PEQUEÑO MANIFIESTO EN TIEMPOS DE PANDEMIA
En nombre del Colectivo
Malgré Tout (“A pesar de todo”) proponemos este breve Manifiesto, con cinco
puntos de reflexión e hipótesis prácticas, para compartir con todos aquellos y
aquellas interesados. Esperamos que sea una contribución útil al pensamiento y
a la acción en medio de la oscuridad de la complejidad.
1. El retorno del cuerpo
En los últimos cuarenta
años, hemos asistido al triunfo y al dominio absoluto del sistema
neoliberal en cada rincón del planeta. Entre las diversas tendencias que
atraviesan este tipo de sistema, hay una en particular que pareciera constituir
la forma
mentis de la época: la que considera a los cuerpos como un ruido de
fondo del sistema. Los cuerpos reales son ‘pesados’, y demasiado opacos,
deseantes y vitales, y por eso mismo, escapan a las lógicas lineales
previsibles. Desde siempre, el objetivo perseguido por las políticas y las
proprias prácticas neoliberales consisten en volver a desterritorializar esos
cuerpos. Volverlos indeterminados, una materia prima manipulable, un ‘capital
humano’ utilizable según lo precisen los circuitos del mercado. Se les exige
que sean disciplinados, movidos sin criterio, flexibles, deben estar siempre
listos para poder adaptarse (esa
frase, adaptarse, es el letimotiv de
nuestra época) a las necesidades determinadas por la estructura
macro-económica. En su abstracción extrema, los cuerpos de los indocumentados,
de los desempleados, de los que no son “como se debe”, de los ahogados en el
Mediterráneo o los de los centros de detención, sólo son números:
indiferenciados, sin valor, sin coroporeidad y por ello, sin humanidad.
En el ámbito
científico-técnico esta tendencia aparece bajo el paraguas de “todo es posible”
y niegan que haya límites biológicos o culturales al deseo patológico de
desregulación orgánica. Se trata de avanzar en mecanismos que aumenten lo vivo,
la posibilidad de vivir mil años ¡devenir inmortales! No es otra cosa que la
voluntad de producir una vida post-orgánica en la que puedan dejarse atrás las
molestias de los cuerpos, por naturaleza demasiado imperfectos y frágiles. La
aceleración catastrófica del Antropoceno en estos últimos treinta años dan
testimonio de los efectos funestos de este “todo es posible” tecnicista, que no
solo ignora sino que arrasa con las singularidades profundas de los
procesos orgánicos.
Es en este mundo, convencido
de poder arrasar con los límites propios de lo viviente, que ha surgido la
pandemia. De una forma catastrófica y bajo los efectos de la amenaza,
súbitamente tomamos conciencia de que los cuerpos están de regreso.Y de un día
para otro son el primerísimo sujeto de la situación, y de las políticas que se
llevan a cabo. Los cuerpos hacen que los recordemos, y en ese regreso pareciera
abrirse una nueva ventana a través de la cual podemos entrever múltiples
posibilidades de acción.
En primer lugar, nos permiten
constatar que el poder puede, cuando quiere, desplegar las políticas necesarias
para la protección y la salvaguarda de la vida. ¡El Rey está desnudo! En medio
de su estupor, los líderes de las finanzas mundiales han comprendido que la
economía, su monstruo sagrado, finalmente no podía prescindir de esclavos vivos
para funcionar.
Tras haber intentado persuadirnos
de que la única “realidad” seria en el mundo era la determinada por las
exigencias económicas, los gobernantes de (casi) todo el planeta demostraron
que es posible actuar de otro modo, incluso si fuera necesario un quiebre de la
economía mundial.
Es como una confesión de
parte de quienes categóricamente venían sosteniendo que todas las políticas
(sociales, ambientales, sanitarias…) debían forzosamente acompasarse con el
“realismo económico”, erigido en un dios totalitario al cual era imposible desobedecer.
Sin embargo, una ficción no
debe suceder a otra. En este sentido, a la ficción neoliberal que afirma que
una sociedad está compuesta de individuos serializados y autónomos, se la
sustituyó en estos días por otra ficción, que se resume en la noble frase de que
“todos estamos en el mismo barco”.
Lejos de criticar esta
invitación a la solidaridad, sería un error creer que el carácter colectivo de
la amenaza (el virus) puede por arte de magia eliminar las disparidades entre
los cuerpos. La clase social, el género, la dominación económica, la violencia
militar o la opresión patriarcal son varias de las realidades que sitúan
nuestros cuerpos de manera diferente. Por lo tanto, no nos dejemos llevar por
este romanticismo de confinamiento que pretende, al son del clarín, hacernos
olvidar estas diferencias.
2. La emergencia de una imagen
compartida
Todos vivimos bajo la sombra
de una amenaza mayúscula y generalizada: la de una desregulación ecológica
global con efectos masivos, esto es: calentamiento climático, destrucción de la
biodiversidad, contaminación del aire y de los océanos, agotamiento de los
recursos naturales, que abarcan al conjunto de lo viviente y de las sociedades
humanas. Sin duda hoy hay una mayoría de personas que están afectadas por ello
y perciben (en el sentido neurofisiológico) esta realidad.
Ocurre que para la mayor
parte del planeta, esto transcurre como si la catástrofe, anunciada no para
mañana sino para hoy, no hubiera estado identificada como algo concreto e
inmediato, sino que estuviera en un plano difuso y no vivido directamente.
Estaríamos, digamos, inmersos en la amenaza. Esa es nuestra atmósfera, y, en
consecuencia, no llegamos a producir un conocimiento de las causas que nos
permita formarnos una imagen concreta del peligro que desencadenan nuestras
acciones. A diario recibimos noticias del desastre, pero la información esa, en
vez de provocarnos una acción, nos lleva a la impotencia y a sufrir. ¿Quién,
entonces, está actuando realmente en este contexto? A nuestro entender, los que
participan en la investigación de las causas: las víctimas, los científicos,
los que lanzan la voz de alerta…Dicho de otro modo, quienes están involucrados
en poner a la vista una representación clara del objeto. Ante las amenazas
conscientes pero vistas como abstracciones, quedamos paralizados por la
angustia. Y a la inversa, ante una causa identificada, sentimos miedo. Ese
miedo, al contrario de la angustia sin causa, nos empuja a la
acción.
Para comprender mejor este
punto, es útil referirse a la distinción propuesta por el filósofo alemán
Leibniz, y retomada por la neurofisiología, entre percepción y apercepción. El
ser humano al igual que el conjunto de los organismos vivos, está en constante
interacción material con el ambiente. La percepción es la que registra este
primer nivel, constituido por el conjunto de acoplamientos perceptivos que el
organismo establece con su entorno físico-químico, y energético.
Para ilustrar este mecanismo,
Leibniz da el ejemplo de cómo apercibimos el ruido de una ola. Explica que
tenemos una percepción infinitesimal de millones de gotitas de agua que afectan
el nervio auditivo sin que podamos apercibir el ruido de cada una de las gotas
de agua. Solo en un segundo nivel, en la dimensión de los cuerpos organizados,
podemos construir la imagen sonora de una ola. Esto significa que solo una
pequeña parte de lo que percibimos del sustrato material deviene una
apercepción, para luego participar en los fenómenos de la conciencia.
El punto central es,
entonces, comprender cuándo y por qué emerge una apercepción. Esta, en un
principio, está determinada por el organismo que la apercibe: un mamífero y un
insecto evidentemente no producirán la misma imagen aperceptiva que una ola. En
el caso de los animales sociales y en particular los humanos, la apercepción
está también condicionada por la cultura y por los instrumentos técnicos con
los que éstos interactúan. Al contrario de lo que sucede con ciertos mamíferos,
los humanos no aperciben las frecuencias sonoras sin articular su sistema aperceptivo
con máquinas que les permiten hacer emerger una nueva dimensión aperceptiva.
Por otro lado, si el nivel aperceptivo participa en la singularidad que refiere
a la unidad orgánica, no hay razón para considerarla como propia de un
individuo o el resultado de una subjetividad individual. Una singularidad puede
estar compuesta por un grupo de individuos, e incluso de naturaleza muy diversa
(animal, vegetal y hasta un ecosistema) que participa en la producción de una
superficie aperceptiva común. Lejos de ser un ‘super-organismo’ que existiría
en sí, esta dimensión existe de forma distributiva entre los cuerpos que son
capturados por ella, y es así que cada cuerpo individual resulta afectado. Los cuerpos participan
en la creación de esta dimensión aperceptiva común, la que a su vez influencia
y estructura los cuerpos. Cotidianamente, esta dimensión se manifiesta bajo la
forma de lo que por costumbre llamamos ‘sentido común’, que actúa socialmente
como una instancia concreta de sentido compartido.
Estamos asistiendo a un
acontecimiento histórico e inédito: por primera vez toda la humanidad produce una imagen
de la amenaza. Esta imagen no se reduce a un conocimiento científico de los
hechos que condujeron a la aparición del virus. Lo que está profundamente en
juego es la emergencia de una experiencia compartida de la fragilidad de los
sistemas ecológicos, que hasta ahora habían negado y que fueron arrasados por
los intereses macro-económicos del neoliberalismo.
La particularidad de esta
apercepción común se debe al marco en el que emerge. Paradójicamente, no es el
peligro intrínseco de la pandemia el que la impulsa, sino más bien el
dispositivo disciplinario que la acompaña. Y es este dispositivo el que nos
instala en una nueva dimensión.
No podemos comprender lo que
ocurre si evaluamos el tema desde su dimensión sanitaria. Este es el escollo
que lleva a que algunos se lancen a hacer peligrosos cálculos macabros para
responder al carácter inédito de la crisis, y compararla con otros flagelos.
Ante esta nueva situación, nosotros vemos emerger dos interpretaciones opuestas:
Por un lado quienes sostienen
que se trata de un hecho muy grave para el que hay que encontrar una solución,
entendiendo por solución una vacuna o un medicamento. Al entender la crisis
desde esta perspectiva, obviamente no se cuestiona el paradigma de pensamiento
y de actuar dominante.
Del otro lado, hay otra
interpretación a la que adherimos e intentamos contribuir, que consiste en ver
en esta ruptura un hecho concreto que pone en cuestión de forma irreversible la
ideología productivista y hasta la hegemonía. El coronavirus, para nosotros, es
el nombre de este punto crítico que marca al mismo tiempo -al menos eso
esperamos -, un punto de no retorno a partir del cual nuestra relación con el
mundo, y el lugar del ser humano dentro de los ecosistemas, debe ser
profundamente puesto en debate.
3. Una experiencia del común
En el horror que estamos
viviendo, si hacemos el esfuerzo de no renunciar a pensar, comprobaremos que hay
una sola cosa que podemos experimentar positivamente en esta crisis: la
realidad de los lazos que nos constituyen. Pero esto también hay que
preservarlo de una mirada inocente. No somos todos iguales frente a nuestra
interioridad. Y dado que el frenesí de la vida cotidiana no permite
auto-evitarnos, algunos de nosotros nos damos cuenta del hecho de tener una
pésima relación consigo mismo, y con el entorno inmediato. En un circuito
cerrado, el verdadero infierno, a menudo, es uno mismo. Un odio de sí que termina
por transformarse en un infierno para los demás.
En nuestra vida de
confinamiento, tomamos conciencia de que somos seres territorializados,
incapaces de vivir exclusivamente de manera virtual, dejando a un costado
cualquier elemento de la corporeidad. Millones de individuos experimentan en
sus cuerpos que la vida no es una cosa estrictamente personal. Las tan mentadas
virtudes del mundo de la comunicación y de sus instrumentos muestran en
plenitud su impotencia para hacernos salir de nuestro aislamiento. En el mejor
de los casos, nos entretienen con la ilusión de reunir a los separados, como
separados.
En medio de la crisis, de
algo tenemos certeza: nadie se salva solo. Lo que están experimentando nuestros
contemporáneos, para bien o para mal, es la fragilidad de los lazos que nos
constituyen y que nos obligan a ir más allá de las ilusiones del individuo
autónomo y serializado. O sea, que estamos entendiendo que no se trata de ser
fuertes o débiles, loosers o winners, sino que
existimos, todas y todos, en la forma de esta fragilidad que nos permite sentir
y probar nuestra pertenencia al común. Nuestra vida individual y la vida social
son dos lados de una misma moneda. Obligados al aislamiento, nos damos cuenta
de estar atravesados por múltiples lazos y de no corresponder de modo alguno al
diseño thatcheriano según el cual “la sociedad no existe. Todo lo que existe
son individuos”.
