, de éstos vociferaba a quienes quisieran escucharle -no era mi caso-:... ¡Es un varón, carajo...! Indignado, anoté en mi diario personal (que presenta como prueba) la fecha precisa para enviarles algún veneno de regalo en cada onomástico, pero diez días más tarde se mudaron de barrio, gracias a San Eufrasio que siempre cumple. Adoro a los niños, pero no soporto la grosería de festejar a grito pelado el nacimiento de quien podría llegar a ser considerado un peligroso criminal el día de mañana”. “Hay que ser mesurados –lee de su diario de notas-, en las dulces mieles de la alegría  presente, para no ahogarnos en la amargura de su rancio acíbar en el futuro”; y agrega: “este aforismo surgió ese 23 de febrero... y aquí quedó consignado... (Doy fe) ¿Ve, señorita...?”

-¿Fue aquí mismo...? ¿En esa casa contigua a la suya, el alumbramiento...?

-No. En ese entonces yo vivía en Goya, Corrientes.

-¿Alberto Carlos Bustos, nació en Goya...? ¿En la provincia de Corrientes...?

-¿Qué le estoy diciendo...?. Ese energúmeno nació un 23 de febrero de 1929, a la sagrada hora de la siesta, en Goya, Corrientes. Lea, lea usted misma-, y me tiende una vez más esa  vieja libretita, pulcra como pocas he visto, en la que se describe lo antes narrado:

“... Interrumpió mi siesta un desgraciado acontecimiento... etc. etc. etc.".

 (“El Lagarto” Nº 27. Septiembre/Octubre.1936)

 

El testimonio que brindaré a continuación, gracias al periodista y escritor japonés y también biógrafo de Bustos (que también dejó su huella en la tierra del Sol Naciente), Nigari Gómez Michiua, lo protagoniza quien fuera -según antecedentes a ampliar en futuras entregas-, el gran amigo de la infancia y primera adolescencia del Bustos que nos ocupa: José “Pep” Martell (Sic).

 -“Alberto no nació, ni vivió, ni murió. Fue el producto más acabado de mi imaginación. Yo, le di la vida. Tanta como a sus escritos, pinturas, esculturas y música. En su nombre actué, compuse, dirigí. Tal fue mi vehemencia creadora. Pero, una tarde del desleal otoño de 1933,  estando absolutamente solo en casa, un dolor punzante en mi costado izquierdo comenzó a paralizar mis miembros. “Voy a infartar, pensé”. El dolor se agudizaba, tan insoportable era que creo haber perdido el conocimiento dos o tres segundos, los suficientes  para notar como, de mi costilla, la más cercana al corazón, se desprendía un “algo”, que, al poco tomaba forma humana. –“Yo soy...”- no necesitaba que dijera más- “¡Alberto!”, grité presa de una felicidad maternal inaudita, ¡Fruto de mis adentros! ¡Hijo mío”!...  Quise abrazarle, llorar sobre esos hombros mis lágrimas parturientas. Pero no. Me lo impidió con  gestos de rechazo, de asco, de repulsión... ¡A mí... su paridor! Luego, invocando un supuesto libre albedrío propio de la condición humana, ese “algo” por mí creado que era una notoria presencia, musitó: -"Ya no te necesito, Pep. Ya soy carne y espíritu; forma y contenido; voz y voto. Mi existencia excede tu capacidad creadora. Ahora soy. Sin vos, Pep Martell. Soy para mí.". Imagine usted mi desconcierto... tamaña ingratitud sólo es mensurable remontándonos a la de Adán ante Dios mismo. Le hablé con medidas y firmes palabras; le recordé su pertenencia y deber para conmigo; le supliqué balbuciente, en un arrebato de amor que tan sólo un progenitor podría entender. Se mantuvo frío y distante. Ese no era mi Alberto Carlos. En fin: tras una discusión que soy incapaz de reproducir por absurda e intolerable, le amenacé con un viejo trabuco de mi padre. Sus ojos vibraron en lágrimas  -falsas, por supuesto- me dio la espalda y enfiló hacia la puerta de calle. Al atravesar el salón comedor -lugar espacioso y cálido, el engendro, que cobraba vuelo propio ignorando mis derechos de autor, sagrados derechos si los hubiera o hubiese-, amartillé y percutí. Giró, incólume, fijó sus ojos llorosos en los míos, y repitió…“-Sin vos, Pep...  Ahora soy para mí...”-, giró, y sin un solo rasguño ni el menor remordimiento se marchó. Había parido un inmortal. Maldito, pero inmortal. Me desmayé. Es mi último recuerdo. Hace años fui recluido en este recinto al que algunos idiotas llaman manicomio y otros, tan imbéciles como los primeros, asilo. Nadie presta interés a mis palabras, aunque sean verdades ineluctables: ¡he sido víctima de un deshecho de mi imaginación que hoy es historia viva!, ¿entiende? ¿Cómo legitimar autoría sin constancia...?. ¿Usted es biógrafo...? ¿Podría  transcribir lo que de esta boca escuchó...?  Le ofrezco lo que pida. Mi fortuna es incalculable. Podría pasar  veinte siglos costeando los gastos de este lugar y sobrarme para otros dos milenios.... ¿Me cree...? Desciendo indirecta, aunque directamente de los duques de Baviera..."***

 (“El Hipocampo”. Enero 7 al 14. 1960. Nº 15.)

*** Hasta aquí, fragmentos de una miscelánea que desarrollaré en siguientes informes, dada la relación existente entre Bustos y Pep Martell.  ¿Personaje uno...? ¿Su autor el otro...?

 

Acaso mi juventud

haya sido un tanto extraña.

Ya entonces solía huir,

inventándome otros mundos,

en la fe de conocerme...

Cuando por fin regresaba

de algún viaje imaginario,

era una gran diversión

escuchar las opiniones

de la adusta y sabia ciencia

de los llamados mayores,

sobre mis “largas ausencias",

o mis "estados letárgicos"...

Mientras yo no hacía más

que lo que correspondía

a un impulso natural

-que, más tarde o más temprano,

seguían todos los seres-,

los adultos me juzgaban

viviendo “la edad del pavo"...

 

Agosto del veintidós:

 Escucho murmullos... Ecos...

Y esa voz sin tiempo, dice:

- "Así es el juego, en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera..."-

 

Agosto del cuarenta y dos:

 Estoy cumpliendo mi parte.

Robando de los bolsillos

del alma de mis edades

millones de soledades,

incontables frustraciones,

traumas, equivocaciones...

¿Será el camino del hombre

nacer, crecer, dividirse,

para volver a juntarse...?

¿Qué truco es ese...?

¿Qué juego...?

¿Quién lo gana...?

¿Quién lo pierde...?

¿Quién lo ordena...?

 

Agosto del treinta y dos:

 La vida es un gran tablero

bajo piezas que se mueven

sobre mosaicos dispuestos

con sagaz analogía:

dieciséis formas son blancas.

-tantas son como las negras-;

¿el juego transcurriría

de existir sólo las blancas?

Sin oponentes no hay juego.

No hay juego sin complementos.

Ocho peones por bando

-que parecen lo que son-,

hacen el trabajo ingrato

de intercambio, de limpieza,

de sacrificio, de lucha...

Tras esos cuantos peones,

el "alto mando" medita

técnicas de represión,

de expansión y de conquista...

 

Alfiles, torres, caballos,

se desplazan protegidos

por la turba de vanguardia.

Son, a su vez, atacados,

boicoteados, resistidos...

Saltan, corren y se esconden,

para volver a saltar

sobre algún desprevenido.

 

Hay también reinas y reyes.

Ellas son las de temer.

Ellos mantienen su esquema

de elegidos por los dioses

para reinar en la guerra

porque en el juego no hay paz,

y hasta verse acorralados,

se limitan a la espera.

 

Sostengo con los peones

mi primera conversación...

-¿Por qué esa arbitrariedad...?

¿Por qué tantos se exterminan

por cuidar a algunos pocos...? -

 Uno al turno me responde:

-"Así es el juego en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera..."-

 

Agosto del veintidós

se me impone en la memoria...

 Me topo con los alfiles

y repito mis preguntas...:

-¿Por qué peones y reyes...?

¿Por qué tantas diferencias...?

¿Quién adjudica los roles...?

¿Por qué no rompen las reglas

que impiden equidistar...? -

 -"Así es el juego en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera...

 Reinas, torres y caballos

son de la misma opinión...

-"¡Luego... luego le contesto...!"-

(del rey negro es la respuesta)…

-"¿Luego, de qué...?"-, le pregunto

-"De que acabe con el blanco"-

-"¿Y si el que triunfa es el blanco...?"-

-"Indáguelo, pues, a él..."-

 Desbordado de impaciencias,

a un costado del tablero,

observo lo que sucede...

Acumulo cuestionarios

de incógnitas de la vida

que, después de la contienda,

despejará el vencedor.

Me siento a esperar. Espero...

 

De ahí en más, todo tembló.

Fue una larga sucesión

de ataques y de defensas,

de marchas y contramarchas,

en medio del cruel silencio

que impone la inteligencia...

 

La batalla se hace historia

y el ejercicio final

es la quietud de los bandos

y la mejor posición

determina el ganador...

 

¿Importa quienes mataron...?

¿Importa quienes murieron...?

¿O importa sólo el espacio

que consagraron al juego...?

 

Puede ser que importe todo...

 Me deslizo en el tablero...

 El rey blanco se ha rendido

y me dispongo a indagar

al rey negro, que, triunfante,

mantiene el rostro de antes,

indiferente... inmutable...

 

-"Así es el juego en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera..."


Observé, desconcertado,

que no existía otra pieza

en el orden de apariencia

que pudiera contestar

los "por qué" de mis dilemas...

 

Una sombra se proyecta

sobre mi mente aturdida...

Y en ella veo a unas manos

ordenando nuevamente

las piezas para iniciar

lo que nunca se termina;

y descubrí al jugador

que desplazaba esas piezas...

 

Hacia él me dirigí

y otra vez esa sentencia:

-"Así es el juego en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera..."-

 

Presentí que mi equilibrio

se estaba comprometiendo.

El hombre se limitaba

a un porqué sin pretensiones

que mi ignorar de la vida

quería dimensionar...

 

Me sentía apabullado...

 Miré su cara otra vez,

y me pareció observar

que mutaba hasta el marfil

de una pieza de ajedrez...

Quiero ser claro...: era un rey....

un rey blanco, en un tablero...

 Miré hacia arriba... hacia abajo...

también hacia los costados...

y descubrí las cuadrículas...

y descubrí a los peones...

a alfiles, torres, caballos,

y a las reinas, y al rey negro,

y observé que ese tablero

se ponía en movimiento,

porque, de arriba, una mano

que su sombra proyectaba,

ordenaba a los nombrados

para iniciar la partida.

Y, tras la mano, otro hombre,

que era el dueño de esa mano

y que mutaba al marfil

de una pieza de ajedrez...

Y así millones de veces...

Y así, miles de millones

de otros hombres y otras manos

Y otros. Y otras. Y otras. Y otros...

Todos los hombres peones.

Y, todos, reyes y reinas.

Todos alfiles; caballos;

y torres blancas y negras;

que se apoyan; que se cuidan;

que se chocan; que se entregan;

que someten; que se atacan;

que se anulan; que se matan;

y que rezan la oración

del llamado "juego ciencia":

 

-"Así es el juego en esencia...

Así en el adentro nuestro...

Así también el afuera..."-

 

Los murmullos se diluyen...

El ritmo se hace poema...

 

Agosto del cuarenta y dos:

 "Voy a aprender a ordenar

la materia que me forma

para recomenzar el juego

cuanto sea necesario.

Seré blanco. Seré negro.

Seré tanto como sea.

Torre. Alfil. Seré caballo.

Seré peón. Seré reina.

Seré mi rey. Seré el juego.

 

En este instante dispongo

mis piezas sobre el tablero.

 

Una mano aprisiona mi cabeza

y me desliza...

 “De todos los juegos, el juego”. Alberto Carlos Bustos. Buenos Aires.  Agostos de 1922/32/42.

 

 NOTA DEL AUTOR (12 O 13, PRESUPONGO), EN FORMA DE PREGUNTA QUE -TAMBIÉN PRESUPONGO-, TODAS Y TODOS DEBEN ESTAR HACIÉNDOSE: ¿A qué llamará Bustos “ritmo que se hace poema”?. RESPUESTA: a un poema cuya estructura es una única posible basada en el ritmo sostenido y el crescendo que aporta desde el comienzo hasta su desenlace. Recuerden que Bustos escribía no para ser leído sino para ser dicho. Aunque ustedes no deberían tener que recordar nada porque, ¿qué saben de Bustos más allá de lo que yo les cuento aquí, que es más que incierto, no?... En fin. Ésta Nota del Autor, pueden saltársela u obviarla y/u olvidarla.  (¡Qué bien puesto ese y/u en nombre de la lengua que nos parió!)

 

Texto, ficción (inédita), desde Madrid: Miguel Ángel Solá

Dibujo (inédito) a sus ocho años: Nicolás García Sáez

Especial para Los  Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos