¿De qué forma residíamos antes del Covid 19 en este gran
hogar milenario? ¿Es lógico que nos
asuste tanto una enfermedad, cuándo vivimos morando con el riesgo?
Olga Barzola
Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos
Foto: Nicolás García Sáez
Existe desde hace tiempo un modelo de desarrollo
productivo apoyado en la explotación extensiva de los territorios y sus recursos
naturales que genera contaminación de diversa índole, distribuyéndose tanto en
el suelo que pisamos, como en el aire que nos sirve para respirar o el agua,
que es una de las principales fuentes de subsistencia para cualquier ser vivo.
La presencia de
agroquímicos, plásticos, gases tóxicos, como la pérdida de la superficie forestal y el desplazamiento
de la frontera agrícola, son pruebas del cambio que viene causándose en los
procesos químicos de los organismos que habitan el Planeta, afectando su
metabolismo. A esto se suma la cría de animales
en lugares de encierro, totalmente hacinados, buscando un crecimiento vertiginoso
para ser vendidos más rápido,
generalmente con una alimentación basada en
transgénicos. Todo esto llega hasta nuestra cocina y forma parte de
nuestros modos diarios de consumo, como aquellos productos ultraprocesados que
han proliferado, sosteniéndose casi como la única alternativa.
Las soluciones frente al dengue, otro de los problemas
con los que nos encontramos hoy en nuestro país, son las que presenta el
mercado, es decir, el riego de insecticidas.
En todo esto hay
llantos que no son escuchados porque no están dentro de la agenda diaria de
noticias, pero que resuenan una y otra
vez si uno piensa en los niños que viven de zonas rurales y han sido alcanzados por los daños del uso excesivo de los agrotóxicos. En ellos,
en sus familias y en la proliferación de enfermedades como el cáncer que afecta
a diferentes zonas urbanas o suburbanas,
quizás podemos ver los devastadores resultados
de un modelo de producción global que descansa sobre el deterioro de
nuestra salud.
Aquí lo que se pone en juego no es solamente la vida humana, es también este
enorme y ambulante Planeta que mantiene
activas a muchas especies, a contrapelo de una mano no tan milenaria, pero con
ganas de sentar sobre su antropocentrismo el poder y dominio de aquello que no
puede quejársele, porque sus gritos no son oídos, solo asoman en las
catástrofes.
Lo que muestra que los recursos continentales, útiles para la vida, se van perdiendo, porque a las
multinacionales productoras de agroquímicos y biotecnología no
les interesa resguardar la tierra ni los organismos existentes, sino ampliar la
ganancia económica.
La geopolítica impuesta por el invasor de Abya Yala nos
ha hecho pensar que trabajar la tierra es someterla a nuestras necesidades. Las
culturas de los pueblos originarios tenían la particularidad de agradecer por
los alimentos que obtenían de este suelo atávico, su forma de valerse de la
tierra era más amigable porque sabían que ella mantenía su sabia para auxiliar
a los que la recorremos.
En cambio, la maquinaria empresarial capitalista
convierte en masivas ciertas formas de cultivo, producción y venta de semillas
bajo normas que le permitan seguir perpetuándose como sistema. Por eso, al igual
que las creencias religiosas, cuyo mayor objetivo es conseguir adeptos que
adhieran a sus dogmas, aún a costa de no dudar, las grandes compañías crean una
plataforma publicitaria que intenta convencer, asociándose a la ciencia, fuente
de conocimiento que genera credibilidad y garantiza la fidelidad de los
enunciados. Si bien muchos académicos han sido cuestionados, los saberes que
devienen del claustro siguen siendo considerados rigurosos y verídicos. En este
sentido cualquier práctica ancestral de trabajo agrícola puede considerarse
precaria y poco solvente.
El desequilibrio
ecológico y su relación directa con los Derechos Humanos no es fuente de
análisis. No obstante, para explotar los recursos que ofrece la Naturaleza, es
necesario tomar conciencia de sus consecuencias para la propia raza humana y también
lo que provoca a la biodiversidad, la que existe sin tener poder de elección
frente al maremoto mercantilista que circula solo pensando en el dinero.
Es escalofriante ver las
superficies de bosques, montes nativos que son arrasados para generar allí
espacio para la agricultura, sin contar la cantidad de vida humana o animal que
sufre las vicisitudes del cambio de esa arquitectura privilegiada que los rodea,
llena de verdes y con presencias vivas.
Un entorno donde las lluvias pueden ser
fuente de disturbio, o tal vez la mejor fiesta.
Históricamente los mapuches
entierran la placenta del recién nacido y luego plantan allí un árbol, estas
prácticas culturales, no solo hablan de la perspectiva de estas comunidades en
relación al ambiente, sino además del
respeto y unidad que muestran con la trama natural.
La placenta ha sido apoyo del bebe durante varios meses,
por eso es raíz de su origen y fuente de protección, como lo es la Naturaleza,
que nunca desprende su cordón umbilical de nosotros, envuelta acaso en la gran sabiduría
del silencio.
Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos
Foto: Nicolás García Sáez