Se levanta, erguido,
sobre sus pies. Aún aprende a agitar sus alas, fingiendo un saber que no tiene,
sacando pecho, afrontando la vida.
Cada día, lo único que quiere
asegurar es el hecho de ser capaz de levantarse. Es un día, que es todos los
días, pero un día distinto, una unidad de conciencia con y para La Tierra.
El pichón -o la
pichona- es una promesa, una determinación silenciosa , un eco de la vida que
se abre camino. Se yergue, con la duda pulsando en sus venas, se levanta. Sus
pies, ahora firmes en la tierra, sostienen el espíritu de un ensayo de libertad, que
se dibuja como una broma en el aire. Saca pecho, por vanidad o por un coraje,
que le nace del alma, una declaración de que está aquí, de que existe.
Un amanecer es todos los amaneceres
El pichón es un reflejo
de nuestra propia voluntad, de esa fuerza interior que nos impulsa a despertar
una y otra vez, poesía de la existencia misma, eco de un corazón que se niega a
negarse, a reducirse al absurdo, a cantar una lógica, no tan filosófica, más
bien gravitatoria.
Y así se autoafirma
Texto cronometrado* y acrílico (inéditos): Ruth Moratilla Sanz
*Diez minutos, ejercicio para el taller de escritura cronometrada y espontánea
Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos