domingo, 4 de septiembre de 2022

¨ La desaparición ¨, el último largometraje protagonizado por Miguel Ángel Solá

Nicolás García Sáez Miguel Ángel Solá

 Mientras conversamos por wasap, me entero de la existencia de su último largometraje, a punto de estrenarse en Europa.  Mi atención, a veces dispersa, ya está enfocada al ciento por ciento en ese diálogo. Es curioso como se va presentando el proyecto de un orfebre del séptimo arte, aparecen imágenes de pinturas hechas por Lucian Freud y Francis Bacon (que inspirarán varios fotogramas) una reseña, un blog, quiero saber más. Un par de días más tarde soy un privilegiado que accede, mediante una contraseña, a la plataforma Vimeo para asistir a una suerte de premiere virtual. Agradezco esa posibilidad y empiezo a ver ¨La desaparición¨, la última película protagonizada por nuestro querido amigo Miguel Ángel Solá.

Con una duración de una hora, Ruben Alonso (director y guionista de ¨Intimos y extraños¨, su primer largometraje) propone al espectador aquellas exigencias que no requieren el pochoclo y la gandulería de los mismos productos de siempre. Rodada en la ciudad de Valladolid, en pocos días, inspirada en una historia real, las primeras tomas, en las que aparece la actriz española Marta Nieto (protagonista, entre otros, del largometraje ¨El camino de los ingleses¨, con Antonio Banderas como director y del célebre cortometraje ¨Madre¨, nominado a los premios Oscar) deambulan entre la calma y las sombras, luces tenues acompañadas por un saxo dulce. De este modo, la percepción irá boyando entre contrapuntos que van de lo frío a lo cálido, del hastío de la modernidad a la alegría de la música y la tragedia que comienza a asomar. Varios sentidos en estado de alerta. Vamos bien.

Aparece, así, el protagonista, sentado en una silla, con semblante afligido, melancólico, inmerso en lo que aparenta ser un mar de dudas, de confusión mental (el film trata, también, el delicado tema del alzheimer), haciéndose preguntas que brinda con cuentagotas mientras no deja de observar una puerta. Comenzamos a preguntarnos sobre el qué, el cómo, el cuando y asoma una voz femenina que nos va guiando, pero que también invita a despertar nuevos enigmas sobre el universo del hombre,  ahora tendido sobre el suelo, abrigado por las luces nocturnas que uno supone vallisoletanas y donde, por cierto (dato de color) vivió Cervantes, allí logró imprimir la primera parte del Quijote.

Las emociones, los gestos mínimos, son perfectamente explotados, con ese plus que aporta el inigualable carisma del actor, que aquí te conmueve actuando incluso con las manos, que tiemblan, que hacen chirriar los brazos de la silla. Actúan también sus ojos, su mirada (vidriada y cansada) mientras la música alegre se va fundiendo con el drama y una nueva toma lo muestra observando pertinazmente esa puerta, en donde, hacia un costado, cohabita la mitad sin cabeza de un viejo maniqui, tal vez una metáfora del olvido y la fragmentación que depara el trastorno neurológico que lleva el apellido del psiquiatra alemán.

Las atmósferas van al hueso, a lo esencial, pero también despiertan mundos infinitos. Observo detenidamente, en el recuerdo de la mujer amada, el parpadeo y el destello magistral de una lágrima que no termina de aparecer. ¿Cuándo se realiza la ceremonia de los próximos premios Goya? ¿Estarán atentos a esta notable actuación los responsables de la categoría al mejor actor?

Monólogo. Yo prefiero a Haendel. No hay nada más falso que la apariencia de un rio calmo ( todo sucede en las profundidades). Lo que ya no existe. Alzheimer. Determinación. Sombras…son pistas, palabras que acompañan, escritas o narradas con la voz en off. Nos vamos enterando que el hombre sentado en la silla, mientras no deja de observar la puerta, tuvo ese tipo de trabajos que sirven para pagar el alquiler o la enésima cuota de la hipoteca o para irse de vacaciones un par de semanas dentro de todos los largos meses que engloba un año. Nos enteramos también que, en algún momento, fue un buen fotógrafo aficionado y que allí hubo amor del bueno, aquel que se comparte y resiste tempestades.