En realidad, lo que nos
permite actuar en esta situación es el propio deseo del común, el deseo de la
vida, no la amenaza. En este movimiento de la balanza, nuestros puntos de vista
habituales se invierten: no se trata todo de mí y de mi vida individual. Lo que
cuenta en este momento, es en qué está inserta la vida, ese tejido a través del
cual adquiere su sentido. En este momento en que los lazos se reducen a la pura
virtualidad comunicacional, nos parece crucial pensar los límites de esta
abstracción. Pensar en lo que no es posible experimentar vía Skype ni por
ninguna red social. En síntesis, cuál es, en el fondo, la singularidad propia
de nuestros cuerpos, y de sus experiencias.
4. Contra el biopoder
La ventana que se ha abierto,
sin embargo, no apunta solo hacia nuevas posibilidades de actuar de manera
positiva. La experiencia que estamos viviendo ofrece al biopoder en acción un
ejemplo sin precedentes: asistimos a la posibilidad de disciplinar países
enteros, continentes enteros, y a la vez mostrando, con mucha frecuencia, el
propio deseo de las personas de hacerse disciplinar cuando le agitan la bandera
de la supervivencia.
Reconocemos que tiene algo de
tragicómico constatar que la geolocalización de los individuos supone que éstos
no registran la idea espantosa y perversa que es dejar su smartphone en la mesa
de luz. La servidumbre voluntaria es mayúscula cuando la pulsera electrónica
que se coloca a un preso deviene en un teléfono móvil comprado con total
cariño. Esta experiencia inédita de control social podría servir, entonces,
para ser repetida. Imaginamos que a futuro, no será difícil encontrar nuevas
amenazas o nuevas emergencias para justificar semejantes prácticas
de control.
En este contexto, la cuestión
de si estamos o no en guerra contra el virus no es un asunto meramente
retórico. En primer lugar porque tiene implicancias jurídicas concretas, y
luego porque nos señala el modo en que esta crisis puede dar lugar a prácticas
autoritarias perdurables. No estamos en guerra. Esa visión viril y
conquistadora es parte del problema. Sufrimos las consecuencias de un régimen
económico y social aberrante y mortífero. Seamos cautelosos con estos discursos
marciales y donde baten los tambores que siempre preceden a convocar a
sacrificios al pueblo. Nuestro objetivo no es ganar una batalla sino asumir la
fragilidad del mundo y un cambio radical en la manera de habitarlo.
De otro modo, una vez que la
pandemia termine, el poder no dudará -con todos sus énfasis de mariscal
victorioso - en enrolar a la población detrás de la causa patriótica y económica.
Y nos dirá que ahora no es el momento de pensar o de protestar a favor de los
grandes cambios socio-estructurales (sin ir más lejos, una mejora de los sistemas
públicos de salud). Cualquier demanda de justicia social pasará por una
traición a la patria porque estaremos en el momento de abocarnos a la tarea
sagrada: reencaminar la economía y el crecimiento.
La historia oficial nos dirá,
primero, que hemos vencido, enfrentado y vencido un accidente desgraciado e
imprevisible. Nos explicará, a continuación, que hay que redoblar los esfuerzos
para vencer la resistencia de la naturaleza a todo el poderío humano. O sea
que, de forma irresponsable llamarán ‘accidente’ imprevisible a lo que en
realidad los biólogos y epidemiólogos vienen anticipando hace 25 años. Entre
los múltiples vectores que están en el origen de enfermedades emergentes y
re-emergentes, sabemos que la destrucción de los mecanismos de regulación metabólica
de los ecosistemas, notablemente ligada a la deforestación , juega un rol
fundamental. Además, la urbanización salvaje y la presión constante de las
actividades humanas sobre los entornos naturales favorecen situaciones de
promiscuidad inédita entre las especies.
Sea cual fuere la reacción de
los gobernantes, una cosa es segura: hay una nueva dimensión aperceptiva, o
sea, una nueva imagen del desastre ecológico que está a la vista y se ha
incorporado al sentido común. El dispositivo según el cual el humano era el
sujeto que debía erigirse en el dominador y propietario de la naturaleza se
muestra en su rostro más pesadillesco.
5. Pensar y actuar en la situación actual
Como escribió Proust, “los
hechos nunca penetran el mundo donde viven nuestras creencias”. No existen los
hechos ‘neutros’ que expresan un significado en sí. Todo hecho existe solo en
un conjunto interpretativo que le da un sentido y una validez.
La ciencia se ocupa de los
hechos, pero al mismo tiempo construye su propria narrativa, su interpretación.
Al contrario de lo que pretende el cientificismo, la actividad científica no
consiste en producir simples agregaciones de hechos desnudos. La narración que
afirma que la ciencia ordena los hechos surge de una interacción con las otras
dimensiones que son, entre otras, el arte, las luchas sociales, el imaginario
afectivo, y, más globalmente, la experiencia vivida. Diversas dimensiones que
participan de la producción del sentido común.
Frente a la complejidad del
mundo, la tentación reaccionaria nos invita a delegar nuestra potencia de
acción en los tecnócratas, cuando no directamente en las máquinas algorítmicas.
En esta visión oligárquica, los que saben son los científicos y los políticos,
y el pueblo obedece. Pero hay una relación conflictiva mucho más profunda entre
el pensamiento crítico y el sentido común a la que no podemos oponernos. El rol
del pensamiento estructurado no es el de ordenar y disciplinar el sentido
común, sino más bien agregar dimensiones de significación que puedan luego
convertirse en mayoritarias y hegemónicas. Por eso mismo es que cualquier
proyecto emancipador, lejos de representar la revelación de una escena oculta
de la verdad es siempre la creación libre de una nueva subjetividad.
Esa fantasía de proyectar la
gran celebración que sobrevendrá al día de la liberación implica, en su
entendible inocencia, olvidar los procesos que nos han conducido a la actual
situación; y por tanto esos procesos no se van a retirar como un ejército
derrotado. Los elementos continuarán sirviéndonos de diversas maneras. Es
necesario que esta crisis no se termine con los aliviadores aplausos de una
guerra ganada. Este acontecimiento histórico abre la puerta a la apercepción
común de los lazos de fragilidad que constituyen nuestro mundo.
No sabemos lo que nos espera
y no tenemos la mínima pretensión de predecirlo. Sí sabemos que las fuerzas
reaccionarias de todo el planeta estarán listas para aprovecharse del
aturdimiento en el que todavía estaremos inmersos. Por eso, estando en el corazón
mismo de esta situación oscura y amenazante, debemos asumir esta realidad no
esperando ‘que pase’, sino preparando desde ahora las condiciones y los lazos
que nos permitan resistir la avanzada del biopoder y del control.
Esta situación de crisis no
debe conducir a un aumento de la delegación de nuestra responsabilidad.
Seguramente hemos visto que ‘los grandes del mundo’ (esos enanos morales) nos
hablan de guerra, pretenden otra vez hacer de nosotros recursos humanos, carne
de cañón.
Solo una clara oposición al
mundo neoliberal de las finanzas y de la pura ganancia, solo una reivindicación
de los cuerpos reales no sometidos a la pura virtualidad del mundo algorítmico,
pueden ser hoy nuestros objetivos.
Como en toda situación
compleja, debemos cohabitar con un no-saber estructural, que no es ignorancia,
sino una exigencia para el desarrollo de todo conocimiento.
No se trata de pensar el día
después viviendo el presente como un simple paréntesis. Nuestra vida se
despliega hoy. Y por eso este pequeño Manifiesto es un llamado a aquellas y
aquellos que buscan imaginar, pensar y actuar en y por nuestro presente.
Contacto: collectifmalgretout.net
Por el «Collectif Malgré
Tout» Francia: Miguel Benasayag, Bastien Cany, Angélique del Rey, Teodoro
Cohen, Maeva Musso, Maud Rivière.
Por el «Collettivo Malgrado
Tutto» Italia: Roberta Padovano y Mary Nicotra