¨A veces una sólo necesita que alguien la mire mientras está llorando, Ada¨.
Esto fue lo que me dijo Miriam. Me había pedido una entrevista. Raro, hacía tiempo que no la veía pero algo en el tono del mensaje escrito me alertó sobre su angustia y reorganicé mi agenda para verla ese mismo día. Arreglamos un encuentro a través del zoom. Al comenzar, noté la tristeza en esos ojos desanimados, en los que faltaba el brillo de otros días. Comenzó su relato de dolor y frustración y arrasaba con una potencia que vaciaba cualquier palabra antes aún de ser expresada. En un momento, esbocé el gesto de una palabra y ella me calló, levantando apenas la mano. Silencio. El tiempo se detuvo: yo me quedé allí, acompañándola. No sé cuánto pasó, pero de a poco se fue calmando mientras la presencia de mi mirada la acogía. ¨Creo que esta es la vez que más lamento no estar presente para poder abrazarte¨, fue todo lo que pude decir. Ella me miró y respondió. Finalizamos el zoom. En el aire quedó flotando la pregunta: ¿será posible otra forma del abrazo? No para suplantar el encuentro de los cuerpos, el tacto y la presión de una mano sobre un hombro, el cuerpo con el cuerpo… pero sí para acompañarnos, para no sentirnos tan solos.
Texto (inédito): Ada Cerioni *
*Licenciada en Psicología. Docente en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Córdoba, especializada en cuentos de hadas, feminismo y psicología Junguiana
Boceto (inédito): Irupé Roch
Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos