No es la piel del lagarto prehistórico que se desliza serena y apenas
trémula, centellas entre el silencio y un céfiro del mediodía. Tampoco es la superficie
movediza con su profundidad breve, iluminada por el día abierto que no festeja
una concesión burocrática. No es el manto, aunque lo parezca, de un fantasma vegetal y líquido buscando
no volver a ser el mismo en su devenir verde musgo, tal vez un tanto esmeralda.
Es el río libre y eterno recorriendo su extenso albedrío, vivo desde el principio de los tiempos, visto en
cierto y limitado contexto de ¨Libertad¨, nótense las comillas.
Hay que soportar con entereza la terminología y/o fraseología
covídica. Si hay algo que me produce una desconfianza atávica, ese algo más bien agrio que rechina entre mis oídos, incluso entre mis
dedos, es aquel momento en el que me enuncian o garabatean o enuncio y yo mismo escribo la palabra
¨permiso¨, sobre todo si es compañera de la indignación, esa que pispea a
quienes lo dictaminan, sujetos abrazando y besando a semejantes igual de
descuidados, todos sin tapujos ni barbijos.
Hay, por si fuera poco, otro tipo de ruido cada vez más sonoro, que no solo hace eco en las encuestas sino también en el inmenso humor colectivo. Un rumor que crece a cada minuto, hora, día,
semana, mes, tiempo que como el río lento se nos va y no vuelve, pero que guardaremos para siempre,
que no quepa ninguna duda, entre nuestros primeros recuerdos.
Video y texto: Nicolás García Sáez