jueves, 25 de junio de 2020

Del rojo al naranja al blanco al rojo al blanco al naranja y así


Para hacer honor a la verdad, no puedo negar que mi experiencia de cuarentena venía siendo muy romántica. El covid 19 me encontró en condiciones inmejorables para atravesar una situación de estas características.

En principio, soy taurina. El “quedate en casa” es como música para mis oídos. Muy parecida a un hobbit, no tengo urgencia por salir de la comarca. Vivo en Villa de las Rosas, un pueblito con mucha onda en las sierras cordobesas. Casa cómoda, mucho espacio verde para meter las manos en la tierra,  senderos para salir a caminar y respirar aire puro sin barbijo, días de un otoño maravilloso, cálido, de cielos limpios. 

Mi trabajo docente continúa en modalidad virtual. Celular, pantallas varias, reuniones por zoom, audios, videos, archivos. También tengo un hijo en edad escolar. Escuela en casa… no hace falta agregar mucho más. Pese al agotamiento que genera la comunicación  a distancia, la posibilidad de continuidad laboral permitió que mi economía no sufriera cambios.

Todo esto no significa que la pandemia no me atravesara también desde la preocupación y la angustia. Mi amiga ceramista sin poder armar su puesto en la feria artesanal. Otro amigo sosteniendo los gastos de su bar cerrado. Mis amigas con hijos pequeños al borde del ataque de nervios. Mi familia en Buenos Aires. Mi padre con su salud en situación de riesgo. Mi hermano médico trabajando en las trincheras. Todas las historias difíciles conocidas y todas las que pudiera imaginar desde la empatía y la solidaridad.

Pero acá, en el valle de Traslasierra, estábamos en zona blanca. Zona libre de circulación del virus. Y eso lo hacía todo más fácil. Mucho encuentro, mate compartido, besos y abrazos. Mucho tejer redes, mucho ayudarnos y acompañarnos para sobrellevar altibajos económicos y familiares. Paradójicamente, fue un tiempo de encuentros, de fortalecimiento de vínculos, de nacimiento de proyectos, de abundancia, de creatividad y de apostar a hacer las cosas de una manera diferente. Por lo menos, en mi círculo cercano el virus estaba absolutamente lejos.

Con la zona cerrada por todos sus accesos, salimos de la fase de cuarentena a la fase de distanciamiento social. Autorizaron la apertura de bares, restaurantes y gimnasios. Autorizaron los desplazamientos por el Valle sin necesidad de permisos especiales. Barbijo, alcohol en gel y distancia serían suficientes para cuidarnos, cada uno siendo responsable de sí mismo y de su familia. Empezamos a soñar con el pronto retorno a las aulas. Pero esa incipiente reactivación o vuelta a cierta normalidad duró sólo unos pocos días. Hace una semana nos desayunamos con la noticia del primer caso de Covid 19 en Villa Dolores. Un oficial que, aparentemente, no había salido de zona blanca. La noticia la daba un comisario, con su barbijo con insignia, un baldazo de agua fría. No fue un profesional de la salud, no fue un político siquiera quien dio la cara. Un uniformado dando un comunicado oficial sobre salud pública. 

Rastrearon la entrada del virus. No se sabe bien quién ni para qué autorizaron el ingreso de tres personas que venían de una zona roja de Buenos Aires. Contagiaron al uniformado, que antes de saberse infectado, estuvo en una reunión social, aprovechando la flexibilización de las normas. Pánico en la villa serrana. Conflicto entre las autoridades políticas y sanitarias que se adjudican las culpas. Los profesionales de la salud trabajando a brazo partido pasando hisopo a mansalva. La gente empieza a mirarse mal. Ahora cualquiera puede tener el virus.

Volvimos para atrás. Pero ahora con limitaciones para movernos entre los pueblos del Valle. Las municipalidades no tienen mejor idea que bloquear caminos internos con grandes montículos de tierra, piedras y fierros, que impiden la circulación, no sólo de autos particulares sino también de camiones de bomberos, justo en época de incendios, o de ambulancias que nunca se sabe cuándo son necesarias. Esta medida ya ha causado un accidente fatal en el límite de Córdoba y San Luis.

Volvimos para atrás porque ahora empezaron a aparecer situaciones de denuncias entre conocidos por supuestas violaciones a las normas. Lo vi con mis propios ojos. Bajo el discurso de “cuidarnos entre todos” empezamos a traspasar límites morales hacia lugares muy peligrosos. Lugares que ya recorrimos y que nos provocaron heridas sociales que, luego de largas décadas, aún siguen abiertas.

No sé hablar con números ni estadísticas, ni barajar hipótesis, ni sé desenredar la trama de lo que está pasando en nuestro país y en el mundo. No tengo tanta claridad ni certezas para responder, pero esta situación que estamos atravesando en los últimos días en el Valle de Traslasierra, me mostró de cerca los efectos secundarios de este virus, los daños colaterales, la verdadera peligrosidad y fuerza de destrucción del bicho, que no es el bicho.

                                                          Texto y dibujo con birome:  Eugenia Alfano *


* Editora,  cuentista, docente e ilustradora

Especial para Los Verdes Paralelos y Los Verdes Platónicos