NOTA
DEL AUTOR: Si bien Alberto Carlos se caracterizaba por escribir durmiendo,
todos sus restantes modus operandi creativos eran tan poco ortodoxos como el
anterior. Los ejemplos son muy variados, pero hoy vamos a centrarnos en uno,
quizá el más excluyente en cuanto a sus rarezas, que dio pie -mejor dicho:
branquias o aletas- a una bellísima urbana de balada (pentagrama ilegible
también, que reconstruyó de una manera a mi juicio “la única posible” –casi
como si Bustos se la hubiese silbado en la oreja-, mi gran amigo, Daniel
Giménez).
“Andaba Bustos
queriendo enamorarse y enamorar a la Ayudante Médica segunda del *Vapor de la
Carrera* que por ese entonces atravesaba ida y vuelta las aguas del Río de la
Plata entre los puertos de Montevideo y Buenos Aires. Pero tras seis viajes con
sus costes, no lograba acercarse a ella de una manera directa (hay mujeres que
intimidan hasta a los osos) al sujeto de su devoción. Y, el sujeto de su
devoción, se hallaba sujeta a su específica tarea de atender mareos, vómitos,
borracheras, pies de atleta y demás menesteres a bordo… en fin, todo aquello
que caracteriza a un viaje por agua dulce o salada. Bustos, presa de su
imperiosa necesidad, elabora un plan con el que piensa llegar a ella. Fingirá
una caída, una precipitación de su cuerpo al líquido elemento, gritará en el
aire, lo socorrerán, rescatarán, y -una vez a bordo nuevamente-, será
trasladado al consultorio, donde ella (Manuela Remanente, se llama su amor), lo
atenderá y caerá en sus brazos entregándose a él en esa mísera camilla
supletoria “que convertiremos en los Jardines de La Alhambra”. Por qué ridícula
conclusión llega a eso, lo ignoro, pero es que Bustos es muy ridículo y está
convencido de esa probabilidad entre mil. Luego, el amor y… ya se verá, que a
Bustos no le da para mucho más. Está desaforado como un surubí en una montaña
rusa, pero él no puede hacer nada normal y como el plan es secreto, a nadie se
le ocurre frenarlo. En fin, que a las 22,15 -justo cuando acierta a pasar por
el firmamento la “bola incandescente” del Cometa Halley, (hay que reconocer
también su mala suerte), Bustos, se lanza por la popa -salvavidas en mano, por
si algo pudiera fallar como siempre-, al inconmensurable río marrón. Nadie se
percata. Nadie ha reparado en ese zanguango que, a grito pelado, quiere hacerse
notar… Y ahí queda, a la deriva, aferrado al corcho de su salvación. El
consabido *¡Hombre al agua!* no llega a producirse porque pasaje y marinería
están instalados en la proa, observando atentamente las evoluciones del
verdadero fenómeno del siglo que, de chocar contra la tierra, menudo problemita
habríamos tenido los nacidos en el pasado siglo porque ni lo hubiéramos hecho.
¡El Cometa Halley, nada más y nada menos! -el famoso “fin del mundo”, que
predijo con una antelación de tres años, don Paradojo Ascenicio Dunate-, famoso
vidente de la Isla de Pascua. Pero “el fin del mundo” pasa de largo para no
ahorrarnos ni un minuto de estupidez humana, y ahí se va el fin del mundo que
no fue, mientras allá -lejos de la proa y de la popa de El Vapor de la
Carrera-, Bustos, flota a la deriva. Al ratito nomás ya se estaba aburriendo, y
-ante la inactividad reinante, dado que en ese río no suele haber tiburones-,
comienza a componer, pese al frío y la humedad reinantes, la letra y la música
de una urbana de zamba que titula *Vuelvo*.
NOTA
DEL AUTOR: música (ilegible para los expertos de SADAIC) y letra (aceptada por
ARGENTORES), de “Vuelvo”, fueron halladas en el Libro de Bitácoras del famoso
play-boy venezolano Ananías Berongo. El original, lamentablemente, se perdió en
la catastrófica inundación número catorce de New Orleans, por ahí andaría don
Berongo y la jodió, pero, la copia de esta anécdota, que me he tomado el
trabajo de traducir, salió impresa en la última edición del Passadenna Poscript
el 17 de febrero de 1957, justo el día antes a que el fuego quemara las instalaciones
del prestigioso mensuario.
Allí se leía con
claridad meridiana en Greenwich lo siguiente:
Ananías Berongo,
play-boy y miembro de que hoy se da a llamar "jet-set"-despilfarrador
consuetudinario de la cuantiosa fortuna legada por su padre-, nacido en Caracas
(Venezuela), aunque criado y educado en Montevideo (Uruguay), describe en sus
memorias, *a un extrañísimo ser que rescatara de las aguas del Río de la
Plata*, cuando: ..."Cubriendo la travesía Río de Janeiro-Buenos Aires, en
compañía de tres amigos y diez *embriagantes señoritas, liberadas como el aroma
del Jazmín del Cabo en flor*, y tan desnudas de cuerpo y espíritu como nosotros
cuatro, escuchamos un canto que repetía una y otra vez la palabra
"Vuelvo", acompañándola con un tarareo melódico original y pegadizo.
Pensamos que algún
marinero ebrio (todos lo estábamos, en mayor o menor grado, preparando el
terreno para el desequilibrio sensual y voluptuoso), había quedado encerrado en
las bodegas. Antes de efectuar la inspección correspondiente, ordené a mis
compañeros de travesuras que formaran una sola fila y que dieran nombre y
apellido. Lo hicieron, guardando un orden lamentable, que, pese a todo, sirvió
para saber que estábamos todos los que éramos y éramos todos los que estábamos.
El cantautor continuaba
estimulando su capacidad poético-musical y alcanzamos a oír: ..."Difícil
para vos y para mí... Dolor de estar al margen de la hoja que lee mi país...
¡Vuelvoooo...!". Esos versos me quedaron grabados porque sentí de pronto
una infinita nostalgia por mi tierra de origen a la que, en ausencia mía, vaya
a saber que podría estar ocurriéndole.
Bajamos a bodegas
tomados de la mano para evitar golpes. Nadie allí, ni acullá... Tampoco en los
camarotes y baños... La voz repiqueteaba esa melodía que empezaba a intrigarnos
sobremanera...
Sí... Llegaba del
exterior de la nave, pero... ¿de dónde...?... ¿Dios, tal vez...? ¿Acaso un
arcángel enviado a enrostrarnos nuestra vacua y licenciosa existencia...?
-¡"Vuelvo...
Angustia para vos y para mí... Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo...
¿Para qué...? -se interpelaba a grito pelado la voz- ¿Para qué puede querer
treparse...? ...Y... ¿a qué...? ¡Musas, asístanme, carajo...!".
No... Ni Dios, ni un
portavoz suyo dirían "carajo".
Dejamos de auscultar el
cielo cuando Patrick Jean-Marie Dupont (primogénito del gran mechero de París)
aulló aterrorizado...: -“¡A sotavento...! ¡Allí...! ¡Una sigrena bagrbuda...!”-
-“¡No la mirren...!
-urgió Oberdam Minor Jr. en su particular castellano-, ¡No hay que dejarrse
ievarr porr cantous de sirrenas, sei semprre mai faderr! Trrás eias soulo
xistel abismou de lo insoundeibl-, quien, un tanto mareado por el bamboleo
incesante a que nos sometía el oleaje, la visión terrorífica y la cantidad de
brebaje ingerido con el estómago vacío; decidió regurgitar sobre la lustrosa
cubierta. En tanto, la flotante sirena barbuda nos dirigía gestos amistosos que
podían interpretarse como: ¡...Hola...! ¿Todo bien...? ¡Feliz viaje...!,
aparentando muy poco interés en arrastrarnos al vacío de lo insondable...
-“Debe ser de las
peores” -pensé-, basándome en mis conocimientos sobre anti-estrategia femenina,
mientras la humana bestia marina continuaba canturreando como si nada...
-“Las sirenas no usan
salvavidas... -comentó al pasar Valdir Pereyra da Souza Lima, en un exquisito
portugués-, es hombre y náufrago... recojámoslo...”-.
-“¿Stás locou...?-
espetó Minor, aún babeante- ... Stamous desnudous...
-“Ele tambem,
acredito...”- se entusiasmó una garotinha llamada Beija Cunha Filho-... náo váe
a destonar... ¿Náo é aconselhável olhar a qualidade do que as aguas refogam,
cara...?”-
-“¡¡¡Siiimmmm...!!!”-,
respondieron a coro las nueve restantes.
Mi caballerosidad nada
podía negarles... --“¡Subámoslo, entonces...! ¡Virar 30 grados a estribor...!
-, ordené a nadie, y me vi obligado a acatar por vez primera en muchos años una
orden. Tuve que timonear con el máximo cuidado para no embestir al ser flotante
que indiferente a nuestros conciliábulos continuaba su canto feliz...
-“¡Tiempo nuevo que se
trepa al tiempo viejo...!”-
-“¡Hola...!... ¿Cómo va
eso...?”- le pregunté a quien fuera hasta hace unos instantes la temible sirena
barbuda.
-“Regular -me
contestó-, normalmente suelo componer en menos de lo que canta un gallo; esta
humedad a pesar de haberme quitado toda la ropa obra de freno oxidativo y no he
conseguido superar la tercera cuarteta en dos días de deriva... ¿Voy bien para
Buenos Aires...?”
-“Tuerza un palmo a la
derecha”- dije, no muy convencido.
-“¿Cuánto le calcula,
don...?-
-“Berongo...”-
-“¡¡¿Cómo dijo...?!!”-
-“Berongo... Ananías
Berongo”-
Tras manifestar
alegría, con una risa cristalina y franca que produjo en mí la sensación
descompresiva de conocerlo de toda la vida, me consultó, riente aún:
-“Berongo... ¿por parte de padre...?”-
-“Sí. Mangangá Berongo
era el nombre de mi querido progenitor”-, y rió entonces, llenando de risas la
inmensidad del río como si fuera por última vez -cosa que me adentró aún más en
la confiabilidad que todo ser humano requiere de sus pares para relacionarse-,
e indagó curioso y lleno de premura:
-“Berongo... ¿Y por
parte de madre...?”-
-“Gargulo... –y su risa
se transformó en un delirio estremecedor, que casi levanta olas en su festejo-
“Pobre... -pensé,
recuerdo -, dos días bajo este sol abrasador, flotando a la deriva, sin
alimento ni bebida (agua había, pero llevaba tanto tiempo yo sin probarla y considerándola
sólo líquido donde flotar), privado de la compañía de congéneres afines,
visitado quizá por peces y ocasionales gaviotas... en fin, que tanta alegría,
por saber que un humano de nombre y apellidos relevantes se dirigía a él con
afabilidad y respeto, es lógica”-
-“¿Gargulo de Berongo,
era su mamá...?-
-“Es. Es. Vive, gracias
a Dios.”-, y quiso decir algo mientras desaparecía bajo las aguas gargareando
por entre el salvavidas. Dos de las muchachas treparon a los tumbos sobre la
baranda menor con el objeto de rescatar el cuerpo de quien me alegrara agitando
los recuerdos más queridos pasados en familia, pero desistieron al emerger el
náufrago tan contento como antes y cantando...
-"¡Tiempo nuevo
que se trepa al tiempo viejo, para ver lo que viviendo no viví...! ¡La
tengo...! ¿Escuchó, Berongo...?, ja, ja, ja...”-
-“Sí... Escuché;
sí...”-
-“¿Cómo era,
Berongo...? ja, ja, ja... Repítamela, por favor...”-
-“Cómo no... Sí...
eh... ah, sí...: ¡tiempo nuevo que...no sé qué al viejo... creo que trepa...que
vivió lo que no vi...!”-
-“¡No, Berongo...! ja,
ja, ja... No era así... ¡No me confunda, que el horno no está para bollos...!”-
-“Sí, era algo así...
¿don...?”-, inquirí, justificando mi incapacidad de dar con los versos exactos.
-“Bustos”-, respondió
-“¿Bustos...? -repetí,
reprimiendo la carcajada que semejante apellido me provocaba.-, ¿...por parte
de padre...?”-
-“De padre, sí”-
-“¿Y de madre...?”–
-“Manteca”-
Casi hago implosión -y
no es exagerado- ahí mismo. Evité el estertor pisando repetidamente la uña de
mi dedo gordo derecho. El dolor controló el oleaje de risas que quería y debía
acallar para evitar lastimar el orgullo que cada hombre siente por los
apellidos heredados; pero, en este caso, era tarea ciclópea: ¡¿Manteca de
Bustos?! ¡Ja... ja... ja...! Aún hoy me causa gracia.
-“¿Manteca de Bustos es
su madre...?”-, ja, ja, ja…
-“Era. Era. Falleció,
lamentablemente...-
Dejé de pisar mi dedo
gordo derecho. Ya no tenía sentido. El deceso, quizá prematuro, de la madre de
este nuevo amigo impuso un lugar de reflexión en mí, y, por primera vez en
mucho tiempo, un llanto quedo inundó mi alma. Se produjo un silencio largo,
denso, sentido...
-“Y, sí...”-, moví el
espacio molecular quieto, con ese recurso poco alentador, para evitar que tan
amena charla se disipara... y el silencio, tras ese leve estertor dinámico, se
aposentó como paloma en un nido repleto de polluelos...
-"Y, sí...
¿qué?”-, preguntó con curiosidad; aguardando una explicación convincente del:
"Y, sí...", mío.
-“No, no... Nada... La
vida...- musité doblegado ante la evidencia del peligro que se cerniría sobre
el desarrollo de temas ulteriores si el anterior no concluía
satisfactoriamente.
-“Ah, sí... La vida...
Eso sí...-, dijo, con un hilo de voz, tranquilizando mi ánimo derruido. Para
agregar...: -¿La vida, qué...?”-
-“No sé...”-, atiné,
patinando en un impromptus de impotencia verbal.
-“Eso quería escuchar
de usted; gracias... Me conmueve que la gente no sepa y lo admita. Yo tampoco
sé y me alivia tanto confesarlo, Berongo... ja, ja, ja...”-
-“Ananías... Llámeme
Ananías, Bustos... ja, ja, ja...”-, y ambos estallamos en sonoras y
estruendosas risotadas (producto, en su caso, de la tensión a la que fuera
sometido por el recuerdo del fallecimiento de su madre, y, en el mío, debo
confesar que -y espero que, Alberto Carlos, de leer en un futuro este diario de
Bitácoras, no lo tome a mal-, por sus apellidos...
-“¿De dónde es
usted...?” -, pregunté, con la gracia provocada remitiendo casi.
-“De Córdoba...”-
murmuró, chapoteando pensativo.
-“¡Linda vueltecita se
ha dado, ¿eh, Bustos?!”...-, y la risa se adueñó una vez más del diálogo...
-“No... Nací en Córdoba
y vivo en Buenos Aires, pero vengo de Montevideo. Me caí del Vapor de la
Carrera...”-, articuló, tragando una sardinita
-“¡Qué casualidad!, yo
vivo allí; pero hace casi tres semanas que no... ¿Cómo está el tiempo en
Montevideo...?- pregunté, extendiendo la plática a cualquier terreno. Mi
objetivo era retenerle, dado que sentía al desconocido más familiar que el
cuadro de la Mona Lisa y que los trece beodos y beodas que venían a bordo
-“Montevideo está igual
-interrumpió mis cavilaciones -, pero, usted sabe cómo es de raro el clima
uruguayo... Hace tres días anunciaron que se había perdido la cosecha de yerba
mate por la seca, y están todos muy tristes-, aclaró, escupiendo la misma
sardinita. Ojalá no se declare una epidemia depresiva”-
-“Rara palabra esa:
“depresiva”-, pensé, debo interiorizarme... -y agregué, suponiendo que se
trataba de algo grave-, ¿No me diga...? ¿Tanto como para epidemia fue...?”-
-“Y, sí... Hace cuatro
meses que no llueve... Qué paradoja, ¿verdad...?: hablando de sequía en medio
de tanto río...”-, rió. Y yo.
-“¡Tiempo nuevo que se
trepa al tiempo viejo"...!, ¡eso fue lo que usted dijo, Bustos, ja, ja,
ja…!- recordé al vuelo, al notar que la amena charla estaba escurriéndoseme de
las manos.
-“¿Cuándo...?”-,
preguntó, y ante la indecisión de salir y entrar constante
de la sardinita,
decidió tragarla.
-“¿Cómo que cuándo...?
¡Recién, hombre, cuando emergió; luego del ataque de risa...!
¡Vuelvo...ta-ta-ta-ta-ta-ta-la-ra-ra-rí...!, ¿recuerda...?”-
-“¡¡¡
Ah...sí...!!!.": Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo..."
¡Anótelo...! ¡Anótelo, Berongo Gargulo!... ja, ja, ja..., que nos vamos a
olvidar con tanta charla”-
-“¡Floriana...! - le
supliqué a la más jovencita de las garotinhas, que, como las otras, seguía la
conversación intrigadísima-, ¡trae lápiz y papel, rápido!... Traduce Valdir...
Oiga, Bustos, ja... ja... ja... ¿no prefiere subir a bordo...?”-, le ofrecí con
mi mayor cordialidad
-“Estoy desnudo...”- se
sinceró en un casi secreto.
-“Nosotros también”-,
susurré para evitar evidenciarlo y respetar su reserva.
-“¡Ah…! siendo así...
encantado, Berongo, ja, ja, ja.... Para ver lo que..., anote, Berongo, ja, ja,
ja...- repentinamente sus musas retornaron- ¡Anote que se me va...! Para ver lo
que...” -
-“¡Anoto, sí...!
¡Floriana...: el papel y el lápiz...! ¡Traduce, Valdir...!.. Ya va... espere,
Bustos, ja, ja, ja... Espere...
-“¡La inspiración
expira y no espera, Berongo!, ja, ja, ja... Huye como una gaviota... ¡Qué buena
esta última frase...! ¡...Anote...! -gritó extasiado- ¡Anote, vamos, que es muy
buena...!” -
-“Ya... Gracias,
Floriana... ¿Para ver, qué cosa...?”- pregunté, lápiz y papel en mano
-“¡No, no...! Anote
primero...: “huye como una gaviota...” ¿No le sobra una galleta...?, ¡Va a
servir para una futura canción...!
-"... co… mo
u...na ga...vio...ta... ¿La galleta vendría a ser para atraer a la gaviota que
huye...?”-, inquirí, tratando de establecer una lógica
-“No, Berongo... ja,
ja, ja... para mí”-, gruñó, desconcertándome…
-“¡Ah!... Vendría a
ser, entonces: la inspiración... ¿No es cierto...?” -, argüí cómplice
-“¿Qué cosa...?”-,
urgió con perplejidad
-“La galleta, el
pancito que Dios nos da todos los días”-, aclaré
-“No, amigo: el hambre
saciada... por la sardina... para acompañarla”-, contestó
-“Ah... Ahora
entiendo... "sa... cia... da...". Le leo... “Para ver lo que huye,
como una gaviota, le sobra un pancito al hambre saciada, para acompañar la
sardina...”, ¿ ¿Está bien así...?¿Quiere que le agregue lo de Dios, que es un
pensamiento cristiano muy noble y agradecido?”-
-“¿Qué es eso...? -
demandó patidifuso.
