lunes, 28 de marzo de 2022

Vida, obra, sexo y arte de Alberto Carlos Bustos, municipal y pájaro (séptima entrega)

NOTA DEL AUTOR: Si bien Alberto Carlos se caracterizaba por escribir durmiendo, todos sus restantes modus operandi creativos eran tan poco ortodoxos como el anterior. Los ejemplos son muy variados, pero hoy vamos a centrarnos en uno, quizá el más excluyente en cuanto a sus rarezas, que dio pie -mejor dicho: branquias o aletas- a una bellísima urbana de balada (pentagrama ilegible también, que reconstruyó de una manera a mi juicio “la única posible” –casi como si Bustos se la hubiese silbado en la oreja-, mi gran amigo, Daniel Giménez).

“Andaba Bustos queriendo enamorarse y enamorar a la Ayudante Médica segunda del *Vapor de la Carrera* que por ese entonces atravesaba ida y vuelta las aguas del Río de la Plata entre los puertos de Montevideo y Buenos Aires. Pero tras seis viajes con sus costes, no lograba acercarse a ella de una manera directa (hay mujeres que intimidan hasta a los osos) al sujeto de su devoción. Y, el sujeto de su devoción, se hallaba sujeta a su específica tarea de atender mareos, vómitos, borracheras, pies de atleta y demás menesteres a bordo… en fin, todo aquello que caracteriza a un viaje por agua dulce o salada. Bustos, presa de su imperiosa necesidad, elabora un plan con el que piensa llegar a ella. Fingirá una caída, una precipitación de su cuerpo al líquido elemento, gritará en el aire, lo socorrerán, rescatarán, y -una vez a bordo nuevamente-, será trasladado al consultorio, donde ella (Manuela Remanente, se llama su amor), lo atenderá y caerá en sus brazos entregándose a él en esa mísera camilla supletoria “que convertiremos en los Jardines de La Alhambra”. Por qué ridícula conclusión llega a eso, lo ignoro, pero es que Bustos es muy ridículo y está convencido de esa probabilidad entre mil. Luego, el amor y… ya se verá, que a Bustos no le da para mucho más. Está desaforado como un surubí en una montaña rusa, pero él no puede hacer nada normal y como el plan es secreto, a nadie se le ocurre frenarlo. En fin, que a las 22,15 -justo cuando acierta a pasar por el firmamento la “bola incandescente” del Cometa Halley, (hay que reconocer también su mala suerte), Bustos, se lanza por la popa -salvavidas en mano, por si algo pudiera fallar como siempre-, al inconmensurable río marrón. Nadie se percata. Nadie ha reparado en ese zanguango que, a grito pelado, quiere hacerse notar… Y ahí queda, a la deriva, aferrado al corcho de su salvación. El consabido *¡Hombre al agua!* no llega a producirse porque pasaje y marinería están instalados en la proa, observando atentamente las evoluciones del verdadero fenómeno del siglo que, de chocar contra la tierra, menudo problemita habríamos tenido los nacidos en el pasado siglo porque ni lo hubiéramos hecho. ¡El Cometa Halley, nada más y nada menos! -el famoso “fin del mundo”, que predijo con una antelación de tres años, don Paradojo Ascenicio Dunate-, famoso vidente de la Isla de Pascua. Pero “el fin del mundo” pasa de largo para no ahorrarnos ni un minuto de estupidez humana, y ahí se va el fin del mundo que no fue, mientras allá -lejos de la proa y de la popa de El Vapor de la Carrera-, Bustos, flota a la deriva. Al ratito nomás ya se estaba aburriendo, y -ante la inactividad reinante, dado que en ese río no suele haber tiburones-, comienza a componer, pese al frío y la humedad reinantes, la letra y la música de una urbana de zamba que titula *Vuelvo*.

NOTA DEL AUTOR: música (ilegible para los expertos de SADAIC) y letra (aceptada por ARGENTORES), de “Vuelvo”, fueron halladas en el Libro de Bitácoras del famoso play-boy venezolano Ananías Berongo. El original, lamentablemente, se perdió en la catastrófica inundación número catorce de New Orleans, por ahí andaría don Berongo y la jodió, pero, la copia de esta anécdota, que me he tomado el trabajo de traducir, salió impresa en la última edición del Passadenna Poscript el 17 de febrero de 1957, justo el día antes a que el fuego quemara las instalaciones del prestigioso mensuario.

Allí se leía con claridad meridiana en Greenwich lo siguiente:

Ananías Berongo, play-boy y miembro de que hoy se da a llamar "jet-set"-despilfarrador consuetudinario de la cuantiosa fortuna legada por su padre-, nacido en Caracas (Venezuela), aunque criado y educado en Montevideo (Uruguay), describe en sus memorias, *a un extrañísimo ser que rescatara de las aguas del Río de la Plata*, cuando: ..."Cubriendo la travesía Río de Janeiro-Buenos Aires, en compañía de tres amigos y diez *embriagantes señoritas, liberadas como el aroma del Jazmín del Cabo en flor*, y tan desnudas de cuerpo y espíritu como nosotros cuatro, escuchamos un canto que repetía una y otra vez la palabra "Vuelvo", acompañándola con un tarareo melódico original y pegadizo.

Pensamos que algún marinero ebrio (todos lo estábamos, en mayor o menor grado, preparando el terreno para el desequilibrio sensual y voluptuoso), había quedado encerrado en las bodegas. Antes de efectuar la inspección correspondiente, ordené a mis compañeros de travesuras que formaran una sola fila y que dieran nombre y apellido. Lo hicieron, guardando un orden lamentable, que, pese a todo, sirvió para saber que estábamos todos los que éramos y éramos todos los que estábamos.

El cantautor continuaba estimulando su capacidad poético-musical y alcanzamos a oír: ..."Difícil para vos y para mí... Dolor de estar al margen de la hoja que lee mi país... ¡Vuelvoooo...!". Esos versos me quedaron grabados porque sentí de pronto una infinita nostalgia por mi tierra de origen a la que, en ausencia mía, vaya a saber que podría estar ocurriéndole.

Bajamos a bodegas tomados de la mano para evitar golpes. Nadie allí, ni acullá... Tampoco en los camarotes y baños... La voz repiqueteaba esa melodía que empezaba a intrigarnos sobremanera...

Sí... Llegaba del exterior de la nave, pero... ¿de dónde...?... ¿Dios, tal vez...? ¿Acaso un arcángel enviado a enrostrarnos nuestra vacua y licenciosa existencia...?

-¡"Vuelvo... Angustia para vos y para mí... Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo... ¿Para qué...? -se interpelaba a grito pelado la voz- ¿Para qué puede querer treparse...? ...Y... ¿a qué...? ¡Musas, asístanme, carajo...!".

No... Ni Dios, ni un portavoz suyo dirían "carajo".

Dejamos de auscultar el cielo cuando Patrick Jean-Marie Dupont (primogénito del gran mechero de París) aulló aterrorizado...: -“¡A sotavento...! ¡Allí...! ¡Una sigrena bagrbuda...!”-

-“¡No la mirren...! -urgió Oberdam Minor Jr. en su particular castellano-, ¡No hay que dejarrse ievarr porr cantous de sirrenas, sei semprre mai faderr! Trrás eias soulo xistel abismou de lo insoundeibl-, quien, un tanto mareado por el bamboleo incesante a que nos sometía el oleaje, la visión terrorífica y la cantidad de brebaje ingerido con el estómago vacío; decidió regurgitar sobre la lustrosa cubierta. En tanto, la flotante sirena barbuda nos dirigía gestos amistosos que podían interpretarse como: ¡...Hola...! ¿Todo bien...? ¡Feliz viaje...!, aparentando muy poco interés en arrastrarnos al vacío de lo insondable...

-“Debe ser de las peores” -pensé-, basándome en mis conocimientos sobre anti-estrategia femenina, mientras la humana bestia marina continuaba canturreando como si nada...

-“Las sirenas no usan salvavidas... -comentó al pasar Valdir Pereyra da Souza Lima, en un exquisito portugués-, es hombre y náufrago... recojámoslo...”-.

-“¿Stás locou...?- espetó Minor, aún babeante- ... Stamous desnudous...

-“Ele tambem, acredito...”- se entusiasmó una garotinha llamada Beija Cunha Filho-... náo váe a destonar... ¿Náo é aconselhável olhar a qualidade do que as aguas refogam, cara...?”-

-“¡¡¡Siiimmmm...!!!”-, respondieron a coro las nueve restantes.

Mi caballerosidad nada podía negarles... --“¡Subámoslo, entonces...! ¡Virar 30 grados a estribor...! -, ordené a nadie, y me vi obligado a acatar por vez primera en muchos años una orden. Tuve que timonear con el máximo cuidado para no embestir al ser flotante que indiferente a nuestros conciliábulos continuaba su canto feliz...

-“¡Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo...!”-

-“¡Hola...!... ¿Cómo va eso...?”- le pregunté a quien fuera hasta hace unos instantes la temible sirena barbuda.

-“Regular -me contestó-, normalmente suelo componer en menos de lo que canta un gallo; esta humedad a pesar de haberme quitado toda la ropa obra de freno oxidativo y no he conseguido superar la tercera cuarteta en dos días de deriva... ¿Voy bien para Buenos Aires...?”

-“Tuerza un palmo a la derecha”- dije, no muy convencido.

-“¿Cuánto le calcula, don...?-

-“Berongo...”-

-“¡¡¿Cómo dijo...?!!”-

-“Berongo... Ananías Berongo”-

Tras manifestar alegría, con una risa cristalina y franca que produjo en mí la sensación descompresiva de conocerlo de toda la vida, me consultó, riente aún: -“Berongo... ¿por parte de padre...?”-

-“Sí. Mangangá Berongo era el nombre de mi querido progenitor”-, y rió entonces, llenando de risas la inmensidad del río como si fuera por última vez -cosa que me adentró aún más en la confiabilidad que todo ser humano requiere de sus pares para relacionarse-, e indagó curioso y lleno de premura:

-“Berongo... ¿Y por parte de madre...?”-

-“Gargulo... –y su risa se transformó en un delirio estremecedor, que casi levanta olas en su festejo-

“Pobre... -pensé, recuerdo -, dos días bajo este sol abrasador, flotando a la deriva, sin alimento ni bebida (agua había, pero llevaba tanto tiempo yo sin probarla y considerándola sólo líquido donde flotar), privado de la compañía de congéneres afines, visitado quizá por peces y ocasionales gaviotas... en fin, que tanta alegría, por saber que un humano de nombre y apellidos relevantes se dirigía a él con afabilidad y respeto, es lógica”-

-“¿Gargulo de Berongo, era su mamá...?-

-“Es. Es. Vive, gracias a Dios.”-, y quiso decir algo mientras desaparecía bajo las aguas gargareando por entre el salvavidas. Dos de las muchachas treparon a los tumbos sobre la baranda menor con el objeto de rescatar el cuerpo de quien me alegrara agitando los recuerdos más queridos pasados en familia, pero desistieron al emerger el náufrago tan contento como antes y cantando...

-"¡Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo, para ver lo que viviendo no viví...! ¡La tengo...! ¿Escuchó, Berongo...?, ja, ja, ja...”-

-“Sí... Escuché; sí...”-

-“¿Cómo era, Berongo...? ja, ja, ja... Repítamela, por favor...”-

-“Cómo no... Sí... eh... ah, sí...: ¡tiempo nuevo que...no sé qué al viejo... creo que trepa...que vivió lo que no vi...!”-

-“¡No, Berongo...! ja, ja, ja... No era así... ¡No me confunda, que el horno no está para bollos...!”-

-“Sí, era algo así... ¿don...?”-, inquirí, justificando mi incapacidad de dar con los versos exactos.

-“Bustos”-, respondió

-“¿Bustos...? -repetí, reprimiendo la carcajada que semejante apellido me provocaba.-, ¿...por parte de padre...?”-

-“De padre, sí”-

-“¿Y de madre...?”–

-“Manteca”-

Casi hago implosión -y no es exagerado- ahí mismo. Evité el estertor pisando repetidamente la uña de mi dedo gordo derecho. El dolor controló el oleaje de risas que quería y debía acallar para evitar lastimar el orgullo que cada hombre siente por los apellidos heredados; pero, en este caso, era tarea ciclópea: ¡¿Manteca de Bustos?! ¡Ja... ja... ja...! Aún hoy me causa gracia.

-“¿Manteca de Bustos es su madre...?”-, ja, ja, ja…

-“Era. Era. Falleció, lamentablemente...-

Dejé de pisar mi dedo gordo derecho. Ya no tenía sentido. El deceso, quizá prematuro, de la madre de este nuevo amigo impuso un lugar de reflexión en mí, y, por primera vez en mucho tiempo, un llanto quedo inundó mi alma. Se produjo un silencio largo, denso, sentido...

-“Y, sí...”-, moví el espacio molecular quieto, con ese recurso poco alentador, para evitar que tan amena charla se disipara... y el silencio, tras ese leve estertor dinámico, se aposentó como paloma en un nido repleto de polluelos...

-"Y, sí... ¿qué?”-, preguntó con curiosidad; aguardando una explicación convincente del: "Y, sí...", mío.

-“No, no... Nada... La vida...- musité doblegado ante la evidencia del peligro que se cerniría sobre el desarrollo de temas ulteriores si el anterior no concluía satisfactoriamente.

-“Ah, sí... La vida... Eso sí...-, dijo, con un hilo de voz, tranquilizando mi ánimo derruido. Para agregar...: -¿La vida, qué...?”-

-“No sé...”-, atiné, patinando en un impromptus de impotencia verbal.

-“Eso quería escuchar de usted; gracias... Me conmueve que la gente no sepa y lo admita. Yo tampoco sé y me alivia tanto confesarlo, Berongo... ja, ja, ja...”-

-“Ananías... Llámeme Ananías, Bustos... ja, ja, ja...”-, y ambos estallamos en sonoras y estruendosas risotadas (producto, en su caso, de la tensión a la que fuera sometido por el recuerdo del fallecimiento de su madre, y, en el mío, debo confesar que -y espero que, Alberto Carlos, de leer en un futuro este diario de Bitácoras, no lo tome a mal-, por sus apellidos...

-“¿De dónde es usted...?” -, pregunté, con la gracia provocada remitiendo casi.

-“De Córdoba...”- murmuró, chapoteando pensativo.

-“¡Linda vueltecita se ha dado, ¿eh, Bustos?!”...-, y la risa se adueñó una vez más del diálogo...

-“No... Nací en Córdoba y vivo en Buenos Aires, pero vengo de Montevideo. Me caí del Vapor de la Carrera...”-, articuló, tragando una sardinita

-“¡Qué casualidad!, yo vivo allí; pero hace casi tres semanas que no... ¿Cómo está el tiempo en Montevideo...?- pregunté, extendiendo la plática a cualquier terreno. Mi objetivo era retenerle, dado que sentía al desconocido más familiar que el cuadro de la Mona Lisa y que los trece beodos y beodas que venían a bordo

-“Montevideo está igual -interrumpió mis cavilaciones -, pero, usted sabe cómo es de raro el clima uruguayo... Hace tres días anunciaron que se había perdido la cosecha de yerba mate por la seca, y están todos muy tristes-, aclaró, escupiendo la misma sardinita. Ojalá no se declare una epidemia depresiva”-

-“Rara palabra esa: “depresiva”-, pensé, debo interiorizarme... -y agregué, suponiendo que se trataba de algo grave-, ¿No me diga...? ¿Tanto como para epidemia fue...?”-

-“Y, sí... Hace cuatro meses que no llueve... Qué paradoja, ¿verdad...?: hablando de sequía en medio de tanto río...”-, rió. Y yo.

-“¡Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo"...!, ¡eso fue lo que usted dijo, Bustos, ja, ja, ja…!- recordé al vuelo, al notar que la amena charla estaba escurriéndoseme de las manos.

-“¿Cuándo...?”-, preguntó, y ante la indecisión de salir y entrar constante

de la sardinita, decidió tragarla.

-“¿Cómo que cuándo...? ¡Recién, hombre, cuando emergió; luego del ataque de risa...! ¡Vuelvo...ta-ta-ta-ta-ta-ta-la-ra-ra-rí...!, ¿recuerda...?”-

-“¡¡¡ Ah...sí...!!!.": Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo..." ¡Anótelo...! ¡Anótelo, Berongo Gargulo!... ja, ja, ja..., que nos vamos a olvidar con tanta charla”-

-“¡Floriana...! - le supliqué a la más jovencita de las garotinhas, que, como las otras, seguía la conversación intrigadísima-, ¡trae lápiz y papel, rápido!... Traduce Valdir... Oiga, Bustos, ja... ja... ja... ¿no prefiere subir a bordo...?”-, le ofrecí con mi mayor cordialidad

-“Estoy desnudo...”- se sinceró en un casi secreto.

-“Nosotros también”-, susurré para evitar evidenciarlo y respetar su reserva.

-“¡Ah…! siendo así... encantado, Berongo, ja, ja, ja.... Para ver lo que..., anote, Berongo, ja, ja, ja...- repentinamente sus musas retornaron- ¡Anote que se me va...! Para ver lo que...” -

-“¡Anoto, sí...! ¡Floriana...: el papel y el lápiz...! ¡Traduce, Valdir...!.. Ya va... espere, Bustos, ja, ja, ja... Espere...

-“¡La inspiración expira y no espera, Berongo!, ja, ja, ja... Huye como una gaviota... ¡Qué buena esta última frase...! ¡...Anote...! -gritó extasiado- ¡Anote, vamos, que es muy buena...!” -

-“Ya... Gracias, Floriana... ¿Para ver, qué cosa...?”- pregunté, lápiz y papel en mano

-“¡No, no...! Anote primero...: “huye como una gaviota...” ¿No le sobra una galleta...?, ¡Va a servir para una futura canción...!

-"... co… mo u...na ga...vio...ta... ¿La galleta vendría a ser para atraer a la gaviota que huye...?”-, inquirí, tratando de establecer una lógica

-“No, Berongo... ja, ja, ja... para mí”-, gruñó, desconcertándome…

-“¡Ah!... Vendría a ser, entonces: la inspiración... ¿No es cierto...?” -, argüí cómplice

-“¿Qué cosa...?”-, urgió con perplejidad

-“La galleta, el pancito que Dios nos da todos los días”-, aclaré

-“No, amigo: el hambre saciada... por la sardina... para acompañarla”-, contestó

-“Ah... Ahora entiendo... "sa... cia... da...". Le leo... “Para ver lo que huye, como una gaviota, le sobra un pancito al hambre saciada, para acompañar la sardina...”, ¿ ¿Está bien así...?¿Quiere que le agregue lo de Dios, que es un pensamiento cristiano muy noble y agradecido?”-

-“¿Qué es eso...? - demandó patidifuso.

-“Su canción, Bustos, ja, ja, ja... Lo que me dictó...-, contesté un tanto

intimidado por el tono-

“¡No... Berongo, ja, ja, ja..., no...! Anóte esto, por favor: Para ver lo que, viviendo, no viví... Anote esa frase, nada más...

-“¿Después de: El hambre saciada para acompañar a la mojarra?”-.

-“Donde sea, Berongo, ja, ja, ja... ¡Hemos plasmado la tercera cuarteta...!”-, refulgió feliz

-“Ya está...-, suspiré al ver que recomponía su alegría -, ¿Le leo...?”-

-“Espere, espere, espere...: tache todo y deje: Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo, para ver lo que viviendo no viví."-

-¡“Va a ser un éxito”!-, lo alenté mientras cumplía su pedido.

Los aplausos que provenían del entusiasmo de las diez bellezas y sus veinte manos enrojecidas reafirmaban mi augurio. -¿Usted es compositor, Bustos...?, ja, ja, ja...”-

-“En mis ratos libres... ¿No tiene una galleta...?”-, suplicó, casi...

-“Pero, suba, hombre, que aquí hay de lo que guste”-, invité

-“¡Chau, salvavidas!”-, se despidió agradeciendo el servicio prestado al corcho que, en ese preciso instante y cumplida su misión auxiliadora, se hundió.

Bustos comenzó a trepar por la escala, y el murmullo femenino se acentuó al dejar emerger su pubis y correspondientes partes por sobre el nivel del agua dulce."

Este fue mi encuentro con quien durante años mantuviera una fecunda relación epistolar. Alberto Carlos Bustos accionó en mí la palanca del servicio al prójimo, transformó mi ingrávida y licenciosa existencia en una fértil aventura. Los seis días transcurridos a bordo fueron decididamente festivos. Nadie quería llegar a Buenos Aires, pero el estado de ebriedad nos depositó sin calcularlo en ese enorme y atestado puerto. Nos despedimos entre llantos y carcajadas. Es que sus apellidos... Así lo conocí. Vaya a saber cómo sería en tierra firme -comentamos luego-, si en lo líquido era tan sólido... ¡Qué hombre...!

Fragmentos de: "Diario de un navegante de lo hondo", de Ananías Berongo. Editorial Gargulo de Berongo. Caracas. Venezuela. 1952. Editora Responsable: Eligia Aragona Gargulo de Berongo. .

Vuelvo...

difícil para vos y para mí...

Dolor de estar al margen de la hoja,

que lee mi país...

Vuelvo...

angustia para vos y para mí...

Tiempo que fue ausencia de presencias...

por ahí...

Vuelvo...

Esperé tanto para vos y para mí

Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo,

para ver lo que viviendo no viví...

Vuelvo...

Y vuelvo a vos y a mí

Vuelvo a oler tu amor

Y vuelvo a no partir...

A ser feliz, aquí...

Vuelvo a oler tu amor...

Y vuelvo a no partir...

A ser aquí, feliz...

“Vuelvo”. Urbana de Zamba. Letra y música de Alberto Carlos Bustos. Mayo de 1950. La música fue reinventada por Daniel Giménez

 

 

Texto/ficción (inédito), desde Madrid: Miguel Ángel Solá

Dibujo (a sus ocho años): Nicolás García Sáez

Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos