Ustedes tal vez no lo
recuerden, pero no hace mucho tiempo, había algo premonitorio revoloteando
entre los iones y los céfiros, un ¨yo te lo dije¨ zumbando en ciertos gestos
apurados o, todo lo contrario, en una parsimonia inusual que daba la impresión
de estar acumulando reservas de paciencia y energía ante el enésimo sacudón que
aparecería inevitablemente gracias a las deficiencias de los mismos de siempre. En aquel entonces , había una antesala de algo que se
venía cantando hace tiempo en los bares, en las intimidades más lúcidas y en su polo
opuesto, el de los medios de desinformación masiva, cuando no, que luego comenzaron a magnificar los titulares con alarmas y neones, una manera siempre burda de mantener a los
consumidores bebiendo de las tetas del miedo. Y, en medio de todo eso, la
sensación espesa que producen las películas de zombis y de todos los
apocalipsis juntos, bodrios repetitivos que ya con la musiquita te adelantan el
guion, incluso las que cuentan (o descuentan) con una escenografía y unas
actuaciones que rozan la tragicomedia, aunque tengan el plus de una noche rara,
fría y ventosa de los principios de un otoño del año 2020. Ustedes tal vez no
lo recuerden, pero en una época no muy lejana, la gente, durante aquellos primeros
días, se aventuraba a los balcones para aplaudir a los galenos que arriesgaban
sus vidas por nosotros, cobrando muchísimo menos dinero que cualquier diputado
que ¿trabajaba? por zoom. Ustedes tal vez no lo recuerden, pero todo eso
sucedió y ya lo estamos olvidando.
El tiempo fue lento como
pocas veces y las malas decisiones ajenas se metían, literalmente, en el
living, la habitación, la heladera, en los presupuestos que se iban agotando
mientras estaba prohibido trabajar. Te lo cuentan ahora y parece el boceto de
un libro descartado por Orwell o Bradbury, pero aquello sucedió y estuvimos
inmersos hasta la médula, con templanza de samurái zen devoto del Tao o el feng
shui, había que tener la cabeza y el hogar bien ordenados para soportar lo que
vendría. Y un cuerpo bien entrenado.
¿Y si yo tenía ganas de ponerme a dar clases multitudinarias de
spinning punk con todos los de Sumo sonando al palo? ¿Podía? No, no podía.
Juventud, divino tesoro, sobre todo si uno siempre lo hizo y lo hará extensivo
a los horizontes del tiempo. Fue duro, damas y caballeros, durísimo, todos estuvimos ahí, todas la parieron como si
fuese el eclipse que trae algo nuevo, pero tóxico e incierto. Así las cosas, se
barajaban varias opciones: quedarte acostado, sentado o parado. Si estabas
acostado podías contemplar un cielo más bien fusco con muy pocas posibilidades.
Si estabas sentado podías ser el rey de los matices. Si estabas parado podías
hacer ejercicio, tender una mano, ayudar. Rebelión
era una palabra polémica que también, llegado el caso, sonaba muy bonita, sobre
todo cuando nos enterábamos de los casos de Solange, de Facundo, de Magalí, de
Franco, de Lara, de Abigail, de Luis y de los cientos de miles de personas (con
todos sus inmensos derechos humanos y la sagrada Constitución en la mano) que
fueron humilladas durante la Cuareterna Medieval, autoritaria e ineficaz como
casi ninguna otra en el mundo. Melbourne tuvo la más larga, dejando a ese
desacierto monumental en segundo puesto, algunos intransigentes probablemente
lamenten ese dato.
Hablando de las mitocondrias…
¿qué se podía hacer con ese/a maravilloso/a/e amigo/a/e acérrimo/a/e, con esa/e/o querida/o/e amiga/o/e o ese/o/a querido/a/e familiar que parecía ciego/a/e, sordo/a/e
y mudo/a/e? ¿Qué se podía hacer con esas/es/os afectuosos/as/es obsecuentes/as/os? que
defendían lo indefendible? ¿Qué se podía hacer cuando te dabas cuenta que los socavaba el rubor ajeno debido
a la inoperancia e hipocresía de sus líderes/as? ¿Qué se podía hacer cuando te
enterabas que se enorgullecían (¡y encima lo difundían por sus redes sociales!)
por haber denunciado a un vecino deprimido que salía a respirar un poco de aire
para no enloquecer dentro del monoambiente que alquilaba en Buenos Aires,
Córdoba o Rosario junto a su mujer y sus dos hijos, todos desempleados? No
mucho más que compadecerlos y abrazarlos. Eso es lo que se podía hacer y se
hizo con estos seres, muy buena gente, probablemente, incluso con muy buenas
intenciones, pero que daban a entender que estaban un tanto... confundidos/as/es, personas con una indignación selectiva que se destrababa según soplase
el viento, seres/as/os? muy nobles/as que esperaban para ver y leer las directivas del
rebaño/a/e y así poder repetir mansamente el cotorreo de turno. ¿La opinión
personal, libre, independiente? Bien, gracias, pero allí brillaba por su
ausencia. Compadecerlos/as/es, quererlos/as/es, intentar comprenderlos/as/es,
darles, con ese gran gesto de paciencia y bondad, Amor Verdadero, Amor del
bueno, Amor del que se bebe de las fuentes primigenias, el de Cupido, el de Siddharta,
el de Julieta hacia Romeo y viceversa, el que no se usa como estratagema para
ganar un voto o generar, qué curioso, el odio tan mentado al que se recurre
para dividir e intentar mal reinar.
Querer abrazar y no poder
hacerlo, para luego enterarnos que quienes supuestamente tendrían que haber
dado el ejemplo festejaban con banquetes (bancados con la nuestra) y besos y abrazos. Gente pasando
penurias, hambre y desesperación mientras un perro muy mimado y pariente de Lassie
comía toneladas de alimentos Premium, también pagados con nuestros impuestos. ¿El boceto de
un mal cuento descartado por Chejov? No, la triste realidad Argentina durante el
2020.
Cuando a mi, en los
ambientes del funky, del rock, me preguntaban si los Redondos o Soda yo siempre
contestaba Sumo. Algo parecido me pasó en ese despropósito que fue el aislamiento
infumable y obligatorio, que parecía conminarte a estar en el Boca y River de
la supuesta derecha que hace cuentas, o el de la supuesta izquierda que hace
cuentos, o en ese centro soporífero que ve con morigeración el lento y perezoso vuelo de
las moscas piponas. Que manía esa, la de querer ubicarte dentro de un
conceptito binario que intentaba obligarte a estar a favor del llamado socialismo
(¿acaso aquel ¨sui generis¨ importado de Italia que, se dice, habilitó el ingreso al país
de un montón de jerarcas nacionalsocialistas?) o a favor del llamado
capitalismo que no pudo, o no quiso y aún sigue sin encontrar una solución concreta
y expeditiva a la pobreza congénita de este país. Pero qué testarudez, la de
querer imponerte el estar a favor del pavo real del turno actual, o el pavo
real del turno anterior. Naranja, señores, yo llevo ese color, el preferido de
mi infancia, el color con el que a mí me gusta reverenciarlo a Buda y de ahí no
me muevo, o me muevo apenas porque siento que me elevo (un poquito, un milímetro)
cada vez que practico sus enseñanzas, lo suficiente como para darme cuenta que
esa grieta es una artimaña para dividirnos y seguir engordando la megalomanía, los bolsillos
y la inseguridad de la oligarquía política. Punto y aparte. O seguido. Y así la
Magia, la que había que reinventar a diario para poder funcionar, no enloquecer,
ni desesperar, colaborar con los que flaqueaban o caían rendidos mientras las
balas covídicas pasaban lejos, cerca o no pasaban cuando nos zambullíamos adentro
de la Fortaleza de los nuestros, que fue infinita. Hubo Hermandad. Hubo
Cofradía. Hubo Comunidad. Ustedes ya lo saben, damas y caballeros.
Mientras tanto, en las rutas
argentinas, solo pululaban los polis y los afortunados con permisos muy
dudosos. Permiso. Había que pedir permiso para casi todo, caso contrario el
apercibimiento era contundente, cualquier semejanza con una época cercana y siniestra de nuestra Historia…¿era pura coincidencia?. Recuerdo la visita de una amiga ¨con permiso¨
para circular, una rara avis entrañable que había votado a los gestores de la
Cuareterna, pero que tenía una apertura mental admirable para desmenuzar cada
uno y cada cual de los innumerables atropellos que en aquel entonces se estaban
cometiendo. Recuerdo que salimos a fines de aquel invierno, luego de largos
meses de encierro, a dar, por fin, una vuelta por las rutas y los pueblos semi
vacíos: la sensación era la de ser unos marcianos en medio de un laudo
lunático. Fuimos recorriendo las orillas de un río y, picnic austero mediante,
nos detuvimos a contemplar y a filmar el reflejo de los árboles, el reverberar,
el agua quieta y extraña, allí comentamos algo sobre el correr de un gran velo
y los descubrimientos, el nuevo mundo que se avecinaba. Hablamos sobre vacunas,
cyborgs, microchips, ciudades inteligentes, trabajos que iban a ser realizados
casi exclusivamente por robots. Tuvimos una conversación muy técnica, pero
también jocosa mientras imaginábamos cielos de colores imposibles. De repente,
un sonido, un chasquido. Algo se movió en el agua, algo muy real y concreto:
era un pez, pequeño, diminuto, nadando libre, sereno, ni a favor, ni en contra
de ninguna corriente.
(continuará)
Texto y video
(inéditos): Nicolás García Sáez
Especial para Los
Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos