Con una duración de una
hora, Ruben Alonso (director y guionista de ¨Intimos y extraños¨, su primer
largometraje) propone al espectador aquellas exigencias que no requieren el
pochoclo y la gandulería de los mismos productos de siempre. Rodada en la
ciudad de Valladolid, en pocos días, inspirada en una historia real, las
primeras tomas, en las que aparece la actriz española Marta Nieto (protagonista, entre
otros, del largometraje ¨El camino de los ingleses¨, con Antonio Banderas como
director y del célebre cortometraje ¨Madre¨, nominado a los premios Oscar)
deambulan entre la calma y las sombras, luces tenues acompañadas por un saxo
dulce. De este modo, la percepción irá boyando entre contrapuntos que van de lo
frío a lo cálido, del hastío de la modernidad a la alegría de la música y la
tragedia que comienza a asomar. Varios sentidos en estado de alerta. Vamos
bien.
Aparece, así, el
protagonista, sentado en una silla, con semblante afligido, melancólico,
inmerso en lo que aparenta ser un mar de dudas, de confusión mental (el film
trata, también, el delicado tema del alzheimer), haciéndose preguntas que
brinda con cuentagotas mientras no deja de observar una puerta. Comenzamos a
preguntarnos sobre el qué, el cómo, el cuando y asoma una voz femenina que nos
va guiando, pero que también invita a despertar nuevos enigmas sobre el
universo del hombre, ahora tendido sobre
el suelo, abrigado por las luces nocturnas que uno supone vallisoletanas y
donde, por cierto (dato de color) vivió Cervantes, allí logró imprimir la
primera parte del Quijote.
Las emociones, los
gestos mínimos, son perfectamente explotados, con ese plus que aporta el
inigualable carisma del actor, que aquí te conmueve actuando incluso con las
manos, que tiemblan, que hacen chirriar los brazos de la silla. Actúan también
sus ojos, su mirada (vidriada y cansada) mientras la música alegre se va
fundiendo con el drama y una nueva toma lo muestra observando pertinazmente esa
puerta, en donde, hacia un costado, cohabita la mitad sin cabeza de un viejo maniqui,
tal vez una metáfora del olvido y la fragmentación que depara el trastorno
neurológico que lleva el apellido del psiquiatra alemán.
Las atmósferas van al
hueso, a lo esencial, pero también despiertan mundos infinitos. Observo
detenidamente, en el recuerdo de la mujer amada, el parpadeo y el destello
magistral de una lágrima que no termina de aparecer. ¿Cuándo se realiza la
ceremonia de los próximos premios Goya? ¿Estarán atentos a esta notable
actuación los responsables de la categoría al mejor actor?
Monólogo. Yo prefiero a
Haendel. No hay nada más falso que la apariencia de un rio calmo ( todo sucede
en las profundidades). Lo que ya no existe. Alzheimer. Determinación.
Sombras…son pistas, palabras que acompañan, escritas o narradas con la voz en
off. Nos vamos enterando que el hombre sentado en la silla, mientras no deja de
observar la puerta, tuvo ese tipo de trabajos que sirven para pagar el alquiler
o la enésima cuota de la hipoteca o para irse de vacaciones un par de semanas
dentro de todos los largos meses que engloba un año. Nos enteramos también que,
en algún momento, fue un buen fotógrafo aficionado y que allí hubo amor del
bueno, aquel que se comparte y resiste tempestades.
El protagonista parece agotado, a punto de tirar la toalla, se cae, se vuelve a sentar, se vuelve a caer pero quien lo va conociendo, cada día un poco más, sabe que allí dentro reina una fortaleza taurina inagotable, una inteligencia que comulga con lo brillante, la destreza vital de un hombre noble, sincero y honesto hasta la médula, curtido en mil exilios, una suerte de śramaṇa generoso y sin pelos en la lengua que viene aprendiendo y meditando todo lo que ofrecen los bosques y los laberintos de la vida.
Existe aquí la
intención, palabras de su director, de sugerir un ambiente que recupere el
estilo de las series estadounidenses de los 60 y el cine negro de los 70,
rodado mayoritariamente durante las noches. Para eso, junto al director de
fotografía, Carlos Cebrían, bucearon en almacenes, tugurios y laboratorios de
cine, buscando ópticas originales, que armonizaron con cámaras de resolución 8k
y objetivos anamórficos, así rodaron la película. Una asociación libre (pero
racional), recuerda algunos trabajos del gran Jonas Mekas o de Eric Pauwels
(sobre todo en la parte de esta historia donde comienza a aparecer cierta luz
en los momentos compartidos entre la pareja) y algún guiño (no dejan de ser subjetividades)
a ¨Mi pié izquierdo¨ o ¨El resplandor¨, cuando aparece un festejo, a esa altura
fantasmagórico (antes del desastre covídico) que acompaña los recuerdos del
hombre sentado en la silla. Permanecer allí tal vez sea un acto de rebeldía,
dicen. La puerta, finalmente… ¿se abrirá?
Nicolás García Sáez
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Compartimos con ustedes
unas emotivas palabras del protagonista relacionadas con su experiencia en esta
película:
Me pasé treinta horas,
de las cuarenta y ocho, haciendo gestos, movimientos, miradas, a pedido del
director y del director de fotografía. Agotador y extremadamente confiado a los
estímulos. El guión tiene un texto dicho por un ser neutro que habla de algo,
pero va a contrapelo de la historia que se ve. Oscura, extraña, excluyente,
vandálica para quien se asusta con el tema (mi mayor miedo); me entregué y
rogué que el dire y autor del proyecto fuese un genio. Trabajé a tres niveles: consciente,
mecánico y crítico, primera vez que me impongo entablar lucha con el fantasma
interno que boicotea lo por hacer antes de que la orden de hacer se cumpla en
el cuerpo. Ése es el loco que yo dejo encerrado para seguir amando esta
profesión a pesar de lo mercenaria que trata de ser. Juro que he hecho
(conscientemente lo afirmo), más de lo digno que de lo mediocre; este trabajo
me angustió el cuerpo y no sé en qué lugar del alma quedó depositado. Sí sé que
fue hecho por el fantasma con el que compito y venzo siempre: no puede ser el
dueño de mi salud y me reafirma en la convicción emocional y psíquica: un
actor, cuanto más sanamente vive, más potencialidad de ser grande y afrontar
este tipo de trabajo (sin otro interlocutor que la nada misma, el dolor de
vivir en estado sólido y de ser algo en el vacío absoluto), tiene. No puedo
terminar de hacer comprensible lo que me ocurrió haciendo mío a ese ser sin
palabras hacia afuera (el que más se ha parecido a mí de todos los trabajos
hechos hasta hoy), con lo que me gustan las palabras. Amo la ficción y esto no
lo fue. Esto se transformó en un vivir el desguase de un coche inservible para
su conductor, con su conductor dentro. Y me dejó rogando que tarde mucho en
llegarme otro personaje parecido. Y si llega a presentarse otra prueba así, que
sea después de los 80 y me mate en el último fotograma.
Miguel Ángel Solá
Imagen: cortesía Miguel
Ángel Solá y Ruben Alonso