sábado, 29 de mayo de 2021

Suna y Atahualpa

Con Suna hablamos algunas veces sobre su amistad con Atahualpa. Luego, en mi diálogo interno, imaginar al trovador ameritaba - y sigue ameritando - una cuota extra de atención. Por eso antes de mencionarlo e invocarlo decidía - y sigo decidiendo -  detenerme a paladear el vuelo siempre alto y profundo de su obra. Música y letra, melodía y poema en conjunción casi divina. El ¨casi¨ es el adverbio idóneo para humanizarlo, y así dejarnos llevar por esa voz que nos invita a deambular por paisajes sonoros, paisajes de ensueño, lugares a los que solo puede llevarte un Gran Mago.

En ese aterrizar me pierdo ya que solo puedo conocer cuando lo escucho, cuando lo leo. Supongo, también, que puedo conocer imaginándolo. En medio de estos tiempos turbulentos es una bendición escuchar a quien fue su gran amiga, una buena oportunidad para acercarse a la costa sincera de sus vidas, que también son sus obras, una chispa de esa vida y obra que ambos nos comparten a continuación:

 

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Conocí a Yupanqui cuando era muy chica. Fui al Cerro Colorado con mi familia, pasaba Atahualpa a caballo y mi papá me dijo: ”ese señor toca la guitarra y canta”. No me olvido, lo vi de atrás , yo tendría seis años, o siete a lo sumo , de manera que no me olvidé nunca de él. A ver, codearme con Atahualpa fue codearme con la memoria en realidad, él era un hombre de una gran cultura, un autodidacta, se leyó todo, con una memoria prodigiosa, con un verbo muy particular, que no podías menos que sentarte y escuchar, un tipo con una gran sabiduría, de haber andado tanto y además con una gran capacidad para contar, por eso Yupanqui quiere decir ¨el que viene a contar¨, como si fuese un juglar. Bueno, cuando yo lo conocí lo fui a visitar acá, en Córdoba, a la clínica Allende, porque él estaba enfermo y entonces no podía actuar en Cosquín.  Yo  averigüé el lugar donde estaba internado y allá me fui.

 Atahualpa fue un tipo que me honró con su amistad. Lo fui a visitar a la clínica Allende y a partir de ahí me dio su teléfono y me dijo que fuera a su casa, en Buenos Aires, cuando volviera , así que estuve toda una semana titubeando en llamarlo , no sabía qué hacer, donde meterme, hasta que un día tomé coraje y lo llamé , me atendió él y me dijo: ¨si, venga niña, cuando quiera, esta tarde, vengase a tomar un tecito , yo lo tomo entre las 17 y las 18 horas,  en ese horario la espero¨. Así que me fui allá, por Palermo,  tomamos el tecito y ahí fue la primera vez que estaba con él. Antes había estado un día en el programa de Mahárbiz, donde me iban a hacer una nota, pero justo llegó Yupanqui y el conductor me dijo que le iba a hacer la nota a él primero y después me la iban a hacer a mí.  Y eso me encantaba, porque iba a verlo a Yupanqui. Después, cuando yo fui y lo saludé, me dijo: ¨Suna , cuando esté con los ricos , no se olvide de los pobres¨. ¿Por qué me habrá dicho eso? , yo nunca se lo pregunté y debiera habérselo preguntado, cuando después nos hicimos amigos. El creería que como a mí me estaba yendo bien, iba a juntarme con los ricos y no con los pobres. Pero nada que ver, yo soy de Tulumba, me considero una persona totalmente normal, puedo sentarme en un rancho con una señora sentada en una piedra, tomar unos mates, conversar y soy muy feliz.  Le pregunté a Mahárbiz porque dijo eso y me dijo que era por no quedarse callado. Después, cuando lo conocí,  me di cuenta que eso que me dijo había que tomarlo como de quien viene, porque él era un tipo particular, muy franco, con calidad, te decía las cosas naturalmente, inteligentemente, era muy rápido, tenía 80 años y una cabeza de un pibe de 20, con una frescura, con una lucidez muy especial, una memoria  con esos 80 años , de pintarte a una persona con bombacha bataraza, con camisa al tono,  y después una anécdota de 60 años atrás que se acordaba y te decía los detalles,  no entiendo cómo se puede acordar de cómo estaba vestido ese parroquiano, una cosa fuera de lo normal.

Yo lo acompañaba a Ezeiza cuando se iba a Europa. Tengo cartas memorables de él, tengo una por ahí donde me cuenta de su salud, en la primera, esta carta es del `91, voy a ver si te lo puedo decir de memoria, la carta dice: ¨¿cómo andás paisanita? , yo con este desvelo desde que nací, escuchando a Bach y a los vidaleros que se fueron cantando. Fui al cementerio de Montparnasse a llevar claveles a mis amigos: Asturias, Baudelaire (que por supuesto fue anterior a él, pero le tendría admiración)  y Cortázar y les dije en voz baja: ¨espérenme¨. Y  ahí es cuando me dice:  ¨Tú como andas, paisanita amada, al fin y al cabo, Suna, la vida es ese paso extraño que uno elige, aún sabiendo que morirá despedazado de amor y de silencio. No bajes la guardia niña, y ten cuidado de esas tentaciones que ofrece el arte mendigado, te recordaré como la changuita que vino a Buenos Aires a ver , crecer y esquivar , coraje y prudencia , te saluda Atahualpa. ¨. Una carta bellísima, la verdad. Y bueno, ahora me diría que estoy haciendo arte mendigado con este disco nuevo, seguro que si lo escucha me va a decir ¨ya estás haciendo arte mendigado¨. Se ve que le gustaba lo que yo hacía, pero nunca me dijo nada. Yupanqui era de esos tipos de decirte eso está bueno, eso está mal. Él había cambiado el significado de Descartes de ¨pienso, luego existo ¨ por ¨pienso, luego exilio¨, y a mí me encantó eso. Se lo conté a una amiga mía, que se fue por el tema del golpe y cuando fui Europa lo había escrito con pintura, enorme, en toda la pared.

Yupanqui era un hombre muy gracioso, tenía mucho sentido del humor, pero como El Chúcaro, Santiago Ayala: decían alguna cosa que vos te matabas de risa y ellos serios, muy serios. Un día fuimos a un programa que se llamaba “Siglo 20 Cambalache”, que lo conducían Teté Coustarot y Fernando Bravo, había unas cuantas copas en una mesita ratona y El Chúcaro agarra una de las copas y toma, hace una cara fea y lo mira a Fernando con la copa en la mano,  y le dice : si el agua destroza los caminos , que será lo que podrá hacer con estos pobres intestinos¨. No sabés cómo se rió este hombre, Fernando bravo. Le habían dado agua y a él le encantaba el vino blanco y entonces  creyó que habían averiguado que era lo que le gustaba y le habían puesto unas copas de vino blanco. Bueno, no, era agua. Así que tenían esa impronta de  decirte una cosa en el acto, sobre todo Atahualpa, que era ligerísimo, un  tipo con mucha capacidad de reacción, acompañada con alguna cosa súper  ingeniosa, inteligente, justa, con sentido del humor, en fin, era un tipo con el cual yo aprendí  mucho.

A mí me gusta mucho el tema de la copla y con el charlábamos sobre eso. Yo un día le dije una copla y entonces me pidió que la repitiera, porque muchas de las coplas del romancero español tienen una gran influencia en las coplas nuestras. Pasa que acá se las cambia un poco, acorde a la idiosincrasia de nosotros, entonces yo le dije: “mi sombrero se ha cobrado la sombra que me ha servido y yo le hay de hacer cargo del sudor que me ha bebido¨. A él le encantó, me dijo que la vuelva a repetir y se la repetí, entonces él me expresó en ese momento, porque se sabía todo y había leído todo, que no le veía a esa copla una influencia del romancero español, y entonces le pareció rara, nunca la había escuchado, porque hay coplas, viste, que no son iguales, pero son parecidas y que, de alguna manera, tienen una misma connotación de lo que quiere decir. Para mí fue muy importante haberlo conocido, haberlo frecuentado, haberle puesto mi oreja, había momentos que lo pescaba a Atahualpa y entonces me daba cuenta que había estado llorando…

                                                                                                             Suna Rocha

 

 Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos

Imagen con Atahualpa Yupanqui: Cortesía Suna Rocha

Texto/ introducción: Nicolás García Sáez