sábado, 11 de septiembre de 2021

La cama

La cama, aquí, sin vos, es cualquier cosa, menos cama. Es cama, sí, pero no le creo. A simple vista lo parece, pero no. Son mil los días de tenerte como lado, con sus noches, sus enojos y sus ¡vamos a arrancar de nuevo!, a darnos algo, a recibir el vuelto.

No me pidas que me duerma, que no puedo. Ni que pare de dar vueltas al tablero; quiero adivinar la próxima jugada, saber a qué atenerme, porque el tablero es, además de juego, adivinanza, de eso juega él. Que el trabajo, que el descanso, que mañana… que este instante, que esta cama, que tan lejos… que todo tiene de su parte y contraparte y riesgo.

Exudo el malhumor de los imberbes, que desesperan por crecer y conocerte, para dejarte boquiabierta a semen, espasmos, vigores espartanos, por capacidad torácica, erecciones, por el ritmo febril  y caudaloso, que a la tercera cansa, y a la cuarta aburre, y, a la quinta, desengaña. Pero no lo saben, el margen lo das tú. Yo lo ignoraba, siendo joven/cama. Ni eso, ni lo uno, ni lo otro, hacían mella en mí, pero… ¿y esto, a lo que llaman “cama”?, ¿con qué pan, que no seas vos o vos, se come? Más de uno murió así o enfermó así, de frío y con presagio de adeudarte el resto.

 Esta cosa inerte - que no es la cama triste del que se muere en ella, como Don Quijote-, es una patética, grotesca, usada, cama de dormir. No de "licencia"; no, de "la descongelo y bebo"; no de "la rodeo de ratones, trampa y quesos hasta la saciedad y, luego, siento"; no, esa de "le susurro, hasta nombrar eso, que le sabe a conocido", hasta arrancarle del cansancio un nuevo aliento. Ni siquiera esa cama de "la acaricio entera, toda, y me la llevo de la mano al sueño, hasta que de mí también se nuble, y, su memoria, me mantenga vivo hasta mañana; y no tener que explicarle que ayer fui yo el que, con estos dedos, le escribió una canción de cuna-cama para viajar rumbo a la nada juntos". Yo...desvelo. O khallium-phosphoricum, en dosis para adultos, muy adultos, o ser insomnio, una vez más, la noche entera. A esta cama, si no estás, no me decido a darme. Le falta el fundamento de ser cama.

No tiene autoridad visible, aunque obedece al espécimen, con patas y un colchón, con sábanas y almohadas y hasta dejándome sitio de buscar, a tientas, lo que no hay, fingiendo como cama, como finge la profesional del embeleso, o el cocodrilo al sonreír a cámara.

Entrecejo fruncido, dientes apretados. Me rueca el pensamiento y no se agota el hilo. Y no amanece nunca, simula, pero nada. Cierro los dos ojos. Uno se me abre. Ahora, el otro. Necesito nombrarte hasta que te hundas en mi centro más alegre, de rodillas, y tus muslos y tus pechos y tu pelo y tus labios entreabiertos y el sueño que no abunda y la imaginación que no me basta porque te vi, toqué, te tuve como quise y pude, mil y una veces, cuando pude y quise, casi, casi, como a pocas pude, como a nadie quise.

Y no amanece, no despierta el sol por no encenderse, por no andar él dando vueltas como un trompo -bruta alegoría-, gracias a su traslación centrífuga y centrípeta -harto conocida hasta en la Biblia- o eso me enseñaron, o algo así, que no me queda claro, en el Colegio San Miguel, los curas, o  porque vaya a saber ¿qué?, y qué sé yo. O mejor dicho: yo que sé. Perdí los documentos. Y me fui. Y aún así -y si así lo fuera-, la memoria, que me ocupa más espacio que el  Alzheimer, brota y dice: -A ésta cama pudo fabricarla un asesino, un mal parido, o Satanás. O un carpintero frágil -un Gepetto, digo-, o un dueño de sus dientes, de sus cuotas, de sus nadas. Y da igual. Pero, mientras vos estés en ella, es indistinto quién la hizo, ni por qué, ni para qué. El “para quién”, lo absuelve, y la convierte en una cama harto elocuente. Necesaria. Esta cama bien tendida, bien tensada, no me llama.  Como no me llama el vino, ni la noche, ni la Sony, ni la Metro, ni el Sudoku, ni los crucigramas, ni los cantos de sirenas, nena, nada.

Una cama sin vos –ésta, por ejemplo-, carece del salvaje territorio de lo humano;  de sus pliegues, de su humedad primaria, dedos, lenguas, manos, babas, rebalsa de espejismos,  me niega manantiales. No mata y resucita como una cama nuestra. Duerme, horizontalmente plano al pasajero que ha pagado, y lo despierta, porque aburre tanto limbo almidonado, casi cielo, quieto, blancamente amortajado, ileso.

Sexo arriba, sexo abajo: nada, ni entretenimiento -palabra que detesto, pero que, con vos, en cualquier cama, me llama hasta los límites del beso, que es el pan de cada noche que alimenta el sueño, los laureles, los gritos y silencios del afuera y de todos los putísimos adentros. Esta cama no es. Es esa otra, que no está más. Que casi es un recuerdo muerto de jactancia. Un nunca y un jamás. Un nunca para siempre y un jamás que duele, aquí y acá, y allá y por ahí y en cualquier lado. Mil días de saberte para mí y a mi costado. Tendría que haberme aprovechado más.

 

 Texto (inédito): Miguel Ángel Solá

 Foto (inédita): Nicolás García Sáez

 Desde Madrid, Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos