sábado, 18 de abril de 2020

La lluvia y la fiesta


¿De qué forma residíamos antes del Covid 19 en este gran hogar  milenario? ¿Es lógico que nos asuste tanto una enfermedad, cuándo vivimos morando con el riesgo?

Existe desde hace tiempo un modelo de desarrollo productivo apoyado en la explotación extensiva de los territorios y sus recursos  naturales que genera contaminación de diversa índole, distribuyéndose tanto en el suelo que pisamos, como en el aire que nos sirve para respirar o el agua, que es una de las principales fuentes de subsistencia para cualquier ser vivo.



 La presencia de  agroquímicos, plásticos, gases tóxicos, como la  pérdida de la superficie forestal y el desplazamiento de la frontera agrícola, son pruebas del cambio que viene causándose en los procesos químicos de los organismos que habitan el Planeta, afectando su metabolismo. A esto se suma la cría de animales  en lugares de encierro, totalmente hacinados, buscando un crecimiento vertiginoso  para ser vendidos más rápido, generalmente con una alimentación basada en  transgénicos. Todo esto llega hasta nuestra cocina y forma parte de nuestros modos diarios de consumo, como aquellos productos ultraprocesados que han proliferado, sosteniéndose casi como la única alternativa.

Las soluciones frente al dengue, otro de los problemas con los que nos encontramos hoy en nuestro país, son las que presenta el mercado, es decir, el riego de insecticidas.
En todo esto hay llantos que no son escuchados porque no están dentro de la agenda diaria de noticias, pero que  resuenan una y otra vez si uno piensa en los niños que viven de zonas rurales y han sido alcanzados por los daños del uso excesivo de los agrotóxicos. En ellos, en sus familias y en la proliferación de enfermedades como el cáncer que afecta a  diferentes zonas urbanas o suburbanas, quizás podemos ver los devastadores resultados  de un modelo de producción global que descansa sobre el deterioro de nuestra salud.
Aquí lo que se pone en juego no es solamente la vida humana, es también este enorme y ambulante Planeta que  mantiene activas a muchas especies, a contrapelo de una mano no tan milenaria, pero con ganas de sentar sobre su antropocentrismo el poder y dominio de aquello que no puede quejársele, porque sus gritos no son oídos, solo asoman en las catástrofes.
Lo que muestra que los recursos continentales, útiles  para la vida, se van perdiendo, porque a las multinacionales productoras  de agroquímicos y biotecnología no les interesa resguardar la tierra ni los organismos existentes, sino ampliar la ganancia económica.
La geopolítica impuesta por el invasor de Abya Yala nos ha hecho pensar que trabajar la tierra es someterla a nuestras necesidades. Las culturas de los pueblos originarios tenían la particularidad de agradecer por los alimentos que obtenían de este suelo atávico, su forma de valerse de la tierra era más amigable porque sabían que ella mantenía su sabia para auxiliar a los que la recorremos.
En cambio, la maquinaria empresarial capitalista convierte en masivas ciertas formas de cultivo, producción y venta de semillas bajo normas que le permitan seguir perpetuándose como sistema. Por eso, al igual que las creencias religiosas, cuyo mayor objetivo es conseguir adeptos que adhieran a sus dogmas, aún a costa de no dudar, las grandes compañías crean una plataforma publicitaria que intenta convencer, asociándose a la ciencia, fuente de conocimiento que genera credibilidad y garantiza la fidelidad de los enunciados. Si bien muchos académicos han sido cuestionados, los saberes que devienen del claustro siguen siendo considerados rigurosos y verídicos. En este sentido cualquier práctica ancestral de trabajo agrícola puede considerarse precaria y poco solvente.
El desequilibrio ecológico y su relación directa con los Derechos Humanos no es fuente de análisis. No obstante, para explotar los recursos que ofrece la Naturaleza, es necesario tomar conciencia de sus consecuencias para la propia raza humana y también lo que provoca a la biodiversidad, la que existe sin tener poder de elección frente al maremoto mercantilista que circula solo pensando en el dinero.
Es escalofriante ver las superficies de bosques, montes nativos que son arrasados para generar allí espacio para la agricultura, sin contar la cantidad de vida humana o animal que sufre las vicisitudes del cambio de esa arquitectura privilegiada que los rodea, llena de  verdes y con presencias vivas. Un entorno donde las lluvias pueden ser  fuente de disturbio, o tal vez la mejor fiesta.
Históricamente los mapuches entierran la placenta del recién nacido y luego plantan allí un árbol, estas prácticas culturales, no solo hablan de la perspectiva de estas comunidades en relación al ambiente, sino además  del respeto y unidad que muestran con la trama natural.
La placenta ha sido apoyo del bebe durante varios meses, por eso es raíz de su origen y fuente de protección, como lo es la Naturaleza, que nunca desprende su cordón umbilical de nosotros, envuelta acaso en la gran sabiduría del silencio.

                                                                                                           Olga Barzola

Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos

Foto: Nicolás García Sáez