lunes, 13 de abril de 2020

Sin fiesta ni rey



PEQUEÑO MANIFIESTO EN TIEMPOS DE PANDEMIA

En nombre del Colectivo Malgré Tout (“A pesar de todo”) proponemos este breve Manifiesto, con cinco puntos de reflexión e hipótesis prácticas, para compartir con todos aquellos y aquellas interesados. Esperamos que sea una contribución útil al pensamiento y a la acción en medio de la oscuridad de la complejidad.

1. El retorno del cuerpo

En los últimos cuarenta años,  hemos asistido al triunfo y al dominio absoluto del sistema neoliberal en cada rincón del planeta. Entre las diversas tendencias que atraviesan este tipo de sistema, hay una en particular que pareciera constituir la forma mentis de la época: la que considera a los cuerpos como un ruido de fondo del sistema. Los cuerpos reales son ‘pesados’, y demasiado opacos, deseantes y vitales, y por eso mismo, escapan a las lógicas lineales previsibles. Desde siempre, el objetivo perseguido por las políticas y las proprias prácticas neoliberales consisten en volver a desterritorializar esos cuerpos. Volverlos indeterminados, una materia prima manipulable, un ‘capital humano’ utilizable según lo precisen los circuitos del mercado. Se les exige que sean disciplinados, movidos sin criterio, flexibles, deben estar siempre listos para poder adaptarse (esa frase, adaptarse, es el letimotiv de nuestra época) a las necesidades determinadas por la estructura macro-económica. En su abstracción extrema, los cuerpos de los indocumentados, de los desempleados, de los que no son “como se debe”, de los ahogados en el Mediterráneo o los de los centros de detención, sólo son números: indiferenciados, sin valor, sin coroporeidad y por ello, sin humanidad.

En el ámbito científico-técnico esta tendencia aparece bajo el paraguas de “todo es posible” y niegan que haya límites biológicos o culturales al deseo patológico de desregulación orgánica. Se trata de avanzar en mecanismos que aumenten lo vivo, la posibilidad de vivir mil años ¡devenir inmortales! No es otra cosa que la voluntad de producir una vida post-orgánica en la que puedan dejarse atrás las molestias de los cuerpos, por naturaleza demasiado imperfectos y frágiles. La aceleración catastrófica del Antropoceno en estos últimos treinta años dan testimonio de los efectos funestos de este “todo es posible” tecnicista, que no solo ignora sino que arrasa con las  singularidades profundas de los procesos orgánicos.

Es en este mundo, convencido de poder arrasar con los límites propios de lo viviente, que ha surgido la pandemia. De una forma catastrófica y bajo los efectos de la amenaza, súbitamente tomamos conciencia de que los cuerpos están de regreso.Y de un día para otro son el primerísimo sujeto de la situación, y de las políticas que se llevan a cabo. Los cuerpos hacen que los recordemos, y en ese regreso pareciera abrirse una nueva ventana a través de la cual podemos entrever múltiples posibilidades de acción.

En primer lugar, nos permiten constatar que el poder puede, cuando quiere, desplegar las políticas necesarias para la protección y la salvaguarda de la vida. ¡El Rey está desnudo! En medio de su estupor, los líderes de las finanzas mundiales han comprendido que la economía, su monstruo sagrado, finalmente no podía prescindir de esclavos vivos para funcionar.

Tras haber intentado persuadirnos de que la única “realidad” seria en el mundo era la determinada por las exigencias económicas, los gobernantes de (casi) todo el planeta demostraron que es posible actuar de otro modo, incluso si fuera necesario un quiebre de la economía mundial.

Es como una confesión de parte de quienes categóricamente venían sosteniendo que todas las políticas (sociales, ambientales, sanitarias…) debían forzosamente acompasarse con el “realismo económico”, erigido en un dios totalitario al cual era imposible desobedecer.

Sin embargo, una ficción no debe suceder a otra. En este sentido, a la ficción neoliberal que afirma que una sociedad está compuesta de individuos serializados y autónomos, se la sustituyó en estos días por otra ficción, que se resume en la noble frase de que “todos estamos en el mismo barco”.

Lejos de criticar esta invitación a la solidaridad, sería un error creer que el carácter colectivo de la amenaza (el virus) puede por arte de magia eliminar las disparidades entre los cuerpos. La clase social, el género, la dominación económica, la violencia militar o la opresión patriarcal son varias de las realidades que sitúan nuestros cuerpos de manera diferente. Por lo tanto, no nos dejemos llevar por este romanticismo de confinamiento que pretende, al son del clarín, hacernos olvidar estas diferencias.


2.  La emergencia de una imagen compartida

Todos vivimos bajo la sombra de una amenaza mayúscula y generalizada: la de una desregulación ecológica global con efectos masivos, esto es: calentamiento climático, destrucción de la biodiversidad, contaminación del aire y de los océanos, agotamiento de los recursos naturales, que abarcan al conjunto de lo viviente y de las sociedades humanas. Sin duda hoy hay una mayoría de personas que están afectadas por ello y perciben (en el sentido neurofisiológico) esta realidad.

Ocurre que para la mayor parte del planeta, esto transcurre como si la catástrofe, anunciada no para mañana sino para hoy, no hubiera estado identificada como algo concreto e inmediato, sino que estuviera en un plano difuso y no vivido directamente. Estaríamos, digamos, inmersos en la amenaza. Esa es nuestra atmósfera, y, en consecuencia, no llegamos a producir un conocimiento de las causas que nos permita formarnos una imagen concreta del peligro que desencadenan nuestras acciones. A diario recibimos noticias del desastre, pero la información esa, en vez de provocarnos una acción, nos lleva a la impotencia y a sufrir. ¿Quién, entonces, está actuando realmente en este contexto? A nuestro entender, los que participan en la investigación de las causas: las víctimas, los científicos, los que lanzan la voz de alerta…Dicho de otro modo, quienes están involucrados en poner a la vista una representación clara del objeto. Ante las amenazas conscientes pero vistas como abstracciones, quedamos paralizados por la angustia. Y a la inversa, ante una causa identificada, sentimos miedo. Ese miedo, al contrario de la  angustia sin causa, nos empuja a la acción.

Para comprender mejor este punto, es útil referirse a la distinción propuesta por el filósofo alemán Leibniz, y retomada por la neurofisiología, entre percepción y apercepción. El ser humano al igual que el conjunto de los organismos vivos, está en constante interacción material con el ambiente. La percepción es la que registra este primer nivel, constituido por el conjunto de acoplamientos perceptivos que el organismo establece con su entorno físico-químico, y energético.

Para ilustrar este mecanismo, Leibniz da el ejemplo de cómo apercibimos el ruido de una ola. Explica que tenemos una percepción infinitesimal de millones de gotitas de agua que afectan el nervio auditivo sin que podamos apercibir el ruido de cada una de las gotas de agua. Solo en un segundo nivel, en la dimensión de los cuerpos organizados, podemos construir la imagen sonora de una ola. Esto significa que solo una pequeña parte de lo que percibimos del sustrato material deviene una apercepción, para luego participar en los fenómenos de la conciencia.

El punto central es, entonces, comprender cuándo y por qué emerge una apercepción. Esta, en un principio, está determinada por el organismo que la apercibe: un mamífero y un insecto evidentemente no producirán la misma imagen aperceptiva que una ola. En el caso de los animales sociales y en particular los humanos, la apercepción está también condicionada por la cultura y por los instrumentos técnicos con los que éstos interactúan. Al contrario de lo que sucede con ciertos mamíferos, los humanos no aperciben las frecuencias sonoras sin articular su sistema aperceptivo con máquinas que les permiten hacer emerger una nueva dimensión aperceptiva. Por otro lado, si el nivel aperceptivo participa en la singularidad que refiere a la unidad orgánica, no hay razón para considerarla como propia de un individuo o el resultado de una subjetividad individual. Una singularidad puede estar compuesta por un grupo de individuos, e incluso de naturaleza muy diversa (animal, vegetal y hasta un ecosistema) que participa en la producción de una superficie aperceptiva común. Lejos de ser un ‘super-organismo’ que existiría en sí, esta dimensión existe de forma distributiva entre los cuerpos que son capturados por ella, y es así que cada cuerpo individual resulta afectado. Los cuerpos participan en la creación de esta dimensión aperceptiva común, la que a su vez influencia y estructura los cuerpos. Cotidianamente, esta dimensión se manifiesta bajo la forma de lo que por costumbre llamamos ‘sentido común’, que actúa socialmente como una instancia concreta de sentido compartido.

