Para
hacer honor a la verdad, no puedo negar que mi experiencia de cuarentena venía
siendo muy romántica. El covid 19 me encontró en condiciones inmejorables para
atravesar una situación de estas características.
En
principio, soy taurina. El “quedate en casa” es como música para mis oídos. Muy
parecida a un hobbit, no tengo urgencia por salir de la comarca. Vivo en Villa
de las Rosas, un pueblito con mucha onda en las sierras cordobesas. Casa cómoda,
mucho espacio verde para meter las manos en la tierra, senderos para salir a caminar y respirar aire
puro sin barbijo, días de un otoño maravilloso, cálido, de cielos limpios.
Mi
trabajo docente continúa en modalidad virtual. Celular, pantallas varias,
reuniones por zoom, audios, videos, archivos. También tengo un hijo en edad
escolar. Escuela en casa… no hace falta agregar mucho más. Pese al agotamiento
que genera la comunicación a distancia,
la posibilidad de continuidad laboral permitió que mi economía no sufriera
cambios.
Todo
esto no significa que la pandemia no me atravesara también desde la
preocupación y la angustia. Mi amiga ceramista sin poder armar su puesto en la
feria artesanal. Otro amigo sosteniendo los gastos de su bar cerrado. Mis
amigas con hijos pequeños al borde del ataque de nervios. Mi familia en Buenos
Aires. Mi padre con su salud en situación de riesgo. Mi hermano médico
trabajando en las trincheras. Todas las historias difíciles conocidas y todas
las que pudiera imaginar desde la empatía y la solidaridad.
Pero
acá, en el valle de Traslasierra, estábamos en zona blanca. Zona libre de
circulación del virus. Y eso lo hacía todo más fácil. Mucho encuentro, mate
compartido, besos y abrazos. Mucho tejer redes, mucho ayudarnos y acompañarnos
para sobrellevar altibajos económicos y familiares. Paradójicamente, fue un
tiempo de encuentros, de fortalecimiento de vínculos, de nacimiento de
proyectos, de abundancia, de creatividad y de apostar a hacer las cosas de una
manera diferente. Por lo menos, en mi círculo cercano el virus estaba absolutamente
lejos.
Con
la zona cerrada por todos sus accesos, salimos de la fase de cuarentena a la
fase de distanciamiento social. Autorizaron la apertura de bares, restaurantes
y gimnasios. Autorizaron los desplazamientos por el Valle sin necesidad de
permisos especiales. Barbijo, alcohol en gel y distancia serían suficientes
para cuidarnos, cada uno siendo responsable de sí mismo y de su familia.
Empezamos a soñar con el pronto retorno a las aulas. Pero
esa incipiente reactivación o vuelta a cierta normalidad duró sólo unos pocos
días. Hace una semana nos desayunamos con la noticia del primer caso de Covid
19 en Villa Dolores. Un oficial que, aparentemente, no había salido de zona
blanca. La noticia la daba un comisario, con su barbijo con insignia, un
baldazo de agua fría. No fue un profesional de la salud, no fue un político
siquiera quien dio la cara. Un uniformado dando un comunicado oficial sobre
salud pública.
Rastrearon
la entrada del virus. No se sabe bien quién ni para qué autorizaron el ingreso
de tres personas que venían de una zona roja de Buenos Aires. Contagiaron al
uniformado, que antes de saberse infectado, estuvo en una reunión social, aprovechando
la flexibilización de las normas. Pánico en la villa serrana. Conflicto entre
las autoridades políticas y sanitarias que se adjudican las culpas. Los
profesionales de la salud trabajando a brazo partido pasando hisopo a mansalva.
La gente empieza a mirarse mal. Ahora cualquiera puede tener el virus.
Volvimos
para atrás. Pero ahora con limitaciones para movernos entre los pueblos del Valle.
Las municipalidades no tienen mejor idea que bloquear caminos internos con
grandes montículos de tierra, piedras y fierros, que impiden la circulación, no
sólo de autos particulares sino también de camiones de bomberos, justo en época
de incendios, o de ambulancias que nunca se sabe cuándo son necesarias. Esta
medida ya ha causado un accidente fatal en el límite de Córdoba y San Luis.
Volvimos
para atrás porque ahora empezaron a aparecer situaciones de denuncias entre
conocidos por supuestas violaciones a las normas. Lo vi con mis propios ojos. Bajo
el discurso de “cuidarnos entre todos” empezamos a traspasar límites morales
hacia lugares muy peligrosos. Lugares que ya recorrimos y que nos provocaron
heridas sociales que, luego de largas décadas, aún siguen abiertas.
No
sé hablar con números ni estadísticas, ni barajar hipótesis, ni sé desenredar
la trama de lo que está pasando en nuestro país y en el mundo. No tengo tanta
claridad ni certezas para responder, pero esta situación que estamos atravesando
en los últimos días en el Valle de Traslasierra, me mostró de cerca los efectos
secundarios de este virus, los daños colaterales, la verdadera peligrosidad y fuerza
de destrucción del bicho, que no es el bicho.
Texto y dibujo con birome: Eugenia Alfano *
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Editora, cuentista, docente e ilustradora
Especial
para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos