lunes, 27 de abril de 2020

Más allá de una grieta


Para analizar el tiempo actual, hay que llevar adelante una labor como la del artesano, que logra ir uniendo con cierta destreza y creatividad elementos heterogéneos. Es un trabajo hermenéutico sobre la perplejidad de lo real y sus múltiples apariencias: el lenguaje, la creación de conocimientos, la producción económica, el trabajo, la salud, la educación y los vaivenes gubernamentales entre otras cosas.

En la Naturaleza, cuando se abre la tierra, va formando un pasaje estrecho cuyo vacío marca la separación de la capa que antes estaba unida, este fenómeno producto del movimiento, no suele ser usual pero si muy temido, porque al desplegarse arrasa con lo que está a su paso. Las aperturas y los desprendimientos en el terreno de las ideas pueden (o no) ser diferentes, pues en algunos casos marcan divergencia y desacuerdo.

La grieta política en nuestro país es tan picante como el fruto del  aguaribay, pero al igual que este árbol crece con mucha velocidad y se ajusta con destreza o facilidad  a espacios, en apariencia, distintos.

Si bien no lleva mucho tiempo, es una constante que se ha trasladado desde la discusión en medios de comunicación hasta cafés y reuniones familiares o de amigos. Tal como las dos caras de una moneda que viven opuestas en una misma unidad, la disputa está formada por dos posiciones diferentes pero que en puntos muy importantes no se separan tajantemente:

Una podemos decir que es la corriente liberal o de derecha, que se asocia a la defensa  de la propiedad privada por sobre la pública. Aliada generalmente a los lineamientos de Estados Unidos y los focos más conservadores de la rancia Europa o de la imponente Asia, por citar solo a tres, porque son innumerables los ejemplos y marcan el camino a seguir desde el libre comercio globalizado.

 La otra es la corriente progresista, que ha presentado ciertas ideas alternativas de unidad, incluso en lugares fuera de estas esferas regionales, pero  aún no muestra dentro de sus acciones concretas un debate más medular sobre las condiciones de vida y la concreción de los derechos territoriales de los pueblos originarios, por ejemplo, más allá que el Zapatismo ha ido creando cierta tibia base ideológica que es seguida y venerada por algunos integrantes de esta línea política, aunque es curioso, porque  una de las premisas fundamentales de los zapatistas es la huida total, absoluta, de todo partido político, a los que consideran caldo de cultivo de todas las corrupciones.

Con respecto a la pandemia mundial, si bien han mostrado algunas diferencias, las soluciones siguen siendo entendidas parcializando la realidad, como si la salud no fuese parte de un sistema social con misceláneos ribetes. Así mismo se piensa dentro de la globalización en la que está inmerso el mundo, (con las preocupaciones económicas propias del capitalismo) sin detenerse del todo en las particularidades de nuestro contexto.

 Los que cuestionan hoy al gobierno de turno por la ¨prioridad” en el cuidado de la salud y la vida de los ciudadanos, piden hacer hincapié en la economía.  Estos se ubican del lado liberal de la grieta, ellos sólo aceptan ser subvencionados de modo similar al que se socorre a un grupo de personas sin recursos, mientras dure la crisis mundial, sino no perciben este sentido de igualdad. Es así que habilitan el rol del estado como cuidador, mientras sea garante de su continuidad y no se convierta en enemigo de sus fuerzas productivas.

El lado más progresista vislumbra en la presencia del virus cierta igualdad, ya que afecta a todos de la misma forma. Casi ingenuamente pareciera percibirse que las consecuencias del aislamiento son idénticas en todos los casos, sin ahondar demasiado en un análisis sobre la estratificación social y territorial ya existente.

Esta situación de excepción, que hace a la suspensión temporal de muchos derechos, llama a tener cautela sobre los discursos dominantes en estos momentos, vengan desde el lado político, científico, epidemiológico o económico.

En ambas visiones de la grieta hay desde vertientes más radicales o reaccionarias, a otras  con mayor apertura al diálogo. Lo que si se observa es que no aparenta estar en discusión, en ninguna de las dos posiciones políticas, el trabajo en las minerías, por ejemplo, ni la presencia de multinacionales que terminan regulando la producción agrícola. Mientras tanto existen otros sectores como  los trabajadores de espacios recuperados,  exploradores de la agroecología, grupos  de artistas independientes, colectivos de autogestión,  redes que ejercen su labor sin patrones o bien los que viven evitando acostumbrarse  a pensar solo desde el binomio político, personas que forman parte de una inmensa diversidad existente, y que no se incluyen en algunos de los dos lados de esta oposición.

Estas doctrinas llevan a conceptualizaciones que marcaron ciertas épocas de nuestra historia, las que no terminan de ampliarse ni reconfigurarse, a pesar de que ambas visiones tienen sus asesores ilustrados. A su vez hay que destacar que estas dos miradas no se muestran absolutamente contrapuestas cuando terminan acordando con el sistema económico mundial, ya que el neoliberalismo  pulula de fondo con sus propios propósitos.

Los intelectuales que se suman a ambas partes son en algunos casos respetados por su formación y solvencia académica, pero también pueden terminar agudizando su oído y adhiriendo a determinada corriente,  idealizando sus supuestos y tratando de encontrar una justificación intelectual para ella.  Sin embargo las ideas no pueden ser un lenguaje quieto, más allá de lo efímero de las palabras. El trabajo intelectual debe tratar de desligarse de la amnesia política, que lucha porque sus pensamientos no sean cuestionados.  Aunque uno choque con cierta molestia, los interrogantes hay que mantenerlos ya que los criterios cerrados no proyectan nuevas perspectivas de vida.

Los fines de la actividad política deben estar más enfocados en las particularidades del contexto social, político, económico, cultural, y no a lo que se pueda definir en oficinas informativas, promocionadas por empresas con intereses particulares. Es incluso paradójico que la falta de profundidad en muchas iniciativas políticas no sea analizada por los medios de comunicación más masivos,  como  un efecto simbólico de la superficialidad posmoderna, al contrario, la promocionan porque lo banal y lo anecdótico son casi materia de culto.

Fuera de lo que muestran las urnas que han pasado por derrotas o triunfos para los dos lados y por encima del contexto latinoamericano que devino en situaciones similares, es importante rescatar la coyuntura constitucional que los sostiene, por sobre los intereses sectoriales.

Por eso es substancial, dentro de los márgenes democráticos, abrir ventanas para que los pensamientos no se queden enfrascados en posturas intransigentes y así sirvan para plantear estrategias al margen de los horizontes conocidos.

Además es imprescindible volver sobre la escritura y la lectura amasando las palabras, como lo hace el alfarero con la arcilla. Moldeando cada respuesta  a la luz de la propia interpelación, porque falta escribir un proyecto político novedoso que abarque nuevas aristas del contexto social y se focalice en otros sustentos ideológicos. Con un lenguaje y forma de nombrar las cosas lejos de la lógica neoliberal, para que cuando hablemos de humano, no lo hagamos antecediéndole la palabra recurso o capital.

Quizás deberíamos aprender de Juanele, el poeta del río, uno de los entrerrianos más cultos, quien visitaba a Juan José Saer ,otro gran escritor y habitante de la otra costa del Paraná, llevando entre otras cosas una bolsa con libros. Dicen que iba con material para dialogar, porque  se tomaba en serio hasta a los amigos, que nunca pusieron en duda su erudición. Él sabía que el conocimiento merece desvelos y que  no todas las contiendas hacen ruido, porque las que se dan con los libros no buscan publicitar escándalos, sacuden a sus lectores desbarrancando conjeturas y desgranando palabras para pulirlas después, en el rostro frío de la cotidianidad.

                                                                                                              Olga Barzola
                                                                                 
                                                                                                         
Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos

Pintura: Lía Ferenese

viernes, 24 de abril de 2020

Ponderando el sosiego (un intermezzo)



Acá, en un intento de ser parte de la discusión colectiva, observo que la productividad artística continúa siendo en mí aquel eterno aliado en la sublimación de lo real. Las contradicciones y la angustia son los ingredientes más presentes del verdadero enemigo: el miedo. ¿Cómo reacomodo mi eje a esos cambios externos? Trato de guiar mi atención a lo que está pasando, entrar en un estado de conciencia que traiga la información que necesito para nutrir mis decisiones y acciones. Esta nueva ¨normalidad¨ hacia la que nos dirigimos requiere de una nueva ecualización del crecimiento personal para poder abarcar los cambios venideros: bajar el ego, subir la empatía y conectarnos con nuestra humanidad. Salir de los surcos de mi mente, aquietarla, para volver al corazón. La ganancia en la posibilidad de abrir la sensibilidad y dejarla emanar, oír con la piel la información que me trae la quinta dimensión, el fluir en lentitud que conlleva conciencia. Al cuestionarme que me constituye, aparece el placer en la sensación de poder auto gestionar algún cambio en ese micro mundo que me compone, como si esta crisis me diera la oportunidad de enfrentarme a mí misma y reconocerme como el más grande de mis obstáculos. Me preparo para este extraordinario reto, cambiarme a misma, que esa metamorfosis sea el antídoto para atravesar esta crisis. Compongo una estrategia de resistencia, muño mi caja de herramientas, me permito un minuto de pánico diario, reconocerlo. No ser el receptáculo, sino abrazar la incertidumbre. Acordarme de mi fragilidad y venerarla. Elegir mis pensamientos, esas nubes que veo pasar cuando estoy en silencio, para que mis actitudes le den paz a mi corazón. Caigo en mi agujero interior, a sabiendas que solo así podré atravesar el portal que este intermezzo me propone. Desarrollo la amplitud de la vista del águila. Me despierto, me acaricio y me recuerdo en voz alta que estoy muy bien. Encuentro espacios temporales diarios, ya sean para meditar u observar, en donde puedo abandonar la intención y la ambición. Al soltar el control es donde encuentro la libertad tan anhelada. Irradio en mis labios y mi ser la calidez de la sonrisa de la Gioconda, feliz y sin culpa, resistiendo a través de la alegría. 


                                                                                                   Guadalupe Yepes*
*Actriz, directora, productora de cine, teatro y televisión

Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos

Ilustración: Marina Pérez  ( www.marinaperez.com.ar )

sábado, 18 de abril de 2020

La lluvia y la fiesta


¿De qué forma residíamos antes del Covid 19 en este gran hogar  milenario? ¿Es lógico que nos asuste tanto una enfermedad, cuándo vivimos morando con el riesgo?

Existe desde hace tiempo un modelo de desarrollo productivo apoyado en la explotación extensiva de los territorios y sus recursos  naturales que genera contaminación de diversa índole, distribuyéndose tanto en el suelo que pisamos, como en el aire que nos sirve para respirar o el agua, que es una de las principales fuentes de subsistencia para cualquier ser vivo.



 La presencia de  agroquímicos, plásticos, gases tóxicos, como la  pérdida de la superficie forestal y el desplazamiento de la frontera agrícola, son pruebas del cambio que viene causándose en los procesos químicos de los organismos que habitan el Planeta, afectando su metabolismo. A esto se suma la cría de animales  en lugares de encierro, totalmente hacinados, buscando un crecimiento vertiginoso  para ser vendidos más rápido, generalmente con una alimentación basada en  transgénicos. Todo esto llega hasta nuestra cocina y forma parte de nuestros modos diarios de consumo, como aquellos productos ultraprocesados que han proliferado, sosteniéndose casi como la única alternativa.

Las soluciones frente al dengue, otro de los problemas con los que nos encontramos hoy en nuestro país, son las que presenta el mercado, es decir, el riego de insecticidas.
En todo esto hay llantos que no son escuchados porque no están dentro de la agenda diaria de noticias, pero que  resuenan una y otra vez si uno piensa en los niños que viven de zonas rurales y han sido alcanzados por los daños del uso excesivo de los agrotóxicos. En ellos, en sus familias y en la proliferación de enfermedades como el cáncer que afecta a  diferentes zonas urbanas o suburbanas, quizás podemos ver los devastadores resultados  de un modelo de producción global que descansa sobre el deterioro de nuestra salud.
Aquí lo que se pone en juego no es solamente la vida humana, es también este enorme y ambulante Planeta que  mantiene activas a muchas especies, a contrapelo de una mano no tan milenaria, pero con ganas de sentar sobre su antropocentrismo el poder y dominio de aquello que no puede quejársele, porque sus gritos no son oídos, solo asoman en las catástrofes.
Lo que muestra que los recursos continentales, útiles  para la vida, se van perdiendo, porque a las multinacionales productoras  de agroquímicos y biotecnología no les interesa resguardar la tierra ni los organismos existentes, sino ampliar la ganancia económica.
La geopolítica impuesta por el invasor de Abya Yala nos ha hecho pensar que trabajar la tierra es someterla a nuestras necesidades. Las culturas de los pueblos originarios tenían la particularidad de agradecer por los alimentos que obtenían de este suelo atávico, su forma de valerse de la tierra era más amigable porque sabían que ella mantenía su sabia para auxiliar a los que la recorremos.
En cambio, la maquinaria empresarial capitalista convierte en masivas ciertas formas de cultivo, producción y venta de semillas bajo normas que le permitan seguir perpetuándose como sistema. Por eso, al igual que las creencias religiosas, cuyo mayor objetivo es conseguir adeptos que adhieran a sus dogmas, aún a costa de no dudar, las grandes compañías crean una plataforma publicitaria que intenta convencer, asociándose a la ciencia, fuente de conocimiento que genera credibilidad y garantiza la fidelidad de los enunciados. Si bien muchos académicos han sido cuestionados, los saberes que devienen del claustro siguen siendo considerados rigurosos y verídicos. En este sentido cualquier práctica ancestral de trabajo agrícola puede considerarse precaria y poco solvente.
El desequilibrio ecológico y su relación directa con los Derechos Humanos no es fuente de análisis. No obstante, para explotar los recursos que ofrece la Naturaleza, es necesario tomar conciencia de sus consecuencias para la propia raza humana y también lo que provoca a la biodiversidad, la que existe sin tener poder de elección frente al maremoto mercantilista que circula solo pensando en el dinero.
Es escalofriante ver las superficies de bosques, montes nativos que son arrasados para generar allí espacio para la agricultura, sin contar la cantidad de vida humana o animal que sufre las vicisitudes del cambio de esa arquitectura privilegiada que los rodea, llena de  verdes y con presencias vivas. Un entorno donde las lluvias pueden ser  fuente de disturbio, o tal vez la mejor fiesta.
Históricamente los mapuches entierran la placenta del recién nacido y luego plantan allí un árbol, estas prácticas culturales, no solo hablan de la perspectiva de estas comunidades en relación al ambiente, sino además  del respeto y unidad que muestran con la trama natural.
La placenta ha sido apoyo del bebe durante varios meses, por eso es raíz de su origen y fuente de protección, como lo es la Naturaleza, que nunca desprende su cordón umbilical de nosotros, envuelta acaso en la gran sabiduría del silencio.

                                                                                                           Olga Barzola

Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos

Foto: Nicolás García Sáez

jueves, 16 de abril de 2020

Como el carcayú


El miedo a perder la vida es nuestro principal talón de Aquiles. El aislamiento social ante la pandemia mundial nos remite a lo más primario: la defensa de la vida,  algo prácticamente instintivo en cada uno de nosotros. Más allá de que el modo de conservación de la especie ha cambiado con el paso del tiempo, hoy se cuestiona el legado Darwiniano de la supervivencia del más fuerte, porque quizás fueron los lazos sociales los que ayudaron en la evolución.

En medio de este contexto social, la exhortación a cuidarnos ,aislándonos, nos lleva también a deconstruir  los espacios de intervención política y ciudadana, porque nos hace pensar en la verdadera Libertad, que se vivencia más que nada en contacto con los otros. El resguardo de este derecho es casi una promesa mesiánica de los gobernantes. Sin embargo, en un mundo donde todo está bajo el control y hasta nuestras vidas pasan a ser fuente de información (algunas con mayor importancia que otras, porque la jerarquización no se anula en el mundo de las comunicaciones) lo ético sigue corriéndose del nudo central de la existencia.

En el terreno político muchos representan la esfera ética en la unidad o la igualdad, como asimismo en la defensa histórica y venerable de los derechos humanos, pero sin terminar de  evidenciar las relaciones de poder y las diferencias estructurales entre las personas, principales limitadores del bien común. Lo cierto es que cuanto más control hay sobre los sujetos, que no son los sujetados al deseo como lo pensaría cierta corriente psicológica, más imposibilidad hay de pensar críticamente, porque las reglas de juego intersubjetivas se siguen fijando desde parámetros externos a quienes las concretan.

Creer frente a esta situación mundial, que en cuanto la voluntad colectiva sigue lo establecido se da  una unión casi mística, es entender que lo trágico funciona como medio para emparentarnos. Y aquí está puesta hoy nuestra mayor  fragilidad: el vacío de las presencias materiales fuera de los “aparatos comunicacionales de control” causa dolor, miedo y aumenta nuestras necesidades. La desaparición de los encuentros, y la posible figura de los demás como fuente de riesgo, genera una batalla interna, el vivir marginados, con las consecuencias políticas y éticas que esto trae, porque no hay renunciamiento, aunque sea parcial, que no las tenga.

Encontrar en la virtualidad una forma de salvación es también resignar nuestra capacidad crítica frente a estos nuevos medios de vigilancia. El disciplinamiento social, como pauta de autocuidado, no pareciera reconocer del todo la otredad, gran temática filosófica desde Lévinas. Lo otro, lo distinto, generalmente incomoda, subjetividades como cartoneros, personas en situación de calle, con discapacidad, extranjeros, trans, etcétera, siguen recibiendo un trato racista, clasista, sexista y padecen serias dificultades para su supervivencia, porque bajo el auspicioso lema de todos son iguales no se dan las mismas posibilidades de sobrevivir.

Así, detrás de la dimensión de lo urgente, configuramos el mundo. Mientras la mejora en la calidad de vida tiene que ver  con la acumulación de bienes materiales, sostenemos un sistema económico como consumidores, al riesgo de devastar  la flora y fauna a nivel mundial. Cuando en este terreno cíclico, que es la historia, las cosas cambian, debemos encerrarnos para salvaguardarnos, nos volvemos adeptos a otras reglas, siempre impuestas, desde las buenas intenciones o no, pero asignadas desde lo externo, confiándole al otro el poder de decidir sobre qué hacemos.

De este modo volvemos a darle al estado la potestad sobre la existencia de los ciudadanos y lo que queda pendiente es cómo se configurará la autonomía de aquí en más. Porque si bien el contexto social define en mucho la forma de comprender la realidad y de vivenciarla, los grandes cambios en la historia de la humanidad se han dado oponiéndose a las representaciones sociales y a lo impuesto como única “verdad”.

¿Y si miramos los lazos sociales? Si lidiamos con el alejamiento volvemos con tesón sobre la existencia de miles de vulneraciones que los atraviesan, a falta de palabras directas y hechos que nos reúnan. Tal vez haya que imaginar sendos procesos de trabajo y ajustes de muchas de nuestras relaciones, incluso la más íntima de todas, esa donde el repaso visual se vuelve hacia nosotros mismos, para intentar leer los deseos, el afecto, las insatisfacciones, los abandonos o quizás  desalojos, algunos que posiblemente ocurrirán después de estos días. Traducir todas esas escenas que se enlazan en nuestro interior y forman un nudo que no siempre se percibe en medio de las distracciones cotidianas, aunque si despliegan su ser o tensión en el apartamiento. Los que asumen el amor  como algo versátil se protegen en cierto modo de estos vaivenes, o lo desfiguran con la idea estereotipada de que debe seguir durando. Aún no se sabe si ganará la ceremonia de los cuerpos entrelazados o su ausencia.

Hasta ahora no sorprendía el ostracismo del pez león con aletas cargadas de un poderoso veneno, ni el misántropo transitar de los zorrillos, conocidos por su peculiar olor, tal vez asombraba la vida ermitaña del carcayú, pero no había conciencia de que eso podía ser parte de este presente.

Las calesitas giran para volver al mismo lugar, pero nuestro linaje, que deambula sobre la tierra hace miles de años, no se ajusta siempre a mecanismos tan precisos, recorre hasta sus propias costas sin saber lo que puede pasar. Ahí tal vez se haga ineludible dar una vuelta de tuerca a nuestro devenir y al hedonismo individualista en el que muchos se paran.

Tenemos a su vez la gran faena de representarnos el tiempo de otra manera, estamos acostumbrados al síndrome de impaciencia al que refería Zygmunt Bauman, es decir ahorrar horas, minutos en todo proceso para alcanzar ciertos resultados y darle un valor económico a cada milésima de segundo. Pero este emblema neoliberal no gratifica a todos de la misma forma, el que espera horas para ser atendido no está asumiendo su vocación de sacrificio, sino más bien está mostrando la desigualdad en la que vivimos.

¿Estaremos dentro de un “laboratorio” que hace circular los fenómenos de diferente forma en el centro que en las periferias? Lo cierto es que hoy nos anida una turbulencia similar a la del hexágono de Saturno y los sentidos privados de ciertas cercanías rebotan como ecos en el puro pensamiento.

                                                                                                               Olga Barzola*

*Profesora de filosofía, psicología y pedagogía, acaba de publicar también ¨Opa Rire¨, su primer libro de cuentos, en la editorial Oliverio

Imagen: Cecilia Galeano


Especial para Editorial Oliverio y Los Verdes Platónicos  


martes, 14 de abril de 2020

Crónica de un aislamiento



Sabemos, o creemos percibir, que es absolutamente desconcertante el nuevo estilo de circunstancias que atraviesa el planeta a partir de la llegada del Coronavirus. Algo no resiste las adjetivaciones; lo científico coquetea con la ciencia-ficción, que es decir con lo inefable, con la irrupción de lo extraño en lo familiar. El terror de que haya aparecido lo anunciado provoca en cada quien efectos que desnudan su subjetividad con ferocidad. Tomando el camino del humor, que es el único antídoto actual para tal acontecimiento, digamos que más que una profecía de Nostredamus, plausible para muchos, la pandemia revela una especie de revolución permanente por efecto del default de la economía mundial. Un comunismo africano. Ya que las pestes siempre fueron padecidas por África, este continente se perfila como una pancarta que recorre el mundo. TODOS SOMOS ÁFRICA. Africanismo universal.

 Nada se sabe. Temor, temblor y silencio.

 La peste apesta. El buen ciudadano se siente seguro formando parte de un kíndergarten colectivo. “A jugar, a jugar, cada cosa en su lugar”. Los estados- nación transmiten  consignas disímiles, de acuerdo a la posición pedagógica de la autoridad: benigna como la de Freire, terrorífica como la de la maestra nazi de “Matilda”.

 Se dan cifras que son inverificables y que no difieren mucho de las de las infecciones conocidas ni de las del número de muertos por otras circunstancias.

Pensemos por fuera del Terror, busquemos los efectos benéficos de esta pandemia , cuyo sobrenombre es “enemigo invisible”, y cuya naturaleza conocen Unos Pocos miembros de la élite científico-tecnológica. Las teorías más ingenuas recorren una franja que va desde las clásicas adscripciones a las izquierdas y derechas tradicionales: el advenimiento del comunismo como final feliz y como consecuencia de la estrepitosa caída del capitalismo por implosión las primeras, la “depuración” de población sobrante sucia, fea y mala las segundas.

 Teorías falaces. Creo. Esta pandemia no terminará en un paraíso sin clases en la Tierra ni en un mundo poblado por los más fuertes como soñó Lamarck. Y esta falacia ya es visible para quien la quiera ver: los usuarios de paraísos fiscales no perderán sus privilegios y la pertenencia a una clase social ya se ve en el modo de morir: en una cama con respirador  y morfina o ahogado entre el barro y la mugre.

 Seguir pensando en medio de la borrasca es todo un desafío; recuerdo ahora las palabras de aquel amigo que, con unos vinos de más, profetizó: “El mundo sigue injusto y desigual, pero se agranda cada vez más la frontera entre los demasiado advertidos, que son considerados paranoicos por las almas bellas y equilibradas, y los débiles mentales, que se preocupan solamente por ser del montón amontonado”.

 Y mientras tanto, la función debe continuar. Millones de “Expertos en todo y nada” que buscan sus cinco minutos de fama y evidencian la decadencia en el uso del lenguaje de los comunicadores sociales…
El psicoanálisis y el marxismo abrieron en el siglo XIX el acceso a la metáfora, expresada por el Surrealismo. El siglo XXI parece entronar al oxímoron: Unámonos en el aislamiento.


                                                                                                   Isabel Steinberg



Especial para Sátira y Musa y Colectivo Los Verdes Platónicos

lunes, 13 de abril de 2020

Sin fiesta ni rey



PEQUEÑO MANIFIESTO EN TIEMPOS DE PANDEMIA

En nombre del Colectivo Malgré Tout (“A pesar de todo”) proponemos este breve Manifiesto, con cinco puntos de reflexión e hipótesis prácticas, para compartir con todos aquellos y aquellas interesados. Esperamos que sea una contribución útil al pensamiento y a la acción en medio de la oscuridad de la complejidad.

1. El retorno del cuerpo

En los últimos cuarenta años,  hemos asistido al triunfo y al dominio absoluto del sistema neoliberal en cada rincón del planeta. Entre las diversas tendencias que atraviesan este tipo de sistema, hay una en particular que pareciera constituir la forma mentis de la época: la que considera a los cuerpos como un ruido de fondo del sistema. Los cuerpos reales son ‘pesados’, y demasiado opacos, deseantes y vitales, y por eso mismo, escapan a las lógicas lineales previsibles. Desde siempre, el objetivo perseguido por las políticas y las proprias prácticas neoliberales consisten en volver a desterritorializar esos cuerpos. Volverlos indeterminados, una materia prima manipulable, un ‘capital humano’ utilizable según lo precisen los circuitos del mercado. Se les exige que sean disciplinados, movidos sin criterio, flexibles, deben estar siempre listos para poder adaptarse (esa frase, adaptarse, es el letimotiv de nuestra época) a las necesidades determinadas por la estructura macro-económica. En su abstracción extrema, los cuerpos de los indocumentados, de los desempleados, de los que no son “como se debe”, de los ahogados en el Mediterráneo o los de los centros de detención, sólo son números: indiferenciados, sin valor, sin coroporeidad y por ello, sin humanidad.

En el ámbito científico-técnico esta tendencia aparece bajo el paraguas de “todo es posible” y niegan que haya límites biológicos o culturales al deseo patológico de desregulación orgánica. Se trata de avanzar en mecanismos que aumenten lo vivo, la posibilidad de vivir mil años ¡devenir inmortales! No es otra cosa que la voluntad de producir una vida post-orgánica en la que puedan dejarse atrás las molestias de los cuerpos, por naturaleza demasiado imperfectos y frágiles. La aceleración catastrófica del Antropoceno en estos últimos treinta años dan testimonio de los efectos funestos de este “todo es posible” tecnicista, que no solo ignora sino que arrasa con las  singularidades profundas de los procesos orgánicos.

Es en este mundo, convencido de poder arrasar con los límites propios de lo viviente, que ha surgido la pandemia. De una forma catastrófica y bajo los efectos de la amenaza, súbitamente tomamos conciencia de que los cuerpos están de regreso.Y de un día para otro son el primerísimo sujeto de la situación, y de las políticas que se llevan a cabo. Los cuerpos hacen que los recordemos, y en ese regreso pareciera abrirse una nueva ventana a través de la cual podemos entrever múltiples posibilidades de acción.

En primer lugar, nos permiten constatar que el poder puede, cuando quiere, desplegar las políticas necesarias para la protección y la salvaguarda de la vida. ¡El Rey está desnudo! En medio de su estupor, los líderes de las finanzas mundiales han comprendido que la economía, su monstruo sagrado, finalmente no podía prescindir de esclavos vivos para funcionar.

Tras haber intentado persuadirnos de que la única “realidad” seria en el mundo era la determinada por las exigencias económicas, los gobernantes de (casi) todo el planeta demostraron que es posible actuar de otro modo, incluso si fuera necesario un quiebre de la economía mundial.

Es como una confesión de parte de quienes categóricamente venían sosteniendo que todas las políticas (sociales, ambientales, sanitarias…) debían forzosamente acompasarse con el “realismo económico”, erigido en un dios totalitario al cual era imposible desobedecer.

Sin embargo, una ficción no debe suceder a otra. En este sentido, a la ficción neoliberal que afirma que una sociedad está compuesta de individuos serializados y autónomos, se la sustituyó en estos días por otra ficción, que se resume en la noble frase de que “todos estamos en el mismo barco”.

Lejos de criticar esta invitación a la solidaridad, sería un error creer que el carácter colectivo de la amenaza (el virus) puede por arte de magia eliminar las disparidades entre los cuerpos. La clase social, el género, la dominación económica, la violencia militar o la opresión patriarcal son varias de las realidades que sitúan nuestros cuerpos de manera diferente. Por lo tanto, no nos dejemos llevar por este romanticismo de confinamiento que pretende, al son del clarín, hacernos olvidar estas diferencias.


2.  La emergencia de una imagen compartida

Todos vivimos bajo la sombra de una amenaza mayúscula y generalizada: la de una desregulación ecológica global con efectos masivos, esto es: calentamiento climático, destrucción de la biodiversidad, contaminación del aire y de los océanos, agotamiento de los recursos naturales, que abarcan al conjunto de lo viviente y de las sociedades humanas. Sin duda hoy hay una mayoría de personas que están afectadas por ello y perciben (en el sentido neurofisiológico) esta realidad.

Ocurre que para la mayor parte del planeta, esto transcurre como si la catástrofe, anunciada no para mañana sino para hoy, no hubiera estado identificada como algo concreto e inmediato, sino que estuviera en un plano difuso y no vivido directamente. Estaríamos, digamos, inmersos en la amenaza. Esa es nuestra atmósfera, y, en consecuencia, no llegamos a producir un conocimiento de las causas que nos permita formarnos una imagen concreta del peligro que desencadenan nuestras acciones. A diario recibimos noticias del desastre, pero la información esa, en vez de provocarnos una acción, nos lleva a la impotencia y a sufrir. ¿Quién, entonces, está actuando realmente en este contexto? A nuestro entender, los que participan en la investigación de las causas: las víctimas, los científicos, los que lanzan la voz de alerta…Dicho de otro modo, quienes están involucrados en poner a la vista una representación clara del objeto. Ante las amenazas conscientes pero vistas como abstracciones, quedamos paralizados por la angustia. Y a la inversa, ante una causa identificada, sentimos miedo. Ese miedo, al contrario de la  angustia sin causa, nos empuja a la acción.

Para comprender mejor este punto, es útil referirse a la distinción propuesta por el filósofo alemán Leibniz, y retomada por la neurofisiología, entre percepción y apercepción. El ser humano al igual que el conjunto de los organismos vivos, está en constante interacción material con el ambiente. La percepción es la que registra este primer nivel, constituido por el conjunto de acoplamientos perceptivos que el organismo establece con su entorno físico-químico, y energético.

Para ilustrar este mecanismo, Leibniz da el ejemplo de cómo apercibimos el ruido de una ola. Explica que tenemos una percepción infinitesimal de millones de gotitas de agua que afectan el nervio auditivo sin que podamos apercibir el ruido de cada una de las gotas de agua. Solo en un segundo nivel, en la dimensión de los cuerpos organizados, podemos construir la imagen sonora de una ola. Esto significa que solo una pequeña parte de lo que percibimos del sustrato material deviene una apercepción, para luego participar en los fenómenos de la conciencia.

El punto central es, entonces, comprender cuándo y por qué emerge una apercepción. Esta, en un principio, está determinada por el organismo que la apercibe: un mamífero y un insecto evidentemente no producirán la misma imagen aperceptiva que una ola. En el caso de los animales sociales y en particular los humanos, la apercepción está también condicionada por la cultura y por los instrumentos técnicos con los que éstos interactúan. Al contrario de lo que sucede con ciertos mamíferos, los humanos no aperciben las frecuencias sonoras sin articular su sistema aperceptivo con máquinas que les permiten hacer emerger una nueva dimensión aperceptiva. Por otro lado, si el nivel aperceptivo participa en la singularidad que refiere a la unidad orgánica, no hay razón para considerarla como propia de un individuo o el resultado de una subjetividad individual. Una singularidad puede estar compuesta por un grupo de individuos, e incluso de naturaleza muy diversa (animal, vegetal y hasta un ecosistema) que participa en la producción de una superficie aperceptiva común. Lejos de ser un ‘super-organismo’ que existiría en sí, esta dimensión existe de forma distributiva entre los cuerpos que son capturados por ella, y es así que cada cuerpo individual resulta afectado. Los cuerpos participan en la creación de esta dimensión aperceptiva común, la que a su vez influencia y estructura los cuerpos. Cotidianamente, esta dimensión se manifiesta bajo la forma de lo que por costumbre llamamos ‘sentido común’, que actúa socialmente como una instancia concreta de sentido compartido.

Estamos asistiendo a un acontecimiento histórico e inédito: por primera vez toda la humanidad produce una imagen de la amenaza. Esta imagen no se reduce a un conocimiento científico de los hechos que condujeron a la aparición del virus. Lo que está profundamente en juego es la emergencia de una experiencia compartida de la fragilidad de los sistemas ecológicos, que hasta ahora habían negado y que fueron arrasados por los intereses macro-económicos del neoliberalismo.

La particularidad de esta apercepción común se debe al marco en el que emerge. Paradójicamente, no es el peligro intrínseco de la pandemia el que la impulsa, sino más bien el dispositivo disciplinario que la acompaña. Y es este dispositivo el que nos instala en una nueva dimensión.

No podemos comprender lo que ocurre si evaluamos el tema desde su dimensión sanitaria. Este es el escollo que lleva a que algunos se lancen a hacer peligrosos cálculos macabros para responder al carácter inédito de la crisis, y compararla con otros flagelos. Ante esta nueva situación, nosotros vemos emerger dos interpretaciones opuestas:
Por un lado quienes sostienen que se trata de un hecho muy grave para el que hay que encontrar una solución, entendiendo por solución una vacuna o un medicamento. Al entender la crisis desde esta perspectiva, obviamente no se cuestiona el paradigma de pensamiento y de actuar  dominante.
Del otro lado, hay otra interpretación a la que adherimos e intentamos contribuir, que consiste en ver en esta ruptura un hecho concreto que pone en cuestión de forma irreversible la ideología productivista y hasta la hegemonía. El coronavirus, para nosotros, es el nombre de este punto crítico que marca al mismo tiempo -al menos eso esperamos -, un punto de no retorno a partir del cual nuestra relación con el mundo, y el lugar del ser humano dentro de los ecosistemas, debe ser profundamente puesto en debate.


3. Una experiencia del común

En el horror que estamos viviendo, si hacemos el esfuerzo de no renunciar a pensar, comprobaremos que hay una sola cosa que podemos experimentar positivamente en esta crisis: la realidad de los lazos que nos constituyen. Pero esto también hay que preservarlo de una mirada inocente. No somos todos iguales frente a nuestra interioridad. Y dado que el frenesí de la vida cotidiana no permite auto-evitarnos, algunos de nosotros nos damos cuenta del hecho de tener una pésima relación consigo mismo, y con el entorno inmediato. En un circuito cerrado, el verdadero infierno, a menudo, es uno mismo. Un odio de sí que termina por transformarse en un infierno para los demás.

En nuestra vida de confinamiento, tomamos conciencia de que somos seres territorializados, incapaces de vivir exclusivamente de manera virtual, dejando a un costado cualquier elemento de la corporeidad. Millones de individuos experimentan en sus cuerpos que la vida no es una cosa estrictamente personal. Las tan mentadas virtudes del mundo de la comunicación y de sus instrumentos muestran en plenitud su impotencia para hacernos salir de nuestro aislamiento. En el mejor de los casos, nos entretienen con la ilusión de reunir a los separados, como separados.

En medio de la crisis, de algo tenemos certeza: nadie se salva solo. Lo que están experimentando nuestros contemporáneos, para bien o para mal, es la fragilidad de los lazos que nos constituyen y que nos obligan a ir más allá de las ilusiones del individuo autónomo y serializado. O sea, que estamos entendiendo que no se trata de ser fuertes o débiles, loosers winners, sino que existimos, todas y todos, en la forma de esta fragilidad que nos permite sentir y probar nuestra pertenencia al común. Nuestra vida individual y la vida social son dos lados de una misma moneda. Obligados al aislamiento, nos damos cuenta de estar atravesados por múltiples lazos y de no corresponder de modo alguno al diseño thatcheriano según el cual “la sociedad no existe. Todo lo que existe son individuos”.

En realidad, lo que nos permite actuar en esta situación es el propio deseo del común, el deseo de la vida, no la amenaza. En este movimiento de la balanza, nuestros puntos de vista habituales se invierten: no se trata todo de mí y de mi vida individual. Lo que cuenta en este momento, es en qué está inserta la vida, ese tejido a través del cual adquiere su sentido. En este momento en que los lazos se reducen a la pura virtualidad comunicacional, nos parece crucial pensar los límites de esta abstracción. Pensar en lo que no es posible experimentar vía Skype ni por ninguna red social. En síntesis, cuál es, en el fondo, la singularidad propia de nuestros cuerpos, y de sus experiencias.

4. Contra el biopoder

La ventana que se ha abierto, sin embargo, no apunta solo hacia nuevas posibilidades de actuar de manera positiva. La experiencia que estamos viviendo ofrece al biopoder en acción un ejemplo sin precedentes: asistimos a la posibilidad de disciplinar países enteros, continentes enteros, y a la vez mostrando, con mucha frecuencia, el propio deseo de las personas de hacerse disciplinar cuando le agitan la bandera de la supervivencia.

Reconocemos que tiene algo de tragicómico constatar que la geolocalización de los individuos supone que éstos no registran la idea espantosa y perversa que es dejar su smartphone en la mesa de luz. La servidumbre voluntaria es mayúscula cuando la pulsera electrónica que se coloca a un preso deviene en un teléfono móvil comprado con total cariño. Esta experiencia inédita de control social podría servir, entonces, para ser repetida. Imaginamos que a futuro, no será difícil encontrar nuevas amenazas o nuevas emergencias para justificar semejantes  prácticas de control.

En este contexto, la cuestión de si estamos o no en guerra contra el virus no es un asunto meramente retórico. En primer lugar porque tiene implicancias jurídicas concretas, y luego porque nos señala el modo en que esta crisis puede dar lugar a prácticas autoritarias perdurables. No estamos en guerra. Esa visión viril y conquistadora es parte del problema. Sufrimos las consecuencias de un régimen económico y social aberrante y mortífero. Seamos cautelosos con estos discursos marciales y donde baten los tambores que siempre preceden a convocar a sacrificios al pueblo. Nuestro objetivo no es ganar una batalla sino asumir la fragilidad del mundo y un cambio radical en la manera de habitarlo.

De otro modo, una vez que la pandemia termine, el poder no dudará -con todos sus énfasis de mariscal victorioso - en enrolar a la población detrás de la causa patriótica y económica. Y nos dirá que ahora no es el momento de pensar o de protestar a favor de los grandes cambios socio-estructurales (sin ir más lejos, una mejora de los sistemas públicos de salud). Cualquier demanda de justicia social pasará por una traición a la patria porque estaremos en el momento de abocarnos a la tarea sagrada: reencaminar la economía y el crecimiento.

La historia oficial nos dirá, primero, que hemos vencido, enfrentado y vencido un accidente desgraciado e imprevisible. Nos explicará, a continuación, que hay que redoblar los esfuerzos para vencer la resistencia de la naturaleza a todo el poderío humano. O sea que, de forma irresponsable llamarán ‘accidente’ imprevisible a lo que en realidad los biólogos y epidemiólogos vienen anticipando hace 25 años. Entre los múltiples vectores que están en el origen de enfermedades emergentes y re-emergentes, sabemos que la destrucción de los mecanismos de regulación metabólica de los ecosistemas, notablemente ligada a la deforestación , juega un rol fundamental. Además, la urbanización salvaje y la presión constante de las actividades humanas sobre los entornos naturales favorecen situaciones de promiscuidad inédita entre las especies.

Sea cual fuere la reacción de los gobernantes, una cosa es segura: hay una nueva dimensión aperceptiva, o sea, una nueva imagen del desastre ecológico que está a la vista y se ha incorporado al sentido común. El dispositivo según el cual el humano era el sujeto que debía erigirse en el dominador y propietario de la naturaleza se muestra en su rostro más pesadillesco.


5. Pensar y actuar en la situación actual

Como escribió Proust, “los hechos nunca penetran el mundo donde viven nuestras creencias”. No existen los hechos ‘neutros’ que expresan un significado en sí. Todo hecho existe solo en un conjunto interpretativo que le da un sentido y una validez.

La ciencia se ocupa de los hechos, pero al mismo tiempo construye su propria narrativa, su interpretación. Al contrario de lo que pretende el cientificismo, la actividad científica no consiste en producir simples agregaciones de hechos desnudos. La narración que afirma que la ciencia ordena los hechos surge de una interacción con las otras dimensiones que son, entre otras, el arte, las luchas sociales, el imaginario afectivo, y, más globalmente, la experiencia vivida. Diversas dimensiones que participan de la producción del sentido común.

Frente a la complejidad del mundo, la tentación reaccionaria nos invita a delegar nuestra potencia de acción en los tecnócratas, cuando no directamente en las máquinas algorítmicas. En esta visión oligárquica, los que saben son los científicos y los políticos, y el pueblo obedece. Pero hay una relación conflictiva mucho más profunda entre el pensamiento crítico y el sentido común a la que no podemos oponernos. El rol del pensamiento estructurado no es el de ordenar y disciplinar el sentido común, sino más bien agregar dimensiones de significación que puedan luego convertirse en mayoritarias y hegemónicas. Por eso mismo es que cualquier proyecto emancipador, lejos de representar la revelación de una escena oculta de la verdad es siempre la creación libre de una nueva subjetividad.

Esa fantasía de proyectar la gran celebración que sobrevendrá al día de la liberación implica, en su entendible inocencia, olvidar los procesos que nos han conducido a la actual situación; y por tanto esos procesos no se van a retirar como un ejército derrotado. Los elementos continuarán sirviéndonos de diversas maneras. Es necesario que esta crisis no se termine con los aliviadores aplausos de una guerra ganada. Este acontecimiento histórico abre la puerta a la apercepción común de los lazos de fragilidad que constituyen nuestro mundo.

No sabemos lo que nos espera y no tenemos la mínima pretensión de predecirlo. Sí sabemos que las fuerzas reaccionarias de todo el planeta estarán listas para aprovecharse del aturdimiento en el que todavía estaremos inmersos. Por eso, estando en el corazón mismo de esta situación oscura y amenazante, debemos asumir esta realidad no esperando ‘que pase’, sino preparando desde ahora las condiciones y los lazos que nos permitan resistir la avanzada del biopoder y del control.

Esta situación de crisis no debe conducir a un aumento de la delegación de nuestra responsabilidad. Seguramente hemos visto que ‘los grandes del mundo’ (esos enanos morales) nos hablan de guerra, pretenden otra vez hacer de nosotros recursos humanos, carne de cañón.

Solo una clara oposición al mundo neoliberal de las finanzas y de la pura ganancia, solo una reivindicación de los cuerpos reales no sometidos a la pura virtualidad del mundo algorítmico, pueden ser hoy nuestros objetivos.

Como en toda situación compleja, debemos cohabitar con un no-saber estructural, que no es ignorancia, sino una exigencia para el desarrollo de todo conocimiento.

No se trata de pensar el día después viviendo el presente como un simple paréntesis. Nuestra vida se despliega hoy. Y por eso este pequeño Manifiesto es un llamado a aquellas y aquellos que buscan imaginar, pensar y actuar en y por nuestro presente.

Contacto: collectifmalgretout.net

Por el «Collectif Malgré Tout» Francia: Miguel Benasayag, Bastien Cany, Angélique del Rey, Teodoro Cohen, Maeva Musso, Maud Rivière.
Por el «Collettivo Malgrado Tutto» Italia: Roberta Padovano y Mary Nicotra

viernes, 10 de abril de 2020

El eternauta en cuarentena


¨Estoy orgulloso de esta serie que se hizo con poco dinero y un montón de talentos¨, escribe Miguel Ángel Solá, via wasap, desde Madrid. Ya habíamos hablado sobre ¨Germán, últimas viñetas¨ en alguno de nuestros encuentros porteños. Su protagonista la destacaba por su ausencia y lejanía entre el mar de pavadas que se obstinaba y se obstina en difundir la industria cultural. Pero bueno, a alguien se le encendió la lamparita en la tv pública argentina, sumó uno más uno y decidió que este era El Momento idóneo para volver a transmitirla. Cuarentena, Semana Santa, todo el mundo, literalmente, en su casa, las similitudes con la obra de Oesterheld, si uno afila un poco el hipotálamo, podrían llegar a ser infinitas. Voilá, la luz, no hay mejor serie en todo el país para ver en estos días. Felices Pascuas y a disfrutar esta maravilla

CLVP: ¿Qué analogias encontrás entre El Eternauta y esto que está pasando?

Miguel Ángel Solá:  Hay visionarios. El Eternauta se adapta a una invasión marciana, como la que ideó ese genio maravilloso de Orson Welles, o al fratricidio cometido por la junta militar, o ésto que no tiene grupos de tareas visibles pero tumba al mundo, lo arrodilla, lo tortura y nos desaparece, solos, al cuidado de nadie conocido o querido. Todo tiene un común denominador: el hombre es el único animal que genera basura en todo el planeta Tierra y zonas de influencia. Y el único problema es: ¿quién la tiene más larga para acabar con el otro, para quedarse el dinero, las posesiones del otro, la manada de hembras del otro y la ¨fama final¨, creyendo que ¨la fama final¨ (cada uno de ellos) es la de Calígula, Nabucodonosor, Nerón, Alejandro Magno, Atila, Julio César, Napoleón, Hitler, Stalin, Jhomeini, Trump o el chino o el coreano de turno. ¿Quién, eh?, ¿el atacante o el atacado?, ¿el virus creado en el laboratorio o la resistencia de lo poco que queda de humano en nosotros? ¿Qué somos? ¿Qué queremos? ¿Qué soñamos despiertos? No son las mujeres, no son los niños, quizás algunos viejos de mierda que ante la muerte deciden matar a los demás sin demasiadas contemplaciones. Pero, desde la mediana juventud, pasando por la adultez adulterada, el hombre varón es la desgracia de este mundo. Por lo que hace y por lo que deja de hacer. Las excepciones son más que los que deciden acabar con el otro, pero callan, o se esconden, o no creen en su capacidad para cambiar el orden establecido, la obediencia debida, los 7 pecados capitales por sus mejores virtudes. Quizá te haya contestado. Escribí sin pensarlo, al dictado del dolor que siempre es una herida abierta y el hervor de la sangre que pica en todo el cuerpo.

Informe: Nicolás García Sáez

Pd: al texto de Miguel Ángel Solá no se le tocó un solo punto, ni una sola coma, fue trasladado del wasap a este blog para vuestra lectura 






* Copypasteamos la data que dan en la tvpa.

Una miniserie de trece episodios que narra, desde la ficción, los pormenores que debió atravesar el creador de El Eternauta en su paso por las editoriales de su tiempo, en las que vendía sus servicios como guionista.
Héctor Germán Oesterheld, interpretado magistralmente por Miguel Ángel Solá, fue el escritor del Eternauta, Ernie Pike y otras conocidas historietas. La serie empieza relatando el momento en el que él va en busca de trabajo a la editorial de historietas más prolífica de la Argentina. Allí las historias son simples y de género, con la particularidad de que los malos siempre son los indios, los cubanos o los extraterrestres. La llegada de Germán provoca una revolución en la editorial y los escritores y dibujantes, se sienten atraídos pero también celosos por la llegada del maestro. La dictadura militar se impone por las calles y llega a la misma editorial. Las cosas cambian y Germán es obligado a cambiar de casa para no ser secuestrado.



El elenco está formado por Miguel Ángel Solá, Claudio Rissi, Paula Reca, Ezequiel Tronconi, Enzo Ordeig, Walter Cornás, Javier Pedersoli, Gustavo Pardi, Gabriel Fernández, Rubén Poncetta y Beatriz Spelzini. Es una producción de Carlos Silva y Roberta Estela Sánchez. El guión de esta serie es de Luciano Saracino y fue dirigida por los directores Cristian Bernard, Flavio Nardini y Federico Sosa.