La cama,
aquí, sin vos, es cualquier cosa, menos cama. Es cama, sí, pero no le creo. A
simple vista lo parece, pero no. Son mil los días de tenerte como lado, con sus
noches, sus enojos y sus ¡vamos a arrancar de nuevo!, a darnos algo, a recibir
el vuelto.
No me pidas
que me duerma, que no puedo. Ni que pare de dar vueltas al tablero; quiero
adivinar la próxima jugada, saber a qué atenerme, porque el tablero es, además
de juego, adivinanza, de eso juega él. Que el trabajo, que el descanso, que
mañana… que este instante, que esta cama, que tan lejos… que todo tiene de su
parte y contraparte y riesgo.
Exudo el
malhumor de los imberbes, que desesperan por crecer y conocerte, para dejarte
boquiabierta a semen, espasmos, vigores espartanos, por capacidad torácica,
erecciones, por el ritmo febril y caudaloso, que a la tercera cansa, y a
la cuarta aburre, y, a la quinta, desengaña. Pero no lo saben, el margen lo das
tú. Yo lo ignoraba, siendo joven/cama. Ni eso, ni lo uno, ni lo otro, hacían
mella en mí, pero… ¿y esto, a lo que llaman “cama”?, ¿con qué pan, que no seas
vos o vos, se come? Más de uno murió así o enfermó así, de frío y con presagio
de adeudarte el resto.
Esta cosa inerte - que no es la cama triste
del que se muere en ella, como Don Quijote-, es una patética, grotesca, usada,
cama de dormir. No de "licencia"; no, de "la descongelo y
bebo"; no de "la rodeo de ratones, trampa y quesos hasta la saciedad
y, luego, siento"; no, esa de "le susurro, hasta nombrar eso, que le
sabe a conocido", hasta arrancarle del cansancio un nuevo aliento. Ni
siquiera esa cama de "la acaricio entera, toda, y me la llevo de la mano
al sueño, hasta que de mí también se nuble, y, su memoria, me mantenga vivo
hasta mañana; y no tener que explicarle que ayer fui yo el que, con estos dedos,
le escribió una canción de cuna-cama para viajar rumbo a la nada juntos".
Yo...desvelo. O khallium-phosphoricum, en dosis para adultos, muy adultos,
o ser insomnio, una vez más, la noche entera. A esta cama, si no estás, no me
decido a darme. Le falta el fundamento de ser cama.
No tiene
autoridad visible, aunque obedece al espécimen, con patas y un colchón, con
sábanas y almohadas y hasta dejándome sitio de buscar, a tientas, lo que no
hay, fingiendo como cama, como finge la profesional del embeleso, o el
cocodrilo al sonreír a cámara.
Entrecejo
fruncido, dientes apretados. Me rueca el pensamiento y no se agota el hilo. Y
no amanece nunca, simula, pero nada. Cierro los dos ojos. Uno se me abre.
Ahora, el otro. Necesito nombrarte hasta que te hundas en mi centro más alegre,
de rodillas, y tus muslos y tus pechos y tu pelo y tus labios entreabiertos y
el sueño que no abunda y la imaginación que no me basta porque te vi, toqué, te
tuve como quise y pude, mil y una veces, cuando pude y quise, casi, casi, como
a pocas pude, como a nadie quise.
Y no amanece,
no despierta el sol por no encenderse, por no andar él dando vueltas como un
trompo -bruta alegoría-, gracias a su traslación centrífuga y centrípeta -harto
conocida hasta en la Biblia- o eso me enseñaron, o algo así, que no me queda
claro, en el Colegio San Miguel, los curas, o porque vaya a saber ¿qué?,
y qué sé yo. O mejor dicho: yo que sé. Perdí los documentos. Y me fui. Y aún
así -y si así lo fuera-, la memoria, que me ocupa más espacio que el
Alzheimer, brota y dice: -A ésta cama pudo fabricarla un asesino, un mal
parido, o Satanás. O un carpintero frágil -un Gepetto, digo-, o un dueño de sus
dientes, de sus cuotas, de sus nadas. Y da igual. Pero, mientras vos estés en
ella, es indistinto quién la hizo, ni por qué, ni para qué. El “para quién”, lo
absuelve, y la convierte en una cama harto elocuente. Necesaria. Esta cama bien
tendida, bien tensada, no me llama. Como no me llama el vino, ni la
noche, ni la Sony, ni la Metro, ni el Sudoku, ni los crucigramas, ni los cantos
de sirenas, nena, nada.
Una cama sin
vos –ésta, por ejemplo-, carece del salvaje territorio de lo humano; de sus
pliegues, de su humedad primaria, dedos, lenguas, manos, babas, rebalsa de
espejismos, me niega manantiales. No mata y resucita como una cama
nuestra. Duerme, horizontalmente plano al pasajero que ha pagado, y lo
despierta, porque aburre tanto limbo almidonado, casi cielo, quieto,
blancamente amortajado, ileso.
Sexo arriba,
sexo abajo: nada, ni entretenimiento -palabra que detesto, pero que, con vos,
en cualquier cama, me llama hasta los límites del beso, que es el pan de cada
noche que alimenta el sueño, los laureles, los gritos y silencios del afuera y
de todos los putísimos adentros. Esta cama no es. Es esa otra, que no está más.
Que casi es un recuerdo muerto de jactancia. Un nunca y un jamás. Un nunca para
siempre y un jamás que duele, aquí y acá, y allá y por ahí y en cualquier lado.
Mil días de saberte para mí y a mi costado. Tendría que haberme aprovechado
más.
Texto (inédito): Miguel Ángel Solá
Foto (inédita): Nicolás García Sáez
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