Estamos asistiendo a un acontecimiento histórico e inédito: por primera vez toda la humanidad produce una imagen de la amenaza. Esta imagen no se reduce a un conocimiento científico de los hechos que condujeron a la aparición del virus. Lo que está profundamente en juego es la emergencia de una experiencia compartida de la fragilidad de los sistemas ecológicos, que hasta ahora habían negado y que fueron arrasados por los intereses macro-económicos del neoliberalismo.

La particularidad de esta apercepción común se debe al marco en el que emerge. Paradójicamente, no es el peligro intrínseco de la pandemia el que la impulsa, sino más bien el dispositivo disciplinario que la acompaña. Y es este dispositivo el que nos instala en una nueva dimensión.

No podemos comprender lo que ocurre si evaluamos el tema desde su dimensión sanitaria. Este es el escollo que lleva a que algunos se lancen a hacer peligrosos cálculos macabros para responder al carácter inédito de la crisis, y compararla con otros flagelos. Ante esta nueva situación, nosotros vemos emerger dos interpretaciones opuestas:
Por un lado quienes sostienen que se trata de un hecho muy grave para el que hay que encontrar una solución, entendiendo por solución una vacuna o un medicamento. Al entender la crisis desde esta perspectiva, obviamente no se cuestiona el paradigma de pensamiento y de actuar  dominante.
Del otro lado, hay otra interpretación a la que adherimos e intentamos contribuir, que consiste en ver en esta ruptura un hecho concreto que pone en cuestión de forma irreversible la ideología productivista y hasta la hegemonía. El coronavirus, para nosotros, es el nombre de este punto crítico que marca al mismo tiempo -al menos eso esperamos -, un punto de no retorno a partir del cual nuestra relación con el mundo, y el lugar del ser humano dentro de los ecosistemas, debe ser profundamente puesto en debate.


3. Una experiencia del común

En el horror que estamos viviendo, si hacemos el esfuerzo de no renunciar a pensar, comprobaremos que hay una sola cosa que podemos experimentar positivamente en esta crisis: la realidad de los lazos que nos constituyen. Pero esto también hay que preservarlo de una mirada inocente. No somos todos iguales frente a nuestra interioridad. Y dado que el frenesí de la vida cotidiana no permite auto-evitarnos, algunos de nosotros nos damos cuenta del hecho de tener una pésima relación consigo mismo, y con el entorno inmediato. En un circuito cerrado, el verdadero infierno, a menudo, es uno mismo. Un odio de sí que termina por transformarse en un infierno para los demás.

En nuestra vida de confinamiento, tomamos conciencia de que somos seres territorializados, incapaces de vivir exclusivamente de manera virtual, dejando a un costado cualquier elemento de la corporeidad. Millones de individuos experimentan en sus cuerpos que la vida no es una cosa estrictamente personal. Las tan mentadas virtudes del mundo de la comunicación y de sus instrumentos muestran en plenitud su impotencia para hacernos salir de nuestro aislamiento. En el mejor de los casos, nos entretienen con la ilusión de reunir a los separados, como separados.

En medio de la crisis, de algo tenemos certeza: nadie se salva solo. Lo que están experimentando nuestros contemporáneos, para bien o para mal, es la fragilidad de los lazos que nos constituyen y que nos obligan a ir más allá de las ilusiones del individuo autónomo y serializado. O sea, que estamos entendiendo que no se trata de ser fuertes o débiles, loosers winners, sino que existimos, todas y todos, en la forma de esta fragilidad que nos permite sentir y probar nuestra pertenencia al común. Nuestra vida individual y la vida social son dos lados de una misma moneda. Obligados al aislamiento, nos damos cuenta de estar atravesados por múltiples lazos y de no corresponder de modo alguno al diseño thatcheriano según el cual “la sociedad no existe. Todo lo que existe son individuos”.

En realidad, lo que nos permite actuar en esta situación es el propio deseo del común, el deseo de la vida, no la amenaza. En este movimiento de la balanza, nuestros puntos de vista habituales se invierten: no se trata todo de mí y de mi vida individual. Lo que cuenta en este momento, es en qué está inserta la vida, ese tejido a través del cual adquiere su sentido. En este momento en que los lazos se reducen a la pura virtualidad comunicacional, nos parece crucial pensar los límites de esta abstracción. Pensar en lo que no es posible experimentar vía Skype ni por ninguna red social. En síntesis, cuál es, en el fondo, la singularidad propia de nuestros cuerpos, y de sus experiencias.

4. Contra el biopoder

La ventana que se ha abierto, sin embargo, no apunta solo hacia nuevas posibilidades de actuar de manera positiva. La experiencia que estamos viviendo ofrece al biopoder en acción un ejemplo sin precedentes: asistimos a la posibilidad de disciplinar países enteros, continentes enteros, y a la vez mostrando, con mucha frecuencia, el propio deseo de las personas de hacerse disciplinar cuando le agitan la bandera de la supervivencia.

Reconocemos que tiene algo de tragicómico constatar que la geolocalización de los individuos supone que éstos no registran la idea espantosa y perversa que es dejar su smartphone en la mesa de luz. La servidumbre voluntaria es mayúscula cuando la pulsera electrónica que se coloca a un preso deviene en un teléfono móvil comprado con total cariño. Esta experiencia inédita de control social podría servir, entonces, para ser repetida. Imaginamos que a futuro, no será difícil encontrar nuevas amenazas o nuevas emergencias para justificar semejantes  prácticas de control.

En este contexto, la cuestión de si estamos o no en guerra contra el virus no es un asunto meramente retórico. En primer lugar porque tiene implicancias jurídicas concretas, y luego porque nos señala el modo en que esta crisis puede dar lugar a prácticas autoritarias perdurables. No estamos en guerra. Esa visión viril y conquistadora es parte del problema. Sufrimos las consecuencias de un régimen económico y social aberrante y mortífero. Seamos cautelosos con estos discursos marciales y donde baten los tambores que siempre preceden a convocar a sacrificios al pueblo. Nuestro objetivo no es ganar una batalla sino asumir la fragilidad del mundo y un cambio radical en la manera de habitarlo.

De otro modo, una vez que la pandemia termine, el poder no dudará -con todos sus énfasis de mariscal victorioso - en enrolar a la población detrás de la causa patriótica y económica. Y nos dirá que ahora no es el momento de pensar o de protestar a favor de los grandes cambios socio-estructurales (sin ir más lejos, una mejora de los sistemas públicos de salud). Cualquier demanda de justicia social pasará por una traición a la patria porque estaremos en el momento de abocarnos a la tarea sagrada: reencaminar la economía y el crecimiento.

La historia oficial nos dirá, primero, que hemos vencido, enfrentado y vencido un accidente desgraciado e imprevisible. Nos explicará, a continuación, que hay que redoblar los esfuerzos para vencer la resistencia de la naturaleza a todo el poderío humano. O sea que, de forma irresponsable llamarán ‘accidente’ imprevisible a lo que en realidad los biólogos y epidemiólogos vienen anticipando hace 25 años. Entre los múltiples vectores que están en el origen de enfermedades emergentes y re-emergentes, sabemos que la destrucción de los mecanismos de regulación metabólica de los ecosistemas, notablemente ligada a la deforestación , juega un rol fundamental. Además, la urbanización salvaje y la presión constante de las actividades humanas sobre los entornos naturales favorecen situaciones de promiscuidad inédita entre las especies.

Sea cual fuere la reacción de los gobernantes, una cosa es segura: hay una nueva dimensión aperceptiva, o sea, una nueva imagen del desastre ecológico que está a la vista y se ha incorporado al sentido común. El dispositivo según el cual el humano era el sujeto que debía erigirse en el dominador y propietario de la naturaleza se muestra en su rostro más pesadillesco.


5. Pensar y actuar en la situación actual

Como escribió Proust, “los hechos nunca penetran el mundo donde viven nuestras creencias”. No existen los hechos ‘neutros’ que expresan un significado en sí. Todo hecho existe solo en un conjunto interpretativo que le da un sentido y una validez.

La ciencia se ocupa de los hechos, pero al mismo tiempo construye su propria narrativa, su interpretación. Al contrario de lo que pretende el cientificismo, la actividad científica no consiste en producir simples agregaciones de hechos desnudos. La narración que afirma que la ciencia ordena los hechos surge de una interacción con las otras dimensiones que son, entre otras, el arte, las luchas sociales, el imaginario afectivo, y, más globalmente, la experiencia vivida. Diversas dimensiones que participan de la producción del sentido común.

Frente a la complejidad del mundo, la tentación reaccionaria nos invita a delegar nuestra potencia de acción en los tecnócratas, cuando no directamente en las máquinas algorítmicas. En esta visión oligárquica, los que saben son los científicos y los políticos, y el pueblo obedece. Pero hay una relación conflictiva mucho más profunda entre el pensamiento crítico y el sentido común a la que no podemos oponernos. El rol del pensamiento estructurado no es el de ordenar y disciplinar el sentido común, sino más bien agregar dimensiones de significación que puedan luego convertirse en mayoritarias y hegemónicas. Por eso mismo es que cualquier proyecto emancipador, lejos de representar la revelación de una escena oculta de la verdad es siempre la creación libre de una nueva subjetividad.

Esa fantasía de proyectar la gran celebración que sobrevendrá al día de la liberación implica, en su entendible inocencia, olvidar los procesos que nos han conducido a la actual situación; y por tanto esos procesos no se van a retirar como un ejército derrotado. Los elementos continuarán sirviéndonos de diversas maneras. Es necesario que esta crisis no se termine con los aliviadores aplausos de una guerra ganada. Este acontecimiento histórico abre la puerta a la apercepción común de los lazos de fragilidad que constituyen nuestro mundo.

No sabemos lo que nos espera y no tenemos la mínima pretensión de predecirlo. Sí sabemos que las fuerzas reaccionarias de todo el planeta estarán listas para aprovecharse del aturdimiento en el que todavía estaremos inmersos. Por eso, estando en el corazón mismo de esta situación oscura y amenazante, debemos asumir esta realidad no esperando ‘que pase’, sino preparando desde ahora las condiciones y los lazos que nos permitan resistir la avanzada del biopoder y del control.

Esta situación de crisis no debe conducir a un aumento de la delegación de nuestra responsabilidad. Seguramente hemos visto que ‘los grandes del mundo’ (esos enanos morales) nos hablan de guerra, pretenden otra vez hacer de nosotros recursos humanos, carne de cañón.

Solo una clara oposición al mundo neoliberal de las finanzas y de la pura ganancia, solo una reivindicación de los cuerpos reales no sometidos a la pura virtualidad del mundo algorítmico, pueden ser hoy nuestros objetivos.

Como en toda situación compleja, debemos cohabitar con un no-saber estructural, que no es ignorancia, sino una exigencia para el desarrollo de todo conocimiento.

No se trata de pensar el día después viviendo el presente como un simple paréntesis. Nuestra vida se despliega hoy. Y por eso este pequeño Manifiesto es un llamado a aquellas y aquellos que buscan imaginar, pensar y actuar en y por nuestro presente.

Contacto: collectifmalgretout.net

Por el «Collectif Malgré Tout» Francia: Miguel Benasayag, Bastien Cany, Angélique del Rey, Teodoro Cohen, Maeva Musso, Maud Rivière.
Por el «Collettivo Malgrado Tutto» Italia: Roberta Padovano y Mary Nicotra