 El protagonista parece agotado, a punto de tirar la toalla, se cae, se vuelve a sentar, se vuelve a caer pero quien lo va conociendo, cada día un poco más, sabe que allí dentro reina una fortaleza taurina inagotable, una inteligencia que comulga con lo brillante, la destreza vital de un hombre noble, sincero y honesto hasta la médula, curtido en mil exilios, una suerte de śramaṇa  generoso y sin pelos en la lengua que viene aprendiendo y meditando todo lo que ofrecen los bosques y los laberintos de la vida.

Existe aquí la intención, palabras de su director, de sugerir un ambiente que recupere el estilo de las series estadounidenses de los 60 y el cine negro de los 70, rodado mayoritariamente durante las noches. Para eso, junto al director de fotografía, Carlos Cebrían, bucearon en almacenes, tugurios y laboratorios de cine, buscando ópticas originales, que armonizaron con cámaras de resolución 8k y objetivos anamórficos, así rodaron la película. Una asociación libre (pero racional), recuerda algunos trabajos del gran Jonas Mekas o de Eric Pauwels (sobre todo en la parte de esta historia donde comienza a aparecer cierta luz en los momentos compartidos entre la pareja) y algún guiño (no dejan de ser subjetividades) a ¨Mi pié izquierdo¨ o ¨El resplandor¨, cuando aparece un festejo, a esa altura fantasmagórico (antes del desastre covídico) que acompaña los recuerdos del hombre sentado en la silla. Permanecer allí tal vez sea un acto de rebeldía, dicen. La puerta, finalmente… ¿se abrirá?

Nicolás García Sáez

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Compartimos con ustedes unas emotivas palabras del protagonista relacionadas con su experiencia en esta película:

Me pasé treinta horas, de las cuarenta y ocho, haciendo gestos, movimientos, miradas, a pedido del director y del director de fotografía. Agotador y extremadamente confiado a los estímulos. El guión tiene un texto dicho por un ser neutro que habla de algo, pero va a contrapelo de la historia que se ve. Oscura, extraña, excluyente, vandálica para quien se asusta con el tema (mi mayor miedo); me entregué y rogué que el dire y autor del proyecto fuese un genio. Trabajé a tres niveles: consciente, mecánico y crítico, primera vez que me impongo entablar lucha con el fantasma interno que boicotea lo por hacer antes de que la orden de hacer se cumpla en el cuerpo. Ése es el loco que yo dejo encerrado para seguir amando esta profesión a pesar de lo mercenaria que trata de ser. Juro que he hecho (conscientemente lo afirmo), más de lo digno que de lo mediocre; este trabajo me angustió el cuerpo y no sé en qué lugar del alma quedó depositado. Sí sé que fue hecho por el fantasma con el que compito y venzo siempre: no puede ser el dueño de mi salud y me reafirma en la convicción emocional y psíquica: un actor, cuanto más sanamente vive, más potencialidad de ser grande y afrontar este tipo de trabajo (sin otro interlocutor que la nada misma, el dolor de vivir en estado sólido y de ser algo en el vacío absoluto), tiene. No puedo terminar de hacer comprensible lo que me ocurrió haciendo mío a ese ser sin palabras hacia afuera (el que más se ha parecido a mí de todos los trabajos hechos hasta hoy), con lo que me gustan las palabras. Amo la ficción y esto no lo fue. Esto se transformó en un vivir el desguase de un coche inservible para su conductor, con su conductor dentro. Y me dejó rogando que tarde mucho en llegarme otro personaje parecido. Y si llega a presentarse otra prueba así, que sea después de los 80 y me mate en el último fotograma.

 Miguel Ángel Solá

 

 

 

Imagen: cortesía Miguel Ángel Solá y Ruben Alonso

 Especial para Los Verdes Platónicos y Los Verdes Paralelos