-“Su canción, Bustos,
ja, ja, ja... Lo que me dictó...-, contesté un tanto
intimidado por el tono-
“¡No... Berongo, ja,
ja, ja..., no...! Anóte esto, por favor: Para ver lo que, viviendo, no viví...
Anote esa frase, nada más...
-“¿Después de: El
hambre saciada para acompañar a la mojarra?”-.
-“Donde sea, Berongo,
ja, ja, ja... ¡Hemos plasmado la tercera cuarteta...!”-, refulgió feliz
-“Ya está...-, suspiré
al ver que recomponía su alegría -, ¿Le leo...?”-
-“Espere, espere,
espere...: tache todo y deje: Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo, para
ver lo que viviendo no viví."-
-¡“Va a ser un
éxito”!-, lo alenté mientras cumplía su pedido.
Los aplausos que
provenían del entusiasmo de las diez bellezas y sus veinte manos enrojecidas
reafirmaban mi augurio. -¿Usted es compositor, Bustos...?, ja, ja, ja...”-
-“En mis ratos
libres... ¿No tiene una galleta...?”-, suplicó, casi...
-“Pero, suba, hombre,
que aquí hay de lo que guste”-, invité
-“¡Chau, salvavidas!”-,
se despidió agradeciendo el servicio prestado al corcho que, en ese preciso
instante y cumplida su misión auxiliadora, se hundió.
Bustos comenzó a trepar
por la escala, y el murmullo femenino se acentuó al dejar emerger su pubis y
correspondientes partes por sobre el nivel del agua dulce."
Este fue mi encuentro
con quien durante años mantuviera una fecunda relación epistolar. Alberto
Carlos Bustos accionó en mí la palanca del servicio al prójimo, transformó mi
ingrávida y licenciosa existencia en una fértil aventura. Los seis días
transcurridos a bordo fueron decididamente festivos. Nadie quería llegar a
Buenos Aires, pero el estado de ebriedad nos depositó sin calcularlo en ese
enorme y atestado puerto. Nos despedimos entre llantos y carcajadas. Es que sus
apellidos... Así lo conocí. Vaya a saber cómo sería en tierra firme -comentamos
luego-, si en lo líquido era tan sólido... ¡Qué hombre...!
Fragmentos
de: "Diario de un navegante de lo hondo", de Ananías Berongo.
Editorial Gargulo de Berongo. Caracas. Venezuela. 1952. Editora Responsable:
Eligia Aragona Gargulo de Berongo. .
Vuelvo...
difícil para vos y para mí...
Dolor de estar al margen de la hoja,
que lee mi país...
Vuelvo...
angustia para vos y para mí...
Tiempo que fue ausencia de presencias...
por ahí...
Vuelvo...
Esperé tanto para vos y para mí
Tiempo nuevo que se trepa al tiempo viejo,
para ver lo que viviendo no viví...
Vuelvo...
Y vuelvo a vos y a mí
Vuelvo a oler tu amor
Y vuelvo a no partir...
A ser feliz, aquí...
Vuelvo a oler tu amor...
Y vuelvo a no partir...
A ser aquí, feliz...
“Vuelvo”.
Urbana de Zamba. Letra y música de Alberto Carlos Bustos. Mayo de 1950. La
música fue reinventada por Daniel Giménez
Texto/ficción (inédito), desde Madrid: Miguel Ángel
Solá
Dibujo (a sus ocho años): Nicolás García Sáez
Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes
Paralelos